lunes, 24 de septiembre de 2018

Japón logra posar dos naves en un asteroide por primera vez

Discretamente, casi de tapadillo, la agencia espacial japonesa (JAXA) acaba de apuntarse otro avance. El pasado fin de semana, su sonda Hayabusa 2 depositó dos pequeños vehículos móviles en la superficie de un asteroide. Es la primera vez que se consigue algo así.
La Hayabusa 2 lleva varios meses aparcada en órbita alrededor de su objetivo, un pedrusco de alrededor de un kilómetro de diámetro llamado Ryugu. Para los japoneses, este nombre tiene resonancias mitológicas: Es el nombre del mítico palacio submarino del dios del mar, cuyas paredes están hechas de coral. Atentos hasta el último detalle, los técnicos han cambiado el color de fondo del escudo de la misión: del azul original al rojo coral.
La sonda orbita a unos 20 kilómetros del asteroide, una distancia perfecta para ofrecer detalladas vistas. El viernes los técnicos le ordenaron descender hasta solo cincuenta metros del suelo, soltar sus dos rovers en caída libre y volver a elevarse.
Ambos artefactos, gemelos, reciben el nombre de Minerva 2. El primero que llevaba ese nombre iba a bordo de la sonda anterior y debía aterrizar en el asteroide Itokawa, hace de eso 13 años. Por desgracia, falló la puntería y el aparatito erró el blanco y se perdió en el espacio.
Las nuevas sondas Minerva tienen el aspecto y tamaño de unas latas de conserva cilíndricas cubiertas de células fotoeléctricas para alimentar a sus equipos (principalmente, cámaras de televisión y medidores de temperatura). No necesitan paracaídas ni sistema de frenado. ¿Para qué? La gravedad de Ryugu es tan débil que les llevó un cuarto de hora recorrer los cincuenta metros. Durante su caída aún tuvieron tiempo de fotografiar la nave nodriza, que remontaba el vuelo. La imagen aparece movida, no por el movimiento del Hayabusa 2, sino porque los rovers iban girando sobre sí mismos.
La sombra del Hayabusa 2 durante su descenso.
La sombra del Hayabusa 2 durante su descenso. JAXA
Al llegar al suelo, ambos artefactos rebotaron y acabaron descansando a pocos metros de distancia uno de otro. No tienen ruedas ni patas, pero pueden desplazarse; por eso se califican de rovers. En su interior llevan un contrapeso accionado por un motor eléctrico. Cuando este gira, se desequilibran y dan una pequeña voltereta. Así, golpe a golpe, pueden ir de un lugar a otro. Eso sí, sin prisa.
La sonda todavía dispone de tres rovers más, de los que se desprenderá en las próximas semanas. El mayor, de construcción alemana, va provisto de equipos que analizan la composición química del suelo.
Para poder acceder a capas más profundas, que jamás han sido alteradas por la radiación solar, el Hayabusa 2 lleva a bordo una bala de cobre de un par de kilos de peso. Llegado el momento, la disparará contra el suelo, donde impactará a más de 2 kilómetros por segundo. El choque deberá poner al descubierto rocas prístinas… y también proyectar al espacio una gran nube de fragmentos. De hecho, se ha programado una maniobra para que la sonda, una vez eyectado el proyectil, busque refugio rápidamente al otro lado del asteroide para evitar el impacto de esa metralla cósmica.
Por último, la sonda descenderá una vez más hasta rozar el suelo con uno de sus sensores. Otro proyectil —esta vez mucho más pequeño— hará saltar esquirlas que serán recogidas por el propio dispositivo e introducidas en una pequeña cápsula. Luego, el Hayabusa 2 emprenderá regreso a la Tierra adonde, si todo va bien, deberá llegar el año 2020. La cápsula caerá con paracaídas en los desiertos de Australia, donde los técnicos japoneses estarán esperando su llegada.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa).

Leer libros de ciencia no solo sirve para aprender ciencia

Aprender ciencia no solo sirve para saber de ciencia. Si se leen los libros de ciencia adecuados, incluso se puede hacer otra cosa: aprender a pensar científicamente
Lo que te permite, además, tomarte un café con las personas más interesantes y estimulantes del planeta.

Libros de ciencia

Los libros siempre me han parecido la destilación más pura y quintaesenciada del pensamiento humano. Por eso somos muchos los que preferimos conocer los libros antes que los autores que hay detrás. Porque los libros no acostumbran a ser la transcripción de un monólogo interior del autor sino el resultado de mil golpes sobre el yunque de las ideas para moldear un discurso coherente con una prosa atractiva. 
De esta forma, no interactúas con el autor, sino con su mente depurada, químicamente pura, ajena al arbitrio, la improvisación y las azarosas circunstancias de las interacciones en tiempo real.
Algo similar a lo que le sucede a la protagonosta de Una lectora nada común, de Alan Bennett, donde se plantea la divertida hipótesis de que la reina Isabel II de Inglaterra de repente es sacudida por una fuerte afición a la lectura: "La reina no tardó en llegar a la conclusión de que probablemente lo mejor era conocer a los escritores en las páginas de sus novelas, y más bien como productos de la imaginación del lector, al igual que los personajes de sus libros".
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Por eso me gusta pensar en algunos libros de ciencia como si fueran una persona, y no solo una publicación. Una persona llena de neuronas activísimas (sus autores). El ideal de persona con el que me gustaría tomar un café cada tarde.
Si admitimos esta fantasía, que un libro de ciencia es un ideal de interlocutor y la cafetería es el locus amoenus de las ideas, entonces no solo aprendes cosas nuevas, sino que aprendes a pensar de formas diferentes. A enfocar los problemas poliédricamente.

Cerebro grande, canal del parto pequeño

Hay un imperativo biológico que puede resumirse así: la evolución darwiniana resolvió que lo óptimo no solo era nacer con un cerebro muy grande sino también desplazarnos en posición bípeda para poder liberar nuestras manos y usarlas para manipular herramientas (viva el dedo oponible). 
Sin embargo, estos dos objetivos colisionan entre sí: si las mujeres son bípedas, el canal del parto es más estrecho, lo que imposibilita que una cabeza tan grande como para albergar un cerebro así vea la luz. La naturaleza encontró entonces un atajo: que naciéramos todos con el cerebro todavía a medio hacer, más pequeño, más inmaduro. Por eso el ser humano es un animal que empieza su vida totalmente desasistido. 
Eso fue un handicap, porque necesitamos ser cuidados por nuestros padres hasta que nuestro cerebro madure. Pero también nos dio una ventaja (además de un cerebro más grande y una posición bípeda que liberó nuestras manos): las neuronas todavía tenían que conectarse del todo entre sí, y ya nacidos, interactuando con nuestro alrededor, las neuronas se conectaban así o asá en función de esa interacción.
Por esa razón, factores como el tipo de crianza, cultura, educación y lenguaje tienen un impacto tan decisivo en la conformación de un cerebro humano: porque se forma a medida que vive, a diferencia del otros mamíferos que ya nacen con unos programas preinstalados que les permiten sobrevivir a su entorno sin tal grado de crianza, cultura, educación y lenguaje. 
Esos años de formación son tan cerebros que si se aprende un idioma, por ejemplo, ése se hablará siempre con más fluidez que cualquiera que se aprenda más tarde, y ya no digamos si queremos expresarnos con un acento nativo. De igual forma, si en esa primera etapa no se aprende ningún idioma, jamás seremos capaces de hablar fluidamente ninguno.
En otras palabras, durante esa etapa en la que ya hemos nacido pero no hemos nacido del todo, en el que nuestro cerebro todavía está creciendo de tamaño a gran velocidad y conecta las millones de rutas sinapticas, somos casi tan adaptables como una masa de arcilla. Después de esa estapa, los cambios en nuestras estructuras de pensamiento siempre serán más lentas, superficiales y difíciles de llevar a cabo.
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Por eso leyendo determinados lbiros podemos darle al contador a cero, al menos en parte. Para volver a ser jóvenes y lozanos. Para estar dispuestos a conectar de nuevo las neuronas de formas diferentes en función del contexto. Como recién nacidos
Así, cambiando, conservándonos permanentemente jóvenes, podemos lograr que esta miríada de neuronas que se han unido para conformar al individuo se exprese con arreglo a las siguientes directrices, cual Robocop científico:
  • Ser inteligente, pero no necesariamente brillante en el sentido de que permanece siempre en lo alto de una atalaya intelectual o un caballo blanco moral. 
  • Alta competencia artimética, en el sentido de que está cómodo realizando estimaciones.
  • Tener rasgos de personalidad que los psicólogos denominan "apertura a la experiencia" (curiosidad intelectual y gusto por la variedad), "necesidad de cognición" (placer producido por la actividad intelectual) y "complejidad integradora" (valoración de la incertidumbre y visión de las múltiples caras), amén de placer estético por las cosas bien hechas y por las buenas historias.
  • Ser antimpulsivo y desconfía de su primera corazonada.
  • No ser ni de izquierdas ni de derechas, porque ambos extremos son necesarios para vigilarse mutuamente y evitar los excesos, y así mantener el fiel de la balanza donde convenga según las circunstancias.
  • No ser necesariamente humilde en cuanto a las capacidades, pero sí en lo que atañe a sus creencias concretas, que son más hipótesis que tesoros que deben defenderse de los ataques ajenos.
  • Ser consciente de los puntos ciegos cognitivos como los sesgos de disponibilidad y de confirmación, y se disciplina en sortearlos.
Estos libros, pues, son los amigos que nos empujan a que nosotros también cambiemos, ya sea con ellos o en oposición a ellos. Cualquier cosa es preferible al anquilosamiento
Por eso, me gusta imaginar que hay libros que son como una persona, y que muchas tardes tomo café con ella. Y mantiene una suerte de tensión galvánica en mi mentalidad, antes de que sea demasiado viejo y resabiado.

Sergio Parra para Xataka

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Genoma ¿y qué?

Espigas de trigo.
Espigas de trigo. DOMINIK BARTSCH
Este verano hemos conocido los genomas del trigo y de la adormidera, dos plantas esenciales para la alimentación y la medicina. Lo lógico es preguntarse, como ha hecho cualquier lector culto, para qué sirve eso. Es una buena pregunta, y puedes empezar a entender sus implicaciones, y los ángulos poliédricos de su respuesta, en un artículo de Materia. Así es este negocio, queridos lectores. Uno cree saber algo y la realidad le cruje todos los flecos incorrectos, le estimula a superarlos y ofrece un paisaje que se extiende mucho más allá de nuestra provincia cognitiva. El mundo real es siempre el tribunal que juzga nuestras propuestas y por lo general las descarta. Así es la vida del científico. Así es la historia del conocimiento.
Un genoma es una herramienta para la investigación biológica y biomédica, y puede incrementar en varios órdenes de magnitud la velocidad del trabajo
El ganador de la carrera de los genomas no fue Francis Collins, entonces director del proyecto genoma público, ni Craig Venter, el pionero privado que compitió con ellos, y que seguramente les ganó por ingenio y resultados. El verdadero ganador fue un gusano, Caenorhabditis elegans, y el genio que lo había convertido en uno de los grandes sistemas modelo de la biología humana, junto a las ya entonces clásicas moscas y ratones: Sydney Brenner. Sydney, un niño analfabeto de un suburbio de Johannesburgo, hijo de un inmigrante zapatero más pobre que las ratas; Sydney, al que una maestra sacó de la miseria y transformó, en el gran marco de las cosas, en un premio Nobel que no habría existido sin ella.

En 1998, poco después de que se presentara el genoma del gusano, el primer genoma de un animal, tuve la oportunidad de preguntarle a Brenner;
–En el momento en que el genoma del gusano fue secuenciado por completo, ¿qué supimos que no supiéramos ya un minuto antes?
–La genética clásica –respondió Brenner, que todavía no era premio Nobel— solo puede encontrar un gen normal cuando existe una versión anormal de ese gen; pero hay montones de genes para los que no hay mutantes, y la única forma de encontrarlos es describir el genoma completo. Solo ahora sabemos cuál es el número total de genes del gusano. Eso es lo que no sabíamos un minuto antes.
Tres años después, cuando se presentó en Washington el genoma humano, todos los periódicos de referencia nos volcamos en ello con aperturas en primera y grandes despliegues en páginas interiores. La ocasión lo merecía, pero la pura verdad es que aquel día no había noticia. El más destroyer fue el muy respetable y conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, que publicó en un cuadernillo central la secuencia de un brazo cromosómico de nuestra especie (gattacca… y así hasta un millón de letras del ADN, las bases a, g, t, c).
Pero es ahora, quince o veinte años después, cuando aquel texto del periódico alemán ha revelado su utilidad. Un genoma es una herramienta para la investigación biológica y biomédica, y puede incrementar en varios órdenes de magnitud la velocidad del trabajo. Puesto que los genomas no solo codifican nuestra naturaleza, sino también nuestra diversidad, sería ingenuo esperar que fueran simples. Pero conocerlos nos da una ventaja capital. Seguid atentos.

¿Cómo pudo la vida pasar de simples células a los animales complejos de hoy?

Al principio todo eran células. Bacterias y otros organismos unicelulares que, durante más de 3.000 millones de años, desde el momento mismo en que la vida surgió en nuestro planeta, fueron los únicos habitantes de la Tierra. Hoy, sin embargo, el mundo está poblado por miles y miles de especies diferentes. Especies de criaturas "multicelulares", complejos conjuntos de millones de células organizadas que dan forma a la multitud de organismos que en la actualidad prosperan en el planeta, tanto por tierra como por mar y aire. Y aunque las bacterias siguen (y seguirán) existiendo, incluso después de que nosotros hayamos desaparecido, todas las elaboradas especies "nuevas" que podemos ver hoy en día responden apenas a unos pocos (entre 30 y 40) diseños anatómicos diferentes.
¿Cómo y cuándo surgieron exactamente esos diseños? ¿Qué clase de mecanismos biológicos consiguieron dar el paso de simples células a seres tan complejos como los humanos, los caballos, las almejas o los tiburones? ¿Surgieron esos planes corporales de los animales a partir de lentos cambios graduales a lo largo de cientos de millones de años, como sugirió Darwin, o todos esos diseños fueron fruto de un episodio explosivo de diversificación durante el Cámbrico, hace unos 500 millones de años? La cuestión lleva décadas en el centro del debate científico, tanto por lo que respecta a la velocidad de esos cambios evolutivos, como sobre los mecanismos mediante los cuales esos cambios llegaron a producirse.
Ahora, y por primera vez, un estudio realizado por un equipo internacional de investigadores y liderado por científicos de la Universidad de Bristol, ha conseguido resolver el misterio y revelar el origen de los "planes corporales" de los animales. Los resultados acaban de publicarse en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Los investigadores abordaron la cuestión recopilando de forma exhaustiva la presencia o la ausencia de miles de características anatómicas diferentes de todos los grupos de animales vivos en la actualidad.
"Eso nos permitió -explica Philip Donoghue, de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Bristol- crear un 'catálogo de formas' para los planes corporales de los animales, cuantificando sus similitudes y diferencias. Nuestros resultados muestran que el cambio evolutivo fundamental no se limitó a un estallido temprano de experimentación evolutiva. Al contrario, los diseños de los animales han seguido evolucionando hasta nuestros días, aunque no gradualmente, como predijo Darwin, sino de manera intermitente, a lo largo de toda su historia evolutiva".

Seres estrafalarios

"Nuestros resultados son importantes -añade Bradley Deline, de la Universidad de West Georgia y coautor del estudio- porque resaltan los patrones y las vías a través de las que evolucionaron los diferentes planes corporales de los animales del presente. Por otro lado, las principales expansiones en las formas de los animales después del Cámbrico se alinean con otras transiciones ecológicas importantes, como la exploración de la Tierra". De hecho, todos los animales existentes antes del Cámbrico eran marinos, y fue precisamente durante ese periodo cuando las primeras criaturas empezaron a salir del mar y poblar la tierra firme.
"Muchos de los animales con los que estamos familiarizados hoy en día -prosigue Deline- son objetivamente estrafalarios en comparación con las maravillas del Cámbrico. Francamente, las mariposas y las aves son más extrañas que cualquier cosa que nadara en el antiguo mar".
Los investigadores completaron su estudio incluyendo también fósiles de animales desaparecidos y las secuencias genéticas relacionadas con cada rasgo en particular, lo que ayudó a rastrear, mediante complejas simulaciones informáticas, los orígenes de cada rasgo anatómico actual.
Por supuesto, el trabajo no es exhaustivo, pero allana el camino para futuras investigaciones que puedan afinar los resultados y terminar de explicar la forma en que la vida consiguió abrirse paso y evolucionar en nuestra vieja y amada Tierra.
Fósil de Trilobite, uno de los primeros grupos de animales aparecidos en la Tierra, durante el periodo Cámbrico
Fósil de Trilobite, uno de los primeros grupos de animales aparecidos en la Tierra, durante el periodo Cámbrico - Jakob Vinther, Universidad de Bristol
Jose Manuel Nieves

Los espejos de Arquímedes

Pintura de Giulio Parigi representando el incendio de una nave romana utilizando un espejo ustorio durante el sitio de Siracusa (Galería de los Uffizi, Florencia).
Pintura de Giulio Parigi representando el incendio de una nave romana utilizando un espejo ustorio durante el sitio de Siracusa (Galería de los Uffizi, Florencia). GALERÍA DE LOS UFFIZI
Plutarco.
Plutarco.
Hay una historia que cuenta Luciano de Samósata en la que Arquímedes, valiéndose del uso de espejos ustorios, quema las naves del general romano Marcelo. Parece ser que el ingenio de Arquímedes sembró el terror y la paranoia entre los soldados romanos y que cada vez que estos veían una cuerda o una viga desnuda, asociaban su imagen con un arma mortífera, fruto de la inventiva del científico griego. No era para menos.
Sin ir más lejos, Plutarco nos cuenta que Arquímedes empleó su ingenio para hundir barcos con toda suerte de proyectiles lanzados por máquinarias que fueron trabajadas a base de palancas y poleas. A decir de Plutarco, eran máquinas que Arquímedes “había diseñado e inventado como simples pasatiempos de geometría; de conformidad con el deseo y demanda del rey Hierón”. Con todo, Plutarco no hace alusión alguna al uso de espejos inflamables que incendiasen los navíos aprovechando la luz solar.

De igual manera, tampoco se hace alusión a los espejos ustorios en los escritos de Plinio el viejo o de Tito Livio, por lo cual, se ha supuesto que la historia de los espejos no es más que una fábula, producto de la mente fantástica de Luciano de Samósata, maestro de la sátira al que se le suele citar como el padre de la ciencia ficción.
A lo largo y ancho de la historia, el uso de los espejos inflamables por parte de Arquímedes ha sido puesto en duda por algunos hombres de ciencia, dando lugar a una extensa disputa que llega hasta nuestros días. Vamos a hacer la relación de experimentos empezando por Athanasius Kircher, que fue un jesuita alemán de espíritu enciclopédico.
Athanasius Kircher.
Athanasius Kircher.
Reconocido como uno de los científicos más importantes de la época barroca, Kircher se empeñó en demostrar que la historia que narraba Luciano de Samósata referida a Arquímedes era cierta y que Arquímedes incendió las naves de Marcelo con ayuda de los espejos inflamables. Para ello Kircher fue hasta Siracusa y demostró, con ayuda de cinco espejos, que se podía obtener una temperatura lo suficientemente alta para quemar las naves a una distancia de sólo treinta pasos.
Años después, en 1637, Descartes viene a decirnos en su Dióptrica algo así como que sólo los ignorantes pueden creer estas cosas pues quemar un barco a distancia con ayuda de espejos es materialmente imposible. Pero el Conde de Buffon, mostrando afinidad a la polémica, se empeñó en evidenciar lo contrario. Aprovechándose de su cargo como director de Le Jardin du Roi en Paris, el Conde de Buffon instaló un espejo ustorio gigante, consiguiendo que ardiera un leño situado a más de cincuenta metros. Posteriormente repitió el experimento y quemó una casa entera.
Ya en el siglo pasado, en 1973, el ingeniero griego Ioanis Sakka utilizaría como espejos una réplica de los escudos griegos utilizados en la segunda guerra púnica y que recubrió con una capa de bronce. Situándolos a cincuenta metros de distancia, consiguió incendiar la maqueta de una nave griega. Pero en 1977, el físico y matemático británico Dennis L. Sims , apoyándose en los trabajos de la British Fire Station acerca de la cantidad de energía suficiente para quemar una madera, demostró en un artículo que Arquímedes no poseía los medios para construir espejos que concentrasen la energía solar con finalidad bélica.
El asunto de los espejos de Arquímedes no acabaría aquí pues, llegando hasta nuestro siglo, un grupo de estudiantes del Instituto tecnológico de Massachusetts, en el año 2005, experimentaría de nuevo con espejos, proyectando la luz solar sobre la maqueta de un barco de la cual brotaron las llamas sólo en una parte. El incendio se consiguió cuando el barco estuvo inmóvil alrededor de diez minutos, lo que viene a demostrar que fue imposible que Arquímedes utilizase los citados espejos.
Con todo, la interpretación de los hechos acontecidos en Siracusa va a ser lo único que resuelva las contradicciones entre lo fabuloso y lo real. Por ello, llegados aquí, es fácil interpretar que, gracias al ingenio de Arquímedes, se acabaron quemando las naves de Marcelo con flechas de llamas o bolas de fuego lanzadas por ingeniosas maquinarias iguales a las que contaba Plutarco y que además de hundir los barcos, los incendiaban

En la física cuántica... ¿fue antes el huevo o la gallina?

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Esta paradoja que muestra lo difícil que es determinar la causa y el efecto se remonta a la antigua Grecia, pero tiene su propia lectura en la física cuántica. Un equipo de físicos de la Universidad de Queensland (Australia) y el Instituto Néel en Grenoble (Francia) ha demostrado que, en el mundo de lo pequeño, tanto el huevo como la gallina son los primeros. La conclusión puede ser extravagante, pero entre las partículas nada es lo que parece y las cosas tienen su propia lógica
Según Jacqui Romero, del Centro de Excelencia de ARC para Sistemas de Ingeniería Cuántica, en la física cuántica, causa y efecto no siempre es tan sencillo como un evento que causa otro. «La rareza de la mecánica cuántica significa que los eventos pueden suceder sin un orden establecido», explica.
«Tome el ejemplo de su viaje diario al trabajo, donde viaja en parte en autobús y otra parte en tren. Normalmente, cogerías el autobús y luego el tren, o al revés. Pero en nuestro experimento, ambos eventos pueden ocurrir primero», añade la investigadora. Esto se llama «orden causal indefinido» y, probablemente para nuestro beneficio, no es algo que podamos observar en nuestra vida cotidiana.
Para observar este efecto en el laboratorio, los investigadores usaron una configuración llamada interruptor cuántico fotónico, descrito en la revista Physical Reviews Letters. Con este dispositivo, el orden de los eventos (transformaciones en la forma de la luz) depende de la polarización. «Al medir la polarización de los fotones a la salida del interruptor cuántico, pudimos mostrar que el orden de las transformaciones en la forma de la luz no estaba establecido», afirma Fabio Costa, de la Universidad de Queensland.
Según explican los investigadores en un comunicado, esta es solo una primera prueba del principio, pero a una escala mayor, el orden causal indefinido puede tener aplicaciones prácticas reales, como «hacer computadoras más eficientes o mejorar la comunicación».

Hallado el primer tiburón omnívoro

El tiburón cabeza de pala (Sphyrna tiburo), pariente de los tiburones martillo, es abundante en todo el litoral americano y es conocido por comer otros peces, gambas, cangrejos y caracoles. Hasta ahora se pensaba que mantenía una dieta alta en proteínas y que de forma casual comía también vegetales cuando cazaba.
Sin embargo, un equipo de científicos de la Universidad de California en Irvine y de la Universidad Internacional de Florida (ambas en EE UU), revela que este escualo, de menos de un metro de largo, consume grandes cantidades de algas marinas de manera voluntaria. En total, hasta un 62,1% de su dieta está compuesta por plantas.
Los científicos, liderados por Samantha Leigh, de la universidad californiana, comprobaron si estos tiburones no solo consumen las algas, sino si también pueden digerirlas y asimilar los nutrientes de estas plantas marinas. Para ello, los investigadores realizaron un experimento en un acuario especial con cinco ejemplares que capturaron.
Un experimento con dieta vegetariana 
A los animales se les sometió durante tres semanas a una dieta compuesta en un 90% de algas y un 10% de calamares. “Se usaron análisis de digestibilidad, de enzimas digestivas y de isótopos estables para determinar la capacidad de este tiburón de digerir y asimilar el material vegetal”, señalan los autores en su estudio, publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B.
Al no tener dientes adaptados a la masticación de las algas, los científicos detectaron ácidos estomacales fuertes para descomponer las células de las plantas.
Los resultados demostraron además que los tiburones asimilaban el carbono de las algas marinas, y que por lo tanto digerían estas plantas con una eficiencia moderada: más del 50% de la materia orgánica de las algas fue digerida por los tiburones.
“Esto tiene implicaciones ecológicas”, recalcan los expertos. Para la gestión de estos frágiles ecosistemas marinos se tendrá que añadir un factor más: unos tiburones omnívoros.
La investigadora Samantha Leigh sosteniendo a un tiburón cabeza de pala durante los experimentos. / Yannis P. Papstamatiou/University of California Irvine
Referencia bibliográfica:
Samantha C. Leigh, Yannis P. Papastamatiou, Donovan P. German. “Seagrass digestion by a notorious ‘carnivore” Proceedings of the Royal Society B 5 de septiembre de 2018