Se calienta, en primer lugar, el
agua en el cazo hasta casi ebullición. Se vierte en la botella y se mantiene en
ésta durante un par de minutos. Se vacía el agua e inmediatamente se cierra la
botella con su tapón. Poco a poco la botella
se autoaplastará movida por una misteriosa fuerza que la hará consumirse y
retraerse sobre sí misma. Nosotros lo hemos probado en el laboratorio y funciona perfectamente.
Es imprescindible que la botella
no tenga ningún poro ni agujero y que el tapón ajuste perfectamente. Si se
quiere acelerar el proceso basta con intensificar el enfriamiento, poniendo la
botella en un baño o corriente de agua fría o de hielo.
Si la experiencia se hace con
una botella de vidrio, el aplastamiento no se produce dada la rigidez del
material, aunque sí tendríamos luego dificultades para extraer el tapón y abrir
la botella: habríamos hecho un envase “al vacío”.
Esta experiencia puede hacerse
también con una lata metálica de paredes no muy gruesas: el proceso es el
mismo, pero sorprende mucho más el resultado al tratarse de un material al que
le presumimos mayor resistencia a deformarse que al plástico
Nacho Padró