Uno de los fenómenos emergentes en este siglo consiste en la progresiva consolidación de consensos internacionales en materia de políticas educativas. Es el caso, por ejemplo, del rediseño del currículo y de su enfoque por competencias, entendiendo por tales los conocimientos, las habilidades y las actitudes y valores.
Esta orientación es fruto, por un lado, de la revolución digital y de su impacto sobre la empleabilidad de los jóvenes y, por otro, de la necesidad de conjugar tales requerimientos digitales con los de índole personal, cívica y social.
La dimensión cognitiva de las competencias
En lo referente a los conocimientos y a las habilidades de naturaleza cognitiva, el enfoque del currículo por competencias ha ampliado el correspondiente repertorio escolar al poner en valor la posibilidad de aplicar el conocimiento disponible en contextos diversos.
Pero, además, ha incorporado a los programas académicos el desarrollo de habilidades metacognitivas (la capacidad de las personas para reflexionar sobre sus procesos de pensamiento y la forma en que aprenden), entre las cuales destacan la resolución de problemas complejos, la capacidad de análisis, el pensamiento crítico o el “aprender a aprender”, por ejemplo.
Esta orientación modernizadora del currículo ha llevado consigo nuevas demandas intelectuales que están en línea con lo que se conoce como “aprendizaje profundo”.
El grado de profundidad de los aprendizajes puede manifestarse en varias dimensiones, tales como el nivel de complejidad cognitiva de la información que se espera dispongan los alumnos, su facilidad para efectuar generalizaciones, su capacidad de transferencia a situaciones diversas, o la cantidad de conocimiento previo necesario para captar las ideas.
La importancia del tiempo efectivo de aprendizaje
El tiempo efectivo de aprendizaje es uno de los factores que se ha vinculado empíricamente con el rendimiento escolar. Y es que los aprendizajes profundos precisan de una acumulación suficiente de ese tiempo neto –centrado en la tarea de aprender–.
Como ha revelado la investigación sobre los mecanismos biológicos y moleculares de la memoria, la consolidación de los contenidos en la memoria a largo plazo comporta cambios anatómicos mediante la generación de nuevas terminales sinápticas.
Estas se fabrican según procesos que implican la síntesis de proteínas para formar la estructura de dichas terminaciones, las cuales se unen a otros lugares de otras neuronas donde se establecen conexiones y se constituyen estructuras que soportan la memoria a largo plazo. Hay, pues, una operación de construcción anatómica y de organización funcional que requiere tiempo.
El aval de la ciencia cognitiva y de la historia de la ciencia
El papel del tiempo y la atención en el logro de aprendizajes profundos es, pues, avalado por el estado actual de la ciencia cognitiva, pero también lo es por la historia de la ciencia.
Grandes científicos han descrito los procesos que les conducían a sus descubrimientos. Por ejemplo, cuando Isaac Newton tuvo que referirse a la forma mediante la cual sacaba adelante sus investigaciones lo hizo en los siguientes términos:
“Mantengo el tema constantemente ante mí hasta que los primeros esquemas se abren lentamente, poco a poco, hasta arrojar una clara e intensa luz”.
Diferentes descripciones biográficas de los rasgos principales del trabajo de los sabios han reiterado su tenacidad en aferrarse a un problema, en volver sobre él una y otra vez.
Todos esos comportamientos suponen, en cualquier caso, una inmersión duradera y profunda del científico en el mundo específico del problema, y son perfectamente compatibles con los descubrimientos de los mecanismos neurobiológicos de la construcción de la memoria a largo plazo y de los aprendizajes cognitivos en el cerebro humano.
Facilitar este aprendizaje
La transposición de lo que he descrito anteriormente al ámbito de la enseñanza y del aprendizaje escolares nos lleva a diagnosticar algunas de las deficiencias frecuentes en los sistemas educativos que requerirían de una organización más eficaz de los tiempos, de los contenidos y de los métodos.
Un número desproporcionado de asignaturas por curso reduce notablemente la carga horaria semanal de la mayor parte de ellas y, por tanto, el tiempo efectivo de aprendizaje de los alumnos. Pero, además, su duración no sobrepasa, por lo general, los cuarenta y cinco minutos por clase.
Algunas recomendaciones
De acuerdo con lo anterior, si lo que se pretende es facilitar esos aprendizajes profundos que demanda la educación del futuro, las siguientes recomendaciones resultan pertinentes:
Asignar a una misma asignatura periodos dobles, particularmente en las materias de mayor demanda cognitiva, y adaptar, en consecuencia y con tal propósito, la metodología docente.
Organizar la distribución de los contenidos de una materia dada no por cursos, sino por etapas, evitando reiteraciones innecesarias entre cursos y tomando en consideración el nivel de exigencia intelectual de los diferentes temas, así como el nivel de edad de los alumnos.
Promover en los estudiantes un entrenamiento efectivo en distintas materias que les permita transferir esquemas de razonamiento e instrumentos cognitivos similares a contextos diversos.
Desarrollar en los alumnos habilidades no cognitivas y, en particular, la perseverancia, el sentido del esfuerzo y la resiliencia –o resistencia a la adversidad–, sin las cuales los aprendizajes profundos serán altamente improbables.
¿Serán capaces las administraciones de dar un giro a la concepción del currículo -y los profesores de implementarlo- a fin de que los estudiantes adquieran la preparación requerida por la vida personal y por los empleos del futuro? Es ahora el momento de reflexionar sobre algo para lo que la neurobiología y la historia de la ciencia nos aportan una justificación robusta.
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