Muchos se han visto alguna vez intentando capturar a una araña saltarina y sorprendidos por su destreza para esquivarnos. Sus movimientos bruscos despistan a cualquiera, haciendo muy ardua la tarea de dar con ella. Pero no es algo exclusivo de su forma de desplazarse. Las arañas saltarinas tienen una gran inteligencia que las convierte en animales conspiradores y muy duchos en el arte de la guerra.

A menudo solemos pensar que los animales con cerebros más grandes son más inteligentes. Incluso en el pasado hubo tendencia a pensar que dentro de los humanos los hombres eran más listos que las mujeres porque tenían cerebros más pesados. Uno de los científicos que defendía esta teoría fue el médico y biólogo alemán Theodor Ludwig Wilhelm von Bischoff. La leyenda cuenta que, tras su muerte, donó su cerebro a la ciencia y que resultó tener una masa por debajo de la media femenina. Desde luego, apetece mucho que la historia sea real, pero por lo visto no es más que un mito.

Lo que sí sabemos a día de hoy es que no tenía razón. Que un cerebro más grande no implica necesariamente una mayor inteligencia. De hecho, hay animales con cerebros extremadamente pequeños que resultan ser muy inteligentes. Es el caso de las abejas, que han mostrado ser capaces de fingir que saben matemáticas. O de las hormigas, que pueden tanto vivir en una sociedad jerárquica como organizar estrategias defensivas propias del más preparado de los ejércitos. 

Las arañas saltarinas son también un gran ejemplo de esto. En un artículo publicado recientemente en Knowable Magazine por Betsy Mason, la periodista hace un resumen de algunos de los estudios científicos que se han publicado sobre ellas. Y es realmente sorprendente.

Uno de los grandes puntos fuertes de las arañas saltarinas es su vista. Son capaces de ver objetos de un milímetro a 2,5 centímetros de distancia y eso, dado su tamaño, es todo un logro. Esto les da unas dotes imponentes para la caza, pero hay que reconocer que también ponen bastante de su parte.