miércoles, 2 de octubre de 2019

Las personas más sabias suelen ser aquellas que cuando les piden una predicción sobre cualquier tema futuro responden que no tienen ni la menor idea. Somos muy malos prediciendo. Pero lo más grave es que estamos convencidos de todo lo contrario. Es cierto que la especie humana destaca frente a las demás por su capacidad de especular y prever, pero tan solo durante una distancia en el tiempo mucho menor de lo que pensamos. Lo que sucede es que nuestro pavor hacia la incertidumbre es tal que ante cualquier acontecimiento inesperado tendemos a construir de inmediato una explicación que lo sitúe en el ámbito de lo predecible. «Después de la guerra todos son generales». Esta frase, atribuida por algunos a Napoleón, la utilizó la presidenta chilena Michelle Bachelet ante las críticas realizadas tras un terremoto en el sur de ese país que segó la vida de 800 personas. Es cierto. Nuestra capacidad para encontrar soluciones después del problema nos ha llevado a creer que igualmente podemos hacerlo antes del mismo. Pero no es así. Y no lo es porque lo que fundamentalmente define el porvenir es su capacidad de sorprendernos y, con ello, de replantear por completo nuestra concepción del mundo y de las cosas. Eso es lo que Nassim Nicholas Taleb llama «El cisne negro» en su libro de igual título. Nassim nos cuenta que en Europa todo el mundo tenía claro cómo era un cisne: esbelto y con un hermoso plumaje blanco. Y así fue hasta que, con el descubrimiento de Australia, se descubrieron también los cisnes negros que habitaban en ese continente. Nadie pudo preverlo, pero ese hecho cambió por completo la idea universalmente aceptada de cómo era un cisne. Para que aparezca un «cisne negro», nos dice Nassim, han de darse estas tres circunstancias: Que sea una rareza fuera de las expectativas normales. Que produzca un gran impacto. Que, pese a ser una rareza, los humanos inventemos explicaciones a posteriori para convertirlo en explicable y predecible. La historia de la humanidad está llena de cisnes negros que nos han llevado siempre por caminos impredecibles. Pero eso sucede también con nuestras biografías individuales. Si revisamos nuestro pasado, nos daremos cuenta de que lo que más nos ha marcado es justo eso, lo que no podíamos prever. Lo cual nos lleva a otra interesante conclusión de Nassim: «La lógica del cisne negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos». Una conclusión, es cierto, inquietante para unos seres que buscamos en el conocimiento nuestro principal punto de apoyo. Y no es que el conocimiento no nos sirva. Todo lo contrario. Lo que sucede es puede darse el caso de que un exceso del mismo nos lleve a hacernos una idea equivocada de lo que acontece. Hay que saber saber. Gestionar el conocimiento teniendo en cuenta que tan importante es retenerlo como desecharlo. Porque ello nos permitirá estar en mejores condiciones para afrontar el próximo «cisne negro» (es decir, lo desconocido desconocido) que el futuro nos presente.

Las personas más sabias suelen ser aquellas que cuando les piden una predicción sobre cualquier tema futuro responden que no tienen ni la menor idea.
Somos muy malos prediciendo. Pero lo más grave es que estamos convencidos de todo lo contrario. Es cierto que la especie humana destaca frente a las demás por su capacidad de especular y prever, pero tan solo durante una distancia en el tiempo mucho menor de lo que pensamos.
Lo que sucede es que nuestro pavor hacia la incertidumbre es tal que ante cualquier acontecimiento inesperado tendemos a construir de inmediato una explicación que lo sitúe en el ámbito de lo predecible.
«Después de la guerra todos son generales». Esta frase, atribuida por algunos a Napoleón, la utilizó la presidenta chilena Michelle Bachelet ante las críticas realizadas tras un terremoto en el sur de ese país que segó la vida de 800 personas.
Es cierto. Nuestra capacidad para encontrar soluciones después del problema nos ha llevado a creer que igualmente podemos hacerlo antes del mismo. Pero no es así. Y no lo es porque lo que fundamentalmente define el porvenir es su capacidad de sorprendernos y, con ello, de replantear por completo nuestra concepción del mundo y de las cosas.
Eso es lo que Nassim Nicholas Taleb llama «El cisne negro» en su libro de igual título.
Nassim nos cuenta que en Europa todo el mundo tenía claro cómo era un cisne: esbelto y con un hermoso plumaje blanco. Y así fue hasta que, con el descubrimiento de Australia, se descubrieron también los cisnes negros que habitaban en ese continente. Nadie pudo preverlo, pero ese hecho cambió por completo la idea universalmente aceptada de cómo era un cisne.
Para que aparezca un «cisne negro», nos dice Nassim, han de darse estas tres circunstancias:
  1. Que sea una rareza fuera de las expectativas normales.
  2. Que produzca un gran impacto.
  3. Que, pese a ser una rareza, los humanos inventemos explicaciones a posteriori para convertirlo en explicable y predecible.
La historia de la humanidad está llena de cisnes negros que nos han llevado siempre por caminos impredecibles. Pero eso sucede también con nuestras biografías individuales. Si revisamos nuestro pasado, nos daremos cuenta de que lo que más nos ha marcado es justo eso, lo que no podíamos prever.
Lo cual nos lleva a otra interesante conclusión de Nassim: «La lógica del cisne negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos».
Una conclusión, es cierto, inquietante para unos seres que buscamos en el conocimiento nuestro principal punto de apoyo.
Y no es que el conocimiento no nos sirva. Todo lo contrario. Lo que sucede es puede darse el caso de que un exceso del mismo nos lleve a hacernos una idea equivocada de lo que acontece.
Hay que saber saber. Gestionar el conocimiento teniendo en cuenta que tan importante es retenerlo como desecharlo. Porque ello nos permitirá estar en mejores condiciones para afrontar el próximo «cisne negro» (es decir, lo desconocido desconocido) que el futuro nos presente.

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