El rover Curiosity de la NASA tomó una foto de una insolita formación en la superficie de Marte, que parece una pequeña flor o tal vez incluso algún tipo de característica orgánica.
Sin embargo, el equipo del rover confirmó que este objeto es una formación mineral, con estructuras delicadas formadas por la precipitación mineral del agua.
Curiosity ya ha visto este tipo de características antes, que se llaman grupos de cristales diagenéticos. Diagenético significa la recombinación o reordenamiento de minerales, y estas características consisten en grupos de cristales tridimensionales, probablemente hechos de una combinación de minerales, informa Europa Press.
Sulfatos
La científica adjunta del proyecto Curiosity dijo en Twitter que estas características que se vieron anteriormente estaban hechas de sulfatos, informa Europa Press.
A partir de estudios de características anteriores como esta encontrada en Marte, originalmente la característica estaba incrustada dentro de una roca, que se erosionó con el tiempo. Estos grupos de minerales, sin embargo, parecen ser resistentes a la erosión.
El equipo científico del rover vio esta característica la semana pasada y la llamó ‘Blackthorn Salt’. Utilizaron el Mars Hand Lens Imager del rover, llamado MAHLI, para tomar estas imágenes de primer plano.
Esta cámara es la versión del rover de la lente manual de aumento que los geólogos suelen llevar consigo al campo. Las imágenes de primer plano de MAHLI revelan los minerales y las texturas de las superficies rocosas, informa Universe Today.
Un estudio, liderado por geólogas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), arroja luz sobre los ambientes sedimentarios y el clima en el que vivieron los dinosaurios del este de Iberia durante el Jurásico Superior (entre 154 y 145 millones de años de antigüedad aproximadamente). En concreto, esta investigación se basa en el análisis de rocas sedimentarias en las que se encuentran los principales yacimientos de dinosaurios de las provincias de Teruel y Valencia.
La investigación revela que las faunas de dinosaurios de finales del Jurásico vivían en zonas costeras en las que había una gran variedad de ambientes sedimentarios. Estas áreas estaban formadas por dunas eólicas y grandes llanuras de inundación con abundante vegetación que estaban surcadas por ríos. En las llanuras también había lagos muy someros de agua dulce a los que llegaba sedimento transportado por los ríos, el cual se depositaba en pequeños deltas.
"Gracias al estudio detallado de las rocas jurásicas hemos podido determinar que las zonas costeras se formaron en un clima que tenía dos estaciones muy marcadas", indica Sonia Campos-Soto, autora principal del estudio.
Las conclusiones indican que en las estaciones secas apenas llovía, por lo que los ríos transportaban menos agua e, incluso, se podían secar. El sedimento arenoso era transportado por el viento y se acumulaba en las dunas eólicas. Por otro lado, el estudio también determina que en las estaciones húmedas se producían lluvias torrenciales, como sucede en la actualidad en las zonas afectadas por los monzones.
Durante estos periodos de fuertes lluvias, los ríos transportaban gran cantidad de agua a muy alta velocidad y se desbordaban, lo que daba lugar a inundaciones. Además, las corrientes de agua podían transportar troncos de árboles y grandes cantos de sedimento erosionados de las llanuras de inundación, y podían llegar a arrastrar a los dinosaurios. Tras las inundaciones, los dinosaurios que transitaban por las zonas inundadas dejaron sus pisadas en el sedimento fangoso húmedo.
Reconstrucción idealizada de los ambientes sedimentarios que habitaban los dinosaurios en el este de Iberia durante el Jurásico Superior. / Campos-Soto y colaboradores (Sedimentology).
Mismo clima que en Brasil
En la actualidad, un sistema costero similar al que había en el Jurásico Superior en el este de Iberia se encuentra en el Parque Nacional de Lençois Marahensis, en el noreste de Brasil.
María Isabel Benito, profesora de la Universidad Complutense de Madrid e investigadora principal de uno de los proyectos de investigación que ha financiado este estudio, indica que "este sistema costero se sitúa en una región de Brasil en la que se desarrollan lluvias estacionales, en la que hay dunas eólicas que se desarrollan y avanzan sobre deltas formados en lagos someros de agua dulce, ríos y llanuras de inundación que tienen abundante vegetación, de forma muy similar a los ambientes sedimentarios que había en el Jurásico Superior y en los que vivían los dinosaurios".
Por su parte, Alberto Cobos, director gerente de la Fundación Dinópolis y paleontólogo coautor del estudio, destaca que "estas conclusiones sedimentológicas suponen un gran avance para comprender el contexto paleoambiental y paleoclimático en el que vivieron los dinosaurios, como los saurópodos gigantes Turiasaurus y Losillasarus, entre otros".
Para poder llevar a cabo esta investigación, se ha realizado un amplio análisis de ocho secciones estratigráficas en la provincia de Teruel (áreas de Cedrillas, El Castellar, Formiche Alto, Mora de Rubielos y Riodeva) y en la de Valencia (áreas de Losilla-Alpuente, Benagéber y Villar del Arzobispo), que en total comprenden un inmenso registro sedimentario de 5.072 metros de espesor. Asimismo, se han recolectado 455 muestras de roca para realizar estudios microscópicos.
Imágenes de Google Earth del Parque Nacional de Lençois Marahensis (noreste de Brasil) donde se desarrollan dunas eólicas, canales fluviales, deltas, llanuras de inundación vegetadas y lagos someros. / Campos-Soto y colaboradores (Sedimentology).
Referencia:
Campos-Soto et al. (2022) "Where humid and arid meet: Sedimentology of coastal siliciclastic successions deposited in apparently contrasting climates". Sedimentology.
Sin embargo, entre todos sus posibles usos, uno de los más prometedores es la detección de posibles metástasis o cáncer en sus etapas tempranas. Según explica Rubén García, si supiésemos qué códigos usan las células tumorales para cargar sus microARN, podríamosinterceptar el mensaje en la sangre y leerlo antes de que se produzca la metástasis.Si ademásdescubrimos que los códigos son distintos en función del tipo de cáncer, incluso podríamos inferirdónde se encuentra el tumor primario.“Evidentemente, todo esto son aún conjeturas, pero se avecinan unos años de investigación muy excitante y prometedora en este campo”, sentencia García. Es posible que estos pequeños paquetes celulares que antes pasaban desapercibidos nos aporten información mucho más útil de lo que pensábamos. A lo mejor deberíamos prestarle más atención.
Cuando sale a la luz una nueva investigación relacionada con cáncer suelen aflorar al menos dos preguntas: ¿Podremos curar el cáncer? ¿Qué supone este estudio para los pacientes diagnosticados con cáncer?
La respuesta no es sencilla. Sin embargo, miles de investigadores se dedican a estudiar esta enfermedad con el objetivo de poder, al menos, tener una respuesta. Por ello, el cáncer actualmente es el principal reto biosanitario al que nos enfrentamos tanto el personal sanitario como científico.
Conocer a fondo los tumores humanos
En los últimos años, uno de los principales avances de la comunidad científica ha sido la secuenciación del genoma de distintos tumores humanos. ¿Qué supone esto? Conocer las instrucciones genéticas que posee una célula tumoral para desarrollarse.
Los estudios recientes de secuenciación de genomas han revelado que el cáncer se compone de miles de alteraciones genéticas (denominadas mutaciones) en una gran cantidad de genes.
Sin embargo, para poder abordar cuestiones tan relevantes como, por ejemplo, el diseño de fármacos antitumorales, no basta con describir esas alteraciones. Hay que conocer qué mutaciones son realmente importantes para el desarrollo del cáncer y, al mismo tiempo, saber qué efectos causan. Este es uno de los retos actuales de la biomedicina.
En concreto, VAV1 es uno de los genes que se encuentra mutado en diferentes tipos de tumores. Principalmente, en un tumor originado en células de la sangre que se conoce como linfoma periférico de células T.
Las células T (denominadas también linfocitos T) son células de nuestro sistema inmune que reconocen y destruyen otras células potencialmente “peligrosas” para nuestro organismo. Por ejemplo, células cancerosas o células infectadas por diversos tipos de virus, como por ejemplo el que causa covid-19. Sin embargo, el problema surge cuando los propios linfocitos T sufren mutaciones que los hacen proliferar de forma descontrolada y promover la formación de linfomas.
El peligro de las mutaciones en los linfocitos T
Un grupo de investigación del Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca lleva años estudiando el papel de las proteínas VAV en cáncer. Se trata de una familia de proteínas que hoy sabemos que desempeñan funciones relevantes en la formación de muchos tipos de tumores, como el cáncer de piel o de pulmón.
Estas evidencias experimentales nos alertaron de la importancia que podrían tener las alteraciones descritas para el gen VAV1 en el desarrollo de los linfomas periféricos de células T. Teniendo un mejor conocimiento del papel que desempeñan estas mutaciones en la biología del cáncer, podríamos establecer estrategias terapéuticas más eficaces.
Si la activación de VAV1 es la adecuada, los linfocitos T funcionan de forma normal. Este es el escenario ideal. Sin embargo, si esa activación es errónea, las células empiezan a crecer y dividirse de forma descontrolada. Así ocurre en el caso de los linfomas periféricos de células T.
Tal y como se describe en el trabajo publicado por este grupo de investigación en la revista científica EMBO Journal, la mayoría de las mutaciones encontradas en pacientes conllevan la activación descontrolada de la proteína VAV1 en las células cancerosas. De esta forma, sabemos que son relevantes para el desarrollo de los tumores.
Además, nuestros datos revelaron que no todas las mutaciones tienen el mismo efecto sobre VAV1. Al contrario, hemos clasificado estas mutaciones en varios subtipos dependiendo del grado de impacto que tenían sobre la proteína. Esto nos podría indicar que cada uno de estos subtipos puede estar asociado a diferentes características patológicas y clínicas en los pacientes.
También hemos demostrado que las mutaciones más frecuentes de VAV1 actúan como “conductores” oncogénicos plenamente autónomos. Es decir, son capaces de inducir tumores sin necesidad de aparecer con otras alteraciones genéticas. Esta observación subraya aún más el hecho de que la presencia de estas mutaciones en los tumores no es trivial. Ellas son las responsables principales del origen de los mismos.
Los ratones pueden darnos la respuesta
Los linfomas periféricos de células T se caracterizan por su agresividad, falta de opciones terapéuticas y una alta mortalidad que no ha mejorado significativamente en los últimos años. Estos tumores constituyen, por tanto, un importante reto a nivel clínico.
Por ello, el uso de ratones actualmente como modelos preclínicos de investigación ha supuesto un enorme salto de calidad en los avances en oncología. El trabajo mencionado anteriormente ha desarrollado un modelo animal que permite generar linfomas en ratones tras la expresión de mutantes de VAV1 en linfocitos T sanos.
Con el uso de técnicas genómicas y bioinformáticas, se ha observado que dicho modelo animal genera linfomas de células T que son muy similares a los que se encuentran en pacientes. Estos linfomas reproducen la gran mayoría de las características clínicas, patológicas y moleculares de los linfomas de pacientes.
También permitió descubrir los puntos débiles o talones de Aquiles de estos linfomas. Estos podrían ser utilizados para encontrar diferentes formas de atacar y destruir estos tumores. Por ejemplo, estas estrategias terapéuticas podrían estar dirigidas a inhibir rutas de activación implicadas en proliferación o interferir en el metabolismo de las células tumorales.
Finalmente, estos modelos animales supondrán también una vía excepcional, a partir de ahora, para probar la efectividad de fármacos de forma preclínica. Esto es especialmente relevante en este tipo de tumores, dada la dificultad que ha existido hasta ahora para clasificarlos, estudiarlos y tratarlos de forma eficaz.
Este es ahora el reto más importante al cual nos enfrentamos. Estas nuevas aportaciones abren un camino a seguir para el desarrollo de fármacos. Sin tener esta información, no se podrá abordar la implantación de una medicina personalizada a nivel hospitalario de forma rutinaria.
No se trata de un camino sencillo y llevará más tiempo incluso del que deseamos, pero supone una hoja de ruta interesante para conseguir bloquear el desarrollo de este tipo de tumores, entre otros cánceres.
Lo comprobamos con las películas de 'Jurassic Park' —perdón por echar mano por enésima vez del tópico de Steven Spielberg—: ver animales prehistóricos mola. Mucho. Lo que ya no es tan divertido, aunque daría para todo un docudrama, es la complicada y a menudo espinosa maraña legal, ética e incluso a niveles de debate medioambiental que implica “revivir” animales extinguidos.
La compañía Colossal Laboratories & Biosciences, de Estados Unidos, está dando un buen ejemplo. Se ha lanzado a la tarea de “desextinguir” —el término es cosa suya— el mamut lanudo en cuestión de unos años; pero su empeño plantea un dilema interesante: si finalmente lo logra, la criatura resultante de sus investigaciones, ¿será suya, con patente, o de la naturaleza?
La cuestión es espinosa. Y no tiene una respuesta sencilla.
A grandes rasgos, los planes de Colossal pasan por usar secuencias del ADN de mamuts recuperadas de restos conservados en el suelo siberiano e insertarlas en el genoma de elefantes asiáticos. Los primeros ejemplares nacerían de hecho por gestación en hembras del paquidermo. Aunque a la hora de publicitar su trabajo la compañía usa buenas dosis de épica, lo que saldría de sus laboratorios no sería técnicamente un mamut lanudo como los que se paseaban por el sur de Siberia hasta hace unos 10.000 años y —creen los expertos— quizás coleaban aún en la isla de Wrangel hace apenas 3.700 años, sino algo distinto, una especie de híbrido o quimera.
Un debate tan complejo como la investigación
“No es una desextinción. Nunca más habrá mamuts en la Tierra. Si funciona, será un elefante quimérico, un organismo totalmente nuevo, sintético y genéticamente modificado”, explicaba Tori Herridge, bióloga y paleontóloga del Museo de Historia Natural de Londres, poco después de que trascendiesen los planes y —la financiación— de la compañía estadounidense. La propia Colossal reconoce en su web que el proyecto tiene sus matices, aunque no le resta épica.
“El proyecto de desextinción más importante de Colossal será la resurrección del mamut lanudo, o más concretamente, un elefante resistente al frío con todos los rasgos biológicos fundamentales del mamut lanudo. Caminará como uno, se parecerá a él, sonará como tal y, lo que es más importante, podrá habitar el mismo ecosistema abandonado anteriormente por la extinción del mamut”.
La empresa argumenta que la recuperación del mamut —o al menos de criaturas con características similares— tendrá un valioso impacto medioambiental: permitirá restablecer pastizales y desacelerar el deshielo del permafrost ártico, lo que evitaría a su vez, calcula la firma, la liberación de hasta 600 millones de toneladas de carbono neto que ahora están atrapadas. Como parte de ese propósito se ha fijado ya en un espacio para sus “mamuts funcionales”: Pleistocene Park, una reserva rusa.
Para lograrlo, Colossal parece disponer de medios técnicos, talento... y fondos. La compañía estadounidense trabaja con la ingeniería genética CRISPR y muestras de ADN recuperadas del permafrost. Su cofundador es además George Church, genetista de Harvard. En cuanto a dinero, hace no mucho anunciaba que había logrado captar 15 millones de dólares de inversores.
Colossal trabaja ya para alcanzar su objetivo a lo largo de los próximos seis años. La pregunta del millón, llegados a este punto, es: ¿Dónde está la rentabilidad de su proyecto? ¿Cómo se ha hecho con esos 15 millones de dólares, más allá de sus promesas ecológicas?
Ben Lamm, director general de la compañía, explicaba hace poco a Wiredque más que monetizar los mamuts de forma directa, la compañía quiere rentabilizar la tecnología que vaya desarrollando a lo largo del proceso. Eso sí, el directivo aclara que no “cierra la puerta” en absoluto a patentar animales algún día; es más, muestra su confianza en que se pueda registrar al mamut.
Cuestión de leyes... y financiación
¿Podría hacerse algo así? El tema se aborda de forma directa en un artículo publicado en 2020 en Journal of Law and the Biosciences, que reconoce que, al menos en Estados Unidos, hay académicos que confían en que las especies “revividas” serán perfectamente patentables.
Entre EE. UU. y Europa se da, eso sí, una diferencia importante: mientras allí no existe una disposición moral en el régimen de patentes, en Europa la EPO (European Patent Office) valora consideraciones éticas a la hora de concederlas y eso podría dar pie a “objeciones morales” y de carácter público durante el proceso. ¿Significa que no sería posible que una empresa llegue a registrar un mamut lanudo en la UE? Pues no está tan claro. Dadas las características de la normativa europea y los precedentes, pueden arrojarse dudas; pero el escenario que abre la “desextinción” es tan distinto que los expertos son reacios a pronunciarse con rotundidad.
“La medida en que un animal resucitado sería tratado como una mercancía —lo que podría surgir si las patentes fueran aplicables sobre o relacionadas con el animal extinguido— plantea profundas cuestiones filosóficas y éticas. Hasta la fecha, no hay una respuesta clara sobre si dichos animales serían patentables en Europa”, admiten los autores del artículo, publicado en 2020.
Una de las cuestiones clave del debate es la diferencia que existe entre las “invenciones”, patentables, y los “descubrimientos”, que no lo son, al menos como tales y si ya existen en la naturaleza. Un ejemplo útil lo dejan los genes humanos. En el cuerpo no son susceptibles de que nadie los registre en Europa, pero si se aíslan echando mano de la tecnología y la técnica —un proceso que no se da en la naturaleza— y se demuestra su función sí podrían serlo.
Lógica parecida subyace en los transgénicos. “Si se aplicara un razonamiento similar […], se podría presentar un sólido argumento a favor de la patentabilidad en función de la técnica usada para eliminar la extinción”, apostillan. La cosa se complica cuando se trata de clonación.
“Cualquier cosa que se pueda demostrar que se ha encontrado o se encuentra en un genoma, no será patentable en Estados Unidos y, en gran medida, tampoco en otros países”, comenta Andrew Torrance, profesor de Derecho de la Universidad de Kansas (KU), a Wired.
Aunque los animales “revividos” como el mamut de Colossal, fruto de la “desextinción”, suponen una nueva vuelta de tuerca, las patentes de los animales llevan tiempo sobre la mesa. En 1998 EEUU emitió ya una para OncoMouse, un ratón que había sido modificado para facilitar la investigación contra el cáncer. La autoridad estadounidense se la otorgó a la Universidad de Harvard, que se la trasfirió a su vez a la principal firma privada que había financiado su trabajo, DuPont. No todos alcanzan ese final. En la UE ya se han denegado patentes por cuestiones morales.
En juego, reconoce Ben Novak, de Revive & Restore —organización sin fines de lucro que pasó el proyecto a Colossal—, puede estar la propia viabilidad de las investigaciones. Aunque cuestiona que la “desextinción” deba orientarse con el propósito de obtener beneficios y las propias patentes de especies “resucitadas”, lo cierto es que el proyecto realmente atrajo dinero cuando se empezó a hablar de ganancias. “Es costoso”, admite Lamm a Wired. La perspectiva de poder rentabilizar la investigación con los propios animales es un incentivo que, como se demuestra, funciona.
Quizás el peaje a pagar para ver de nuevo mamuts en Siberia.
Uno de los fenómenos emergentes en este siglo consiste en la progresiva consolidación de consensos internacionales en materia de políticas educativas. Es el caso, por ejemplo, delrediseño del currículo y de su enfoque por competencias, entendiendo por tales los conocimientos, las habilidades y las actitudes y valores.
Esta orientación es fruto, por un lado, de la revolución digital y de su impacto sobre la empleabilidad de los jóvenes y, por otro, de la necesidad de conjugar tales requerimientos digitales con los de índole personal, cívica y social.
La dimensión cognitiva de las competencias
En lo referente a los conocimientos y a las habilidades de naturaleza cognitiva, el enfoque del currículo por competencias ha ampliado el correspondiente repertorio escolar al poner en valor la posibilidad de aplicar el conocimiento disponible en contextos diversos.
Pero, además, ha incorporado a los programas académicos el desarrollo de habilidades metacognitivas (la capacidad de las personas para reflexionar sobre sus procesos de pensamiento y la forma en que aprenden), entre las cuales destacan la resolución de problemas complejos, la capacidad de análisis, el pensamiento crítico o el “aprender a aprender”, por ejemplo.
Esta orientación modernizadora del currículo ha llevado consigo nuevas demandas intelectuales que están en línea con lo que se conoce como “aprendizaje profundo”.
El grado de profundidad de los aprendizajes puede manifestarse en varias dimensiones, tales como el nivel de complejidad cognitiva de la información que se espera dispongan los alumnos, su facilidad para efectuar generalizaciones, su capacidad de transferencia a situaciones diversas, o la cantidad de conocimiento previo necesario para captar las ideas.
La importancia del tiempo efectivo de aprendizaje
El tiempo efectivo de aprendizaje es uno de los factores que se ha vinculado empíricamente con el rendimiento escolar. Y es que los aprendizajes profundos precisan de una acumulación suficiente de ese tiempo neto –centrado en la tarea de aprender–.
Como ha revelado la investigación sobre los mecanismos biológicos y moleculares de la memoria, la consolidación de los contenidos en la memoria a largo plazo comporta cambios anatómicos mediante la generación de nuevas terminales sinápticas.
Estas se fabrican según procesos que implican la síntesis de proteínas para formar la estructura de dichas terminaciones, las cuales se unen a otros lugares de otras neuronas donde se establecen conexiones y se constituyen estructuras que soportan la memoria a largo plazo. Hay, pues, una operación de construcción anatómica y de organización funcional que requiere tiempo.
El aval de la ciencia cognitiva y de la historia de la ciencia
El papel del tiempo y la atención en el logro de aprendizajes profundos es, pues, avalado por el estado actual de la ciencia cognitiva, pero también lo es por la historia de la ciencia.
Grandes científicos han descrito los procesos que les conducían a sus descubrimientos. Por ejemplo, cuando Isaac Newton tuvo que referirse a la forma mediante la cual sacaba adelante sus investigaciones lo hizo en los siguientes términos:
“Mantengo el tema constantemente ante mí hasta que los primeros esquemas se abren lentamente, poco a poco, hasta arrojar una clara e intensa luz”.
Diferentes descripciones biográficas de los rasgos principales del trabajo de los sabios han reiterado su tenacidad en aferrarse a un problema, en volver sobre él una y otra vez.
Todos esos comportamientos suponen, en cualquier caso, una inmersión duradera y profunda del científico en el mundo específico del problema, y son perfectamente compatibles con los descubrimientos de los mecanismos neurobiológicos de la construcción de la memoria a largo plazo y de los aprendizajes cognitivos en el cerebro humano.
Facilitar este aprendizaje
La transposición de lo que he descrito anteriormente al ámbito de la enseñanza y del aprendizaje escolares nos lleva a diagnosticar algunas de las deficiencias frecuentes en los sistemas educativos que requerirían de una organización más eficaz de los tiempos, de los contenidos y de los métodos.
Un número desproporcionado de asignaturas por curso reduce notablemente la carga horaria semanal de la mayor parte de ellas y, por tanto, el tiempo efectivo de aprendizaje de los alumnos. Pero, además, su duración no sobrepasa, por lo general, los cuarenta y cinco minutos por clase.
Algunas recomendaciones
De acuerdo con lo anterior, si lo que se pretende es facilitar esos aprendizajes profundos que demanda la educación del futuro, las siguientes recomendaciones resultan pertinentes:
Asignar a una misma asignatura periodos dobles, particularmente en las materias de mayor demanda cognitiva, y adaptar, en consecuencia y con tal propósito, la metodología docente.
Organizar la distribución de los contenidos de una materia dada no por cursos, sino por etapas, evitando reiteraciones innecesarias entre cursos y tomando en consideración el nivel de exigencia intelectual de los diferentes temas, así como el nivel de edad de los alumnos.
Promover en los estudiantes un entrenamiento efectivo en distintas materias que les permita transferir esquemas de razonamiento e instrumentos cognitivos similares a contextos diversos.
Desarrollar en los alumnos habilidades no cognitivas y, en particular, la perseverancia, el sentido del esfuerzo y la resiliencia –o resistencia a la adversidad–, sin las cuales los aprendizajes profundos serán altamente improbables.
¿Serán capaces las administraciones de dar un giro a la concepción del currículo -y los profesores de implementarlo- a fin de que los estudiantes adquieran la preparación requerida por la vida personal y por los empleos del futuro? Es ahora el momento de reflexionar sobre algo para lo que la neurobiología y la historia de la ciencia nos aportan una justificación robusta.
El futuro, como aquello que está por venir, nos genera incertidumbre porque nos introduce en el campo de lo desconocido. Pero al mismo tiempo, tal y como afirma Antonio Rodríguez de las Heras, pensar, diseñar y proyectar el futuro permite mostrar nuestra disconformidad con el presente y recrear alternativas de “futurabilidad”, según el término desarrollado por FrancoBifoBerardi.
Donna Haraway considera que la fabulación especulativa nos ofrece las mejores metáforas para crear representaciones que rompan con las figuraciones del Antropoceno y el Capitaloceno. De esta manera, el ser humano puede replantearse su relación con alteridades-no-humanas para generar ficciones, “juegos de SF de la respons-habilidad” que nos ayuden a rechazar la antropolatría.
En esta misma línea, tal y como afirma Rosi Braidotti, “entre las personas con un más vivo sentido ético en la posmodernidad occidental están precisamente quienes escriben ciencia ficción, que se conceden el tiempo de detenerse a reflexionar sobre la muerte del ideal humanístico del ‘hombre’, inscribiendo esta pérdida, y la inseguridad ontológica subsiguiente, en el corazón de la cultura contemporánea”.
Las utopías de los siglos XV y XVI
En este sentido, debemos remontarnos a la obra de Christine de Pisan, una intelectual que vivió a caballo entre los siglos XIV y XV, en el contexto de la querelle des femmes –el viejo debate académico en defensa de las capacidades intelectuales de las mujeres–. Desde su habitación decidió reclamar una ciudad propia en La ciudad de las damas (1405), donde imaginó un mundo gobernado y habitado por mujeres que reclamaban su derecho a la educación y la igualdad. Los espacios simbólicos y políticos exclusivamente femeninos se conocen como ginotopías. Con La ciudad de las damas se inaugura una tradición literaria que cobró gran relevancia durante el sufragismo de la primera ola de feminismos anglosajones en el siglo XIX.
Las utopías clásicas se desarrollaron en los siglos XV y XVI. Cuando pensamos en la utopía, viene a nuestra mente la idea de un mundo mejor. Durante el Renacimiento los avances técnicos en navegación permitieron el descubrimiento de América. Las posibilidades de la colonización y la dominación de nuevos territorios dispararon el imaginario de los que vieron la oportunidad de crear mundos posibles en los que empezar de cero.
Utopía (1516), de Tomás Moro, instaura un género –el utópico– ensayístico y literario. A través de él, los pensadores proyectan sociedades deseables donde se ponen en práctica sistemas alternativos de gobierno y en los que suele aparecer el desarrollo científico como uno de los pilares de los proyectos de renovación social en sistemas homogéneos, eugenésicos y absolutistas.
El género utópico, gestado en el marco del Renacimiento, el humanismo, las bases del capitalismo primitivo y la incipiente modernidad, tiene un origen colonial que ha marcado la mayor parte del imaginario heteropatriarcal, androcéntrico, xenófobo y eurocéntrico del que todavía no nos hemos desprendido. ¿Es ese realmente un mundo deseable?
Los inicios de la ciencia ficción
El género de la ciencia ficción se inaugura con Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley, cuya temática gira en torno a la posibilidad de crear vida fuera del útero materno. En los orígenes de la ciencia ficción escrita por mujeres se detecta una clara preocupación por cuestiones relacionadas con los roles de género y la reproducción.
En las cavernas (1912), de Emilia Pardo Bazán, se cuestionaban las convenciones sociales de género y sexualidad imperantes. Por su parte, Halma Angélico, en su relato Evocación del porvenir. Homenaje en España a la madre del año… (1940), reivindicaba la necesidad de que la crianza fuera una responsabilidad estatal e institucional que no recayera únicamente en las mujeres. En estos ejemplos se percibe un claro cuestionamiento del núcleo familiar biológico como base de la organización social, así como la propuesta de futuros en los que la reproducción y los cuidados puedan transgredir el patriarcal sistema sexo-género.
No es una casualidad que la edad de oro de la ciencia ficción se desarrollara tras los acontecimientos acaecidos durante la primera parte del siglo XX. Durante este periodo asistimos a la formulación del principio de incertidumbre por parte de Werner Heisenberg en 1927, a los primeros avances en biotecnología y reproducción asistida y al desarrollo de la tecnología informática y la inteligencia artificial de la mano de los trabajos de Alan Turing y John von Neumann.
A todo esto deberíamos sumar los desastres de la Primera Guerra Mundial. Bajo su influjo se publicó la obra dramática de ciencia ficción distópica en la que se inventó la palabra robot, R.U.R.(1920) del checo Karel Čapeck, así como las distopías clásicas Nosotros (1924) del ruso Yevgueni Ziamatin y Un mundo feliz (1932) del británico Aldous Huxley. La Segunda Guerra Mundial influiría directamente en obras como 1984 (1949) del británico George Orwell y Fahrenheit 451 (1953) del norteamericano Ray Bradbury. ¿Estamos asistiendo en el siglo XXI a un momento de transformación similar?
Imaginación frente a la incertidumbre
En el año 2010, Ziauddin Sardar sostenía que todo lo que era “normal” se había evaporado. La crisis de 2008 generó una transformación social y económica de escala mundial que nos condujo a lo que Sardar denominó “tiempos posnormales”. Con este término hacía referencia a un momento histórico y social caracterizado por las tres ces: complejidad, caos y contradicciones.
Lo más relevante de la propuesta teórico-filosófica del escritor pakistaní es que para hacer frente a los tiempos posnormales se propone la imaginación y la creatividad como punto de partida para afrontar la complejidad, las contradicciones y el caos, en aquellos contextos históricos, sociológicos y políticos en los que prima la incertidumbre.
De este modo, la literatura, definida como una obra de imaginación, nos permite dar forma a nuestra realidad y nos ofrece soluciones para salir de los laberintos del presente. Las obras de creación son herramientas que afectan a nuestro comportamiento y a nuestras expectativas.
“El tipo de futuros que imaginamos más allá de los tiempos posnormales dependería de la calidad de nuestra imaginación. Dado que nuestra imaginación está arraigada y limitada a nuestra propia cultura, tendremos que dar rienda suelta a un amplio espectro de imaginaciones a partir de la rica diversidad de culturas humanas y múltiples formas de imaginar alternativas a las formas convencionales y ortodoxas de ser y hacer”.
¿Cómo son los futuros imaginados por estas narrativas? ¿Qué sociedades y problemas reflejan?
El futuro de la ciencia y la tecnología
Si retomamos la temática futurista en torno al ámbito de la biotecnología y la reproducción, es obligado acudir a la figura del bioquímico John B. S. Haldane. En 1923 publicó Dédalo o la ciencia y el futuro, donde especulaba sobre cómo sería el futuro de la ciencia biológica a partir del trabajo de investigación que un estudiante universitario le presentaría a su profesor en el año 2073.
Podríamos clasificar este texto como un ensayo de ciencia ficción en el que se muestra una visión optimista de la ciencia. El matemático Bertrand Russell respondió a Haldane con un ensayo titulado Ícaro o el futuro de la ciencia. En él se mostraba escéptico frente a las bondades de ciertos avances al considerar que el progreso científico no proporciona por sí mismo ventajas para la humanidad.
“La ciencia permite que quienes ejercen el poder lleven a cabo sus intenciones mucho más plenamente de lo que en otro caso les sería posible. Si sus intenciones son buenas, habrá beneficios; si son malas, perjuicio”.
Ícaro o el futuro de la ciencia, Bertrand Russell.
Pero lo cierto es que vivimos en la era de la cibercultura, la tecnocultura y la cultura digital, por lo que la ciencia y la tecnología impregnan los modos de vida del ser humano contemporáneo. La situación de crisis política, económica y medioambiental hacia la que hemos arrastrado a nuestras sociedades insta a inventar un futuro viable y sostenible, que necesita de la ciencia y de la tecnología.
La manipulación genética
En sus pronósticos, Haldane considera que en el futuro la revolución será biológica. Contrapone dos figuras mitológicas como las que mejor expresan las inquietudes tecnológicas del siglo XX:
Prometeo, al que identifica con el rol del físico –por sus conocimientos técnicos e instrumentales–,
y Dédalo, al que identifica con la figura del biólogo –por sus conocimientos en biogenética tras la creación del primer transgénico fabricado de manera artificial, el Minotauro–.
“No ha habido invención alguna, desde el fuego al volar, que no haya sido recibida como un insulto a algún dios. Pues si toda invención física o química es una blasfemia, toda invención biológica es una perversión”.
Ícaro o el futuro de la ciencia, Bertrand Russell.
La manipulación de la naturaleza nos parece una aberración. Y lo cierto es que el siglo XX es el siglo de la ingeniería genética (por ejemplo, con temas como la clonación y los transgénicos), la ciencia reproductiva (con la selección de los embriones mejor dotados genéticamente) o la bioinformática (con teorías como las transhumanistas que apuestan por la desintegración de la biología humana en aras de una vida digital en la nube).
El control de nuestra propia evolución biológica ya no es una cuestión restringida al ámbito de la ciencia ficción. Los humanos somos el primer organismo terrestre que trabaja en el diseño de su propio sucesor y son muchas las personas que tienen en mente diferentes proyectos de este ser transhumano. Por eso es importante mantener cierto equilibrio y tener claras las diferencias entre el desprecio por la carne y las fantasías transhumanistas del uploading, frente a las propuestas del poshumanismo crítico transfeminista.
Distopías de la reproducción humana
El transhumanismo ha sido definido por Nick Bostrom, presidente de la World Transhumanist Association y director del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford, como un movimiento intelectual y cultural que cree en la ciencia y la tecnología para mejorar la condición humana, tanto desde un punto de vista físico como psicológico.
Aparentemente, esta utópica propuesta nos presenta unas consecuencias idílicas fruto del rediseño de la condición humana y está en sintonía con el ensayo especulativo de Haldane cuando sostenía que en el futuro se debería aplicar la biología a la política a través de la eugenesia. Entre sus pronósticos incluía que el primer niño ectogénico (embriones gestados en úteros externos) se conseguiría en 1951, y que en Francia se adoptaría la ectogénesis de manera oficial a partir de 1968, produciendo 60 000 niños al año. Menos del 30 por ciento de los nacimientos se gestarían en cuerpos femeninos.
Uno de los problemas de este mundo ideado por Haldane en 1923 radica en que las prácticas eugenésicas mencionadas muestran una ideología neoliberal que puede derivar en controles de natalidad y de reproducción distópicos de los que se beneficien el mercado y los gobiernos.
La intervención en la línea germinal de estos seres creados de manera artificial eliminaría los elementos considerados como nocivos y la selección genética nos llevaría a un lugar deseable para Haldane. Este consideraba que “de no haber sido por la ectogénesis, hubiera fenecido fatalmente la civilización debido a la mayor fecundidad de los seres menos deseables que se da en casi todos los países”.
La visión del xenofeminismo
En contraposición a este escenario del futuro reproductivo ectogenésico y eugenésico imaginado por el científico Haldane, nos encontramos con una novela como La ciutat dels joves (1971) de la escritora catalana Aurora Bertrana. En ella se describe una sociedad donde han desaparecido las diferencias y desigualdades impuestas por el sistema sexo-género, en un mundo en el que los úteros artificiales hacen indistinguible el rol de la paternidad o la maternidad (dejando que cada pareja escoja quién lo desempeñará), de un modo similar al planteado por La mano izquierda de la oscuridad (1969) de Ursula K. Le Guin.
A partir de las propuestas de Shulamith Firestone, en La dialéctica del sexo, el xenofeminismo considera que la tecnología nos permite controlar la reproducción biológica. De este modo, la técnica podría liberar a las mujeres de ciertas tareas biológicas, aunque, al mismo tiempo, la tecnología reproductiva y el control de la natalidad podrían “convertirse en un arma hostil, utilizada para reforzar este arraigado sistema de explotación”.
Las posibilidades que ofrece la ectogénesis se han visto reflejadas en numerosos textos de ciencia ficción. Entre ellos cabría destacar la antología ProyEctogénesis: relatos de la matriz artificial(2019), que incluye el cuento MOM, de Nieves Delgado, donde se recrea un mundo en el que no hay distinción entre las personas por su sexo y/o género y donde la gestación exógena permite que ni los cuerpos de las madres ni los embriones corran ningún riesgo. Además, los hijos no pertenecen a sus progenitores sino a la comunidad, por lo que crecen en los hogares y la crianza es algo estatal.
Uno de los ejes del xenofeminismo se basa en la abolición del género. Pretende eliminar el sistema binario partiendo de la idea de que el sexo y el género no son algo natural, por lo que estaríamos hablando de un poshumanismo crítico transfeminista cíborg.
La revolución social, conceptual, teórica y de los medios de representación que implicaría la abolición del género en nuestros sistemas culturales supondría el cambio más importante de los últimos años, ya que nos proporcionaría un sistema en el que la división heterosexual del trabajo y la naturalización de la feminidad desaparecerían porque “las diferencias genitales entre los seres humanos deberían pasar a ser culturalmente neutras” (Helen Hester, 2018). Con la abolición del género se suprimirían otras estructuras naturalizadas que son opresivas y generan desigualdad.
Ciertas características asociadas al género, la raza, la clase y la capacidad física tienen estigmas sociales y provocan esa desigualdad. Por eso desde estos imaginarios se pretende desmontar los marcadores identitarios para que emerja un mundo de múltiples géneros en el que prime la diversidad sexual más allá de cualquier concepción binaria. En su manifiesto, Laboria Cuboniks reclama: “¡Qué cientos de sexos nazcan! Abolir el género es una manera de enunciar la ambición de construir una sociedad donde las características ensambladas actualmente bajo la rúbrica del género ya no construyan una red para la asimétrica operación del poder”.
Helen Hester afirma que “al xenofeminismo le interesa construir un futuro extraño” y lo hace a partir del imaginario de la trilogía Xenogénesis, de Octavia Butler. En ella se nos describe a una raza alienígena especializada en ingeniería biológica cuyos seres tienen tres géneros sexuales, planteándose así la posibilidad de vida –tras un cataclismo en el que casi se extingue la raza humana– a partir de otros esquemas sociales y culturales en los que prima la diversidad sexual fuera del sistema binario terrestre.
En esta misma línea se desarrolla la novela Consecuencias naturales(1994) de Elia Barceló, cuya trama gira en torno al encuentro entre los humanos y los xhroll (cuya especie es biológicamente idéntica, ya que todos tienen vulva en los genitales y hasta que no alcanzan la edad de quince años no se determina cuál será su sexualidad y su nombre). Para los terrestres es muy confuso imaginarse a unos seres a los que no se les pueden aplicar las categorías de identidad sexual y de identidad genérica que conocemos, por lo que estos mundos posibles ponen a prueba nuestras convenciones culturales, tal y como sucedía con la novela El hombre hembra (1975) de Joanna Russ.
El cuento Mares que cambian de Lola Robles está ambientado en Jalawdri, un planeta donde existen tres tipos de género (los intersexuales o hermafroditas, los transgénero y los sexuados) y donde la libertad en torno a la identidad de género es absoluta. Por eso acuden personas de todos los planetas para vivir y para operarse, si así lo desean, “porque la heterosexualidad es una tecnología social y no un origen natural fundador, es posible invertir y derivar (modificar el cuerpo, mutar, someter a deriva) sus prácticas de producción de la identidad sexual” (Beatriz Preciado, 2002). De este modo, en Jalawdri la norma es lo que se considera desviado, abyecto o disidente en la Tierra.
Ciencia ficción que rompe esquemas
La ciencia ficción, como ficción especulativa, nos ofrece la posibilidad de (re)imaginar mundos posibles donde podamos (re)pensarnos y proyectar diferentes representaciones de la sexualidad y de los roles de género, que puedan (de)generar (en) escenarios utópicos o distópicos. Los escenarios alienígenas son ideales para ver, a través de la metáfora del otro, diferentes modos de vida, identidades y organización social. Pero al mismo tiempo, debemos permanecer en alerta para que los futuros biotecnológicos que se proyecten y diseñen no reproduzcan los parámetros de desigualdad y discriminación del pasado y del presente.
Desde el sur global y en español se está llevando a cabo una gran labor a partir de las políticas de la imaginación y la futurabilidad con alternativas viables y decoloniales que no deberíamos dejar pasar por alto. Y desde el ecofeminismo, el ciberfeminismo, el xenofeminismo y el poshumanismo crítico transfeminista se puede superar el paradigma humanista del Antropoceno y reinventar un futuro, quizás en Urano, desde donde nos propone sus políticas utópicas Paul B. Preciado, teniendo en cuenta la ciencia y la tecnología como aliadas incuestionables para el cambio.
Hoy en día podemos transformarlo todo, las materias primas y los seres vivos, por lo que el interrogante al que nos enfrentamos es el de saber si seremos capaces de cambiar nuestras mentalidades. Y no debe de ser tan complicado si la ciencia ficción ya lo ha hecho.
La versión original de este artículo fue publicada en el número 118 de la Revista Telos de Fundación Telefónica.