jueves, 27 de julio de 2017

El ADN mitocondrial neandertal revela una nueva ola de migración humana desde África

En los últimos años, el análisis de un número cada vez mayor de muestras de ADN tanto mitocondrial (procedente de las mitocondrias, con 16.000 pares de bases) como nuclear (del núcleo celular, con 3.000 millones de pares de bases) en restos humanos arcaicos fosilizados ha servido para reconsiderar las relaciones evolutivas entre los grupos de homínidos.
Las investigaciones del ADN nuclear, por ejemplo, indican que los neandertales son un grupo hermano de los denisovanos. Sin embargo, un nuevo estudio de ADN mitocondrial del fémur de un neandertal hallado en 1937 en la cueva Hohlenstein-Stadel, en Jura de Suabia al sudoeste de Alemania, indica una mayor afinidad con los humanos modernos que con los denisovanos, como resultado del flujo de genes de una fuente africana hacia los neanderthales hace más de 200.000 años.
Los datos genéticos fueron recuperados por un equipo dirigido por científicos del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia y la Universidad de Tübingen (Alemania). Este trabajo proporciona un nuevo calendario para una migración de homínidos fuera de África, que ocurrió después de que los antepasados de los neandertales llegaran a Europa, y por un linaje más estrechamente relacionado con los seres humanos modernos.
“El ADN mitocondrial (transmitido solo por la madre) y el ADN nuclear (que da una imagen más completa al ser heredado por ambos progenitores) proporcionan dos historias diferentes. En el ADN nuclear los neandertales están más cerca de los denisovanos, mientras que en el mitocondrial están más cerca de los humanos modernos. De hecho, el ADN mitocondrial encontrado en los neandertales llegó más tarde de África, reemplazando el existente con este mitocondrial, más similar al de los seres humanos modernos”, explica a Sinc Cosimo Posth, del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia y coautor del estudio.
Por tanto, los análisis del ADN nuclear señalan que los seres humanos modernos se separaron de neandertales y denisovanos hace entre 765.000 y 550.000 años, mientras que el ADN mitocondrial muestra una relación más estrecha y cercana en el tiempo entre los seres humanos modernos y los neandertales.
“El nuevo flujo genético debe provenir de África debido a que es donde los antepasados de los seres humanos modernos estaban viviendo antes de las grandes migraciones desde África hace alrededor de 60.000 y 50.000 años. Como los neandertales están más relacionados con los seres humanos modernos que con los denisovanos solo en el nivel de ADN mitocondrial, y es al contrario en el caso del ADN nuclear, pensamos que una población humana moderna se trasladó de África a Europa y proporcionó el ADN mitocondrial a todos los neandertales estudiados hasta ahora (excluyendo a los de la Sima de los Huesos)”, expone el investigador.
Excavaciones a la entrada de la cueva de Hohlenstein-Stadel en 1937, año en que se descubrió el fémur de Neanderthal / © Photo Museum Ulm
El ejemplar de la Sima de los Huesos de Atapuerca es clave para entender el escenario propuesto. Los homínidos de la Sima son neandertales tempranos en un nivel nuclear y demuestran un ADN mitocondrial más cercano a denisovanos que a los seres humanos modernos. “Esto es lo que esperábamos que ocurriera con el ADN mitocondrial original de todos los neandertales, que más tarde fue reemplazado por el nuevo tipo africano encontrado en todos los neandertales posteriores”, añade el científico.
Este hecho implica que estos homínidos se cruzaron con los neandertales ya presentes en Europa, dejando su huella en las mitocondrias del ADN de los neandertales. El estudio, publicado hoy en Nature Communications, hace retroceder la posible fecha de este evento a entre 470.000 y 220.000 años.
Una relación complicada 
Las mitocondrias son la maquinaria productora de energía de las células, tienen su propio ADN, que está separado del ADN nuclear. Asimismo, se heredan de madre a hijo y pueden utilizarse para rastrear los linajes maternos y los tiempos de fraccionamiento de la población. De hecho, los cambios de mutaciones en el ADN mitocondrial con el tiempo se puede utilizar para distinguir los grupos y también para estimar la cantidad de tiempo transcurrido desde que dos individuos compartieron un antepasado común, ya que las mutaciones ocurren a tasas predecibles.
"El hueso, que muestra evidencia de haber sido roído por un gran carnívoro, proporcionó datos genéticos mitocondriales que mostraron que pertenece a la rama neandertal", apunta Posth.
La datación tradicional por radiocarbono no funcionó para evaluar la edad del fémur, por lo que se calculó utilizando la tasa de mutación y resultó tener 124.000 años de antigüedad.
Foto reciente de la entrada de la cueva de Hohlenstein-Stadel / © Photo Museum Ulm
Esto hace que el neandertal, designado HST por los investigadores, sea uno de los más antiguos que tienen su ADN mitocondrial analizado hasta la fecha.
Curiosamente, representa un linaje mitocondrial distinto al de los neandertales previamente estudiados. Las diferencias indican que había más diversidad genética mitocondrial en la población de neandertal de lo que se pensaba anteriormente. Esto sugiere que la población de neandertales era mucho más grande que la que se había estimado para la etapa final de su existencia.
Cronología de la migración
Los científicos proponen un escenario concreto: después de la divergencia del ADN mitocondrial de los neandertales y los humanos modernos (fechado a un máximo de 470.000 años), pero antes de HST y los otros neandertales (hace un mínimo de 220.000 años), un grupo de homínidos se trasladaron de África a  Europa e introdujeron su ADN mitocondrial a la población neandertal.
Esta migración intermedia desde África habría ocurrido hace entre 470.000 y 220.000 años. "A pesar del gran intervalo, estas fechas proporcionan una ventana temporal para la posible conectividad de los homínidos y su interacción a través de los dos continentes en el pasado", dice Posth.
Esta afluencia de homínidos habría sido pequeña y no habría tenido impacto en el ADN nuclear de los neandertales. Por el contrario, si fue lo suficientemente grande como para reemplazar completamente el linaje mitocondrial existente de los neandertales.
“Este escenario concilia la discrepancia en el ADN nuclear y las filogenias del ADN mitocondrial de los homínidos arcaicos", explica Johannes Krause, también del Instituto Max Planck y coautor del trabajo.
Tener datos nucleares del fémur de HST sería crucial para la evaluación de sus relaciones genómicas con los neandertales, denisovanos y humanos modernos, pero es extremadamente difícil recuperarlo debido a la mala preservación y a los altos niveles de contaminación de humanos modernos. Además, sería necesario contar con datos genómicos nucleares de alta calidad de más de un individuo para investigar plenamente esta propuesta de ola de migración humana fuera de África.
Referencia bibliográfica:
Cosimo Posth et al. "Deeply divergent archaic mitochondrial genome provides lower time boundary for African gene flow into Neanderthals" Nature Communications | 8:16046 | DOI: 10.1038/ncomms16046 | www.nature.com/naturecommunications

Los perros surgieron de una vez y de un solo grupo de lobos

Hubo una vez, cuando los hombres todavía se dedicaban a cazar y recolectar frutos, que los lobos se les acercaron quizás en busca de comida. La práctica se convirtió en costumbre y de esas primeras bestias domesticadas surgieron los perros. Ahora bien, cuándo y dónde sucedió es algo en lo que los científicos no acaban de ponerse de acuerdo. El último estudio al respecto, publicado en la revista Nature Communications, cree que se produjo una única vez, y sitúa el origen de nuestros mejores amigos más atrás, hace entre 20.000 y 40.000 años. En ese mismo grupo están los ancestros de todos los canes modernos que hoy nos acompañan, desde los chihuahuas a los San Bernardo.
Los resultados contradicen un controvertido estudio anterior, dado a conocer el pasado año en la revista Science, que sugería que los perros fueron domesticados dos veces, de forma independiente, a partir de dos poblaciones de lobos separadas, probablemente ahora extintas, que vivían en lados opuestos del continente euroasiático.
Situar el origen mismo de la domesticación del perro es todo un reto debido a pruebas aparentemente contradictorias o incompletas. Una mandíbula de 14.700 años de edad es el fósil más antiguo indiscutible de un perro domesticado (Canis lupus familiaris), pero los restos de los canes se remontan hasta hace 35.000 años. Los datos genéticos muestran que los antepasados de todos los perros modernos se dividieron en dos poblaciones: una que dio origen a las razas de Asia Oriental y otra que se convertiría en los modernos perros europeos, surasiáticos, asiáticos centrales y africanos. Sin embargo, los investigadores aún no pueden determinar cuándo ocurrió esta división. Y no pueden ponerse de acuerdo si los perros fueron domesticados una o dos veces.
Cráneo de un perro del Neolítico de hace 5.000 ñaos- Amelie Scheu
En la última investigación, el paleogenetista Krishna Veeramah y su equipo de la Universidad Stony Brook de Nueva York estudiaron los genomas de los fósiles de perros del Neolítico que se encuentran en diferentes partes de Alemania, uno del comienzo del período, hace unos 7.000 años, y otro de 4.700 años. También examinaron una muestra de perro de 4.800 años de antigüedad que se encuentra en Irlanda. Entonces compararon estas secuencias de genomas antiguos con datos genéticos de un total de 5.649 canídeos, incluyendo perros y lobos modernos.
Los investigadores estiman que los perros y los lobos divergieron genéticamente entre 36.900 y 41.500 años atrás, y que los perros orientales y occidentales se dividieron hace entre 17.500 y 23.900 años. Debido a que la domesticación tuvo que haber ocurrido entre esos eventos, el equipo la sitúa en algún lugar de 20.000 a 40.000 años atrás.
Estas fechas, según los autores, cuestionan la necesidad de una explicación de domesticación de origen dual sugerida en el estudio de Science. Ese trabajo comparó secuencias genéticas de 59 perros antiguos, así como un canino neolítico de Irlanda, y fijó la división entre perros orientales y occidentales entre 6.400 y 14.000 años atrás. El equipo sugirió que debido a que la división se produjo miles de años después de la primera aparición conocida de los perros en Europa y Asia Oriental, debían de haberse producido dos casos de domesticación que ocurrieron alrededor de la misma época.
Los autores del último estudio reconocen que su trabajo no resolverá el debate sobre cuándo y dónde se originó el mejor amigo del hombre, pero creen que analizar más ADN antiguo resolverá el problema. Veeramah, cuya investigación se centra principalmente en los seres humanos antiguos, dice en la web de la revista Nature que aprender más sobre los orígenes de los perros modernos puede ayudarnos a entendernos a nosotros mismos, ya que «los perros y los humanos tienen una importante historia juntos».

ASÍ NACIERON LOS PRIMEROS ANIMALES DE GRAN TAMAÑO


Así nacieron los primeros animales de gran tamaño
Representación artística de los rangeomorfos. Crédito: Jennifer Hoyal Cuthill
Los rangeomorfos habitaron los océanos de la Tierra entre 635 y 541 millones de años atrás. Tenían cuerpos blandos compuestos de ramas, cada una con ramificaciones laterales más pequeñas, con una forma geométrica conocida como fractal, que se puede ver hoy en como pulmones, helechos y copos de nieve.
Dado que los rangeomorfos no se asemejan a ningún organismo moderno, es difícil comprender cómo alimentaban, crecían o se reproducían (aunque algunos señalan que podrían ser los pionero en cuanto a reproducción sexual) , y mucho menos cómo podrían vincularse con cualquier grupo moderno. Sin embargo, aunque guardan cierta similitud con las plantas, los científicos creen que pueden haber sido algunos de los primeros animales que vivieron en la Tierra
Los rangeomorfos podían medir entre pocos centímetros y dos metros, en una época en la que la mayoría de los organismos era microscópicos. Lo que ha llevado a muchos científicos a preguntarse cuándo se produjo este cambio y por qué.  Ahora expertos de la Universidad de Cambridge y el Instituto Tecnológico de Tokio, han determinado cómo los rangeomorfos, fueron capaces de crecer tanto, cambiando su tamaño corporal y forma a medida que extraían nutrientes del entorno.
Los resultados, publicados en la revista Nature Ecology and Evolution, también podrían ayudar a explicar cómo la vida en la Tierra, evolucionó para que pudieran existir enormes organismos como los dinosaurios y las ballenas azules.
"Lo que queríamos saber – explica Jennifer Hoyal Cuthill, principal autora del estudio –, es por qué estos grandes organismos aparecieron en este punto en particular de la historia de la Tierra. Aparecen súbitamente en el registro fósil con un tamaño muy grande. ¿Fue simplemente una coincidencia o un resultado directo de los cambios en la química del océano?”.
El análisis realizado por el equipo de Hoyal Cuthill señala que las tasas de crecimiento dependían de los nutrientes. Todos los organismos necesitan nutrientes para sobrevivir y crecer, pero los nutrientes también pueden dictar el tamaño y la forma del cuerpo. Esto se conoce como "plasticidad ecofenotipica". Los autores del estudio sugieren que los rangeomorfos no sólo muestran un fuerte grado de plasticidad ecofenotipica, sino que esto proporcionó una ventaja crucial en un mundo dramáticamente cambiante. Por ejemplo, los rangeomorfos podrían rápidamente cambiar de forma, aumentando su tamaño si el mar comenzaba a exhibir niveles elevados de oxígeno.
"Durante el periodo Ediacarán, se produjeron grandes cambios en los océanos de la Tierra – añade Hoyal Cuthill –, esto pudo haber desencadenado el crecimiento, de modo que la vida en la Tierra empieza a ser mucho mayor. Probablemente es demasiado pronto para concluir exactamente qué cambios geoquímicos fueron responsables de esta variación en el tamaño, pero hay importantes claves, especialmente el aumento del nivel de oxígeno”.
A este cambio en la química del océano siguió una era de hielo a gran escala conocida como la glaciación de Gaskiers. Durante este periodo, cuando los niveles de nutrientes en el océano eran bajos, los rangeomorfos parecen haber mantenido un tamaño pequeño, pero con al producirse un aumento súbito de oxígeno u otros nutrientes, se hicieron posibles tamaños de cuerpo mucho mayores, incluso en organismos con la misma estructura genética.

Juan Scaliter

Mercurio es tan pequeño que «cabría» en el Atlántico

 
Desde la polémica expulsión de Plutón de la familia de planetas del sistema solar Mercurio pasó a ser no sólo el planeta más cercano al Sol sino también el más pequeño de la familia, con un diámetro de 4879,4 kilómetros. Es tan pequeño que una loncha de Mercurio cortada a la altura de su ecuador cabría en el Atlántico, como muestra la ilustración que encabeza esta anotación. 


Mercurio es el objetivo de la misión conjunta BepiColombo de la Agencia Espacial Europea y de la Agencia Japonesa de Exploración Espacial, cuyo lanzamiento está previsto para octubre de 2018. Compuesta por dos orbitadores que viajaran juntos –durante algo más de 7,2 años– el conjunto del Orbitador Magnetosférico de Mercurio (de la JAXA) y del Orbitador Planetario a Mercurio (de la ESA) acaban de pasar sus últimas pruebas como conjunto antes de su lanzamiento. [la ilustración vía Mauricio Zapata

Detectan ondas de radio de origen desconocido a 11 años luz de distancia


Enana Roja
Imagen: NASA
El Observatorio de Arecibo, de la Universidad de Puerto Rico, ha realizado en las últimas semanas un hallazgo sorprendente. En concreto, la detección de extrañas ondas de radio a 11 años luz de distancia cuyo origen no tienen una explicación conocida. Se ha producido en el entorno de una estrella, la enana roja Ross 128.
Todo comenzó durante una campaña científica destinada a observar estrellas enanas marrones que posean planetas en su órbita, entre abril y mayo de 2017. Unas observaciones que podrían proporcionar información sobre la radiación y el entorno magnético alrededor de estas estrellas; o, incluso, detectar la presencia de nuevos planetas. La observación se estaba realizando a diferentes enanas marrones: Ross 128, Gliese 436, , Wolf 359, HD 95735, BD +202465, V * RY Sexo y K2-18. Sólo Gliese 436 y K2-18.
Dos semanas después de estas observaciones, los científicos advirtieron que había algunas señales muy peculiares en el espectro dinámico de 10 minutos que obtuvieron de Ross 128, observado el 12 de mayo. Las señales consistieron en pulsos cuasi-periódicos no polarizados de banda ancha con características de dispersión muy fuertes.
Emisiones de radio fantasmas en Ross 128
¿Cuál es la explicación? No es sencilla. Según el profesor Abel Méndez, director del Planetary Habitability Laboratory de la Universidad de Puerto Rico: "las señales no son interferencias locales de radiofrecuencia (RFI), ya que se producen únicamente en el entorno de Ross 128 y no en el de otras estrellas. Las observaciones de otras estrellas inmediatamente antes y después no muestran nada similar".

¿De dónde proceden estas emisiones? 

Los científicos no conocen el origen de estas señales, pero hay tres explicaciones posibles.
La primera de ellas es que las emisiones de Ross 128 son similares a las llamaradas solaresque tienen lugar en otras estrellas, como nuestro sol: las erupciones solares de tipo II. En segundo lugar, que las emisiones proceden de otro objeto más lejano, pero que entra en el campo de visión de Ross 128. Por último, que las emisiones estallan desde un satélite de alta órbita, ya que los satélites de órbita baja se mueven rápidamente fuera del campo de visión.
No obstante, ninguna de estas explicaciones convence completamente a los investigadores, ya que cada una de ellas plantea problemas.
Por ejemplo, las erupciones solares tipo II se producen a frecuencias mucho más bajas; mientras tanto, la dispersión de estas emisiones sugiere una fuente mucho más alejada, o bien un campo de electrones más denso (por ejemplo, la atmósfera estelar). Además, no hay muchos objetos cercanos en el campo de visión de Ross 128 y los científicos nunca han visto satélites capaces de emitir estallidos como ese.
Siempre que se producen fenómenos sin una explicación clara en el universo, la mente humana suele rondar la idea de que una civilización inteligente ajena a la nuestra es la responsable de tales acontecimientos. Lo cierto es que, tal y como están las cosas en este momento, la posibilidad de que las emisiones de radio provengan de un objeto extraterrestre no puede descartarse mientras no se encuentre una explicación plausible a lo que está ocurriendo en el entorno de Ross 128.
“Tenemos un misterio aquí y las tres explicaciones principales son tan buenas como cualquiera en este momento”, en palabras de Méndez.
El equipo continúa investigando el entorno de la enana roja, y espera encontrar pronto el origen de dichas emisiones.
Referencias:
'Strange Signals from the Nearby Red Dwarf Star Ross 128'. Planetary Habitability Laboratory PHL.

La paradoja de Fermi

Si tenemos algún vecino extraterrestre, ¿por qué aún no han contactado con nosotros?
Si tenemos algún vecino extraterrestre, ¿por qué aún no han contactado con nosotros?
La conclusión a la que llegó el astrónomo Frank Drake a partir de su propia ecuación -una decena de civilizaciones capaces de comunicarse con nosotros en la Vía Láctea-, hoy, medio siglo después y a la vista de los últimos descubrimientos astronómicos, nos parece excesivamente prudente, y muchos creen que esas civilizaciones galácticas podrían contarse por cientos o miles.
A pesar de lo difícil que resulta detectar planetas extrasolares, ya se conocen más de tres mil, y algunos astrónomos consideran probable que la mayoría de las estrellas tengan planetas orbitando a su alrededor, lo que significaría que los “ecomundos” (planetas idóneos para albergar vida) se podrían contar por cientos de millones.
Y ahí es donde surge con renovada fuerza la conocida como “paradoja de Fermi”, pues el gran físico italiano, inspirador de la ecuación de Drake, se preguntó a mediados del siglo pasado por qué ninguno de esos supuestos vecinos galácticos se había puesto en contacto con nosotros ni había dejado ninguna huella perceptible de su presencia en el cosmos.
Una de las posibles explicaciones de esta paradoja es la denominada“hipótesis de la Tierra especial”, según la cual, aunque hubiera muchos planetas similares al nuestro, se requieren tal cantidad de condiciones para que se desarrolle la vida inteligente, que el proceso podría haberse dado en muy pocos planetas, tal vez solo en la Tierra. Pero esta hipótesis parte del supuesto de que la vida inteligente solo puede desarrollarse mediante un proceso análogo al que se ha dado en nuestro planeta, y no tiene por qué ser necesariamente así.
Invito a nuestras/os sagaces lectoras/es a reflexionar sobre la paradoja de Fermi y sus implicaciones. O a seguir reflexionando, mejor dicho, pues ya han empezado hacerlo en los numerosos y muy interesantes comentarios de la semana pasada.

Visitando a nuestros vecinos

Supongamos que en nuestro entorno galáctico más próximo hay tres planetas habitados por seres inteligentes, a “solo” 10, 20 y 30 años luz de distancia de la Tierra respectivamente. ¿Cuál es la distancia mínima a la que pueden estar dos de esos exoplanetas entre sí? ¿Y la máxima?
Queremos visitar esos tres mundos, uno tras otro, en un solo viaje. ¿Cuál es la disposición espacial que haría que ese viaje fuera mínimo en cuanto a la distancia recorrida por nuestra astronave? ¿Y la disposición que daría lugar al recorrido más largo?
Carlo Frabetti es escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado más de 50 obras de divulgación científica para adultos, niños y jóvenes, entre ellos Maldita físicaMalditas matemáticas o El gran juego. Fue guionista de La bola de cristal.

El misterioso ‘Experimento Filadelfia’

Invisibilidad y teletransportación. Esos dos grandes anhelos de la humanidad, y que durante la Segunda Guerra Mundial militares y científicos intentaron llevar a cabo. Éxito o fracaso, sin duda ha pasado a formar parte de los cientos de misterios que envuelven a aquella bélica época. Libros, documentales y películas se han encargado de mantener viva esta leyenda. Pero, ¿en qué consistió dicho experimento?

El suceso de mayor gravedad tuvo lugar el día 28 de octubre de 1943 -pues se hicieron varias pruebas, desde el verano de ese mismo año-. El Experimento Filadelfia, llamado originalmente Proyecto Arcoíris, fue un supuesto ensayo secreto urdido por la marina de EE.UU. en los astilleros navales de Filadelfia, en el estado de Pensilvania. Con él se pretendía conseguir la invisibilidad total, tanto al ojo humano como a los radares, del destructor escolta de la Armada USS Eldridge.

Fotograma de la película ‘El Experimento Filadelfia’, de 1984.

Pero en ese día concreto -casualmente, una fecha en la que han sucedido diversos acontecimientos en la historia estadounidense: la inauguración de la Estatua de la Libertad, el Lunes Negro que desembocó en el Crack del 29 o el fin de la crisis de los misiles con Cuba, por ejemplo- ocurrió algo más, aunque no se sabe si de manera premeditada o por el efecto del azar. El gigantesco buque bélico no solo desapareció, sino que se teletransportó de un lugar a otro en cuestión de segundos. Dos potentes logros que, de haber salido bien, hubieran cambiado el curso de la contienda mundial casi dos años antes de su finalización.

El destructor USS Eldridge. Imagen tomada en 1944.

Fue un único testigo quien develaría todo el entramado años más tarde. Un señor llamado Carlos M. Allende, quien dijo estar presente durante estas pruebas ultrasecretas aprobadas por Roosevelt, mandó una serie de cartas a un científico, experto en astronomía y matemáticas. Un tipo algo controvertido para la época, por sus estudios y libros sobre OVNIs: Morris Ketchum Jessup. Pero este profesor universitario también era un gran estudioso de la Teoría del Campo Unificado. Una teoría física, introducida por Einstein, que viene a ser como la búsqueda del santo Grial de la Física y según la cual explica, entre otras hipótesis, la posibilidad de volver invisible un objeto o teletransportarlo. De ahí que fuese el ‘elegido’ por el tal Allende.

Morris Ketchum Jessup moriría en extrañas circunstancias.

En enero de 1956 este profesor recibió dos cartas en las que se hablaba del peligroso experimento. Aquel misterioso informante aseguraba que durante las investigaciones llevadas a cabo por la Marina al barco ni se le veía. Consiguieron de algún modo volverlo transparente a la vista de todos aunque, eso sí, envuelto en una espesa y tenebrosa niebla. Afirmaba que el destructor desapareció al instante casi por arte de magia tras lo que denominó como “un relámpago azul”, transportándolo ipso facto de un punto a otro de la geografía. Desde el puerto de Filadelfia al de Norfolk, en Virginia, situados a 450 kilómetros de distancia.
Tras un cuarto de hora, aproximadamente, la embarcación volvería a esfumarse del segundo emplazamiento para hacer de nuevo acto de presencia en su lugar de origen. Fue entonces cuando gran parte de la tripulación acabó muriendo o con horribles malformaciones. Aquellos que presenciaron el fenómeno, aseguraba el remitente, perdieron la cordura hasta tal punto de que jamás recordaron qué pasó realmente. Unos grotescos efectos que podemos ver con mucha precisión en la versión cinematográfica de 1984. Ese sería pues el último ensayo. Tras aquellos incidentes el proyecto se canceló por el temor de las autoridades a que se volvieran a repetir los malos resultados y, sobre todo, porque pudieran saltar a la luz pública.
“El experimento fue un completo éxito. Sin embargo, para los tripulantes, fue un rotundo fracaso”, decía la ‘garganta profunda’ del científico en su primera misiva.

¿Quién era verdaderamente el testigo del ‘Experimento Filadelfia’?

Poco se sabe de él. Fue un enigma viviente hasta el final de su vida. Nació en 1925 y se alistó al ejército en 1942. Acabó sus días como profesional en la marina mercante en 1952 y tras dejarla vivió como un vagabundo. Su verdadero nombre era Carl Meredith Allen y murió en un sanatorio –como la mayoría de testigos- de Colorado en 1994.
El día 28 de octubre de 1943, con 18 años, este marinero estaba embarcado en el buque SS Andrew Furuseth, que se encontraba en el puerto virginiano de Norfolk -recordemos, a cientos de kilómetros de donde estaba el USS Eldrige-. Tres décadas después, Allen le concedió un exclusivo vis a vis a los investigadores William Moore y Charles Berlitz, quienes acabarían escribiendo el libro The Philadelphia Experiment: Project Invisibility (Ballantine Books, 1979), y por el que se popularizó todo el fenómeno:
“Vi que el aire que rodeaba al Eldrige se volvía un poco más oscuro que el resto de la atmósfera. A los pocos minutos observé que se levantaba del agua una bruma verdosa, similar a una nube muy tenue. De pronto, el barco desapareció completamente y nosotros experimentamos una gran sacudida. Varios de nuestros hombres se desmayaron y a muchos comenzó a salirles sangre de la nariz. En pocos segundos el flamante barco de guerra ya no estaba en su sitio, pero en la superficie del mar podía verse claramente la marca de su peso al desplazar el agua. Sencillamente se había vuelto invisible y no quedaba rastro ni de él ni de los hombres que iban a bordo. Antes de que se esfumara del todo vi que un par de marineros que estaban en estribor se desintegraban por completo. Se podía escuchar un desagradable zumbido, que fue aumentando de volumen hasta convertirse en un silbido inaguantable, que culminó en una violenta explosión. En el puente donde yo estaba reinaba una confusión absoluta y las órdenes se sucedían unas tras otras (…) Transcurrieron varios minutos cuando aquella bruma verdusca comenzó a dispersarse y sin zumbidos ni manifestación alguna que lo anunciase, el crucero comenzó a materializarse de nuevo, desde la popa a la proa, como había ocurrido en el instante en que se hizo invisible. Pude observar que los hombres que estaban en cubierta padecían fuertes convulsiones (…) Lo más terrorífico fue ver a cinco miembros de la tripulación que se fundieron completamente con la estructura metálica del buque, mientras que otros sufrieron desmaterializaciones de algunas partes de sus cuerpos”. 
Se sabe que tras los contactos mantenidos entre el científico Jessup y su informante, el Gobierno norteamericano interrogó al primero para interesarse por lo que el tal Allende le había contado. Como era de esperar dijeron que este marinero estaba loco y que había montado una gran farsa para sacar dinero, ya que vivía prácticamente en la indigencia. Al profesor universitario le  dieron una simple razón para desmontar la mentira: tanto el USS Eldrige como el SS Andrew Furuseth no estaban por esas fechas en ninguno de los puertos mencionados. Ambos tenían unos destinos distintos a los comentados.

En esta imagen del film de 1984, se puede ver como los marineros quedaron fusionados con el barco.

Lo inexplicable vino después. Jessup no cesó en su interés por el asunto e incluso, transcurrido un tiempo, llegó a comentar en sus círculos más cercanos que había conseguido evidencias físicas que corroboraban todo lo sucedido. Pero, de manera sospechosa, se suicidó en extrañas circunstancias en 1959. Fue hallado muerto en el interior de su coche, en una carretera perdida. Nada más se sabe al respecto.
Y hay más. Tanto las cartas de navegación como la bitácora del buque implicado en el Experimento Filadelfia se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial. El Instituto Naval norteamericano no tiene apenas fotos en sus archivos de este barco y los tripulantes del mismo se esfumaron de la faz de la Tierra, al igual que sus fichas personales. Incluso 300 toneladas de instrumentos que llevaba a bordo el Eldridge también se evaporaron cuando el barco fue vendido a Grecia en 1951. La nave serviría en la Marina griega bajo el nombre de Leon HS hasta su desmantelamiento definitivo en 1992. Sería finalmente destruida para chatarra en el año 1999. Lo que nunca pudo ocultar la Armada norteamericana fue la existencia del denominado Proyecto Arcoiris, como un conjunto de experimentos bélicos secretos que no podían desvelarse y que buscaban la derrota de la Europa del Eje.
La última pregunta que nos hacemos es ¿se paralizó por completo el Experimento Filadelfia? Parece que no. Años más tarde comenzaría lo que muchos han denominado como la segunda fase de aquel: el Proyecto Montauk. Pero esa ya es otra historia.