lunes, 28 de agosto de 2023

la verdad sobre el megatiburón extinto

 Otodus megalodon, el tiburón más grande de todos los tiempos, ha cautivado durante décadas la imaginación de paleontólogos y público. La fascinación científica se debe a la enormidad de sus dientes fosilizados. Grandes como manos humanas y dentados como cuchillos de cocina, le servían para cortar ballenas que tuvieran la mala suerte de cruzarse en su camino. 

La cultura popular le ha dado fama. Nunca ha causado tanto revuelo como en la película de 2018, Megalodón, a la que este año sigue la secuela Megalodón 2: La fosa

La adaptación de la novela superventas Meg: A Novel of Deep Terror de Steve Alten cuenta la historia de un grupo de científicos que descubren un megalodón en la Fosa de las Marianas, en el océano Pacífico occidental.

Es innegable que la película está plagada de inexactitudes científicas. Sin embargo, no puedo evitar sentir cierto aprecio. ¿Una película ridícula? Sí, pero todos los implicados son muy conscientes de ello, lo que la hace muy entretenida. 

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En mi opinión profesional, si un futuro paleontólogo hace nuevos descubrimientos sobre el megalodón influido por esta película, entonces habrá merecido la pena. Pienso así porque, en última instancia, se trata de mi propia historia. 

Paleobiólogo gracias a la televisión

Descubrí al megalodón en televisión, concretamente en la serie documental de la BBC Sea Monsters (2003) en la que el zoólogo Nigel Marven visita mares prehistóricos. En su barco, Marven viaja en el tiempo para bucear con antiguas bestias. 

Entonces yo tenía seis años. Ahora, veinte años después, soy paleobiólogo en ejercicio especializado en tiburones fósiles y mi trabajo más conocido gira nada menos que en torno al megalodón.

Megalodón se toma licencias artísticas con los conocimientos científicos disponibles. Por ejemplo, los tiburones se representan con un tamaño exagerado de 27 metros (88 pies). Sin embargo, las extrapolaciones científicas más recientes a partir del tamaño de los dientes estiman un tamaño máximo de 20 metros (65 pies) de largo, lo que sigue convirtiéndolos en uno de los mayores depredadores que han existido.

Algunos consideran que el atractivo del megalodón empieza y termina con su descomunal tamaño. Nada más lejos de la realidad. Para empezar, este tiburón estaba en todas partes. Sus dientes fósiles aparecen en formaciones geológicas de seis continentes que datan de hace 20 millones de años durante las épocas del Mioceno y el Plioceno (desde hace 23 millones de años hasta hace unos 3 millones de años).

Curiosamente, algunas de esas formaciones eran hábitats poco profundos donde se han encontrado montones de pequeños dientes de megalodón: signos reveladores de guarderías donde se dejaba crecer a las crías con abundante comida y protección frente a los depredadores. Uno de estos yacimientos es la Formación Gatún de Panamá, a la que se hace referencia en la película.

Un diente de megalodon
Un diente de megalodón. Jack CooperAuthor provided (no reuse)










Devoraban orcas en pocos bocados

Desentrañar la naturaleza depredadora del megalodón a partir de los fósiles es aún más interesante. 

Sus enormes dientes dejaron desagradables heridas en las ballenas que fueron víctimas de su enorme fuerza de mordedura, incluidas las ballenas barbadas e incluso los cachalotes

Utilizando modelos en 3D a partir de una columna vertebral de 140 vértebras, los investigadores han calculado su tremendo volumen estomacal, que sugiere que el megalodón podría comerse a depredadores del tamaño de las orcas actuales con sólo unos pocos mordiscos

Los recientes análisis químicos de los dientes también han arrojado resultados fabulosos. Los valores de isótopos de nitrógeno del megalodón son excepcionalmente altos, lo que indica que se encontraba más arriba en la cadena alimentaria que cualquier depredador marino vivo. En resumen, el megalodón era el rey de los depredadores oceánicos.

Un extraordinario control de la temperatura

Los isótopos de oxígeno en los fósiles demuestran temperaturas corporales más altas que el entorno circundante. Esto indica mesotermia, la capacidad de mantener temperaturas corporales elevadas que sólo se observa en unas pocas especies, como los tiburones blancos, los marrajos y los tiburones peregrinos

La mesotermia mejora la velocidad de nado, lo que permitía al megalodón desplazarse más rápido y más lejos, aumentando sus posibilidades de encontrar presas. Este estilo de vida activo habría obligado al megalodón a ingerir más alimentos, unas 98 000 kcal diarias, para justificar su tamaño. Por ello, la pérdida de sus hábitats costeros y presas asociadas limitó la ingesta de alimentos y, posiblemente, fue la causa de su extinción hace 3 millones de años.

Algunas imprecisiones cinematográficas

La película, Megalodón 2, altera un poco las cosas. Muestra a un megalodón devorando a un Tyrannosaurus rex. El tiburón evolucionó por primera vez más de 40 millones de años después de que se extinguieran los dinosaurios no aviares, por lo que, desgraciadamente, este enfrentamiento entre las bestias emblemáticas nunca se habría producido en la realidad. Sin embargo, es un guiño a la novela original de Steve Alten, que también incluía una escena fantástica. Así, solo hay que tomarla como un momento genial de absurdo cinematográfico.

La película también presenta al megalodón como un animal que ha sobrevivido hasta nuestros días. Esto es imposible porque el registro fósil muestra que la desaparición del superpredador megalodón tuvo un efecto en cascada en el ecosistema. Por ejemplo, provocó la expansión de los tiburones blancos y permitió que las ballenas crecieran aún más porque ya no había tiburones gigantes a los que temer.

Por desgracia, este tipo de representaciones en los medios de comunicación, y más en el cine, pueden dar lugar a extrañas teorías conspirativas según las cuales los megalodones siguen vivos de algún modo. Esto es, por supuesto, una tontería, pero no es necesariamente culpa de la película. Los documentales falsosque utilizan actores como científicos son mucho más culpables que una simple película de Hollywood.

¿Me gustaría ver películas que utilizaran con precisión toda la ciencia disponible para describir a un tiburón tan extraordinario? Por supuesto que sí. Pero el entretenimiento es lo que es. 

Los tiburones siguen siendo retratados negativamente en los medios de comunicación, a pesar de que hasta un tercio de los tiburones actuales están en peligro de extinción.

Así que si Hollywood va a seguir retratando megalodones vivos, creo que el aspecto más interesante de este escenario ficticio aún no se ha explorado adecuadamente: ¿seríamos los humanos mucho más peligrosos para los megalodones que ellos para nosotros? Creo que la respuesta es un rotundo sí. 

Matamos hasta 100 millones de tiburones al año y los más grandes corren un riesgo especial

Esta podría ser una historia poderosa para ayudar a explicar la importancia y la vulnerabilidad de los tiburones actuales al público moderno, del mismo modo que Megalodón: La fosa llama la atención sobre el tiburón más grande de todos los tiempos.

El legado de los ensayos nucleares: entre el desarrollo científico y el desastre humanitario

 La última superproducción de Christopher Nolan, Oppenheimer, nos ha recordado el potencial destructivo de las armas nucleares, pero también las implicaciones éticas y morales que se pueden derivar del desarrollo científico y tecnológico. 

El “padre de la bomba atómica”, como es conocido Robert Oppenheimer, lideró el Proyecto Manhattan en Estados Unidos, que resultó en la prueba Trinity, la primera bomba nuclear de la historia, detonada en la madrugada del 16 de julio de 1945 en el desierto Jornada del Muerto, en el estado estadounidense de Nuevo México. 

Desde entonces, los estados nucleares de iure –China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia– y de facto –Corea del Norte, la India, Israel y Pakistán– han puesto a prueba su capacidad armamentística, y han llevado a cabo numerosos ensayos nucleares como muestra de su potencial militar. 

Como máximos exponentes, destacan los Estados Unidos con más de 1 000 bombas nucleares detonadas en distintas localizaciones desde Trinity y hasta 1992, y la extinta Unión Soviética, que superó las 700 pruebas nucleares entre 1949 y 1990. Lo cierto es que, tras el periodo de la Guerra Fría, los Estados apenas han llevado a cabo ensayos nucleares. Sin embargo, todavía no existe un instrumento jurídico internacional que los prohíba por completo, y las consecuencias de dichos ensayos siguen afectando a la salud de las personas y al medio ambiente. 

Unas consecuencias catastróficas

Las consecuencias de la utilización de un arma nuclear son devastadoras, tal y como se pudo comprobar tras el lanzamiento de las bombas nucleares estadounidenses Little Boy y Fat Mansobre Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, en agosto de 1945. 

Los ensayos nucleares no producen víctimas directas, pues se realizan, habitualmente, en zonas más o menos alejadas de los focos de población, como en islas remotas o extensos desiertos. Sin embargo, es tal el impacto de una bomba nuclear que los efectos de la radiación y la contaminación pueden experimentarse a kilómetros de distancia. 



















Nube producida por la bomba atómica de Hiroshima hecha desde el Enola Gay. Wikimedia Commons

Como ejemplos ilustrativos, basta con apuntar dos referencias. La primera se recoge en las páginas de Hiroshima (1946). Ahí, John Hersey relata con crudeza la historia de seis supervivientes, o hibakusha (en japonés “personas afectadas por una explosión”), que sufrieron secuelas duraderas derivadas de la radiación de las bombas nucleares estadounidenses, entre las que destacan debilidad crónica, mareos, problemas digestivos e incluso la discriminación por parte de la propia población japonesa. 

La segunda, más reciente y menos conocida por el gran público, son los denominados downwinders, es decir, los habitantes de las poblaciones estadounidenses de Arizona, Nevada, Nuevo México y Utah. Allí, la contaminación radiactiva resultante de los ensayos nucleares ha expuesto a la población a enfermedades, especialmente cánceres de diverso tipo y consideración, así como malformaciones congénitas, transmitidas de generación en generación. 

La respuesta de la comunidad internacional

Los esfuerzos de la comunidad internacional por prohibir los ensayos nucleares han sido parcialmente fructíferos, y reflejan las luces y las sombras propias de las políticas nacionales en materia de seguridad y defensa. 

En 1963 entró en vigor el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares, que prohíbe los ensayos en la atmósfera, bajo el agua y en el espacio. Sin embargo, contó con dos importantes limitaciones: no prohibió las pruebas nucleares subterráneas, y ni China ni Francia firmaron el Tratado, y continuaron realizando pruebas nucleares atmosféricas hasta 1980 y 1974, respectivamente. 

La aprobación del Tratado de 1963, no obstante, evidenció la necesidad de ralentizar la carrera armamentística, y contribuyó al posterior desarrollo del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (CTBT, por sus siglas en inglés), creado en 1996 para prohibir la realización de cualquier ensayo nuclear en y por los países firmantes. 

De nuevo, la repercusión de este acuerdo ha sido muy limitada. Dada la ausencia de algunos Estados nucleares de iure –Estados Unidos y China– y todos los Estados nucleares de facto, el Tratado de 1996 no ha llegado a entrar en vigor. 

Ante este panorama poco halagüeño y con el objetivo de visibilizar la cruda realidad de los ensayos nucleares, el 2 de diciembre de 2009 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad la resolución 64/35, en la que los Estados acordaron declarar el 29 de agosto como el Día Internacional contra los Ensayos Nucleares.

Las Islas Marshall: un ejemplo frente al mundo

A la espera de la entrada en vigor del CTBT, algunas de las poblaciones afectadas por los ensayos nucleares no han dudado en recurrir a la justicia para hacer valer sus derechos, como el diminuto archipiélago de las Islas Marshall, que se ha enfrentado a las grandes potencias nucleares.

Mientras que las demandas impuestas por las Islas Marshall contra la India, Pakistán y Reino Unido frente a la Corte Internacional de Justicia no han prosperado, las peticiones de los afectados frente a la justicia estadounidense sí han resultado en compensaciones económicas por los daños sufridos. Sin embargo, los daños humanos y medio ambientales son, en buena medida, irreversibles, e islas como el atolón de Bikini son todavía inhabitables debido a la contaminación nuclear. 

Lejos de cesar, la carrera armamentística se ha visto avivada por el rápido desarrollo tecnológico y por un escenario geopolítico en tensión. A modo de ejemplo, desde 2006, Corea del Norte ha llevado a cabo sucesivas pruebas nucleares como muestra del desarrollo de su capacidad militar.

La gran victoria de las Islas Marshall es la visibilización de una realidad que todavía sufren miles de personas en el mundo como consecuencia de los ensayos nucleares. Por desgracia, la entrada en vigor del CTBT no parece una realidad cercana. En consecuencia, la sociedad civil tiene el compromiso primordial de alzar la voz cada 29 de agosto e impulsar una conciencia social –ya creciente– que apueste por acelerar, o más bien reiniciar, el desarme nuclear y fomentar el desarrollo científico con fines pacíficos.