¿Alguna vez te has imaginado qué pensarían las personas de mediados del siglo XIX si tuvieran acceso a toda la tecnología, digitalización y computación con la que vivimos? Seguramente les habría parecido algo inimaginable o, incluso, imposible, tal y como si se tratase de magia.
Pues bien, un pensamiento parecido fue el que tuvo el físico y escritor Arthur C. Clarke a mediados del siglo XX (pero adaptado a la tecnología de su propio tiempo). A este británico le nació la necesidad de hacer ver a la gente que la ciencia no tenía realmente limitaciones y que, en un futuro, llegaría a lograr cosas que sus contemporáneos no podían ni siquiera imaginar.
De esa forma, Arthur Clarke decidió establecer una serie de tres guías formuladas, tal y como si fuesen tres leyes, con las cuales trató de predecir y explicar cómo sería el desarrollo científico en el futuro. Aunque ahora pueda parecer casi algo sacado de la ficción, en ese momento supusieron una predicción de cómo el potencial tecnológico daría sus frutos en el futuro y simbolizaban una forma de poner fe en la ciencia, situándola como el motor de cambio principal.
¿QUIÉN ERA ARTHUR C. CLARKE?
Nacido en el año 1917, Arthur Clarke fue un escritor y científico británico que destacó por sus obras basadas en la ciencia ficción. Aunque no ejerció nunca como científico oficialmente, estudió física y matemáticas en el King’s College de Londres, graduándose en ambas y manifestando un gran interés en la rama de la astronomía y el estudio del cosmos. Sin embargo, en vez de quedarse en el laboratorio y en los ámbitos relacionados con la investigación, Arthur se convirtió en técnico de radares, sirviendo posteriormente a la fuerza aérea británica en el desarrollo de sistemas de defensa durante la Segunda Guerra Mundial.
Uno de sus primeros artículos, el cual le profirió una cierta fama, fue Extra-terrestrial Relays, del año 1945. En él, el escritor explicaba la forma en la que el uso de satélites podría facilitar las comunicaciones a lo largo de todo el mundo, situándose en órbita alrededor del planeta y emitiendo y recibiendo diferentes tipos de ondas. Gracias a esta publicación, la órbita geostacionaria en la que se mueven los satélites pasó a conocerse como órbita Clarke. Además, su reputación aumentó mucho más cuando, en la década de 1960, se convirtió en comentarista de las misiones Apolo.
Entre sus grandes obras de ciencia ficción, en las que plantea su curiosa visión futurista, se encuentra El centinela (1951), novela en la cual se inspiraron las películas de Odisea en el espacio o Cita con Rama. Se trata de un autor reconocido, muchas veces comparado con George Orwell o Isaac Asimov, que además cuenta con un asteroide con su nombre, el 4923 Clarke e, incluso, con una especie de dinosaurio apodado en su honor, el Serendipaceratops arthurcclarkei.
Retransmisión de la CBS durante la misión Apolo 11 el 24 de julio de 1969. Arthur C. Clarke es el primero por la derecha.
LAS LEYES DE CLARKE
Así, a lo largo de su vida, Arthur Clarke publicó tres leyes con las que trataba de poner sobre la mesa la importancia de la ciencia como motor de desarrollo, así como resaltar que el avance tecnológico alcanzaría objetivos que nadie contemporáneo a él podría llegar a imaginarse. La primera de ellas se publicó por primera vez en el ensayo Hazards of Prophecy: The Failure of Imagination (Peligros de la Profecía: El Fallo de la Imaginación), en 1962. Se enuncia de la siguiente forma: “Cuando un científico distinguido pero de edad avanzada afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, es muy probable que esté equivocado”. Se refiere así a que, en la mayor parte de los casos, todo aquello que parece ahora algo fantasioso, en algún momento la ciencia podría llegar a convertirlo en la realidad.
La segunda ley se publicó en su obra Profiles of the future (Perfiles del futuro), en el año 1973, y postula lo siguiente: “La única forma de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos hacia lo imposible”. Con este enunciado, Arthur Clarke propone que, mientras la investigación no se detenga y los científicos sigan trabajando, la ciencia seguirá avanzando para adaptar la realidad a los intereses de todos los ciudadanos. Pensemos simplemente en la cura de enfermedades infecciosas, la cual es clave a la hora de garantizar una cierta calidad de vida, y hace tan solo 100 años parecía ser casi un sueño.
Finalmente, la tercera ley, quizás la más famosa de todas, propone: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Con este enunciado, Arthur Clarke pretendía resaltar que, seguramente, muchas cosas que han ido evolucionando a lo largo de la historia, parecerían magia para los habitantes de siglos pasados (por ejemplo, un ordenador para alguien de la Edad Media). Además, puede interpretarse también como un llamamiento a no dar nada por imposible y a reflexionar sobre que, realmente, la gente no hace cosas “por arte de magia”, sino que todo viene de una formación.
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