Si eres fan de los superhéroes, ya sea en modo espectador ocasional o un acérrimo seguidor, es probable que hayas entablado alguna vez una conversación acerca de cuál es el mejor superhéroe de todos los que existen. Ahora, la ciencia nos facilita una respuesta: el superhéroe más poderoso es sin duda Superman. La investigación ha sido publicada a lo largo de los últimos años en las revistas The Journal os Pshysics Special Topics y The Journal of Interdisciplinary Science Topics en los que han ido analizando desde un punto de vista científico si los poderes de los superhéroes serían realmente posibles en el mundo real y realizando un balance final del examen de los poderes de cada uno de ellos.
Los investigadores, estudiantes de la Universidad de Leicester (Inglaterra), publicaron sus hallazgos el pasado 12 de junio, Día de Superman, en honor al ganador de este examen de superpoderes. Tras siete años de investigación (2009-2016), el superhéroe “mejor equipado” según el uso de principios científicos para examinar la viabilidad de los poderes detrás de los superhéroes más famosos de los cómics, es Superman.
Lobezno, Thor y Mística siguen muy de cerca al gran Superman
Los 12 superhéroes examinados fueron: Superman, Lobezno, Thor, Mística, Flash, Rayo Negro, Silver Surfer, Spider-Man, Batman, Iron Man, Lagarto y el Hombre de Hielo. En el puesto nº 1 quedó Superman, seguido muy de cerca por Lobezno y Thor. “Lobezno, Thor y Mística también están en el top de superhéroes, ya que tienen capacidad de regeneración acelerada, alta producción de energía y son capaces de manipulación genética”, aclaran los autores.
Tabla comparativa de superpoderes
En la tabla comparativa diseñada por los estudiantes, podemos apreciar de un vistazo los poderes y habilidades de los principales héroes del cómic, llegando a la conclusión final de que el primer superhéroe que vio la luz en los cómics, el hijo de Krypton, es el héroe mejor equipado de todos los tiempos.
Según sus cálculos, Superman es capaz de generar ataques de energía de hasta 7.07x105 Julios/segundo de energía solar acumulada, siguiendo la 'Ley de Conservación de la Energía'. Si a esto sumamos la superfuerza, los rayos ópticos, la supervelocidad, su aliento gélido o su perfecto tejido muscular, obtenemos los motivos que lo han colocado en la zona superior del ránking.
A finales del año pasado, el duro trabajo en aceleradores de partículas y sofisticados laboratorios dio sus frutos en forma del descubrimiento de cuatro nuevo elementos químicos superpesados: los elementos 113, 115, 117 y 118. Ninguno de ellos se produjo en grandes cantidades y apenas se pudieron vislumbrar en simulaciones por ordenador de choques de partículas, pero todos ellos encierran en su interior información muy interesante para entender la física de los núcleos de los átomos y quizás producir aún elementos más pesados e interesantes.
Desde este miércoles, todos esos elementos tienen ya un nombre preliminar asignado. Así lo anunció la Unión Internacional de Química Aplicada y Pura (IUPAC), un organismo formado por representantes de las sociedades nacionales de química de todo el mundo, aunque harán falta un período de revisión pública de cinco meses para su aprobación definitiva.
Si se confirman estos bautizos, el elemento 113, descubierto en Japón y además el primer elemento descubierto en Asia, pasaría a llamarse nihonio, que significa «la tierra del sol naciente», y tendría el símbolo (Nh). El 115 se llamaría moscovio (Mc) y el 117, tenesina (Ts), porque fueron descubiertos en Moscú y en Tenessee. Por último, el elemento 118, se llamría oganesón (Og), en honor al trabajo del químico ruso Yuri Oganessian, que descubrió elementos susperpesados y quien encontró evidencias experimentales de la isla de estabilidad.
Por tradición, el descubridor de un nuevo elemento tiene el honor de nombrarle y asignarle un símbolo, pero la IUPAC tiene la última palabra y la tarea de aprobarlo. Además, en anteriores ocasiones ha habido polémica cuando varios grupos decián ser los primeros en haber descubierto un elemento químico.
De forma habitual, los elementos se nombran refiriéndose a un concepto mitológico o a un personaje, a un mineral o sustancia similar, a un lugar, a una propiedad o a un científico.
Mientras la IUPAC consolida estos nombramientos, los laboratorios implicados en los descubrimientos de los elementos que completaron la séptima fila de la tabla periódica, ya trabajan en producir los primeros elementos químicos de la octava fila. Se cree que allí, y a apartir del elemento 120, se puede llegar a la isla de estabilidad, un fenómeno que permitiría producir átomos súperpesados estables y que serían extremadamente interesantes para estudiar la física nuclear o en el futuro producir elementos con interesantes propiedades.
Usando como base un limón, además de algunos otros materiales comunes y de fácil acceso, podemos convertir un limón en una batería que por ejemplo nos sirva para hacer fuego.
Hoy os traemos un videotutorial del canal de YouTube NorthSurvival, donde nos enseñarán como encender fuego usando como elemento base un limón, de cuyos usos ya perdemos la cuenta.
Los materiales que necesitaremos son: clips de cobre, clavos de zinc, cable conductor y lana de acero o monedas de cobre y zinc
El sistema es fácil de montar, clavamos en fila los clips de cobre en paralelo con los clavos de zinc, dos hileras paralelas de 6. Después usamos el cable para unir los clavos y los clips de la forma como vemos en el vídeo. Nos deberan quedar un clavo y un clip libres. El positivo y el negativo del circuito.
Para hacer fuego, podremos la lana de acero junto con un poco de papel o similar y le frotaremos con los dos cables conectados al ánodo positivo y negativo, lo que provocará un chispazo y prenderá el papel.
Tomad las precauciones necesarias ya que el fuego es peligroso.
Una de las historias más conocidas sobre la evolución de la vida terrestre habla de un cambio de régimen hace 65 millones de años. Entonces, un gigantesco meteorito cayó sobre lo que hoy es la península de Yucatán, en México, y arrasó el planeta. Aquel cataclismo fue un desastre para los dinosaurios, pero supuso una oportunidad para los mamíferos, asfixiados hasta entonces por la competición de los enormes ancestros de las aves. Este es el relato que los científicos habían construido a partir de los fósiles de mamíferos encontrados antes del impacto. Aquella clase de animales habían aparecido 100 millones de años antes, pero no habían pasado de ser pequeñas criaturas que se alimentaban de insectos, resistiendo a diversificarse. Sin embargo, el descubrimiento de nuevos fósiles está empezando a cambiar la historia.
Esta semana, un artículo que se publica en la revista Proceedings of the Royal Society B sugiere que el ascenso de los mamíferos había comenzado mucho antes de la caída de los dinosaurios. Analizando los dientes de cientos de aquellos animales, David Grossnickle, del Museo Field de Historia Natural de Chicago y Elis Newham, de la Universidad de Southampton, observaron que antes de la llegada del meteorito, ya tenían una gran variedad de formas de diente diferentes, lo que indica una gran variedad de dietas.
Estudios anteriores habían mostrado indicios de esta diversificación hace unos 85 millones de años, una época en la que aparecieron nuevas especies y de mayor tamaño. La explicación de este crecimiento puede tener que ver con la aparición de plantas con flores, que también se expandieron durante la misma época. Por un lado, "las plantas con flores pudieron ofrecer nuevas semillas y frutas para los mamíferos", apunta Grossnickle en un comunicado de su institución. Y además, continúa, "si las plantas coevolucionaron con nuevos insectos que las polinizasen, los insectos podrían haberse convertido también en una fuente de comida para los mamíferos primigenios".
Aquella época de cambios, según han observado Grossnickle y Newham, no fue todo gloria para los mamíferos. Ellos también sufrieron y perdieron diversidad poco después de la caída del meteorito, pero después se recuperaron mejor que los dinosaurios, que solo sobrevivieron en sus versiones de menor tamaño. Después, continuaron las visicitudes, y muchas especies de mamíferos desaparecieron al no poder competir con sus parientes mejor adaptados. Muchos millones de años después, la evolución de aquellos seres que sobrevivieron al asteroide dio lugar a una especie de simio que acabaría por transformar la vida casi tanto como aquel impacto que aniquiló a los dinosaurios.
Sabemos que la Tierra genera un fuerte campo magnético que se extiende desde su núcleo interno hasta el espacio, y que protege nuestro mundo y nuestra atmósfera con un escudo capaz de desviar las partículas energéticas que nos bombardean continuamente desde el Sol y el espacio exterior. Sin esa protección, nuestro planeta no podría defenderse del 'ataque' incesante de la radiación cósmica y la misma vida, con toda probabilidad, no habría podido llegar a existir. Sabemos que el campo magnético se genera gracias al movimiento del núcleo externo, formado por hierro líquido, que da lugar a un proceso llamado de geodinamo. El movimiento del núcleo externo se debe a la pérdida de calor del núcleo, y también a la solidificación del núcleo interno del planeta.
Sin embargo, el núcleo interno de la Tierra no siempre fue sólido como lo es hoy en día. Por eso, los investigadores se preguntan desde hace décadas por el efecto que su solidificación pudo tener sobre el campo magnético. Averiguar cuándo se produjo esa solidificación del núcleo interno y describir cómo ocurrió ese proceso es un problema científico particularmente difícil para los investigadores que tratan de comprender la evolución geológica de nuestro planeta. Y ese es precisamente el problema que Driscoll ha tratado de resolver.
Los científicos pueden reconstruir el registro magnético de la Tierra a través del análisis de rocas antiguas que aún conservan una 'firma' que indica la polaridad magnética de la era en que esas rocas se formaron. Y esas firmas sugieren que nuestro campo magnético lleva activo (y con dos polos, como ahora) durante la mayor parte de la historia terrestre. Por desgracia, el registro geológico no ofrece muchas evidencias de grandes cambios en la intensidad del campo magnético durante los últimos 4.000 millones de años.
Pero existe una extraordinaria excepción, y tuvo lugar en la Era Neoproterozoica, entre hace 500 y mil millones de años. En este periodo, en efecto, se produjeron importantes alteraciones en la intensidad y extrañas anomalías en la dirección y orientación del campo magnético terrestre, sin que la Ciencia haya podido encontrar una explicación. ¿Podría esta excepción ser consecuencia de un evento de grandes proporciones, como por ejemplo la solidificación del núcleo interno?
Para resolver esta cuestión, Driscoll elaboró un modelo con la historia térmica de nuestro planeta en los últimos 4.500 millones de años. Y ese modelo indica que el núcleo interno habría empezado a solidificarse, precisamente, hace alrededor de unos 650 millones de años. Utilizando después otra serie de simulaciones de dinamos en 3D, que reproducían la generación de campos magnéticos a causa del movimiento de fluidos turbulentos, el científico se centró, con más detenimiento, en la búsqueda de los cambios en el campo magnético que debieron producirse durante ese periodo concreto.
"Lo que encontré fue una sorprendente cantidad de variabilidad -explica Driscoll-. Los nuevos modelos no apoyan la idea de un campo estable de dos polos durante todo el tiempo, muy al contrario de lo que pensábamos hasta ahora".
VARIOS POLOS MAGNÉTICOS Los resultados de Driscoll muestran con claridad que hace cerca de mil millones de años, la Tierra podría haber pasado por una transición, desde un campo magnético fuerte y parecido al actual, con dos polos opuestos en el Norte y en el Sur del planeta, a un campo magnético 'débil', que fluctuaba tanto en términos de intensidad como de dirección y que era originado no por dos, sino por varios polos magnéticos diferentes. Después, y poco después del momento en que se produjo la solidificación del núcleo interno (hace 650 millones de años), las simulaciones muestran que el campo magnético volvió a cambiar, de débil a fuerte, y de nuevo con dos polos. "Estos hallazgos -afirma Driscoll- ofrecen una explicación para las extrañas fluctuaciones en la dirección del campo magnético observadas en registros geológicos de hace entre 600 y 700 millones de años. Y estos bruscos cambios en el campo tienen grandes implicaciones".
En efecto, los resultados tienen importantes implicaciones para la historia térmica y magnética de la Tierra, sobre todo cuando se trata de establecer cómo se utilizan las mediciones magnéticas para reconstruir los movimientos continentales y los climas del pasado. Es decir, que si Driscoll tiene razón estaremos obligados a reescribir una buena parte de lo que sabemos, o creíamos saber, sobre el pasado geológico de nuestro mundo. Ahora, los modelos y simulaciones de Driscoll tendrán que ser comparados con los futuros datos obtenidos de rocas magnéticas de alta calidad. Solo así se podrá comprobar definitivamente la viabilidad de la nueva hipótesis.
La línea costera y el paisaje de lo que se convirtió en el moderno archipiélago de las islas británicas -Reino Unido, Irlanda y más de 6.000 otras islas- empezó a emerger a finales de la última Edad de Hielo, hace unos 10.000 años.
Lo que hasta ese momento había sido una tundra fría y seca en el extremo noroccidental de Europa se fue haciendo más caliente y más húmeda con el derretimiento de las capas de hielo.
El Mar de Irlanda, el Mar del Norte y el Canal eran tierra seca, aunque tierra que se iba sumergiendo con la subida del nivel del mar.
Pero no fue hasta el 6.100 a.C. cuando las islas británicas se separaron de Europa continental definitivamente, durante el periodo Mesolítico, a mediados de la Edad de Piedra.
Se cree que deslizamientos de tierra en Noruega provocaron uno de los mayores tsunamis jamás registrados en la Tierra, cuando un mar cercado en el canal de Noruega desbordó sus orillas.
La velocidad del agua fue enorme"
David Smith, geólogo de la Universidad de Oxford
El agua alcanzó el noreste de Gran Bretaña con tanta fuerza que entró unos 40 kilómetros en la tierra, convirtiendo unas llanuras de baja altitud en lo que hoy es el Mar del Norte, y unas marismas en el sur en lo que hoy es el Canal de la Mancha.
Fue así que se volvieron insulares.
Y el carácter insular se suele mencionar como una de las diferencias con Europa continental, especialmente ahora que se acerca el referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea.
Olas de 10 metros
En aquel momento, tenía una población frágil y desperdigada de unos 5.000 cazadores-recolectores, descendientes de los primeros humanos que habían seguido a los rebaños migrantes de mamuts y renos hacia la abrupta península.
"Las olas debieron ser de unos 10 metros de alto", dice el geólogo David Smith, de la Universidad de Oxford.
"Cualquiera que hubiera estado en las planicies de barro en aquel momento hubiera sido desmembrado por las olas. La velocidad del agua fue enorme".
En Montrose, en la costa noreste de Escocia, Smith ha descubierto huellas de este antiguo desastre.
Una capa de arena antigua atraviesa lo que deberían ser orillas de arcilla, una arena llevada hacia adentro por la inundación.
Los restos de estos tiempos preinsulares están siendo recuperados de debajo del mar de la isla de Isle of Wight, al sur de Gran Bretaña.
Se cree que unas maderas estriadas preservadas por la sal marina son los restos de barcos de hace 8.000 años, y estos apuntan a que el lugar fue en otro momento un sitio de construcción de barcos, asegura Garry Momber, del Consejo de Arqueología Marítima de Hampshire and Wight.
El tsunami fue un punto de inflexión en la historia, según el arqueólogo Neil Oliver, presentador del canal BBC Two.
"La gente que vivía en la tierra que luego fueron las islas británicas, cambió. Esto los cambió. Y al mismo tiempo, se convirtieron en gente un poco especial".
Estar rodeados de agua hizo de la construcción de barcos y la navegación en una forma de vida.
Muchos milenios después del tsunami, los británicos navegaron las olas oceánicas para encontrar nuevas tierras y construir un imperio.
Su historia más reciente está repleta de héroes navales, batallas marítimas y famosos exploradores.
Migrantes ingleses, escoceses, galeses e irlandeses se establecieron lejos de sus lugares nativos.
E Isabel I no fue sólo una reina notable por ser mujer, sino también por presidir una famosa victoria naval, y por las incursiones inglesas en la exploración del Nuevo Mundo.
Pero la idea de Inglaterra como una nación marítima tiene sus raíces tanto en la propaganda como en la realidad, dice Nigel Rigby, del Museo Marítimo Nacional de Reino Unido.
Un exponente fue el escritor del siglo XVI Richard Hakluyt.
"Su libro 'Voyages' (Viajes) vende la idea de que los ingleses habían sido siempre incitadores y exploradores en el exterior. Pero realmente la isla no había empezado a ver un futuro en el mar".
Un miedo recurrente
Para cuando Carlos I de Inglaterra (1600-1649) llegó al trono, el atractivo del poder marítimo se había arraigado.
"Él llamó a su gran buque de guerra el Soberano de los Mares. Fue una declaración de intenciones", relata Rigby.
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Durante centenares de años buques, bienes y personas llegaron y salieron de las islas británicas.
Buques mercantes y navales llegaron con gente de lugares lejanos, algunos de los cuales se establecieron en los puertos.
Pero así como el reino podía llegar a todos los lugares del mundo gracias a sus seguros puertos, el mundo también podía llegar al reino.
Y eso despertó sentimientos de vulnerabilidad.
Si un invasor podía atravesar las defensas marítimas de alguien, la costa británica ofrecía abundantes lugares para recalar.
"En momentos de amenaza nacional, este es un miedo recurrente. De ahí la importancia de ser capaz de vencer a los enemigos en el mar", explica Rigby.
"La idea de una nación insular es un constructo cultural".
"En Gran Bretaña nunca estás a más de 100 kilómetros del mar. Así que es importante ser capaz de defender la costa, y ser capaz de ganarse la vida a lo largo de toda la costa también".
Muchos creen que el estatus insular de Gran Bretaña también ha dado forma a su actitud actual, más bien distante con respecto a Europa, a la cual los británicos describen con frecuencia como "el continente".
En el pasado, el historiador David Starkey ha afirmado que la ruptura de Enrique VIII con la Iglesia Católica de Roma lo convirtió en el primer euroescéptico.
"En los planes de las elaboradas defensas costeras que pidió Enrique podemos ver cómo Inglaterra ya no se definía a sí misma como parte de Europa, sino como separada de ella, una nación aparte", escribió en la revista Camden New Journal.
"La Europa católica era ahora la amenaza, la plataforma de lanzamiento para la invasión. En otras palabras, Enrique fue el primer euroescéptico: las políticas xenófobas e insulares que creó han ayudado a definir la historia de Inglaterra de los últimos cinco siglos".
Hace 500 años, Nicolás Copérnico, un desconocido canon de la catedral de la ciudad de Frombork, en la actual Polonia, distribuyó un pequeño opúsculo manuscrito entre su círculo más próximo. El texto contenía, sin aparato matemático, un programa heliocéntrico que culminaría con su magnum opus, "De revolutionibus", que apareció cuando Copérnico se hallaba ya en su lecho de muerte, en 1543. Sin saberlo, su trabajo contribuiría de manera esencial a cambiar la visión del hombre respecto a su posición en el universo, a pesar de la censura a la que eventualmente se enfrentaría. En el proceso la teoría copernicana sería una de las piedras angulares sobre las que se edificaría la revolución científica, cuyos efectos hoy en día son tan patentes.
El "programa de investigación" heliocéntrico que expuso en el "Commentariolus", nombre que dio a su manuscrito, se basó en siete axiomas o principios, entre los que destacaba dos ideas totalmente fuera de la visión del hombre medieval: que el movimiento nocturno aparente de las estrellas era debido a la rotación de la Tierra y que el ciclo anual del Sol se producía porque nuestro planeta gira alrededor de aquél.
Muy poco tiempo después de la distribución del «Commentariolus», Martín Lutero, un teólogo y fraile agustino, clavó en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg sus 95 tesis contra las indulgencias, iniciando la reforma del cristianismo. Se sumió así el continente en numerosos conflictos que contribuyeron a un nuevo reparto de poder, proceso que supuso el cambio de la fisonomía política y económica de Europa. Así, la reforma protestante y el subsecuente proceso de contrarreforma favorecieron la aparición de cierta fractura cultural en Europa, a la que no sería ajena la teoría heliocéntrica.
Justamente desde el protestantismo vendría una de las primeras respuestas al programa de Copérnico. Lutero reaccionó muy negativamente a la interpretación heliocéntrica de Copérnico, basándose en las escrituras cristianas, hasta el punto de denigrarlo, aunque sin nombrarlo, en un comentario formulado en 1539.
La azarosa publicación de 'De revolutionibus'
Copérnico trabajó durante varias décadas en su gran obra. Aunque pudo terminarla hacia 1530, no se decidía a publicarla, a pesar de existir cierta expectativa en determinados círculos. Así, Johann Albrecht Widmannstetter, secretario del Papa Clemente VII, impartió una serie de explicaciones sobre la teoría heliocéntrica en 1533 a distintos miembros de la curia romana y el mismo pontífice le regaló un valioso manuscrito griego en agradecimiento. Tras el fallecimiento de Clemente, Widmannstetter pasó a ser secretario del cardenal Schönberg, procurador general de la orden de Santo Domingo, quien en 1536 apremió por carta a Copérnico para que publicase su trabajo, incluso afirmando que él se haría cargo de los gastos. Pero el impulso final que decidió la impresión no vino del lado católico, sino de un joven e impulsivo profesor protestante: Georg Joachim Rheticus.
Rheticus estudió el texto junto a Copérnico durante dos años. En 1540, le permitió que publicase un resumen bajo el título "Narratio prima de libris revolutionum Copernici". Un año más tarde le entregó el manuscrito corregido, en su versión final, con objeto de que se imprimiese en la ciudad de Núremberg, famosa por la calidad de sus textos astronómicos. Rheticus, con un criterio equivocado, confió la supervisión del proceso a Andreas Osiander, teólogo y editor protestante.
En abril de 1541 Osiander escribió a Copérnico y a Rheticus sugiriendo que tal vez fuera mejor presentar los movimientos de traslación y rotación la Tierra como una hipótesis y no como un hecho comprobado, con objeto de acallar a los ortodoxos, tanto desde el punto de vista teológico como académico, aunque no se conoce la respuesta del astrónomo. Sin embargo, al igual que Lutero pocos años antes, el reformador religioso Philipp Melanchthon mostró su oposición y Rheticus se vió obligado a solicitar por carta al Duque Alberto de Prusia que interviniese para evitar las objeciones de estos dos líderes del movimiento religioso protestante.
El heliocentrismo y su legado
Tras su impresión, los primeros ejemplares de "De revolutionibus", alcanzaron a Copérnico el mismo día que él murió. De llegar a leer las primeras páginas, tal vez lamentase cómo se consumó el proceso, ya que Andreas Osiander cambió ligeramente el título inicial motu proprio. No solo eso, su temeridad llegó hasta el extremo de insertar un aviso al lector afirmando que el resultado del trabajo no era la búsqueda de la verdad, sino un artificio matemático para calcular las posiciones de los planetas de manera más sencilla. ¿Qué razones se ocultaban detrás de este proceder tan inaceptable? Y, sobre todo, ¿qué relevancia tuvo y tiene la obra de Copérnico?
"De revolutionibus" fundó la cosmología moderna, negando la centralidad de la Tierra, expandió el tamaño del Universo y situó al Sol muy cerca del centro de aquél. Estos conceptos se oponían al saber de los sabios y a la experiencia más directa del hombre común, pero sobre todo a la doctrina eclesiástica de los doctores de la iglesia. Era pues un salto en el vacío, que requirió un gran esfuerzo intelectual para su concepción. Un riesgo para su carrera profesional, pero también personal: otros, entre los que se encuentran Giordano Bruno y Galileo Galilei, sufrirían décadas después presiones, juicios, encarcelamientos y hasta el ajusticiamiento en la hoguera en el caso del primero.
En plena Era del Descubrimiento, con las exploraciones portuguesas y españolas, y con la masiva llegada y publicación de manuscritos griegos, con su consiguiente crítica a la luz de los nuevos hallazgos, se produjo un cambio completo de paradigma. El Renacimiento había puesto al hombre y no a Dios en el centro; ahora la cosmografía colocaba a la naturaleza en el punto focal de la realidad.
La idea copernicana tuvo varios antecendentes. Aristarco de Samos, en el siglo III antes de nuestra era, abrazó este concepto, pero fue mucho más allá. Identificó el fuego central con el Sol, al que colocó en el centro del Universo, y postuló que las estrellas son objetos similares al Sol. Pero estas revolucionarias ideas, que eran conocidas por Copérnico, no están recogidas en la versión impresa de «De revolutionibus». Ni siquiera en el manuscrito que recibieron Rheticus y Osiander. Curiosamente, fue el mismo Copérnico quien eliminó la referencia del heliocentrismo de Aristarco, tal vez en un ejercicio de prudente autocensura y quizás influido por la carta de Osiander de 1541.
Tras su aparición, el príncipe Felipe de Austria estudió el texto con su preceptor el obispo Juan Martínez Silíceo por orden de su padre el emperador Carlos V. Y es que el nuevo césar era un apasionado de la ciencia y disfrutaba de las lecciones del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz. El mismo príncipe, ya reinando como Felipe II, dio mucha importancia a las matemáticas, contrariamente a su imagen de persona oscura y en exceso religiosa.
En el resto de Europa el heliocentrismo se abrió paso lentamente. Entre sus defensores se encontraron Thomas Digges, Giordano Bruno, Christopher Rothmann o Jerónimo Muñoz antes del final de siglo. Una de las primeras aceptaciones explícitas y públicas vendrían de Diego de Zúñiga en 1584, aunque posteriormente se retractaría en base a postulados puramente académicos, sin presión eclesiástica.
La Iglesia Católica mostró una actitud inicialmente positiva. De hecho, la reforma del calendario realizada bajo el Papa Gregorio XIII, promulgada en 1582 en Portugal, España y los estados de la península Itálica, estuvo basada en las tablas Pruténicas de Erasmus Reingold. Esta herramienta astronómica fue publicada en 1551 y fue la primera basada en el heliocentrismo copernicano, a pesar de asumir que solo era un "artificio matemático" para "salvar las apariencias", un conveniente eufemismo que se utilizaría en numerosas ocasiones, tanto desde la Antigüedad como en el propio prólogo de "De revolutionibus". Al final, tras los descubrimientos realizados con el telescopio a partir de 1610 y la intervención de Galileo Galilei en el terreno de la teología, varias obras heliocéntricas serían prohibidas hace justo 400 años, y el texto de Copérnico fue sometido a un interdicto hasta su "corrección".
Luces y sombras en el mundo académico
Las reacciones en los estamentos académicos de los países protestantes fueron, sin embargo, indiferentes cuando no negativas. Así, el profesor de la universidad de Wittenberg Caspar Paucer aconsejó en 1551 al Landgrave de Hesse que prohibiese la enseñanza del heliocentrismo, que en cualquier caso sería condenado de manera explícita por las universidades de Zürich, Rostock y Tübingen. Aunque también la Sorbona en París seguiría la estela de las universidades protestantes. Este hecho contrasta con la universidad de Salamanca, en donde se enseñó el heliocentrismo como método de cálculo astronómico en la segunda mitad del siglo XVI, sin entrar en disquisiciones sobre sus implicaciones como representación de la realidad.
Ya en el XVII, aparecieron las figuras de Thomas Harriot, Galileo Galilei, Simón Stevin, Michael Maestlin, Johannes Kepler, Juan Cedillo Díaz y Juan Bautista Vélez. Una escasa colección para una interpretación de la realidad destinada a cambiar el mundo. La primera gran figura que se "convirtió" al heliocentrismo fue Kepler, aunque Galilei, en sus intercambios epistolares con aquél, afirmó que era un heliocéntrico convencido mucho antes de sus escritos de 1612-1616, año de su primer encontronazo importante con el Santo Oficio y la consiguiente admonición para que no enseñase la teoría copernicana. A partir de ese momento, la jerarquía católica cambiaría completamente su posicionamiento: pasaría de una flexibilidad utilitaria a una gran intransigencia militante. Al final será la interpretación de una Tierra estática la que perduraría hasta el siglo XVIII en los países católicos. El uso de "De revolutionibus" se limitó a la realización de cálculos de efemérides y permanecería formalmente en el índice de los libros prohibidos por la Inquisición hasta el año 1835.
La historia que subyace en el desarrollo del heliocentrismo iniciado con el "Commentariolus" de Copérnico es, en realidad, el enfrentamiento del individuo con el poder y las creencias asentadas. Un fenómeno que se repite una y otra vez, y no solo en la ciencia, como recientemente hemos visto con la teoría de la gravitación de Albert Einstein y la espectacular detección de las ondas que predijo hace 100 años. En todos los campos del saber, en cualquier actividad humana, unos pocos visionarios empujan los límites del conocimiento y nos ofrecen nuevas vías de desarrollo y, finalmente, de bienestar.
(*) David Barrado Navascués es investigador del Departamento de Astrofísica del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA).