EDITOR Y PERIODISTA ESPECIALIZADO EN CIENCIA Y NATURALEZA.
Resulta común en la historia de la humanidad que lo que comenzara formando parte de una serie de historias, mitos, supersticiones o explicaciones fantásticas para tratar de entender el mundo, acabara con el tiempo convirtiéndose en una ciencia en la que, a través de la observación, el empirismo y la aplicación del método, los seres humanos pudiéramos explicarnos la realidad.
Por ejemplo, con orígenes en Mesopotamia, la alquimia se practicó en Persia, el Antiguo Egipto, La India o China. También en la Antigua Grecia, el Imperio Romano o el Imperio Islámico, hasta que dio el gran salto hacia la química moderna en la Europa del siglo XVIII.
Otro ejemplo es el horóscopo, cuya historia, si bien sigue una dirección paralela, se orienta en un sentido completamente opuesto. Así, el horóscopo surgió en la Antigua Babilonia como un intento observacional y matemático de establecer la posición en el cielo de diversos cuerpos celestes. Sin embargo, ha sobrevivido a través de los siglos como una suerte de interpretación de los astros en base a la cual, a día de hoy, millones de personas en todo el mundo depositan sus esperanzas acerca del futuro.
EL ORIGEN BABILÓNICO DEL HORÓSCOPO
El desarrollo del horóscopo fue un evento clave en la historia de la astronomía y la astrología babilónicas que tuvo lugar hace aproximadamente 2.500 años, es decir alrededor del año 500 a.C..
Para que los babilonios pudieran inventar los signos del zodiaco y el horóscopo, debían primero haber observado y registrado los movimientos de las estrellas y los planetas, además de haber reconocido regularidades y patrones en estos. Una de las pruebas irrefutables de que los babilonios ya hacían gala de este conocimiento son las llamadas tablillas del Mul-Apin.
Redacción Ciencia.- Por qué la biodiversidad es más diversa y abundante cerca del ecuador y menos hacia los polos es una de las cuestiones que más ha intrigado a los científicos. Hoy, el mayor estudio de fósiles realizado hasta la fecha aporta información valiosa y crucial al respecto.
Los detalles del estudio se han publicado este miércoles en Nature y sus conclusiones servirán para comprender cómo se genera la biodiversidad a largo plazo y cómo puede afectar el cambio climático a la riqueza global de especies.
Tanto en los sistemas marinos como en los terrestres, los animales, vegetales y seres unicelulares muestran un “gradiente latitudinal de diversidad”, es decir, su presencia es gradual con un máximo en el ecuador y un mínimo en los polos, pero hasta ahora, la escasez de datos fósiles ha impedido estudiar a fondo cómo surgió.
434.100 fósiles analizados
Para averiguarlo, científicos de las Universidades de Oxford, Leeds y Bristol analizaron 434.100 fósiles de foraminíferos planctónicos (microfósiles marinos más pequeños que la cabeza de un alfiler) de los últimos 40 millones de años.
Estos microfósiles surgidos en el Jurásico Temprano (hace unos 170 millones de años) están en todos los océanos del mundo y, gracias a sus caparazones duros, pueden conservarse en grandes cantidades, por lo que son un excepcional registro fósil de los últimos 66 millones, perfectos para este estudio.
Su análisis ha permitido descubrir que el gradiente de diversidad actual comenzó hace unos 34 millones de años (cuando la Tierra pasó de un clima más cálido a otro más frío) y permaneció estable hasta hace unos 15-10 millones de años, cuando se acentuó considerablemente debido al enfriamiento global.
La máxima riqueza de foraminíferos planctónicos se alcanzó en latitudes más altas hace entre 40 y 20 millones de años, pero hace unos 18 millones de años, el pico de riqueza se desplazó a latitudes comprendidas entre 10° y 20°, lo que coincide con el patrón de diversidad actual.
Cambios del gradiente latitudinal de temperatura
El estudio reveló que hay una fuerte relación entre la riqueza de especies y las temperaturas de la superficie del mar y también entre la existencia de especies y el gradiente de temperatura que hay entre las cálidas aguas de la superficie del océano y las frías de las profundidades.
Para el equipo, estos resultados indican que la distribución actual de la riqueza de especies de foraminíferos planctónicos podría deberse a los cambios del gradiente latitudinal de temperatura que comenzó hace 15 millones de años.
En ese momento, la diferencia de temperaturas de la superficie del mar entre las regiones de baja y alta latitud, y dentro de la columna de agua sufrió un aumento significativo.
Así, las aguas más cálidas de los trópicos pudieron albergar una gama más amplia de hábitats con diferentes temperaturas y nichos ecológicos dentro de la columna de agua vertical, lo que favoreció la evolución de un mayor número de especies.
Esta hipótesis se ve corroborada por el hecho de que los trópicos actuales son más ricos que los trópicos de épocas más cálidas del pasado (como el Eoceno y el Mioceno), cuando apenas existía gradiente vertical de temperatura en los océanos.
Además, el enfriamiento de las temperaturas marinas en latitudes altas probablemente provocó la extinción de muchas poblaciones regionales de especies, contribuyendo al gradiente de diversidad moderno.
Para Alex Farnsworth, coautor e investigador de la Universidad de Bristol, “entender por qué en épocas antiguas las especies eran más diversas y abundantes cerca del ecuador y menos en los polos puede darnos una idea importante de cómo podrían responder en el futuro las especies marinas, como el plancton”, añade
“Estos diminutos organismos unicelulares son un eslabón vital de la cadena trófica, por lo que estudiar sus reacciones a los cambios climáticos puede ayudarnos a predecir mejor cómo se verán afectados a medida que las temperaturas sigan subiendo con la creciente aparición del cambio climático y a fundamentar futuras medidas de protección de la vida marina y la biodiversidad”, concluye. EFEciencia
Por si toda la trayectoria de la humanidad no hubiera sido suficiente para despejar cualquier duda, el premio Nobel Max Perutz nos proporcionó la respuesta. Lo hizo en 1989, en su libro¿Es necesaria la ciencia?.
La respuesta la seguimos encontrando a nuestro alrededor, en nuestra vida cotidiana. Sin ciencia no existiría la electrónica. No tendríamos internet, ¡ni redes sociales! Y no habríamos salido de la pandemia de covid-19 como lo hemos hecho.
Aun así, sin duda son muchas las personas que aún se preguntarán que para qué sirve la ciencia. Y quizás lo hagan mientras leen este artículo en su dispositivo móvil –una caja que encierra mucha ciencia– o toman su medicación –auténticas píldoras de ciencia concentrada– durante el desayuno.
Pensar la ciencia
Cada cual tenemos unas ideas, una percepción, una imagen, unas actitudes, con respecto a la ciencia. En definitiva, un modo de pensar la ciencia.
No consuma noticias, entiéndalas.
Recientemente se ha llevado a cabo el estudio Estilos de pensar la ciencia: diagnóstico y prevalencia, dirigido desde la Unidad de Investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad del Ciemat. En él hemos escuchado a una muestra de la población española para mirar, desde diferentes prismas, a esos diversos modos de pensar la ciencia.
Para ello hemos empleado el cuestionario LAIC (Lente conformada por la Actitud y la Ideología hacia la Ciencia). Se trata de una investigación innovadora, que experimenta sobre el modo en que se aborda el estudio de la percepción de la ciencia.
Por un lado, supera las aproximaciones estrictamente psicológicas o sociológicas: pone el foco en el individuo, sin olvidar la influencia del contexto. Además, tiene en cuenta las dimensiones actitudinal e ideológica.
La actitud tiene que ver con la valoración o sentir de cada persona, con lo que sentimos con respecto al objeto que analizamos: por ejemplo, gusto o disgusto, interés, o la percepción de sus riesgos y beneficios.
La ideología hace referencia a las ideas clave que cada uno tenemos, las que nos definen o caracterizan, a lo que consideramos importante: por ejemplo, a las creencias, los valores o la orientación política.
Pensar la crisis ecológica
Nos hemos preguntado antes para qué sirve la ciencia. Podemos identificar tres utilidades genéricas, no excluyentes:
la ciencia como fuente de conocimiento;
la ciencia práctica, que proporciona respuestas concretas a problemas específicos;
y la ciencia orientada a la obtención de beneficios.
Como fuente de conocimiento, la ciencia permite entender lo que ocurre en la naturaleza. Y en su faceta práctica, proporcionar soluciones para enfrentar los problemas del medio ambiente. Dejaremos los beneficios económicos derivados de ello para otra ocasión.
Pero la percepción que la ciudadanía tiene tanto de la ciencia como de la crisis ecológica no se elabora únicamente con datos y evidencias.
La imagen de la ciencia tiene un doble componente, individual y contextual: depende de la propia persona, de la lente con la que procesa la información, así como del contexto en el que vive. Y a su vez está influida por la imagen de la ciencia que tiene el conjunto de la sociedad.
Lo mismo ocurre con la percepción y la imagen del calentamiento global y la crisis climática y ecológica. Esta imagen puede ser perfilada o condicionada por fenómenos ambientales. Pero también por acontecimientos políticos y sociales, y por su cobertura mediática.
¿Qué opina la ciudadanía española?
Entre los distintos aspectos estudiados se encuentra la percepción de las consecuencias de la actividad humana sobre la naturaleza, de la crisis ecológica y del papel de la ciencia para hacer frente a los problemas medioambientales.
Cinco de las preguntas incluidas en el cuestionario presentaban afirmaciones sobre estos temas. Las personas encuestadas debían señalar su grado de acuerdo con ellas (de 0 nada de acuerdo a 10 totalmente de acuerdo).
Los resultados indican que la ciudadanía española muestra un elevado grado de acuerdo con que “el impacto de nuestras acciones sobre la naturaleza tiene consecuencias desastrosas” y “los impactos de la industria ponen en peligro el equilibrio de la naturaleza”. Y están poco de acuerdo con que “la crisis ecológica se ha exagerado”.
Estas opiniones enlazan con una percepción positiva de la ciencia. La mayoría de las personas encuestadas creen que “descubre leyes que representan exactamente lo que ocurre en la naturaleza” y que “proporcionará soluciones para hacer frente a los problemas del medio ambiente”.
Relación con nuestra ideología
Hemos explorado en qué medida esta percepción está relacionada con variables individuales, sociodemográficas e ideológicas. Para ello, hemos identificado cinco perfiles poblacionales de percepción de la ciencia y la crisis ecológica.
El resultado más relevante es que la lente con la que cada cual miramos e interpretamos la ciencia, el entorno que nos rodea y los efectos de nuestras acciones sobre él, está relacionada con la ideología, concretamente política y religiosa. Más que con la edad, el género, el nivel y área de estudios, o el número de habitantes de la población de residencia.
Conocer las opiniones, imágenes, representaciones y creencias que los ciudadanos tienen sobre la ciencia y la crisis ecológica tiene un doble ámbito de importancia: ético y político, individual y colectivo.
Las actuaciones políticas en defensa y promoción de la ciencia y en relación con el equilibrio entre la explotación del planeta y su conservación, discurren por el ámbito de lo colectivo. Están orientadas, o al menos así debería ser, al bien común.
La ética apela al individuo, al igual que la espiritualidad y la religión, y por tanto a sus actitudes, acciones y responsabilidades. En los sistemas plenamente democráticos, además, la agregación de lo individual tiene un efecto más o menos intenso en la configuración de lo político-colectivo a través de los mecanismos de participación.
Así pues, conocer esas opiniones, imágenes, representaciones y creencias puede ayudar a informar y configurar la acción colectiva frente a la crisis ecológica, ya sea en uno u otro sentido. Al igual que, no seamos ingenuos, puede contribuir a desinformarla y manipularla.
Las posturas frente al calentamiento global y la crisis ecológica no deberían guiarse por la ideología o los intereses políticos o económicos. O al menos no preferentemente, por más que las posturas más negacionistas, recalcitrantes y reaccionarias se empeñen en mantenerse.
Los datos disponibles y las evidencias proporcionadas por la ciencia son cada vez más abundantes, indiscutibles e incontestables. Y por tanto, inexcusablemente deben tenerse en cuenta en un diálogo equilibrado. Los intereses políticos y económicos no deberían determinar qué conocimiento puede o no hacerse público, y qué acciones deben o no acometerse para prevenir y mitigar la crisis ecológica y la degradación de las condiciones de vida en el planeta.