Las cifras del sistema universitario español hablan de que sus algo más de 135.000 investigadores en plantilla son los responsables del 70 por ciento de la producción científica estatal. Esos datos, que anualmente publica el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, otorgan a las Universidades un papel protagonista en el sistema nacional de I+D+i. Por eso, cuando se habla de difusión del conocimiento o comunicación de la ciencia parece obligado tener en cuenta la labor de las Universidades en ese ecosistema de la divulgación científica al que se ha referido en más de una ocasión Juan Ignacio Pérez Iglesias, director de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco. Un sistema en el que conviven e interactúan diferentes agentes con distintas motivaciones y en el que aparecen multitud de productos o formatos. En esa -con permiso de Pérez- selva de la difusión del conocimiento, aparecieron hace una década las Unidades de Cultura Científica y de la Innovación de Universidades y centros de investigación.
Ideadas como servicios de apoyo a la investigación y promovidas desde la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), las UCCs han cumplido sus primeros diez años dando pruebas de su utilidad. Un estudio dirigido por el catedrático de ética de la Universidad Jaume I Domingo García, por ejemplo, posiciona a las Unidades de Cultura Científica como una de las mejores herramientas para garantizar la eficacia en el nuevo modelo de gestión responsable de la investigación (RRI, según sus siglas en inglés). Y eso es así porque las UCCs son estructuras profesionales, que no dejan la divulgación en manos del voluntarismo, sino que responden a una estrategia y objetivos concretos y evaluables y están integradas por comunicadores científicos.
La Universidad de Granada, por seguir con los ejemplos, evaluó recientemente una de las líneas de trabajo de su UCC. Hay que tener en cuenta que las UCCs trabajan al menos en 4 objetivos fundamentales: promoción de la cultura científica, promoción de vocaciones, formación e investigadores en divulgación y comunicación de resultados. La Universidad de Granada, decía, ha evaluado esta última línea y llegó a la conclusión de que las noticias científicas difundidas desde su UCC en un año y publicadas en diferentes medios de comunicación alcanzaban un valor de 8,2 millones de euros.
Sin poner cifras, una investigación realizada por Ana Victoria Pérez y dirigida por Miguel Ángel Quintanilla y Bruno Maltrás constató recientemente el incremento de noticias científicas en los medios generalista a partir de 2007, el año de creación de las UCCs y de la Agencia Sinc, o lo que es lo mismo, el año en el que el sistema de I+D+i apostó por profesionalizar la difusión del conocimiento generado por sus investigadores.
Son sólo algunos ejemplos que parecen revelar la rentabilidad de las UCCs, agrupadas estratégicamente en Comcired. Sin embargo, la prueba definitiva radica en el hecho de que muchas Universidades y centros de investigación estén consolidando estos servicios dentro de sus estructuras de gestión de la investigación. Y es que las UCCs superaron hace tiempo la fase de dependencia de su principal promotor, la FECYT, y comienzan a institucionalizarse, llegando en algunos casos a aparecer incluso en las nuevas Relaciones de Puestos de Trabajo (RPT).
Las Universidades han incluido a las UCCs en sus estructuras de apoyo a la investigación de la misma forma que lo hicieron con las Oficinas de Transferencia de Resultados de la Investigación y los Gabinetes de Comunicación a finales de los ochenta. Por aportar algún dato, actualmente existen 39 UCCs universitarias, lo que significa que la mitad de las universidades españolas cuenta ya con este servicio, que en un 90% de los casos depende de los vicerrectorados de Investigación, aunque todas trabajen en estrecha colaboración con los Gabinetes de Comunicación y las OTRIs.
En la última reunión de la Comisión Sectorial de I+D+i de la Conferencia de Rectores de las Universidades españolas, celebrada en Vigo, se habló y mucho de divulgación científica. Se conversó sobre la obligación y responsabilidad que tienen las universidades de difundir el conocimiento que generan; se discutió sobre la conveniencia de reconocer la divulgación como mérito en la carrera de los investigadores y aunque no se llegara a conclusiones definitivas sí se pudo constatar que las universidades se han alineado definitivamente con la divulgación y la promoción de la cultura científica. Sea por obligación –la que le marcan la Constitución española, la LOM LOU o ese alegato en pro de la difusión del conocimiento que es la Ley de la Ciencia de 2011– o por responsabilidad social, las universidades divulgan. Durante años lo han hecho los investigadores de manera más o menos voluntarista; la institucionalización de la difusión continuó con el acercamiento a la sociedad a través del sector productivo usando a las OTRIs y de los medios de comunicación empleando a sus gabinetes. Treinta años después, las UCCs vienen a seguir aportando y a facilitar el diálogo con la ciudadanía. En el tiempo de la comunicación directa y de la investigación responsable, las UCCs y los profesionales de la comunicación científica que trabajan en ellas juegan un papel al que convendrá estar atentos porque lo que parece claro es que ya no hay marcha atrás.
Elena Lázaro Real de AEC
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