miércoles, 24 de junio de 2020

Obituario: John H. Conway

Hace unas semanas murió John Horton Conway, a los 82 años. Un compañero mío, Sergio Ardanza-Trevijano, lo conoció en Berkeley; estaba en el despacho de enfrente con un colaborador, y al oír que había gente nueva se acercó a saludar. Le gustaba tener en su oficina cachivaches con los que ayudarse en las explicaciones. Hizo notables contribuciones en teoría de números y en topología (el problema del sofá de Conway, las simetrías del grupo Monstruo), pero era conocido sobre todo por su afición a investigar las matemáticas subyacentes en los juegos. Era cuestión de tiempo que saltara la chispa con Martin Gardner: en octubre de 1970, publicó una reseña sobre el "Juego de la Vida" en Mathematical Games, su sección de Scientific American (también salieron en esa sección sus hexaflexágonos). Fue un artículo con una enorme resonancia. Puede que sea una leyenda urbana, pero se dice que a principios de los 70 el "juego" estaba en la cuarta parte de los ordenadores del mundo.
El Juego de la Vida es un autómata celular. La idea puede rastrearse quizá hasta la máquina de Turing. Se trata de un tipo de programas de ordenador que parcelan el espacio en casillas (células), cada una de las cuales evoluciona según unas reglas fijas (autómata). Conway buscaba un autómata celular cuya dinámica fuera persistente en el tiempo: quería ver si era capaz de observar comportamientos interesantes, como oscilaciones, patrones viajeros, etc. Las reglas que inventó son muy simples. Se trata de cuadricular el espacio; cada célula puede estar "viva" (1) o "muerta" (0); y sus vecinas son los ocho recuadros que la rodean. Partiendo de un estado inicial, el tiempo va avanzando por pasos y en cada turno las reglas son:
  • Una célula muerta con exactamente 3 células vecinas vivas pasa a estar viva.
  • Una célula viva con 2 ó 3 células vecinas vivas sigue viva; en caso contrario, muere.
Con eso, se obtienen sorprendentes resultados: oscilaciones, "naves espaciales" que viajan por la cuadrícula (hay toda una nomenclatura para esos gráficos ... un poco freaky), patrones que se repiten, otras formaciones persistentes, etcétera. El juego está implementado en varias páginas Web: por ejemplo, en https://www.conwaylife.com/ y en https://bitstorm.org/gameoflife/. Los que programen en Matlab tienen incluida una demostración: basta escribir el comando life. Uno de los patrones periódicos hallados por Conway es el Glider Gun, que adorna la cabecera de esta entrada.
Los autómatas celulares se utilizan con gran profusión. Por poner un caso cercano, en una de mis entradas en este blog comenté cómo se puede simular el tráfico con un autómata celular. Stephen Wolfram, el creador de Mathematica, escribió un libro (uno bien gordo, y no exento de polémica) llamado Un nuevo tipo de ciencia, donde sostiene que los autómatas celulares pueden constituir máquinas de Turing universales con los que se puede programar... casi todo.
Es evidente que estos programas resultan muy adecuados para modelar epidemias: casillas, vecinos, cambiar de estado con reglas fijas ... El modelo SIR(donde las células pueden adoptar un estado Susceptible - Infectado - Recuperado) es un ejemplo. Para leer una excelente explicación basta acudir al artículo de B. Luque, F. Ballesteros y O. Miramontes en el número de Mayo de Investigación y Ciencia. 
Resulta un poco irónico que John H. Conway haya muerto por el coronavirus. Pero al menos su ingenio puede ayudar a comprender mejor la dinámica de los contagios.

La dilución del plasma sanguíneo rejuvenece órganos y tejidos


Muchos anhelan poder retardar e incluso revertir el proceso de envejecimiento. En el laboratorio, el trasplante de células de individuos jóvenes o la transfusión de su sangre parece detener el deterioro de órganos y tejidos en animales viejos. Sin embargo, una reciente investigación, publicada por la revista Aging, señala que basta con diluir el plasma sanguíneo para rejuvenecer el organismo.
Para Irina M. Conboy y su equipo, de la Universidad de California en Berkeley, la clave reside en las proteínas plasmáticas.
Durante décadas, la parabiosis, es decir la unión quirúrgica de los sistemas sanguíneos de dos animales, ha permitido estudiar los efectos de la sangre joven en un cuerpo viejo. Por norma general, ello resulta en una mejora del estado de salud, así como en la reparación de los tejidos, de los roedores de más edad. No obstante, los juveniles también experimentan un envejecimiento prematuro. Estos resultados llevaron a los científicos a explorar la presencia de componentes perjudiciales en la sangre envejecida, así como los beneficios de «eliminarlos».
Así pues, en ratones de 2 años de edad, sustituyeron el 50 por ciento del plasma sanguíneo con suero salino complementado con albúmina, para compensar la pérdida de esta proteína, la más abundante en la sangre, de forma progresiva para evitar un choque hipovolémico. Además, una vez purificados de la fracción extraída, los glóbulos rojos y blancos fueron repuestos. El mismo procedimiento se realizó en roedores jóvenes a modo de control.

De forma interesante, en la práctica clínica, existe un procedimiento muy parecido al realizado por los investigadores en su laboratorio, conocido como intercambio terapéutico de plasma, que permite tratar enfermedades autoinmunitarias. Datos preliminares sugieren que su aplicación podría beneficiar también a los pacientes ancianos.
Pero, ¿qué ocurre a nivel molecular? Conboy y su equipo postulan que la dilución del plasma actuaría como una suerte de «reajuste» de los niveles de distintas proteínas. Por un lado, reduciría la concentración de moléculas proinflamatorias, que aumentan con la edad. Por el otro, facilitaría la acción de otras proteínas necesarias para el mantenimiento y la reparación de los tejidos.
En un futuro, el grupo de científicos evaluará si alguna de estas moléculas proteicas puede ayudar a frenar el deterioro asociado con el paso de los años. Sin embargo, dudan que actuar sobre una sola proteína permita obtener dicho efecto. Además, esperan poder confirmar la utilidad de los intercambios terapéuticos de plasma como tratamiento para mejorar la salud de las personas mayores.
Marta Pulido Salgado
Referencia: «Rejuvenation of three germ layers tissues by exchanging old blood plasma with saline-albumin», de M. Mehdipour et al., en Aging; 12, publicado el 30 de mayo de 2020.

La influencia de la humedad en la propagación de la COVID-19

La primera referencia sobre la estacionalidad de las enfermedades respiratorias infecciosas se registró alrededor del año 400 a.C., cuando el renombrado médico griego Hipócrates escribió el primer relato de una epidemia invernal de ese tipo de enfermedades. Desde entonces, hemos evaluado el efecto del cambio de estaciones en la prevalencia de las enfermedades respiratorias. Y con razón, porque incluso antes de la COVID-19, las enfermedades respiratorias tenían un profundo impacto en la salud mundial. Solo en los Estados Unidos la gripe ha causado hasta 61.000 muertes anuales desde 2010, según los Centros para el Control de Enfermedades de ese país, y la Organización Mundial de la Salud señala que en todo el mundo se producen 650.000 fallecimientos anuales asociados a la gripe estacional.
Hasta ahora, los científicos han identificado al menos nueve virus que pueden causar infección de las vías respiratorias y que, en las regiones templadas, muestran una estacionalidad en los brotes. Tres de ellos, la gripe, el coronavirus humano y el virus respiratorio sincitial humano, alcanzan claramente su punto álgido en los meses de invierno.
Una posibilidad obvia es que los cambios estacionales en el clima causen en sí mismos el pico en las enfermedades respiratorias. Sin embargo, la realidad puede ser mucho más compleja. De hecho, es más probable que la respuesta a la aparición estacional de enfermedades esté más vinculada a nuestros ambientes interiores que a los exteriores.
Hoy en día, la mayoría de nosotros pasamos hasta el 90 por ciento de nuestro tiempo en espacios cerrados. Se trata de una cuestión relevante, porque durante el último siglo nuestros edificios se han vuelto más sofisticados, con la introducción de sistemas de calefacción central y el desarrollo de cubiertas de edificios cada vez más herméticas y aisladas. El resultado es que estamos cada vez más desconectados de las fluctuaciones climáticas diarias y estacionales del exterior, especialmente en invierno. Las investigaciones, incluidas las nuestras, están empezando a demostrar que existe una relación entre la transmisión aérea de enfermedades y la temperatura y la humedad, las cuales varían tanto en los ambientes interiores como en los exteriores.
Es obvio que en invierno la calefacción causa una diferencia entre la temperatura interior y la exterior. Pero lo que estamos observando cada vez más es que al calentar nuestros edificios estamos causando una reducción en el nivel de humedad relativa interior, lo que tiene un impacto significativo en la propagación de las enfermedades. Por ejemplo, las mediciones de la humedad interior de 40 apartamentos residenciales de Nueva York y de seis edificios comerciales de alta calidad del Medio Oeste de EE.UU. demostraron que la humedad relativa interior se redujo a menos del 24 por ciento en invierno. En otras palabras, los datos indican que cuando el aire frío y con poca humedad del exterior se lleva al interior y se calienta a una temperatura de entre 20 y 24 grados centígrados, la humedad relativa interior cae en picado.
Este aire más seco facilita el camino a los virus que se transmiten a través del aire, como el SARS-CoV-2, el patógeno responsable de la COVID-19. El aire cálido y seco también reduce la capacidad de los cilios (proyecciones similares al vello) de las células que recubren nuestras vías respiratorias para eliminar las partículas víricas e impedir que lleguen a los pulmones. Y, por último, nuestras investigaciones indican que la capacidad del sistema inmunitario para responder a los patógenos disminuye en los ambientes más secos.
Llamada a la acción
Mientras la pandemia de COVID-19 continúa en primavera y verano, estas investigaciones podrían desempeñar un papel vital en la forma en que manejamos y finalmente superamos la enfermedad. Por ello, junto con otros especialistas en inmunobiología y control de infecciones estamos instando a la comunidad científica a que apoye nuestra petición a la OMS para que tenga en cuenta en el debate sobre la salud mundial el vínculo entre la humedad del aire interior y la transmisión de los virus, incluido el SARS-CoV-2. Pedimos que la OMS elabore directrices claras sobre el límite inferior mínimo de humedad del aire en los edificios.
Esperamos que con esta medida se reduzca la propagación de los virus transmitidos por el aire y se proteja a los residentes, estudiantes, pacientes y empleados, lo que resulta crucial en los edificios públicos, como las residencias de ancianos, los hospitales, las escuelas y las oficinas. No se trata solo de hacer que Estados Unidos y el mundo vuelvan al trabajo. También se trata de ofrecer protección a los trabajadores de la salud, 8945 de los cuales ya han contraído el virus solo en EE.UU. Aunque por supuesto en la transmisión del virus interviene un complejo conjunto de condiciones, ahora sabemos lo suficiente sobre el impacto de la humedad relativa interior para que se la considere un factor importante. El control del aire interior es la próxima frontera para mejorar la salud humana y reducir la transmisión vírica. Puedes expresar tu apoyo a la petición a la Organización Mundial de la Salud aquí
Akiko Iwasaki

La extraña mezcla de síntomas en la COVID-19

El nuevo coronavirus, que ha infectado a millones de persones en todo el mundo, puede causar estragos más allá de los pulmones. Algunos de los síntomas de la enfermedad que causa, la COVID-19, son bastante predecibles: tos, fiebre, escalofríos, dolor de cabeza. Sin embargo, la lista no acaba ahí; pues el virus parece afectar a casi todos los órganos, incluidos el cerebro, el corazón, los riñones, el aparato digestivo y la piel.
La llamada hipoxia silenciosa, o hipoxia feliz, un fenómeno en el que las personas con niveles muy bajos de oxígeno en sangre no luchan por respirar ha sorprendido a los médicos. Destaca también el denominado «dedo del pie COVID-19», es decir, la inflamación dolorosa que aparece en la piel, conocida como sabañón. En ciertas ocasiones, los niños, (que no suelen desarrollar un cuadro clínico grave), presentan síntomas similares a los de la enfermedad de Kawasaki, que provoca la inflamación de los vasos sanguíneos de todo el organismo. Asimismo, aparecen complicaciones asociadas con coágulos sanguíneos, como derrames cerebrales y embolias pulmonares (obstrucciones de los vasos sanguíneos en los pulmones). «Es interesante que un virus respiratorio cause una variedad tan diversa de secuelas clínicas», dice Peter Hotez, decano de la Escuela Nacional de Medicina Tropical del Colegio de Medicina Baylor.
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Los más de 4 millones de casos confirmados en todo el mundo de esta enfermedad completamente nueva podrían explicar dichas manifestaciones inusuales de la COVID-19. Algunos de estos síntomas han aparecido también en otras infecciones víricas —por ejemplo, algunos pacientes infectados por el coronavirus SARSoriginal y el virus de la gripe H1N1 presentaron coágulos sanguíneos. «En este momento, hay tantos casos en el mundo que podríamos hallarnos ante síntomas poco frecuentes», comenta Stanley Perlman, profesor de microbiología e inmunología en la Universidad de Iowa. «Ello nos lleva a preguntarnos: si en otras infecciones observásemos entre 2 y 3 millones de casos, ¿cuántas de estas manifestaciones aparecerían? ¿O estas solo ocurren en el caso especial de la COVID-19?»
Los científicos aún tratan de identificar el mecanismo responsable de esta amplia gama de complicaciones. No obstante, parece haber dos sospechosos principales. El primero, la respuesta inflamatoria defensiva del sistema inmunitario ante invasores extraños, como los virus y las bacterias. Esta reacción, a su vez, puede conducir al segundo culpable: la coagulación de la sangre; pues el efecto de la enfermedad sobre los vasos sanguíneos podría ocasionar algunas de los síntomas más desconcertantes que presentan los pacientes con COVID-19.
Desde las unidades de cuidados intensivos de varios países, incluidos ChinaFranciaItalia y los EE.UU., los médicos informan de complicaciones relacionadas con la coagulación, como embolias pulmonares y accidentes cerebrovasculares, entre los pacientes con COVID-19 ingresados. La frecuencia general de aparición de estos problemas permanece aún por determinar, pero algunas evaluaciones estiman que hasta el 30 por ciento de los pacientes críticos los padecen. En casos raros, los accidentes cerebrovasculares han afectado a personas de entre 30 y 40 años, hecho que alarma a los médicos.
«Vemos muchas complicaciones relacionadas con la coagulación en los pacientes ingresados en las unidades de curas intensivas», dice Margaret Pisani, profesora asociada especializada en medicina pulmonar y de cuidados críticos en la Escuela de Medicina de Yale. «Hemos visto ictus, infartos de miocardio y embolias pulmonares. Detectamos coágulos en tejidos que normalmente no se hallan afectados en personas sanas que acuden al hospital con una infección vírica.»
Los problemas relacionados con la coagulación no son específicos de la COVID-19, dice Yvonne Maldonado, profesora de enfermedades infecciosas pediátricas en la Universidad Stanford. Los pacientes con sepsis (donde ocurre una respuesta inmunitaria abrumadora que pone en peligro la vida de la persona) también desarrollan una enfermedad conocida como coagulación intravascular diseminada, en la que se produce una coagulación anómala en todos los vasos sanguíneos. «Lo inusual en la COVID-19 es que estas complicaciones parecen ocurrir con más frecuencia», añade.
Además de los coágulos en los vasos sanguíneos grandes, los investigadores informan de obstrucciones en los capilares. La COVID-19 «es un problema vascular», señala Frank Ruschitzka, cardiólogo en el Hospital Universitario de Zúrich. «El pulmón constituye el principal campo de batalla, pero nos hallamos frente a una enfermedad de los vasos sanguíneos.»
Para los científicos, el componente vascular de la COVID-19 es obvio. En la imagen, glóbulos rojos atrapados en un coágulo sanguíneo observados por microscopia electrónica de barrido. [Wikimedia Commons]
Para los científicos, el componente vascular de la COVID-19 es obvio. En la imagen, glóbulos rojos atrapados en un coágulo sanguíneo observados por microscopia electrónica de barrido. [Wikimedia Commons]

Los científicos aún deben esclarecer la causa de la coagulación. Sin embargo, la inflamación parece una posible culpable. Los científicos han hallado, por ejemplo, proteínas del complemento —moléculas involucradas en la activación de la respuesta inmunitaria— en los vasos sanguíneos obstruidos. Muchos de los innumerables síntomas de la COVID-19 parecen compartir un mecanismo común: la inflamación del endotelio, la capa de células que recubre el interior de los vasos sanguíneos, comenta Luciano Gattinoni, profesor visitante en los departamentos de anestesiología y cuidados intensivos en el Centro Médico Universitario de Gotinga. «Como el endotelio está en todas partes, ello permite explicar por qué los síntomas son tan diferentes.»
Algunos de los misteriosos síntomas de la COVID-19 cobran sentido si se consideran como manifestaciones de un trastorno vascular. Como ejemplo, Gattioni destaca la hipoxia silenciosa, una condición no relacionada con la capacidad del pulmón para oxigenar la sangre, sino más bien con la alteración del flujo sanguíneo que circula a través del órgano.
Muchas de las complicaciones raras de la COVID-19, incluidos los problemas renales que requieren diálisis (en algunos casos, los coágulos incluso han obstruido los filtros de los aparatos de diálisis), los sabañones en los dedos de los pies y los síntomas de la enfermedad de Kawasaki observados en los niños, también se han asociado con problemas vasculares. «El conocimiento avanza muy rápido, pero el componente vascular de la enfermedad es obvio», dice Ruschitzka — aunque advierte que «nunca hay un solo mecanismo.»
Pero, ¿qué causa las complicaciones vasculares de la COVID-19? ¿Es el propio virus o la reacción inmunitaria del organismo? La respuesta permanece aún por esclarecer. Algunas evidencias sugieren que el SARS-CoV-2, el coronavirus responsable de la COVID-19, puede atacar de forma directa a las células endoteliales. Este mes de abril, un artículo publicado, en la revista The Lancet por Ruschitzka y su equipo, describía el hallazgo de partículas víricas en el endotelio renal, así como la acumulación de células inmunitarias en el tejido endotelial de varios órganos, incluidos los riñones, el corazón y los pulmones, en muestras de tres pacientes fallecidos. Sin embargo, Ruschitzka señala a la respuesta inmunitaria del organismo, más que el propio virus, como responsable de la coagulación. «Lo que observamos es un exceso de inflamación generalizado», añade.
No obstante, todavía es pronto para descartar el efecto directo del virus. «Existen múltiples condiciones que causan inflamación, pero que no ocasionan trastornos de coagulación», dice Hotez, hecho que aumenta la posibilidad de que el virus participe en la aparición de dichas alteraciones sanguíneas. Es posible que la diversidad de síntomas guarde relación con los receptores ACE2 a los que se une el virus, postula. Estos receptores se hallan en la superficie de las células que componen los tejidos afectados por el virus.
Alex Richter, inmunólogo en la Universidad de Birmingham, señala que el momento en el que aparece un síntoma podría revelar el responsable de su manifestación. Por ejemplo, resulta más probable que el virus se halle detrás de un síntoma de aparición temprana, como la pérdida de olfato o gusto, que de las complicaciones tardías parecidas a la enfermedad de Kawasaki. «Hay una línea temporal que parece indicar qué tan probable es que los síntomas sean un efecto directo del virus o de la respuesta inmunitaria según cuando aparecen», concluye.
Asimismo, Richter señala una característica particularmente extraña de las manifestaciones de la enfermedad de Kawasaki observadas en los niños: su aparición semanas después de la exposición al virus. Tanto ella como su equipo analizan muestras de infantes afectados a fin de identificar el modo en que el sistema inmunitario causaría dichos efectos. Hasta la fecha, sus hallazgos señalan que estos individuos presentan anticuerpos como resultado de la correcta activación del sistema inmunitario. Ello sugiere que la infección ocurre semanas antes de la aparición de las manifestaciones. En cambio, en los adultos el sistema inmunitario reacciona de manera más inmediata a la presencia del virus, destaca Richter.
A pesar de la amplia gama de síntomas de la COVID-19, el conocimiento emergente de la infección sugiere la existencia de un conjunto de factores subyacentes comunes que actuarían a la vez. «Es posible que en realidad solo sucedan algunas cosas y, según dónde se manifiesten, ocasionen síntomas diferentes», dice Perlman. «Entonces la pregunta es: ¿por qué se presenta de manera diferente en distintas personas?» La mayoría de infectados por el SARS-CoV-2 no requerirán ingresar en las unidades de curas intensivas, pero las personas que están hospitalizadas se enfrentan a una enfermedad que cada día sorprende a la comunidad médica. La edad, la obesidad y las afecciones cardíacasaumentan el riesgo de desarrollar cuadros clínicos graves. Pero los científicos todavía están buscando biomarcadores inflamatorios y otros indicadores bioquímicos que ayuden a los médicos a predecir quién mejorará por sí solo y quién enfermará gravemente, dice Maldonado. «Los científicos centramos nuestros esfuerzos en resolver esta cuestión», concluye.
Diana Kwon

Los abejorros pican a las plantas para que florezcan

Jim Daley
Obrero de abejorro zapador (Bombus terrestris) en plena labor de «recorte». Las heridas infligidas aceleran la floración y podrían tener implicaciones en la sincronía fenológica entre las plantas y los polinizadores. [Hannier Pulido; Laboratorios de De Moraes y Mescher]
Los abejorros están llenos de recursos: cuando el polen escasea y las plantas cercanas al nido aún no han florecido, los obreros saben un modo de forzar la floración. Una investigación recién publicada en Science revela que la estimulan perforando el follaje, de modo que se anticipa  en promedio unos 30 días. Por ahora no está claro el origen de la argucia y por qué el vegetal responde de ese modo a la agresión, pero los descubridores subrayan lo notable de este comportamiento inédito en un insecto tan familiar.
«Este es uno de esos escasos estudios que dan a conocer un fenómeno natural desconocido que suscita todo tipo de interrogantes y de especulaciones» acerca de lo extendido del comportamiento y del porqué, afirma a título de observador John Mola, ecólogo en el Centro Científico de Fort Collins, en Colorado, dependiente del Servicio Geológico de EE.UU.
Consuelo De Moraes, ecóloga química del Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich (ETH Zúrich) y una de las autoras del estudio, afirma que ella y sus colaboradores estaban observando una especie de abejorro en un experimento de laboratorio cuando casualmente se percataron de que los insectos estaban dañando las hojas de las plantas y se preguntaron el porqué. «Al principio, quisimos ver si se estaban alimentando de los fragmentos de la hoja o se los llevaban al nido», explica. Y como estudios precedentes habían demostrado que el estrés puede inducir la floración, se preguntaron entonces si los abejorros estarían haciendo florecer las plantas a voluntad.
Para comprobarlo, el equipo colocó abejorros desprovistos de polen en jaulas de malla metálica que contenían tomateras y plantas de mostaza. Los insectos enseguida recortaron y perforaron las hojas con las mandíbulas y la probóscide. A modo de prueba, los investigadores intentaron causar el mismo daño que los himenópteros en otras plantas, con ayuda de unas pinzas dentadas y de una navaja. Las dos series de plantas dañadas adelantaron la floración, pero, en comparación, las perforadas por los abejorros florecieron semanas antes que las cortadas a mano, lo cual apunta a que su saliva contendría sustancias estimulantes. 
Acto seguido, salieron del laboratorio para comprobar si los abejorros dañaban las plantas que no habían florecido cercanas al nido, aunque dispusieran de otras en flor más alejadas. En efecto, así fue. «Aunque encuentren flores si vuelan lejos, al actuar de ese modo cerca de la colonia acceden antes a recursos próximos», razona Mark Mescher, ecólogo químico del ETH Zúrich y coautor del estudio.
Todo indica que el comportamiento constituye una adaptación que maximiza la eficiencia en la recolección del polen, pero no confirma con certeza la hipótesis, matiza Mescher. Neal Williams, entomólogo de la Universidad de California en Davis, ajeno al estudio, afirma que la posibilidad es fascinante y que merece la pena seguir indagando. «Para demostrar claramente que un rasgo es adaptativo, se ha de poder afirmar que el comportamiento surgió porque aportó cierta mejora relativa al conjunto de la colonia», explica. En los abejorros, las abejas y otros organismos eusociales, una única reina engendra la descendencia, mientras que los obreros son estériles, de modo que la selección natural opera en la colonia entera. Los obreros que dañan las hojas no viven lo suficiente para disfrutar de la abundancia que brinda la floración temprana, pero como su acción aumenta el polen disponible para las larvas del nido, podrían ser el fruto de presiones evolutivas.
En el futuro se deberá investigar cómo pudo surgir el comportamiento y su extensión en otros tipos de abejorros silvestres, así como qué les ocurre a las plantas a escala molecular cuando sufren la picadura. Desvelar esas incógnitas mejoraría las predicciones sobre el porvenir de los abejorros ante el cambio climático, que amenaza con acabar con la delicada sincronía entre los polinizadores y las plantas al alterar las épocas de floración e hibernación y las migraciones de los insectos. «En esencia, el cambio climático hará más impredecibles las condiciones ambientales. Pero lo que hemos descubierto podría contribuir a mitigar las alteraciones derivadas del calentamiento global», concluye Mescher. 
Jim Daley 
Referencia: «Bumble bees damage plant leaves and accelerate flower production when pollen is scarce». Foteini G. Pashalidou et al. en Science, vol. 368, n.º 6493, págs. 881-884, mayo de 2020.

Como Funcionan los desinfectantes

La esperanza de vida a nivel mundial ha aumentado, según datos de las Naciones Unidas, desde los 29 años en 1850, hasta los 73 años en 2019. El descubrimiento más decisivo que explica este incremento es, sin duda, la capacidad de luchar contra las infecciones.
El esfuerzo ha permitido, por un lado, identificar el origen de muchísimas enfermedades, como la acción de bacterias, virus, hongos u otras formas de vida microscópica. Y, por otro, desarrollar prácticas higiénicas y medicamentospara luchar contra las infecciones causadas por esos patógenos.
Esta reflexión adquiere todo el sentido ante la pandemia por el virus SARS–CoV–2, causante de la Coronavirus Disease 19, abreviada por COVID–19. Una vez se supere la primera oleada de la pandemia, tenemos que modificar nuestros hábitos higiénicos, o al menos reforzarlos, para prevenir lo más posible nuevas infecciones.
Los medios de comunicación están informando profusamente sobre ello. Nos cuentan cómo debemos actuar y qué medidas tomar, para desinfectar nuestro cuerpo y nuestro entorno. Normalmente, estas explicaciones son recetas prácticas; aquello que debemos hacer de forma sencilla, para asegurar la higiene adecuada.
Sin embargo, además de los artículos prácticos, basados en las recomendaciones de las autoridades sanitarias, aparecen también en los medios otros artículos periodísticos, junto con anuncios publicitarios, sobre prácticas, productos y aparatos desinfectantes que, aunque podrían tener su base, generan más problemas que soluciones.
Hay que tener en cuenta que la intención de los que adoptan medidas extraordinarias es la mejor posible; quieren garantizar la máxima desinfección. En cambio, la intención publicitaria de ciertas compañías que quieren aprovechar la circunstancia, no lo es tanto. Incluso aquellas que publicitan correctamente sus productos sufren la sospecha creada por los desleales.
¿Por qué es posible que se adopten medidas que no son correctas? La respuesta es clara: por falta de información. Una carencia, acrecentada por el miedo al contagio, y la falsa creencia de que sobreprotegiéndonos se actúa mejor que haciendo lo que se recomienda oficialmente.
Es conveniente, entonces, explicar cómo actúan los desinfectantes, en la línea del resto de artículos publicados en esta sección de SciLogs. La razón orbita alrededor de una idea que me parece sólida: la información no sobra nunca. La clave es conseguir explicar algo complejo en los términos más sencillos, pero a la vez rigurosos. Espero ser capaz de ello.
Biocidas contra patógenos
Empecemos repasando los términos más relevantes.
Los microorganismos contra los que luchar, los patógenos o gérmenes, son diversos: bacteriashongosvirusesporas, y una quinta clase, los priones, que son proteínas cuyo plegamiento es erróneo, y que son capaces de desplegar otras proteínas y dejarlas inservibles. Los virus y priones no se consideran seres vivos, pero causan enfermedades, algunas muy graves.
Biocida es todo aquel producto o procedimiento que destruye todas las formas de vida, no sólo los microorganismos. Se distinguen tres clases:
  • Por un lado, están los esterilizantes, procesos extremos que destruyen todas las formas de vida. Un ejemplo sería la radiación de alta energía, UV–C o radiación gamma, o substancias químicas como el óxido de etileno, que se usa, por ejemplo, para esterilizar los quirófanos, vaporizándolos durante unas horas.
  • En segundo término tenemos los desinfectantes, substancias que reducen los microorganismos presentes en superficies inertes. Aprovechamos entonces que la única forma de vida presente, sobre estas superficies, es la de los patógenos. Los más conocidos son la lejía o el alcohol.
  • Y, en tercer lugar, los antisépticos, que reducen la presencia de microorganismos en la superficie de un tejido vivo. Su aplicación se basa en una menor agresividad, puesto que los patógenos son los primeros en sufrir el tratamiento, pero también se ven afectadas las células sanas.
Las tres categorías expuestas son no selectivas, pues atacan todas las formas de seres vivos. En muchos casos, el agente biocida es el mismo, ya sea como esterilizante, desinfectante, o antiséptico; simplemente se cambia la forma de aplicación y la dosis.
Por ejemplo, el agua oxigenada se utiliza para esterilizar habitáculos cerrados, incluyendo las cabinas de los aviones comerciales. Se administra como vapor, en una concentración de 1 miligramo por litro, y esteriliza en unos 30 minutos. También se puede usar, en forma líquida y concentraciones entre el 30 y el 90%, como desinfectante, sobre materiales que no se vean afectados por su capacidad corrosiva. Finalmente, en concentraciones mucho más diluidas, del 3% o menos, se utiliza como antiséptico bucal o dérmico, para prevenir infecciones en pequeñas heridas. ¿Quién no recuerda, sufrir más por el agua oxigenada, que por la raspadura en la rodilla? ¿o las discusiones sobre las preferencias entre el alcohol y el agua oxigenada?.  Por cierto, algo que quizás os habréis preguntado alguna vez:  ¿qué son las burbujas que aparecen cuando se aplica agua oxigenada a una herida?  Se trata del producto de la descomposición del agua oxigenada, el gas oxígeno molecular, O2, el mismo oxígeno que respiramos. 
Por otro lado, existen substancias selectivas, que pueden ser diferentes en función del patógeno, y se administran como medicamentos. Nos referimos a los antibióticos, antivirales, antifúngicos..., que destruyen los microorganismos en el interior de nuestro cuerpo. La duración y dosis del tratamiento se deben ajustar tras largos estudios clínicos, para maximizar su acción germicida, y minimizar los efectos secundarios.
El orden con el que se han presentado las categorías es también el orden de su agresividad, de más a menos. Insisto en que sólo la última corresponde a los medicamentos, substancias que podemos ingerir para luchar contra las infecciones... siempre bajo prescripción médica.
La lejía, que hoy en día es un preparado complejo, es el desinfectante más versátil, y quizás la substancia más responsable de las condiciones higiénicas que caracterizan la sociedad moderna.
La lejía, que hoy en día es un preparado complejo, es el desinfectante más versátil, y quizás la substancia más responsable de las condiciones higiénicas que caracterizan la sociedad moderna.

Esterilizantes
No es el objetivo de este artículo, pero necesitamos hablar de los esterilizantes. La razón es que solo así podemos poner en adecuado contexto a los desinfectantes.
La forma más familiar de esterilización es mediante el uso de vapor de agua, entre 120 y 135 ºC, mediante una cámara sellada conocida como autoclave. La esterilización completa se obtiene en 60 minutos de operación.
Otra posibilidad es mediante aire caliente, que también se denomina vapor seco, donde la temperatura varía entre 160 y 190 ºC, y los tiempos de aplicación, entre unos 12 minutos a 190ºC, y dos horas a 160ºC —a menor temperatura, más tiempo. Otros tratamientos térmicos son posibles, pero no los incluimos aquí para no alargar demasiado el artículo.
Una posibilidad diferente son los ultrasonidos, de frecuencias entre 20 kilohertzios y 10 megahertzios. Su acción se basa en el fenómeno de la cavitación, donde se produce una implosión casi microscópica, en cuyo interior se alcanzan temperaturas de hasta 5000 grados, durante un lapso de tiempo muy corto. Este golpe térmico y bárico desactiva microorganismos y contaminantes.
Cuando la muestra a esterilizar no resiste las elevadas temperaturas, deben utilizarse métodos y substancias a temperatura ambiente. Una de las más efectivas es el uso de radiación, ya sea la energética Ultravioleta C, o incluso la radiación gamma, la radiación de mayor energía de las que el ser humano es capaz de generar.
Este tratamiento requiere desalojar completamente la habitación a esterilizar. Por ejemplo, los laboratorios biológicos se esterilizan mediante lámparas UV–C (gracias Conchi Lillo por tu maravilloso resumen del tema), pero sólo se puede usar bajo supervisión profesional.
Otra batería de tratamientos se basa en el uso de substancias químicas. Ya hemos mencionado el óxido de etileno o el agua oxigenada. Añadiremos además el dióxido de nitrógeno, diversos óxidos de cloro, el ozono, el formaldehído y el ácido peracético. Son todas substancias muy reactivas, por lo que la concentración y la duración del tratamiento es clave, tal como ya hemos analizado en el caso del agua oxigenada.
Finalmente, se dan situaciones en las que aquello que queremos esterilizar es delicado, pues no resiste ningún tipo de tensión física ni química. El ejemplo más importante se da en la fabricación de medicamentos, substancias cuya conservación es delicada, y su esterilización vital, nunca mejor dicho —¿os imagináis que los medicamentos estuvieran contaminados con los microorganismos contra los que actúan?—.
En estos casos se puede utilizar la denominada filtración estéril. Ésta puede ser microfiltración, basada en membranas cuyo poro es de 0.22 micrómetros, o la nanofiltración, con membranas cuyo poro se sitúa entre 20 y 50 nanómetros. La microfiltración retiene la mayoría de bacterias, mientras que los virus requieren nanofiltración.
La correcta higiene de las manos, con jabón y solución hidroalcohólica, permite eliminar el 99.99 % de los microbios en general, y los virus con envoltorio graso, en particular.
La correcta higiene de las manos, con jabón y solución hidroalcohólica, permite eliminar el 99.99 % de los microbios en general, y los virus con envoltorio graso, en particular.

Desinfectantes y sus mecanismos de acción
Entremos ahora en el caso que nos ocupa. Cuando queramos desinfectar, ¿Qué usamos y cómo lo hacemos? Y, para tener criterio, ¿Por qué son efectivos los desinfectantes, y en cambio no son dañinos?
Hipoclorito
La forma más conocida de desinfección, al alcance de todos, es la lejía, el nombre común para el hipoclorito sódico, su compuesto activo. No es desconocida, esta substancia, puesto que en España cada habitante consume más de 12 litros al año. En Europa central, en cambio, se usa bastante menos. Por supuesto, ni se suministra ni debe utilizarse en concentraciones elevadas.
Una cantidad tan pequeña como cinco partes por millón, 5 ppm, mata el 99 % de los microbios en pocos minutos, y 500 ppm, que es sólo el 0,05 %, mata más del 99,99 %, e incluso los más difíciles, las esporas, también en minutos. Teniendo en cuenta que, comercialmente, se distribuye al 5 %, basta una cucharada en 10 litros de agua, para tener una disolución totalmente efectiva.
Las lejías con aditivos y fragancias funcionan igualmente bien, de hecho mejor. Uno de los aditivos, los poliacrilatos, cambian su tensión superficial, de manera que la solución desinfectante se adhiere mejor a las superficies. Por otro lado, añadir fragancias agradables a la lejía ha sido más difícil de lo que se pudiera pensar, puesto que la lejía es conocida por desactivar la mayoría de substancias con olor.
¿Cómo actúa, la lejía? En concreto, oxidando proteínas clave de los microorganismos, dejándolas inservibles de una forma muy parecida a como lo hace un choque térmico. Puesto que, como todos los desinfectantes, su acción no es específica, debemos limitar su uso a la desinfección externa. Cierto que el agua del grifo ha sido tratada con lejía. Pero sirve para evitar la acumulación de patógenos en ella, y no para atacar los del interior de nuestro cuerpo.
Existen no pocos detractores de la lejía, tanto por su olor, como por su capacidad para atacar todas las formas de vida. Además, reacciona con diversas substancias residuales, añadiendo cloro a la composición de éstas. Esta transformación genera, en algunos casos, compuestos potencialmente cancerígenos.
Hasta aquí, todo es cierto. Sin embargo, las concentraciones reales de estos compuestos clorados nunca se acercan, ni de lejos, a las que resultan carcinogénicas. Por tanto, estando tan lejos del peligro, las ventajas superan, por muchísimo, los inconvenientes. Recordemos que la desinfección salva centenares de millones de vidas... cada año.
Alcoholes, sales cuaternarias y clorofenoles
Numerosas lociones, jabones, champús, pomadas, pastas, colutorios, y otros preparados de uso doméstico, incorporan en su formulación agentes bactericidas, virucidas, o germicidas en general.
La desinfección de nuestras manos, que tanto hemos de vigilar en estos tiempos, se lleva a cabo con jabón, por un lado, y mediante un preparado hidroalcohólico. Ambos lavados desactivan el virus de la COVID–19, aunque en mayor proporción el segundo.
Mientras que con jabón eliminamos, a lo sumo, el 99 % de los gérmenes, la solución alcohólica permite llegar al 99,99 %. Por otro lado, los germicidas en la pasta de dientes, o en los colutorios bucales, llegan a eliminar incluso el 99,999 % de los microbios. Esta acción está llevando a plantear, muy recientemente, que estos preparados puedan utilizarse como prevención del contagio vírico, pero es sólo una idea bajo estudio.
¿Qué substancias, en concreto, tienen estas propiedades, y cómo actúan?
Tres tipos de substancias, con tres mecanismos de acción diferentes.
En primer lugar están los alcoholes, de diversos tipos. El etanol, el alcohol de las bebidas alcohólicas, el alcohol isopropílico, así como un buen número de alcoholes diferentes, la mayoría de origen natural, son germicidas si los microorganismos están envueltos de material graso, es decir, ácidos grasos, lípidos, o lipoproteínas. Los alcoholes los disuelven, y los microorganismos no pueden sobrevivir a esa alteración. Se razona entonces que lavarse las manos con solución alcohólica desactiva el virus SARS–CoV–2, puesto que pertenece a los virus que poseen ese envoltorio graso.
Tenemos, en segundo lugar, unos compuestos poco conocidos, las denominadas sales cuaternarias, cuyo compuesto más representativo es el cloruro de benzalconio, conocido más por su nombre registrado, Zephiran.
Su modo de acción parecerá curioso. Actúan pinchando la membrana de las células, y provocando fugas a través del pinchazo. Se antoja algo muy primitivo, casi de risa, pero a nivel molecular este fenómeno no es tan sencillo. El pinchazo al que me refiero se produce por afinidad química, que a su vez se basa en la similitud entre las moléculas de la membrana celular, y la de la sal cuaternaria. La célula se confunde, y permite que una parte de la sal cuaternaria se inserte completamente, creando un poro por el que se fugan el medio acuoso y componentes vitales de la célula.
El tercer componente de esta familia lo forman los clorofenoles. Los compuestos más habituales se identifican como PCMX y Triclosán, términos comerciales que esconden una complicada nomenclatura. Se encuentran no solo en los preparados domésticos ya mencionados, sino en tratamientos que confieren propiedades bactericidas y fungicidas a ropas, fundas, telas en general y otros complementos del hogar.
Su acción, sobretodo bactericida y fungicida, como ya hemos dicho, se debe a que desactivan la síntesis de ácidos grasos en un buen número de células. En concreto, desactivan una proteína concreta, que solo utilizan los patógenos y no las células de nuestro organismo. Es, por tanto, una substancia bastante selectiva, mucho más que los anteriores desinfectantes, aunque no llega a la selectividad de los medicamentos.
El enjuague bucal más conocido es el que lleva el nombre Listerine, en honor a Joseph Lister, el pionero en el tratamiento antiséptico.  La substancia que utilizó Lister era el fenol, un precursor de los clorofenoles.  En cambio, los enjuagues bucales actuales son una mezcla compleja de alcoholes.
El enjuague bucal más conocido es el que lleva el nombre Listerine, en honor a Joseph Lister, el pionero en el tratamiento antiséptico.  La substancia que utilizó Lister era el fenol, un precursor de los clorofenoles.  En cambio, los enjuagues bucales actuales son una mezcla compleja de alcoholes.

¿Y el ozono? ¿Y las lámparas ultravioleta? ¿Y el agua oxigenada?
Hasta aquí las formas más habituales de desinfección. No están todas, claro, y las que están podrían cambiar con el tiempo, puesto que la investigación está continuamente refinando, cambiando y mejorando las diferentes prescripciones.
Aquellos que sigan los medios de comunicación, sabrán que se polemiza con el uso de dos agentes más, como desinfectantes. Me refiero al ozono, por un lado, y a las lámparas de radiación ultravioleta, por otro. Y añadiré el agua oxigenada, que no está tan presente en los medios, pero sí que tiene sus partidarios.
Estas substancias o dispositivos, como ya hemos mencionado, se pueden utilizar como métodos de esterilización. Pero o son peligrosos como desinfectantes, y se desaconseja su uso, o no son efectivos.
Analicemos en primer lugar el ozono. Efectivamente, es un potente biocida. Reacciona con la gran mayoría de substancias orgánicas, y por tanto somete a tensión oxidativa las moléculas vitales de todos los microorganismos. Pero su agresividad, y su falta de selectividad, genera problemas importantes de salud.
En particular, el ozono es un potente irritante, y lo es además a las concentraciones a las que se genera habitualmente en los aparatos esterilizantes. Además, al ser un gas, su recorrido no es controlable, y llena un habitáculo muy rápidamente.
Además, el uso de ozono no evita la infección que aportan los mismos usuarios, por lo que siempre se tiene que usar junto con otros sistemas en paralelo.  Por ejemplo, la desinfección de piscinas con ozono necesita clorar igualmente el agua, para evitar los patógenos aportados por los usuarios.
Por tanto, por mucho que la cultura popular diga lo contrario, el ozono sólo es bueno en la capa estratosférica, a 23 kilómetros de altura.
Con las lámparas ultravioleta tenemos dos situaciones. Las lámparas UV–A o UV–B, que no son germicidas y cuyo uso nos puede provocar graves problemas oculares si se usan durante un tiempo prolongado. Por otro lado, las lámparas UV–C sí que son germicidas, ya lo hemos mencionado. Pero son demasiado peligrosas, puesto que en pocos minutos pueden desencadenar graves afectaciones, por alteración del ADN celular. Por tanto, no se pueden utilizar como sistema de desinfección, sin evacuar el recinto y supervisados por profesionales. ¡Solo profesionales!
Finalmente, el agua oxigenada. Si uno "surfea" por la red, encontrará proponentes de un tratamiento basado en consumir, o aplicar, soluciones muy diluidas de agua oxigenada. Hasta aquí bien, pues poco daño puede hacer. Lo curioso es que, afirman los defensores, "sirve" para curar la totalidad de las enfermedades que uno pueda pensar. La mayoría de las virtudes que sus partidarios reclaman no tienen sentido.
Sin embargo, hay un caso que me generó una duda razonable.  Me refiero a que se proclama que son un tratamiento efectivo contra el acné. A fin de cuentas, el acné lo provoca la proliferación de una bacteria.
Podría ser. Pero no. No funciona. Cuando se ha comprobado, con un buen número de individuos, si el agua oxigenada elimina el acné, los resultados no difieren de aquellos que no hacen nada. Me refiero a que la efectividad del tratamiento es la misma que la ausencia de tratamiento, al tratarse de una afección que el mismo cuerpo es capaz de superar, con el tiempo.  Y no sólo sucede con el acné.  Por este motivo, para que un tratamiento se apruebe, tiene que demostrar que es más efectivo que la capacidad natural del cuerpo humano para curarse por sí mismo.