domingo, 5 de marzo de 2017

Intestino a la carta


Cuando se trata de fabricar un intestino, los primeros centímetros son los más arduos, sobre todo en la placa de Petri. Científicos del Centro Médico del Hospital Infantil de Cincinnati han logrado este hito: hace poco comunicaban en Nature Medicine que habían conseguido producir un segmento de intestino, provisto de nervios, músculos y todo lo demás, a partir de una única estirpe de células madre humanas. En el futuro este tejido podría servir para el estudio de las enfermedades, entre otras aplicaciones.
En 2011, investigadores del mismo centro anunciaron que habían logrado cultivar tejido intestinal, pero desprovisto de células nerviosas y, por tanto, incapaz de contraerse y generar el movimiento ondulante que impulsa el alimento a lo largo del colon. Esta vez, el equipo ha cultivado neuronas aparte y después las ha combinado con otro lote de células madre previamente estimuladas para que se convirtieran en músculo y epitelio. Y listo: ya tenemos un segmento de intestino de varios centímetros de largo. «Como en el embrión humano, las neuronas saben adónde ir», asegura Michael Helmrath, cirujano responsable del Programa de Rehabilitación Intestinal del Hospital Infantil de Cincinnati.
Los científicos implantaron después el tejido en el intestino de un ratón vivo para que madurara. Una vez extraído de nuevo para someterlo a pruebas, estimularon el fragmento hecho a medida con una descarga eléctrica. Se contrajo y siguió haciéndolo solo. «Todo parecía funcionar bastante bien», asegura Helmrath. El intestino se suma así a los riñones, a los organoides cerebrales y a otros contados tejidos del cuerpo que pueden fabricarse en el laboratorio.
Helmrath y su colega Jim Wells se proponen ahora obtener tramos más largos plenamente funcionales, esta vez en cerdos. Algún día esperan poder ayudar a personas con problemas digestivos. La obtención de copias del intestino del paciente permitiría observar cómo se manifiesta la enfermedad o incluso trasplantar el tejido. «El intestino es difícil de reproducir in vitro. Haber llegado tan lejos en tan poco tiempo me da esperanzas de poder contar a la larga con alguna solución terapéutica», comenta Wells.
Ryan F. Maldenbaurn para IyC

Evitad la humedad, alérgicos


Poner tierra de por medio ante ciertas alergias frente a malas hierbas o árboles y mudarse a otra ciudad o región es una alternativa posible, y lo mismo se podrá decir a partir de ahora de las alergias causadas por los ácaros del polvo. Los arácnidos microscópicos —que dejan tras de sí las heces y los cuerpos muertos que desencadenan crisis alérgicas y de asma— no abundan en extensas franjas de las Grandes Llanuras y las Montañas Rocosas, según un nuevo estudio de los artrópodos que habitan en los hogares.
Con la ayuda de ciudadanos interesados, investigadores de la Universidad estatal de Carolina del Norte y de la Universidad de Colorado en Boulder analizaron el ADN de los artrópodos hallados en 732 muestras de polvo tomadas en los marcos de las puertas interiores de domicilios de todos los EE.UU. Entre los datos referentes a muchas especies, han hallado que el este del país y su costa occidental son un verdadero vergel para los ácaros, mientras que los estados interiores del oeste son, en comparación, un desierto. ¿Por qué? Porque estos organismos precisan de una humedad elevada para vivir. (No pueden beber, por lo que absorben la humedad del aire para permanecer hidratados.)
Anne Madden, autora principal del estudio, advierte que el resultado negativo en las muestras procedentes de partes del oeste estadounidense no significa que en tales zonas no existan ácaros. Hasta en las regiones áridas, los colchones y las alfombras, además del mobiliario procedente de zonas más húmedas, pueden albergar colonias de estos animalillos, asegura David Miller, que estudia el vínculo entre los problemas domésticos de humedad y la salud en la Universidad Carleton de Ottawa, que no ha participado en el estudio.
Se calcula que 20 millones de estadounidenses padecen alergia por culpa de ellos. Miller aclara que si uno es alérgico a los ácaros del polvo, vivir en las tierras áridas de Estados Unidos y Canadá y en zonas elevadas es sin duda un buen remedio. Pero no es preciso que se mude al otro extremo del país para escapar: conseguirá desterrarlos si coloca fundas hipoalergénicas en los colchones y las almohadas, lava las sábanas una vez a la semana y pasa a menudo la aspiradora, provista, eso sí, con un filtro de alta eficacia (HEPA).
Jennifer Frazer para IyC

La vida como proceso planetario

Al abordar el origen de la vida nos enfrentamos a una de las cuestiones más importantes y espinosas que el hombre, en particular si es científico, se plantea. Otras afectan también a los orígenes: el del universo, el de la consciencia o el de la propia humanidad. Hasta hace no tanto, todos ellos fueron dominios reservados a la especulación filosófica, por más que hubiera incursiones más o menos anecdóticas de la ciencia. Esta comenzó a interesarse de una manera sistemática por el origen de la vida a mediados del siglo XX, tras el descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN.
A medida que se ha ido avanzado en su solución, el problema se ha complicado cada vez más. Los científicos se percataron de que no era suficiente con crear la materia prima de la vida. Necesitaban explicar cómo se conjugaron esos componentes y cómo evolucionaron hasta formarse las primeras células. La vida no requería solo los ingredientes correctos, sino también las herramientas moleculares debidas. En las postrimerías de los años sesenta, Francis Crick, Carl Woese y Leslie Orgel propusieron, cada uno por su cuenta, que el ARN podría desempeñar ambas funciones. Lo que terminó por llamarse el «mundo de ARN» es la hipótesis que sostiene que el ARN existió mucho antes que el ADN, catalizaba su propia reproducción y ayudó al advenimiento de la vida [véase«Origen de la vida sobre la Tierra», por Leslie E. Orgel; Investigación y Ciencia, diciembre de 1994]. Otros le negaron ese privilegio al ARN y primaron diversos escenarios de síntesis de las biomoléculas fundamentales; presentaron un mundo peptídico, uno lipídico o el metabolismo para explicar el origen de la vida. A la postre, las opiniones convergen en dos corrientes principales: el mundo de ARN (o «genes primero»), que aportó la información genética y sirvió de catalizador enzimático; y el denominado «metabolismo primero», que apela a la existencia de catalizadores metálicos sencillos, hallados en los minerales y creadores de una sopa de bloques orgánicos de construcción que habrían dado origen a otras biomoléculas [véase «El origen de la vida», por Robert Shapiro, Investigación y Ciencia, agosto de 2007y «El origen de la vida», por Alonso Ricardo y Jack Szostak, Investigación y Ciencia, noviembre de 2009].
En un experimento realizado en 2014, Svatopluk Civiš, del Instituto de Química Física de Praga, y su equipo proyectaron un láser de un kilojulio sobre una solución de formamida que contenía también arcilla. En esa solución se quería representar la sopa química de la superficie de la Tierra inicial. Los pulsos láser, de un tercio de nanosegundo de duración, generaban una presión intensa, con picos de temperatura de 4200 grados Celsius y una cascada de radiación que incluía el ultravioleta y los rayos X. Tales eran las condiciones que cabría esperar cuando un cuerpo celeste, como un cometa o un asteroide, impactase contra el planeta. Las reacciones desencadenadas en el experimento, además de producir sustancias como ácido cianhídrico, monóxido de carbono, amoníaco y metanol, crearon las cuatro nucleobases del ARN. Con anterioridad se había demostrado que algunas clases de meteoritos contenían ya nucleobases; en particular, adenina y guanina. Pero el experimento de Civiš mostró que, además de liberar nucleobases, los cuerpos celestes podían crearlas al chocar contra el planeta.
La investigación sobre el origen de la vida se ha centrado a menudo en la síntesis química, sin prestar la atención requerida al entorno. El análisis bioenergético de los organismos primitivos sugiere que la vida comenzó en volcanes submarinos y chimeneas hidrotermales. Las reacciones químicas liberadoras de energía se encuentran en el corazón de los procesos vivos de todos los organismos. Esas reacciones bioenergéticas tienen miríadas de sustratos y productos, pero su subproducto capital es ahora el ATP (adenosín trifosfato), que es la principal moneda de energía metabólica. Las chimeneas hidrotermales revelan unos estrechísimos parecidos entre las reacciones geoquímicas liberadoras de energía y la fisiología de acetógenos y metanógenos. No es fácil desenredar el registro fósil de los primeros microorganismos, pero existe un acuerdo general en que la vida compleja emergió durante el Arcaico, hace entre 4000 y 2500 millones de años.
El origen de la vida continúa siendo un arcón de paradojas. Para que apareciera, hubo de darse una molécula genética (algo que se asemejara al ADN o al ARN) capaz de establecer las pautas de síntesis de proteínas, las moléculas funcionales de la vida. Pero las células modernas no pueden copiar ADN y ARN sin el concurso de las propias proteínas. Y lo que es peor, ninguna de estas moléculas puede acometer su tarea sin ácidos grasos, que aportan las membranas celulares necesarias para su confinamiento. En una complicación más del tipo de la del huevo y la gallina, las enzimas (codificadas por moléculas genéticas) son necesarias para sintetizar lípidos. Una aporía cuya solución se sugirió en 2015: de acuerdo con ella, un par de compuestos sencillos y que abundarían en la Tierra incipiente pudieron dar origen a una red de reacciones simples dotada de la facultad para producir las tres clases de biomoléculas (ácidos nucleicos, aminoácidos y lípidos). Aquel trabajo, dirigido por John Sutherland, de la Universidad de Cambridge, y publicado en Nature Chemistry, no demostraba que así hubiera empezado la vida, pero sí ayudaba a explicar un misterio clave, al avanzar una forma en la que casi todos los bloques de construcción de la vida pudieron conjugarse en un mismo episodio geológico.
Eric Smith y Harold J. Morowitz extienden el problema a un territorio no menos controvertido: ¿fue la vida un fenómeno inevitable? Dadas las condiciones singulares, físicas y químicas, requeridas para la aparición de la vida sobre la Tierra y los obstáculos inmensos que habría que vencer en aquel medio inhóspito, lo más que la comunidad científica se sentía dispuesta a aceptar era la concurrencia de un fenómeno azaroso, para no hablar de milagro. En cambio, en The origin and nature of life on Earth se sustituye el azar por la necesidad y se postula la inevitabilidad de la vida. La vida habría brotado del entorno, de la misma manera que los rayos liberan la acumulación de carga eléctrica en las nubes de tormentas. Y lo que emergió en la Tierra pudo haber sucedido en cualquier otro planeta similar [véase «El origen de la vida», por James Trefil, Harold J. Morowitz y Eric Smith; Investigación y Ciencia, septiembre de 2009].
Luis Alonso para IyC

Cómo ahuyentar a un elefante

Los elefantes no huyen en desbandada ante un ratón, pero sí hay un insecto que eluden a toda costa: las abejas. Tanto, que los conservacionistas han comenzado a aprovechar ese temor para mantenerlos alejados de los campos de cultivo en África, parte de un conflicto que provoca la muerte a cientos de elefantes y personas cada año.
El proyecto Elephants and Bees («Elefantes y Abejas»), a cargo de la ONG Save the Elephants («Salvemos los elefantes»), pretende impedir que estos paquidermos devoren y arrasen los cultivos levantando vallados con abejas: cercas metálicas enristradas de colmenas. El proyecto piloto comenzó en Kenia en 2008 y desde entonces se ha extendido a otros seis países del continente. Según un artículo de inminente publicación en Conservation Biology, los vallados zumbantes han ahuyentado al 80 por ciento de los elefantes que se han acercado a su perímetro. Estas peculiares barreras también aportan a los lugareños dividendos adicionales en forma de miel, asegura la directora del proyecto Lucy King.
El programa Air Shepherd («Vigilancia del Aire»), de la Fundación Charles A. y Anne Morrow Lindbergh, está simulando el zumbido de las abejas para minimizar el conflicto. El pasado verano los investigadores hicieron volar drones sobre Malawi en busca de cazadores furtivos, y descubrieron que el rumor de los cuadricópteros espantaba a los elefantes. «Zumban como abejas», explica Otto Werdmuller Von Elgg, responsable de operaciones con drones del programa. Además de su iniciativa contra el furtivismo, ahora el programa lanza al aire, casi cada noche, los cuadricópteros sobre los vallados de los cultivos y en los alrededores del Parque Nacional de Liwonde, como repelente para los elefantes. Estos ingenios voladores aún no son legales en todos los países africanos, pero Von Elgg cree que la idea acabará siendo adoptada en más lugares. «Con un solo dron es posible controlar una manada entera de cien ejemplares», asegura.