domingo, 11 de febrero de 2018

La perspectiva de género en ciencia

La inclusión de la perspectiva de género en ciencia conjuga dos facetas: la de considerar el número, la posición y la trayectoria de las mujeres que hacen ciencia (las mujeres como sujeto científico activo); y la que examinaría cómo contempla la ciencia a las mujeres en tanto que objeto científico. No entraremos en el primer aspecto, que ya ha sido analizado en esta revista en numerosas ocasiones. Nos centraremos en el segundo, aplicando la perspectiva de género al contenido mismo de la actividad científica, en la medida en que esta involucra a las mujeres como objeto de la ciencia.
El predominio histórico masculino ha convertido en arquetipo de ser humano al hombre, al varón. Es lo que se conoce como androcentrismo. La ciencia no ha sido ajena a esa visión androcéntrica del mundo: en todos aquellos campos en los que se han estudiado seres humanos, casi se ha estudiado solo a hombres; y se ha hecho desde una perspectiva masculinista, esto es, se han tomado sus características como universales de la especie. En contraste, cuando la ciencia ha incluido a las mujeres como objeto de estudio, lo ha hecho casi siempre para poner en evidencia sus supuestas diferencias con los hombres, sobre todo, aquellas relativas a la reproducción.
Introducir la perspectiva de género supone, ante todo, que la ciencia deje de focalizar su mirada en los hombres y la amplíe a lo que realmente existe: mujeres, hombres, tipos de mujeres y de hombres, seres no dicotómicos, etcétera. Supone que se controlen los sesgos propios de quienes hacen, financian y gestionan la ciencia (mayoritariamente hombres, blancos, occidentales, de posición social acomodada, o mujeres y hombres forzados a imitar esta tipología).
La perspectiva de género en ciencia entraña, por tanto, la adaptación de la ciencia a las mujeres, más allá de la imprescindible adaptación de las condiciones estructurales del trabajo científico. Implica un cambio epistemológico por el que la ciencia aplicada o básica, y cualquier área de estas, incluyan de forma integral y transversal a las mujeres como una parte del objeto de estudio y de manera equivalente a los hombres: con su variabilidad, sus experiencias y sus demandas; y debe, asimismo, considerar los potenciales efectos diferenciales que sobre las mujeres pueda tener cualquier investigación.
Un proceso de investigación típico pasa por varias fases en las que, si no se presta especial atención, se producen sesgos de género. Estos, en los casos más extremos, pueden costar la vida a las mujeres (como en las enfermedades cardíacas diagnosticadas a partir de síntomas habituales en los hombres, pero menos frecuentes en las mujeres [véase «Una medicina adaptada a las mujeres», por Marcia L. Stefanick, en este mismo número]). En casos menos llamativos, tales sesgos perpetúan el predominio masculino propio de nuestras sociedades (las mujeres, o se adaptan a las expectativas derivadas de los estereotipos, o resultan patologizadas o inferiorizadas).
La ciencia con perspectiva de género debería descubrir los sesgos más frecuentes en la tarea científica propiamente dicha para poderlos corregir. Un sesgo habitual se produce a la hora de elegir el tema de investigación; este suele venir dictado por las agencias financiadoras, que, como el resto del mundo científico, apenas han mostrado interés por las mujeres como sujeto científico.
Otro sesgo frecuente se da cuando se plantean las hipótesis de trabajo: las mujeres y los hombres son concebidos como iguales ante la ciencia, sin reconocerse que hay unas relaciones de poder entre géneros que hacen que la situación de las mujeres, de partida, no sea asimilable a la de los hombres.
Además, en los estudios sobre seres humanos, la selección de la muestra debe ser especialmente matizada. No solo hay que evitar la consideración de los hombres como arquetipo, sino que debe también huirse de dicotomías exhaustivas (mujer/hombre) que excluirían otras posibilidades tal vez minoritarias pero reales; tampoco cabe ignorar la variabilidad que existe dentro de cada sexo o género.
Por último, hay que tener en cuenta la técnica de observación y de análisis de los datos; en el caso de las diferencias de sexo o género, contemplar la covarianza con otras variables puede reducir notablemente los sesgos reduccionistas de género y favorecer un análisis más neutral.
Todas estas cautelas no evitarán una ciencia totalmente libre de sesgos de género, puesto que no hay que olvidar que hacemos la ciencia que está al alcance de nuestros determinantes sociales. Pero, al menos, tendremos una ciencia más «desgenerada».
Capitolina Diez-Martinez

Ciencia y mujeres

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Se supone que el sexo es simple, al menos a nivel genético. La explicación biológica de los libros de texto viene a ser X + X = ♀ y X + Y = ♂ . Venus o Marte. Rosa o azul. Pero a medida que la ciencia lo observa más detenidamente, va quedando claro que un par de cromosomas no siempre bastan para distinguir si una persona es chica o chico, ni desde el punto de vista del sexo (los rasgos biológicos) ni en lo que se refiere al género (la identidad social).
En el campo cultural, ese cambio de perspectiva se ha adoptado ya de forma amplia. Las definiciones no binarias del género (transfemenina, genderqueerhijra) han ido entrando en las lenguas comunes. Menos visibles quizá son los cambios que se están produciendo en las ciencias biológicas. El marco conceptual que se va constituyendo acerca de qué denota el «ser chica» o el «ser chico» descubre la participación de una compleja red génica, y parece que el proceso se extiende mucho más allá de ese momento específico, durante la sexta semana de gestación, cuando las gónadas empiezan a formarse.
En diversa medida, muchos de nosotros somos un híbrido en un continuo macho-hembra. Unos investigadores encontraron células XY en una mujer de 94 años de edad; unos cirujanos, un útero en un hombre de 70 que había sido padre cuatro veces. Nuevos indicios hacen pensar que el cerebro es un mosaico de tipos celulares, algunos más yin, otros adentrados de la escala yang.
Estos hallazgos entrañan consecuencias de largo alcance, más allá de la necesidad de actualizar los libros de texto de biología. Inciden particularmente en la identidad personal, la salud y el bienestar económico de las mujeres. Y es así porque las discusiones sobre las diferencias biológicas innatas entre los sexos persisten aun bien dejado atrás el momento en que deberían haber pasado a mejor vida. Como enseña este número monográfico de Investigación y Ciencia, las desigualdades de género perduran bien entrado el siglo XXI.
Por fortuna, la situación ha mejorado. En el mundo, se trate de países ricos o de países pobres, las mujeres han dado grandes pasos en la educación y la salud reproductiva y han ido ocupando más cargos con capacidad de decisión. Pero no es suficiente. Persisten barreras económicas que les impiden acceder al capital y al mercado laboral, que las privan de un sueldo decente en los trabajos que sí encuentran. Hay también que dedicar más esfuerzo a investigar cómo afectan de modo diferente las enfermedades a cada sexo, así como a adaptar los tratamientos médicos a las necesidades de las mujeres. Para que prospere un mundo interconectado, ellas deben contar con un empoderamiento mayor para aguantar su mitad de los cielos, una cuestión a la que debería prestarse tanta atención como al cambio climático y al control de las armas nucleares.
El cambio continuará solo si las instituciones que cuentan siguen abiertas a él. El bienestar de las mujeres ha de ser visto como un asunto relevante para la humanidad entera. Confiamos en que la nueva ciencia del sexo y del género ayudará a moldear la percepción pública y las medidas políticas necesarias para avanzar hacia un escenario de plena igualdad.

1. Hombres promiscuos, mujeres castas y otros mitos,
por Cordelia Fine y Mark A. Elgar
2. Más allá de XX y XYpor Amanda Montañez
3. ¿Existe un cerebro femenino?, por Lydia Denworth
4. Estrés: Diferencias entre sexospor Debra A. Bangasser
5. Niños transgéneropor Kristina R. Olson
6. La perspectiva de género en ciencia, por Capitolina Díaz
7. Una medicina adaptada a las mujerespor Marcia L. Stefanick
8. Atención a las diferenciaspor Amanda Montañez
9. La marginación económica de las mujeres,
por Ana L. Revenga y Ana María Muñoz Boudet
10. Las brechas de género en el mercado laboral,
por J. Ignacio Conde-Ruiz e Ignacio Marra
11. El retorno de las hijas desaparecidaspor Monica Das Gupta
12. La mujer que salvó el planetapor Jen Schwartz

Entrevista con la Dra. Elvira Brattico

La Dra. Elvira Brattico dio una charla este martes en la Unidad de Investigación Cognitiva del Cerebro, de la Universidad de Helsinki, donde trabajo como investigadora postdoctoral. Con motivo de su visita, aprovechamos para realizar la primera de una serie de entrevistas a mujeres líderes en neurociencia de la música que iré publicando periódicamente en El arte de las Musas. Al final de la entrevista podéis encontrar la versión original en inglés.
P: Hola Elvira, en primer lugar muchas gracias por tu tiempo. Parece que la Universidad de Helsinki te trae bastantes recuerdos. ¿Podrías contarme brevemente cuál ha sido tu trayectoria investigadora?
R: Mi carrera empezó a mediados de los noventa con tres títulos, todos obtenidos en Italia con la máxima nota: Diploma en Interpretación de Piano (Conservatorio de Bari, 1993), Máster en Filosofía (incluyendo estudios en Epistemología, Lógica, Psicología y Humanidades; Universidad de Bari, 1996) y un postgrado en Educación Especial (Centro Socio-Pedagógico Toscano, Pistoia, 1998). Durante esos años, tuve la oportunidad de participar en conferencias en Europa y conocer a investigadores como Isabelle Peretz, Mari Tervaniemi y Karl H. Pribram que me inspiraron para realizar estudios en Neurociencia Cognitiva. Para perseguir este sueño, busqué becas individuales para estudios en el extranjero y obtuve una de la Universidad de Palermo y otra del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia. A mediados de 1998, las becas obtenidas me permitieron empezar mi aventura en la Universidad de Helsinki en Finlandia, con la que mantengo vínculos muy estrechos en el presente. Tras años de estudios (en Neurociencia, Psicología Experimental y Métodos de Investigación del Cerebro) y trabajo (como asesora científica de neurofisiología) en universidades y hospitales en Finlandia, Canadá e Italia, en enero de 2007 finalmente obtuve un doctorado en Psicología en la Universidad de Helsinki (área principal, Neurociencia Cognitiva; área secundaria, Métodos de Investigación del Cerebro). Poco después, en 2007-09, trabajé como investigadora postdoctoral dentro del Proyecto "Afinando tu cerebro para la música" ("BrainTuning", del acrónimo en inglés) de la Comisión Europea de Investigación (ERC, de las siglas en inglés). De 2009 hasta 2013, contribuí a fundar el Centro Finés de Excelencia en Investigación Interdisciplinar de la Música, con patrocinio de la Academia de Finlandia, y dirigí su módulo de Estética. A continuación trabajé para el Departamento de Ingeniería Biomédica y Ciencia Computacional en Aalto, Espoo, Finlandia, y en el Colegio de Helsinki para Estudios Avanzados, en la Universidad de Helsinki, antes de trasladarme a Dinamarca en 2015. Aquí conseguí una posición de profesora en Neurociencia y he contribuido a fundar el centro de excelencia Música en el Cerebro (MIB, de las siglas en inglés) de la Fundación de Investigación Nacional Danesa. Mis principales intereses de investigación comprenden neuroplasticidad, neuroestética y diferencias individuales en audición usando metodologías innovadoras y multimodales.
P: ¿Qué fue lo primero que te hizo interesarte por las emociones inducidas por la música y la neuroestética?
R: Como suele ocurrir, mi interés en la investigación de las emociones musicales tiene su origen en la experiencia personal. La música me emociona profundamente y recuerdo de forma vívida la fuerte experiencia que tuve cuando era una niña de seis años al escuchar el "Rondo alla turca" de W. A. Mozart en la tv. Quedé tan impresionada y fascinada que tomé la decision de aprender a tocarlo en el piano. En mi caso, quizá de forma similar a los aspirantes a músicos, el simple acto de escuchar música no era suficiente; necesitaba recrear esas emociones en mi propio cuerpo y mente. Interpretar música te permite moldear emociones con las que te relacionas, con las que te sientes identificada, y así pasan a ser completamente tuyas. Al mismo tiempo te da cierto poder sobre el oyente. De la misma manera sucede con otras artes escénicas: la recompensa del artista es la respuesta emocional de la audiencia, en una constante comunicación expresiva y mutua interacción. Más tarde, en los años en los que todavía me esforzaba por convertirme en concertista clásica de piano pude experimentar en mí misma este tipo de recompensa estética. En mi segunda vida como investigadora, primero me centré en los fundamentos de la percepción musical, particularmente del tono y después abordé cuestiones relacionadas con las emociones, especialmente en músicos, con la convicción de que la teoría dominante en la historia de la psicología y neurociencia de una aproximación analítica y no emocional de los músicos a la música no podía ser cierta. En este sentido, el estudio de las emociones musicales dentro del marco de la estética podría ser más apropiado para explicar las experiencias de recompensa que los músicos experimentan cuando tocan o escuchan música, y que suelen ser la razón por la que deciden convertirse en músicos antes que nada (como me ocurrió a mí). Estudiar la experiencia estética en su totalidad implica no restringir el estudio a la percepción o la emoción sino extenderla también al disfrute, la recompensa y la evaluación. Bajo este marco neuroestético, es posible identificar si las repetidas respuestas de recompensa a la música pueden tener un impacto en el cerebro del músico. Este conocimiento tiene el potencial también de poder ayudarnos a entender las experiencias estéticas a la música en la población general y, posiblemente, fomentar políticas que apoyen a las artes, la cultura y la música como fuentes de muchos efectos beneficiosos para la felicidad y bienestar humanos (lo que se conoce como eudemonia).
P: En 2015, publicaste junto con tus colegas un artículo en la revista Frontiers of Human Neuroscience titulado: "Regulación emocional adaptativa y maladaptativa a través de la música: un estudio conductual y de neuroimagen en hombres y mujeres". ¿Hay pruebas de que los hombres y las mujeres usen diferentes estrategias de escuchar música para regular sus emociones? ¿Podrías explicarnos un poco lo que implica la disociación en la actividad de la corteza media prefrontal (mPFC, de las siglas en inglés) y si opinas que esto podría ser debido a diferencias de género o más bien a diferencias individuales en general?
R: De hecho, este artículo fue la primera prueba de una diferencia cualitativa en cómo mujeres y hombres usan la música en su vida diaria y cómo este uso puede tener un impacto a largo plazo en su salud mental. La música es una forma de autocuidado emocional. Sin embargo, nos dimos cuenta de que entre las diferentes estrategias de escucha, había una que no ayudaba: Descarga -usar la música para expresar emociones negativas-, ya que correlacionaba con altos niveles de ansiedad y neuroticismo en todos los participantes, pero sobre todo en hombres. Además, los datos de neuroimagen revelaron que aquellos hombres que usaban más la estrategia de descarga mostraban una actividad reducida en la mPFC durante una tarea que implicaba escuchar música con carga emocional. Este resultado recuerda a lo que ocurre durante la rumiación, que se sabe que es una estrategia maladaptativa caracterizada por pensamientos negativos compulsivos y está asociada con depresión. Cabe destacar que la hipoactivadad en mPFC ha sido asociada con depresión incluyendo casos subclínicos y en remisión. En cambio, en las mujeres, que preferían una estrategia de distracción (de pensamientos negativos), la mPFC estaba más activa durante la escucha de música, lo que apoya una interpretación de la distracción como una estrategia saludable para regular nuestro estado de ánimo con la música en la vida diaria.
P: Se ha visto que la música induce la liberación de dopamina en el sistema de recompensa, en concreto el estriado. ¿Crees que las personas podrían volverse adictas a la música?
R: Podríamos llamar adicción a la dependencia que tienen algunos individuos de la música. Recuerdo que cuando era una pianista clásica en activo, no podía imaginarme a mí misma lejos del instrumento, incluso planeaba mis vacaciones de forma que no parara de tocar más que unos pocos días seguidos. Para períodos más largos, incluso alquilaba un piano. Esto es algo común entre los músicos profesionales hasta donde sé. Sin embargo, esta forma de adicción probablemente no está relacionada con la adicción farmacológica a sustancias. Que yo sepa no hay síntomas de abstinencia asociados con la falta de música. Sin embargo, este tema merece ser investigado. Una vez intenté iniciar una investigación relacionada pero me resultó difícil convencer a los músicos de permanecer sin música por el bien del experimento sin que esto les causara demasiadas incomodidades...
P: ¿En qué estás trabajando en este momento?
R: Desde que empecé a trabajar en el centro de Música en el Cerebro (MIB) en Aarhus (Dinamarca), he estado involucrada en varios estudios de neurociencia mientras trabajaba a la vez en una gran base de datos que recabé en Helsinki con mi equipo de allí. En esos estudios, nos preguntábamos acerca de los mecanismos neurales responsables de la audición en general y de la música en particular. Además, estudio cómo los sonidos, como el ruido y la música, pueden afectar al bienestar en nuestra esperanza de vida y cómo este efecto varía entre individuos en función de la biografía o la biología. Por ejemplo, en un estudio de neuroimagen estoy mirando cómo los genes que determinan los niveles basales de factores neurotróficos modulan la forma en que nuestro cerebro cambia con el entrenamiento musical. En otro estudio, estoy trabajando en determinar los factores objetivos (acústicos) y subjetivos (relacionados con la persona) que predicen los juicios de belleza de la música y sus correlatos neurales. También podría mencionar una serie de estudios centrados en la identificación de los mecanismos cerebrales de la sensibilidad al ruido, principalmente la aversión individual a sonidos no deseados. Por últimos, los esfuerzos más recientes de mi equipo tienen como finalidad determinar los efectos del entrenamiento musical en niños con una conducta impulsiva.
P: ¿Cuáles son las implicaciones clínicas de tu investigación?
R: Muchas porque la música a través de su capacidad de inducir emociones estéticas constituye un instrumento reconocido en medicina complementaria y alternativa. Se están publicando varias revisiones, por ejemplo, los efectos de la regulación del estado de ánimo en una intervención musical en los síntomas de depresión y agitación en pacientes con demencia, en pacientes con cáncer bajo tratamiento y el efecto analgésico en dolor agudo y crónico. Estos hallazgos, no obstante, deberían ser tratados con precaución, ya que parecen tener un tamaño del efecto pequeño y están caracterizados por una gran variabilidad interindividual. En mi opinión, es de importancia capital identificar las intervenciones basadas en el arte que mejor se adaptan al paciente en función de su personalidad, biografía e incluso repertorio genético.
P: ¿Cómo crees que evolucionará el campo de las emociones inducidas por la música en los próximos años?
R: Esperaría que en el futuro los estudios estén centrados en métodos de neurociencia de redes y más inspirados en neuroestética y neuroeconomía. También tengo la esperanza de que, después de nuestro primer intento de examinar la relación entre el polimorfismo de los genes dopaminérgicos y el ánimo inducido por la música (Quarto et al. 2017 Neuroscience), la investigación seguirá y determinará los orígenes biológicos de las variaciones individuales en las respuestas estéticas a la música.
P: Como investigadora principal en el centro MIB, ¿cuál es tu consejo a las futuras generaciones de mujeres que aspiran a liderar su propio equipo de investigación?
R: Mi consejo es seguir la propia pasión, ya sea por la investigación, la familia o ambos. Para algunas mujeres, formar una familia puede ralentizar su carrera e incluso detenerla. Esto no debe ser considerado como un fracaso. Si la motivación y la pasión por la investigación existen, creo que se sentirán inspiradas a tomar las decisiones correctas. A veces, juegos oportunistas (como estudiantes casándose con profesores influyentes de bastante mayor edad) pueden parecer una forma más conveniente de proceder en la carrera pero a largo plazo conducen a la decepción y la desilusión. Es muy importante aliarse con investigadores senior pero hacer esto deber responder a nuestro propio ímpetu por resolver una cuestión científica más que a seleccionar a un científico y luego tener una cuestión asignada. Solo entonces, cuando asalten las dudas, los años hayan pasado y la motivación inicial se haya desvanecido, será posible mirar atrás con orgullo y sin vergüenza a las razones que te llevaron a donde estás y recargar las pilas para continuar el viaje.
P: El destape reciente de la mala conducta sexual del productor de cine Harvey Weinstein desencadenó el movimiento #MeToo en las redes sociales para denunciar el asedio sexual y desarrollar códigos éticos de conducta e igualdad en el trabajo. Como investigadora principal y mujer, ¿te has encontrado en alguna situación en la que te hayas sentido discriminada por razón de género a lo largo de tu carrera, por ejemplo en lo concerniente a entrevistas de trabajo, pertenencia a juntas, aceptación de artículos revisados por pares, etc.?
R: No puedo decir la hora y el día en que este tipo de discriminación ha ocurrido pero he notado que en algunas ocasiones el género se ha interpuesto en las relaciones con mis colegas. A menudo, mi género se ha recordado de manera positiva, mediante el comportamiento galante de compañeros que se ofrecían a llevar mi cochecito, con cumplidos amables hacia mí y otras colegas mujeres y similares. En otros casos, los cumplidos hacia mí o hacia otras resultaban demasiado invasivos e inapropiados en un contexto profesional y lo he tenido que remarcar a las personas que decían esas palabras inapropiadas. Debería añadir que la cultura desempeña un papel importante en determinar lo que es aceptable en la conducta hacia el género femenino, incluso en un contexto profesional. Normalmente, me he sentido muy bien respetada como mujer en Finlandia y recuerdo quizá solo un colega hombre que se atrevió a decir algo poco delicado hacia mí y otra colega mujer. Pero realmente en el trabajo me parece que en Finlandia los hombres han aprendido a respetar la profesionalidad de otra persona del género opuesto. En Italia, y en cierta medida incluso en Dinamarca, todavía queda trabajo por hacer. Sin embargo, soy optimista al ver que estamos yendo en la buena dirección, especialmente en Dinamarca, donde la racionalidad de la población facilita corregir ciertas impropiedades cuando alguien las señala.
Para finalizar, me gustaría hablar de algo que me parece que no está bien mencionado en el debate actual, que es el hecho de que la discriminación de género muchas veces se produce de mujeres hacia otras mujeres. Las peores acusaciones por razón de género que he tenido hasta este momento de mi vida, han venido de mujeres, independientemente del país o cultura de origen. En algunos casos, a algunas mujeres parece irritarles mucho otras mujeres profesionales con hijos y se vuelven realmente agresivas e insultantes en las relaciones personales e incluso peor, pueden tomar acciones en detrimento de tu carrera. En mi vida, he seguido mis pasiones y curiosidad. Tener una familia está muy separado de mi profesión y no debería marcarla o interferir con ella (aunque debo admitir que me he vuelto más eficiente en mi trabajo cuando me he visto obligada a gestionar el tiempo). No siento que los niños deban ser una ventaja ni una desventaja. En la vida, una simplemente puede ser que los tenga, invierta algún tiempo en criarlos pero también recurriendo a mucha ayuda de familiares (cuando sea posible) y la comunidad. En cierto sentido, los niños son un bien de la sociedad entera y todo el mundo debería sentirse responsable de criarlos adecuadamente contribuyendo a hacer de la sociedad un lugar dignificado y habitable. Así que las palabras y acciones negativas de ciertas personas hacia las mujeres con familia están totalmente fuera de lugar, además de ser injustas.
P: Estoy segura de que recuerdas las declaraciones misóginas del premio Nobel Tim Hunt en la Conferencia Mundial de Periodistas Científicos en Seúl el 8 de junio de 2015: "Déjame decirte una cosa sobre mis problemas con las chicas... tres cosas pueden ocurrir cuando están en el lab...Te enamoras de ellas, ellas se enamoran de ti y cuando las criticas, lloran." ¿Podrías dar un ejemplo de algún quizá más sutil pero aun así inapropiado comentario que hayas recibido en el mundo académico que demuestre este tipo de prejuicios?
R: Como he dicho antes, la mayor parte de mi vida profesional he trabajado en un país donde semejantes comentarios por parte de hombres son muy raros. Sin embargo, en otros lugares, como Italia, me ha ocurrido tan a menudo escuchar comentarios similares que es difícil recordar un caso en concreto. Pero sí que recuerdo un caso de una colaboración con un manuscrito donde un profesor más mayor me estaba tratando como su joven estudiante inexperta dándome órdenes continuamente y encomendándome tareas por debajo de mi formación (e.g. comprobar sus referencias cuando él era el autor principal) a pesar de ser una investigadora senior por aquel entonces y de hecho más experta en el tema que él. En otros casos, personal masculino de la administración me ha pedido realizar tareas administrativas en absoluto relacionadas con mi perfil de trabajo como profesora, lo que me hace sospechar comportamiento sexista en este caso, por no mencionar la machoexplicación, que se ha dado recientemente con algunas de mis estudiantes. Y he escuchado comentarios sobre colegas mujeres relacionados con su tendencia a quedarse embarazadas, lo que encuentro totalmente inapropiado. Diré claramente lo que pienso: quedarse embarazada supone solo unos meses de la carrera profesional y en general no afecta a la calidad del trabajo. Por supuesto, si no hay motivación para hacer la investigación, cualquier suceso de fuerza mayor puede revelar esto, pero lo mismo es para los hombres que para las mujeres. Es más fácil apuntar con el dedo a las mujeres y especialmente a las estudiantes de doctorado, pero baste este ejemplo: seleccionamos a un estudiante de doctorado (hombre) que había sido muy bien cualificado recientemente aunque en un campo de estudio relacionado de forma que no parecía ahondar directamente en nuestro tema de investigación. El embarazo de su mujer fue el detonante que le hizo rechazar nuestra oferta. Cuando tuvo que elegir, decidió buscar otra cosa. Una motivación más fuerte le habría hecho convencernos de que teníamos que esperar unos meses hasta poder contratarle, pero no fue el caso.
P: El informe de la Comisión Europea She Figures 2017 muestra que las mujeres todavía están infrarrepresentadas en las posiciones académicas más altas, ¿cuáles son las razones que en tu opinión están favoreciendo esta brecha de género y cuáles podría ser las medidas/políticas para contrarrestar este desequilibrio? ¿Estás a favor de las cuotas de género en ciencia?
R: Hay varias razones y sería difícil nombrarlas todas aquí. Además, como he mencionado anteriormente, la cultura y las diferencias nacionales tienen su función. Sin embargo, en muchos casos hay algunos aspectos de la carrera académica que no son tan atractivos así que las mujeres pueden ser incluso más listas al tomar otras decisiones. Estoy siendo un poco irónica aquí, pero no del todo. Así que, de alguna manera, no fomentaría una intervención de arriba-abajo como las cuotas de género sino más bien cambiaría la cultura de abajo-arriba, haciendo el género sea un agente menos visible en las conversación.
P: Como mentora, ¿qué podrías hacer para que las jóvenes científicas en tu equipo se sintieran empoderadas?
R: Como mentora, intento cultivar el talento natural, descubrir la fortaleza individual de cada estudiante y hacerles conscientes de eso. También trabajo con mis estudiantes sobre sus limitaciones ya que un estudiante que es demasiado seguro y piensa que ya lo sabe todo es alguien poco abierto al aprendizaje de cosas nuevas. Y esto lo hago sean hombres o mujeres. Esa es mi manera de empoderar a los científicos. También les explico lo importante que es gestionar las propias capacidades. Aunque es muy útil visitar un laboratorio líder o aliarse con un profesor famoso, esto no debería ser la medida del éxito. Somos nosotras quienes debemos evitar que los demás chismorreen sobre nuestras relaciones con otros profesores famosos (mucho mayores). Deberíamos tener la suficiente confianza para saber que podemos llegar a lo más alto sin ninguna ayuda externa que sea ajena a nuestras habilidades intelectuales. Al fin y al cabo, lo que es importante para mí es que lo que he conseguido y también lo que no se debe a lo que he elegido y a lo que soy capaz de hacer con mis propias habilidades y talentos.
P: Y para concluir, ¿hay alguna mujer en neurociencia que te haya servido de modelo?
R: En mi propio campo de neurociencia de la música, sin duda Isabelle Peretz. Ella se ha dejado llevar por sus propias pasiones, trasladándose de Bélgica a Canadá y a Australia y de vuelta a Canadá, sin comprometer su dedicación a la investigación. Ha sido innovadora y ha servido de inspiración a toda una generación de psicólogos y neurocientíficos, incluyéndome a mí. Todavía recuerdo cuando vi su charla en una conferencia que me hizo estudiar las funciones auditivas en el cerebro. Otro modelo que me ha inspirado mucho ha sido Rita Levi-Montalcini, italiana ganadora del premio Nobel, otra mujer fuerte que salió de su zona de confort a explorar el mundo y seguir su pasión. Tuve el privilegio de encontrármela en una conferencia cuando casi tenía cien años. Era una mujer muy menuda pero con esa chispa interna de carisma que podía ser reconocida incluso a distancia.

Entre batas y delantales: la ciencia de Doña Silveria

Reglas y Consejos sobre Investigación Científica (Los Tónicos de la Voluntad) de Santiago Ramón y Cajal sigue siendo una obra más que actual. Es increíble que, desde finales del siglo XIX, el entorno científico haya cambiado tan poco. Los chanchullos académicos, las limitaciones económicas y sociales, las reglas paletas del mercado, los intereses de las instituciones, la política de las revistas y de las universidades... Frente a los avances científicos indudables de este último siglo, los mecanismos de la investigación se han quedado contaminados por los mismos límites humanos de aquel entonces. Límites que, dicho sea de paso, son los mismos que contaminan cualquier otra actividad llevada a cabo por nuestra especie. De ahí mi querida y provocadora distinción entre ciencia (algo que atañe a teorías, métodos, y técnicas) e investigación (algo que tiene que ver más bien con relaciones personales y apretones de mano). En las Reglas y Consejos Cajal habla a menudo de la relación entre científico y sociedad. Hay un capítulo dedicado a las condiciones sociales favorables a la obra científica donde nos recuerda, hoy en día según un criterio algo impopular, que en este campo los medios son casi nada y el hombre lo es casi todo. Es decir, se puede hacer buena ciencia sin recursos, pero no se puede hacer buena ciencia sin compromiso y obstinación. Y, en este contexto, afirma que el científico es "planta delicada", que necesita el riego de la motivación y del apoyo social, que puede ser un verdadero factor limitante del crecimiento cultural de una nación. La perspectiva de Cajal, desde luego, desentona con la idea de "científico-empresario" que nos están obligando a tragar los mercaderes que hacen de la investigación un negocio personal. Dentro del mismo capítulo se incluye también un apartado sobre la familia, donde Cajal nos recuerda que a menudo las responsabilidades científicas y las familiares pueden llegar a chocar, generando conflictos y limitaciones que suelen afectar ambos aspectos: el ansia del cielo desinteresa de la tierra. También en este caso la afirmación hoy en día sería bastante impopular, porque plantea una perspectiva opuesta a la demagogia actual del derecho a tenerlo todo sin más (en este caso, la posibilidad de dedicarse con éxito a dos aspectos, la ciencia y la familia, que suelen necesitar una entrega casi total). En fin, en muchos capítulos de las Reglas y Consejos, Cajal se mete con asuntos y posiciones que hoy en día desafinan con la percepción general de la profesión científica, porque aunque todos reconozcan el valor (y la sensatez) de sus palabras, son posiciones que contrastan abiertamente con el modelo de ciencia como mercado y como entretenimiento que en los últimos años se está intentando vender a la sociedad.
Pero donde realmente las Reglas y Consejos delatan anacrónicamente su verdadera época de publicación es en la sección, dentro del mismo apartado sobre la familia, dedicada a la... ¡elección de la compañera! Cajal empieza declarando que se trata de un punto importantísimo, porque los atributos de la esposa del investigador son cruciales para el éxito de la obra científica. Afirma que demasiadas veces la ciencia ha perdido hombres geniales y entregados porque una mujer les quebró voluntad y vocación, anteponiendo la misión del hogar (o la del ganar) a la del saber. Todo esto intercalando pinceladas que colorean a "la mujer" como ser a menudo frívolo y caprichoso, frecuentemente interesado al privilegio e insensible hacia el progreso. Sigue proporcionando una clasificación tipológica de las mujeres, para que el hombre de ciencia reflexione sobre su crucial elección. Apartándose por un momento del perfil espontáneamente machista de su época, en primer lugar nombra a la mujer intelectual y a la mujer sabia, que trabajan conjuntamente con el marido en la obra de investigación. Sería la pareja perfecta, admite, pero lamenta que desafortunadamente en aquella España de entonces había pocas o ninguna (los buenos ejemplos venían de Francia o de Alemania), y por este retraso del progreso social los científicos españoles no tenían este tipo de elección. La mujer opulenta, sin embargo, puede representar un serio problema para el científico, a no ser que fuera una de aquellas rarísima herederas ricas que deciden apoyar con sus recursos el progreso científico. Casi peor la mujer artista o literata, perenne perturbación y disgusto para el hombre de ciencia a causa de su perpetua condición de inmodesta exhibición ("La mujer es siempre un poco teatral, pero la literata o la artista están siempre en escena."). Con este percal, al pobre científico no le quedaba más que una elección segura y decente: la mujer hacendosa, "económica, dotada de salud física y mental, adornada de optimismo y buen carácter, con instrucción bastante para comprender y alentar al esposo, con la pasión necesaria para creer en él y soñar con la hora de triunfo". El principio era sencillo: la mejor esposa del científico, según Cajal, es una mujer que se ocupa de todas las posibles incumbencias de gestión (hogar, hijos, economía, etc.) dejando que el investigador pueda desarrollar su compromiso sin tener que atender a la logística de lo cotidiano. Al fin y al cabo es el mismo papel que, siempre según Cajal, tiene que desempeñar también la administración institucional, en pura teoría destinada a despreocupar el científico de todo problema de gestión y de papeleo necesario para la organización de la ciencia. Don Santiago se quedaría horrorizado al descubrir, hoy en día, cómo funciona la administración científica, y al enterarse que en muchos casos se han invertido las partes, convirtiendo la investigación en una excusa para cebar a la administración y para encubrir las maniobras de comerciantes y gestores. Pero, ¿qué opinaría Cajal ahora del papel de la mujer? Desde luego, aunque su catalogación femenina nos parece hoy en día más que desentonada, no podemos pensar en utilizar literalmente la misma palabra machismo para las barbaries paletas de nuestra sociedad actual y para las perspectivas del siglo XIX. El trasfondo y los mecanismos son muy parecidos o incluso los mismos, pero el entorno es totalmente diferente, y el resultado no se puede medir con la misma métrica.
Lamentablemente, después de tantos años de represión de las mujeres y de las persecuciones en nombre de las discriminaciones sexuales, ahora hemos reaccionado pasando de un extremo a otro: para lidiar con las diferencias no hemos encontrado mejor remedio que negar su existencia. Es decir, aceptar las diferencias parece que sea todavía una etapa que, a nuestra sociedad, le cuesta mucho alcanzar. Seguimos pensando que las únicas dos alternativas son igual o peor, y "diferente" parece no ser una opción. Confundimos igualdad de derechos y diversidad biológica o, como decía Theodosius Dobzhansky en un excelente libro de los años setenta, confundimos diversidad genética e igualdad humana.
Sin embargo, si nos limitamos a los aspectos que incumben a la cognición o la neurobiología, hasta la fecha no hemos dado con ninguna diferencia contundente entre hombres y mujeres. Y se han buscado, literalmente, con lupa. Como siempre en ciencia, la ausencia de evidencia no es evidencia de la ausencia, pero tenemos que decir que por si acaso estas diferencias existen, tienen que ser muy sutiles o estar muy bien escondidas. Todas las diferencias cerebrales que hemos podido confirmar entre los dos géneros atañen siempre y solo al tamaño (el cerebro es más grande, en promedio, en los hombres), y a sus consecuentes proporciones, pero no a su organización o a sus procesos funcionales. Sí que hay un dato que se ha replicado muchas veces: los hombres tienen mejores capacidades visoespaciales, las mujeres mejores capacidades lingüísticas. Pero todavía no sabemos si son diferencias que vienen con el paquete evolutivo (quizás asociadas a algunas adaptaciones que optimizan los comportamientos físicos en los hombres y los sociales en las mujeres), o si son el resultado de un sesgo en el comportamiento debido a una cierta estructura social, que entrena a los dos sexos en actividades diferentes. Sea como sea, de todas formas hablamos una vez más de diferencias que no encajan en una escala de valores progresivos entre bueno y malo, mejor o peor (es decir, las capacidades visoespaciales no son mejores o peores que las lingüísticas, solo son... otras). Además todos los comportamientos humanos son complejos porque a la vez dependen de muchos factores, tanto genéticos como ambientales, así que las diferencias globales y promedias que se puedan encontrar entre grupos son tan nimias que, aunque interesantes para estudiar los mecanismos biológicos, no dejan espacio para prever capacidades o actitudes individuales partiendo de los parámetros biológicos (sexo, raza, o cábalas genéticas).
A pesar de todo esto, en muchos sectores de la investigación las mujeres siguen representando hoy en día una proporción menor del conjunto de los investigadores. Desde luego sigue habiendo actitudes machistas, pero nada comparable con lo que era hace solo algunas décadas. Y precisamente el entorno científico, en este sentido, es mucho más abierto que otros sectores donde la igualdad de género sigue sufriendo mucho más el tributo simiesco de las jerarquías sexuales. Entonces es posible que, además de residuos de machismo, haya también factores comportamentales asociados a diferentes intereses y prioridades. Por ejemplo, sabemos que la investigación, ya sea la de verdad o la del mercadeo, requiere cierto afán convulso que fácilmente se puede transformar en obsesión y en competición, en algunos casos en una competición extrema con los demás y con uno mismo. El logro, la cumbre, el reto, el desafío, y el triunfo del que habla a menudo Cajal en sus libros. Todo esto tiene componentes asociados a carácter y personalidad, que es posible sean en promedio diferentes entre los dos géneros. Esperamos encontrar una estadística del 50 % en un sector profesional porque nos olvidamos que existen diferencias, y estas diferencias tiran de la báscula. Como decían las feministas en los años setenta: igualdad como derecho, diversidad como valor.
De aquí, otra vez, volvemos a Dobzhansky, que dudando que existieran capacidades predeterminadas, se preguntaba de todas formas qué pasaría si alguien con un don para un aspecto específico no estuviese mínimamente interesado en aquella capacidad. ¿Qué pasa si el genio de la matemática odia la matemática y desea ser médico, granjero, o bailarín? ¿Una posible capacidad particular obliga al individuo a su destino? ¿Qué pasa cuando éxito y felicidad no van de acuerdo? Es un enfrentamiento entre el egoísmo del individuo y el egoísmo de la sociedad, ¡y casi es mejor no meterse en la trifulca y dejar que cada uno se arriesgue a decidir lo suyo! Así que es nuestro deber ofrecer a todos las mismas posibilidades, pero esto no quiere decir obligarles a aceptarlas. Comprometidos en eliminar los sesgos y los prejuicios en cualquier ámbito laboral, tampoco tenemos que agobiarnos si los hombres o las mujeres, en promedio, luego siguen elecciones diferentes. Hay que evitar confundir diferencias biológicas e igualdad moral. Firmemente, hay que rechazar cualquier forma de abuso (machista o hembrista, racista o clasista), no solo con la fuerza de la ley, sino también y sobre todo con la fuerza de la cultura. Pero hay también que saber descubrir las diferencias, aprender a aceptarlas, y a valorarlas. Solo conociendo las diferencias podremos saber cómo integrarlas, minimizando los conflictos y disfrutando de sus potencialidades.
Ramón y Cajal vivía en su época, pero esto no quiere decir que fuese hombre de su tiempo. Acabó su disertación sobre la mujer del investigador con una nota que, patentemente, contrastaba con el integrismo sexista de aquel entonces. Habló de la gloría del científico, una gloria que según él merece el científico tanto como su esposa, que con su dedicación, compromiso y sacrificios, hace "al fin posible la ejecución de la magna empresa", representando un "órgano mental complementario". Santiago y Silveria hicieron aquel camino juntos a lo largo de más de medio siglo, compartiendo éxitos y derrotas, forjando un equipo integrado que llegó a ganar un premio Nobel, y a proporcionarnos una de las teorías más robusta de la neurociencia contemporánea: la teoría de las neuronas de Cajal-Fañanás.
Emiliano Brunner

¿Por qué hay tan pocas mujeres en estas bitácoras?

Cuando elegí el título del blog me surgió una pequeña duda. Por una parte, quería que la cita a Steinbeck quedase clara, por otra, me vino a la mente el tan de moda problema de la (in)visibilidad de las mujeres en el uso del lenguaje, y por tanto me planteé sustituir hombres por "humanos". Pero como no fui educada para decir hombres y mujeres, científicos y científicas, sino que suelo emplear el neutro (que no considero masculino, sino que para mí incluye ambos sexos), decidí quedarme con la primera opción.
Los que abogan por el uso de "mujeres y hombres" o de términos neutros como "humanidad", en lugar del simple "hombres" (aunque a veces le peguen un zapatazo al diccionario con los miembros y las "miembras") dicen que si no hacemos visibles a las mujeres nunca superaremos la desigualdad. ¿Pero quién debe hacernos visibles? Nunca, hasta ahora, he encontrado obstáculos en mi carrera, al menos no por ser mujer, y al menos no obstáculos explícitos. Pero ¿puede haberlos implícitos?
¿Difícultades incluso antes de empezar?
Scientific American (e imagino que tal vez su edición española, es decir, esta misma página web, también lo haga en algún momento) se hacía eco anteayer de un estudio en el que se pone de manifiesto que incluso antes de empezar una carrera investigadora, las mujeres (y las minorías étnicas) podrían tener más dificultades. Para realizar el estudio, los investigadores enviaron e-mails de supuestos estudiantes expresando su interés en unirse como investigadores en formación a los grupos de cientos de profesores de universidades estadounidenses. Los nombres reflejaban de manera inequívoca el sexo (y la etnia) de los fingidos estudiantes. Los resultados del estudio arrojaron que los profesores, independientemente de su propio sexo o etnia, respondieron en mayor medida los e-mails de alumnos blancos de sexo masculino1.
No es el primer estudio con estos resultados. Otro estudio reciente publicado en la prestigiosa revista PNAS (la tercera de las generalistas por detrás de Science y Nature, pero de lo que pienso de los índices de impacto ya hablaremos otros día) ya avisaban de este sesgo: los profesores (y las profesoras) tendían a valorar mejor los curricula de los candidatos masculinos, y lo hacían de manera implícita, es decir, sin ser conscientes de la existencia de prejuicios a favor de los hombres. Estos estudios nos dicen que los sesgos todavía existen, y que el hecho de que las mujeres se enfrenten día a día con estas desigualdades implícitas, hace que su "sensibilidad al rechazo" aumente. En este contexto, se sugiere que el creerse víctima de una discriminación magnifica los efectos de la misma, y lleva a la persona a autoinhibirse para intentar encajar y manejar mejor el rechazo. Sin embargo, esta autoinhibición no soluciona el problema, sino que más bien puede generar ira y frustración. Así, en un clima altamente competitivo, como desgraciadamente lo es el mundo de la ciencia, algunos estudios sugieren que las mujeres simplemente se retirarán o perseguirán metas menos ambiciosas. Vamos, como decía la zorra de Samaniego, no las quiero comer, no están maduras.
¿La sensibilidad al rechazo es cosa de mujeres?
Curiosamente, parece que la ira provocada por el rechazo, que en las mujeres genera impotencia, en los hombres genera empoderamiento. Y es que otros estudios sugieren que los hombres son, en media, más competitivos. En general, los hombres tienden a presumir más de sus logros (como en general muchos machos deben hacerlo enfrente de otros para conseguir aparearse y mantener alejados a los competidores de sus territorios). En media, los hombres tienen mayor motivación por competir por el estatus y buscan cualquier oportunidad para hacerlo, mientras que las mujeres tienden a tener menos confianza en sí mismas y a infravalorarse.
Como neurobióloga, estoy al tanto de que los cerebros de ratonas y ratones son distintos (y hace poco se publicó un estudio en el que colaboré investigando esta cuestión), como lo son los de las mujeres y los hombres2 (y los de los ingleses y los españoles, y el mío y el de ustedes). Por lo tanto, siempre he pensado que además de la "presión social", debe haber diferencias biológicas intrínsecas que contribuyan a que las mujeres no se crean capaces de (o no quieran) romper el supuesto "techo de cristal".
Una de las diferencias más básicas que encuentran los estudios entre los sexos es que el concepto de uno mismo se suele construir en los hombres de manera independiente, y en las mujeres de manera interdependiente. Es decir, las mujeres conceden más importancia a las relaciones interpersonales que los hombres3. Las hembras de los mamíferos invierten mayores recursos en la cría (por necesidad, ellas son las únicas que pueden amamantar) y en mantener al grupo unido, mientras que los machos suelen ser más agresivos, y si colaboran con el grupo es para agredir a otros grupos y aumentar sus propias oportunidades de aparearse. ¿Es posible que las mujeres, simplemente, no quieran competir, y por ello se encuentren infrarrepresentadas en los "puestos de mando"?
Un mundo demasiado competitivo
Otro estudio en PNAS sugiere que la baja representación de las mujeres en ciencia no se debe (en los tiempos que corren, el pasado es otra historia) a la falta de oportunidades para las mujeres, sino a la cantidad de recursos que poseen las mujeres, que dependen en gran medida de las elecciones que toman ellas mismas, ya sean libres o constreñidas por su propia biología o por las normas sociales. Una mujer (o un hombre) que quiera llegar a formar su propio grupo de investigación no puede permitirse bajar el ritmo un momento. Y se da la circunstancia de que la edad más crítica para conseguir una posición permanente coincide con la edad en la que las mujeres deberían estar criando (sé de lo que hablo, hoy cumplo 34 años). En un mundo diseñado de manera lineal, muchas mujeres simplemente no pueden con todo, y favorecen la construcción de la familia cayendo del sistema. Así, hoy en día las cuotas y la discriminación positiva no sirven ya de nada, si no construimos un sistema más flexible y humano, que permita compaginar el trabajo con la vida personal, y del que se beneficiarían tanto los hombres como las mujeres.
¿Pero podemos achacarlo todo a los hijos y la mayor propensión de las mujeres a cuidar de la familia? En las últimas semanas ha habido un buen puñado de incorporaciones a estas bitácoras. Todos los nuevos autores son hombres. Aquí va el cálculo: en la página Scilogs en español hay registrados 37 blogs, de los cuales sólo 5 son firmados por mujeres (sobre un 13%). Si nos restringimos a los blogs en activo -que arbitrariamente decido que sean los que han publicado alguna entrada en el último año-, tenemos que, de 23 blogs, la única mujer que escribe soy yo. Represento un 4,3% del total. Escribir aquí es fácil, simplemente se debe ser científico, tener una propuesta, y enviarla al equipo editorial. Me atrevería a decir cualquier científico/a al que le interese la divulgación puede hacerlo. Aquí no hay "techo de cristal" que valga de excusa, y sin embargo, ¿dónde están las mujeres científicas con ganas de divulgar? ¿Quién les impide hacerlo desde esta iniciativa?
Como ven, en esta entrada lanzo más preguntas que respuestas, por lo que agradecería a los amables lectores que aportasen sus propias opiniones. En todo caso, siempre he pensado que si queda algo por hacer para visibilizar a las mujeres, tiene que venir de la mano de las mujeres.
PS. 25 de Mayo de 2014. Me sorprendo unos días después de escribir esta entrada con una perorata de Virginia Woolf hacia las estudiantes del Girton College de la Universidad de Cambridge, convertida en su ensayo "Una habitación propia", de 1928, en el que la escritora argumenta que las mujeres no podrán estar a la altura de figuras como Shakespeare hasta que no posean una habitación propia y unos ingresos de 500 libras anuales:
"¿Como podría alentaros a que entráseis de lleno en los negocios de la vida? Jóvenes mujeres, atendedme: en mi opinión sois desgraciadamente ignorantes. Nunca habéis hecho un descubrimiento importante. Nunca habéis destruido un Imperio ni liderado un ejército. Las obras de Shakespeare no os pertenecen. ¿Cual es vuestra excusa? Está muy bien que digáis apuntando a las calles y plazas y bosques del globo preñadas de habitantes blancos y negros y de color café, todos ocupados en el tráfico y los negocios y en hacer el amor, "hemos tenido otro trabajo. Sin nosotras, los mares no habrían sido navegados y toda la tierra fértil sería un desierto. Hemos llevado en nuestro seno, y alimentado, y lavado y enseñado, quizá hasta la edad de seis o siete años, a los mil millones seiscientos veintitresmil humanos que, según las estadísticas, existen hoy en día, lo cual, incluso con ayuda, toma su tiempo".
Hay verdad en lo que decís, no lo negaré. Pero al mismo tiempo, ¿puedo recordaros que ha habido al menos dos colleges para mujeres en Inglaterra desde 1866; que tras el año 1880 una mujer casada puede por ley estar en posesión de bienes propios; y que en 1919, ya desde hace nueve años, puede votar? ¿Puedo también recordaros que tenéis acceso a la mayoría de las profesiones desde hace casi una década? Cuando reflexionais acerca de estos inmensos privilegios y la cantidad de tiempo durante la que los habeis disfrutado, y sobre el hecho de que debe haber ahora mismo unas dos mil mujeres capaces de ganar 500 libras al año de una manera u otra, estaréis de acuerdo conmigo en que la excusa de la falta de oportunidades, educación, apoyo, tiempo libre y dinero ya no es válida."
PS2. 23 de febrero de 2015. Casi un año después, la familia de blogueros en Scilogs español ha crecido mucho. Ya somos 63 los que hemos abierto un blog en esta página, de los cuales sólo 8 somos mujeres. La proporción cercana al 13% se mantiene inamovible.
Referencias
Ceci SJ, Williams WM. Understanding current causes of women's underrepresentation in science. Proc Natl Acad Sci U S A. 2011 Feb 22;108(8):3157-62. 
Deaner RO. Distance running as an ideal domain for showing a sex difference in competitiveness. Arch Sex Behav. 2013 Apr;42(3):413-28. 
Guimond S, Branscombe NR, Brunot S, Buunk AP, Chatard A, Désert M, Garcia DM, Haque S, Martinot D, Yzerbyt V. Culture, gender, and the self: variations and impact of social comparison processes. J Pers Soc Psychol. 2007;92(6):1118-34. 
London B, Downey G, Romero-Canyas R, Rattan A, Tyson D. Gender-based rejection sensitivity and academic self-silencing in women. J Pers Soc Psychol. 2012;102(5):961-79. 
Moss-Racusin CA, Dovidio JF, Brescoll VL, Graham MJ, Handelsman J. Science faculty's subtle gender biases favor male students. Proc Natl Acad Sci U S A. 2012;109(41):16474-9. 
Otero-Garcia M, Martin-Sanchez A, Fortes-Marco L, Martínez-Ricós J, Agustin-Pavón C, Lanuza E, Martínez-García F. Extending the socio-sexual brain: arginine-vasopressin immunoreactive circuits in the telencephalon of mice. Brain Struct Funct. 2013. 
Reuben E, Sapienza P, Zingales L. How stereotypes impair women's careers in science. Proc Natl Acad Sci U S A. 2014;111(12):4403-8. 
Resick PA. Getting out of our own way. Behav Ther. 2012 Dec;43(4):708-11. 
Van Vugt M, Spisak BR. Sex differences in the emergence of leadership during competitions within and between groups. Psychol Sci. 2008 Sep;19(9):854-8.
Notas
1 El mayor sesgo se encontró en el área de Ciencias Empresariales (un 25% más de emails respondidos a hombres blancos), y el menor en Ciencias Sociales (un 5%, no significativo). Mi ámbito, las Ciencias de la Vida, refleja un sesgo del 9%. Los profesores de Arte fueron los únicos que contestaron más a las mujeres/minorías, en un 11% más de las ocasiones. 
2 Mucho se ha hablado de que, en media, parece que existen diferencias cognitivas que hacen que haya, por ejemplo, más hombres con habilidades matemáticas altas o más mujeres con mayores capacidades verbales (lo cual no significa, ni mucho menos, que las mujeres no tengan capacidad matemática o los hombres capacidad verbal).
3 En relación a este punto, las mujeres suelen escoger profesiones enfocadas a las personas, y los hombres a las cosas. Vamos, más mujeres en carreras bio-sanitarias, más hombres en carreras tecnológicas.

Carmen Agustín Pavón