Por si toda la trayectoria de la humanidad no hubiera sido suficiente para despejar cualquier duda, el premio Nobel Max Perutz nos proporcionó la respuesta. Lo hizo en 1989, en su libro ¿Es necesaria la ciencia?.
La respuesta la seguimos encontrando a nuestro alrededor, en nuestra vida cotidiana. Sin ciencia no existiría la electrónica. No tendríamos internet, ¡ni redes sociales! Y no habríamos salido de la pandemia de covid-19 como lo hemos hecho.
Aun así, sin duda son muchas las personas que aún se preguntarán que para qué sirve la ciencia. Y quizás lo hagan mientras leen este artículo en su dispositivo móvil –una caja que encierra mucha ciencia– o toman su medicación –auténticas píldoras de ciencia concentrada– durante el desayuno.
Pensar la ciencia
Cada cual tenemos unas ideas, una percepción, una imagen, unas actitudes, con respecto a la ciencia. En definitiva, un modo de pensar la ciencia.
No consuma noticias, entiéndalas.
Recientemente se ha llevado a cabo el estudio Estilos de pensar la ciencia: diagnóstico y prevalencia, dirigido desde la Unidad de Investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad del Ciemat. En él hemos escuchado a una muestra de la población española para mirar, desde diferentes prismas, a esos diversos modos de pensar la ciencia.
Para ello hemos empleado el cuestionario LAIC (Lente conformada por la Actitud y la Ideología hacia la Ciencia). Se trata de una investigación innovadora, que experimenta sobre el modo en que se aborda el estudio de la percepción de la ciencia.
Por un lado, supera las aproximaciones estrictamente psicológicas o sociológicas: pone el foco en el individuo, sin olvidar la influencia del contexto. Además, tiene en cuenta las dimensiones actitudinal e ideológica.
La actitud tiene que ver con la valoración o sentir de cada persona, con lo que sentimos con respecto al objeto que analizamos: por ejemplo, gusto o disgusto, interés, o la percepción de sus riesgos y beneficios.
La ideología hace referencia a las ideas clave que cada uno tenemos, las que nos definen o caracterizan, a lo que consideramos importante: por ejemplo, a las creencias, los valores o la orientación política.
Pensar la crisis ecológica
Nos hemos preguntado antes para qué sirve la ciencia. Podemos identificar tres utilidades genéricas, no excluyentes:
la ciencia como fuente de conocimiento;
la ciencia práctica, que proporciona respuestas concretas a problemas específicos;
y la ciencia orientada a la obtención de beneficios.
Como fuente de conocimiento, la ciencia permite entender lo que ocurre en la naturaleza. Y en su faceta práctica, proporcionar soluciones para enfrentar los problemas del medio ambiente. Dejaremos los beneficios económicos derivados de ello para otra ocasión.
No nos detendremos aquí en los problemas ambientales resultantes de la actividad humana: calentamiento global, contaminación, sobreexplotación de los recursos naturales, pérdida de biodiversidad, etc. Las evidencias científicas sobre su ocurrencia son cada vez más abundantes y explícitas. Y sus efectos, cada vez más evidentes.
Pero la percepción que la ciudadanía tiene tanto de la ciencia como de la crisis ecológica no se elabora únicamente con datos y evidencias.
La imagen de la ciencia tiene un doble componente, individual y contextual: depende de la propia persona, de la lente con la que procesa la información, así como del contexto en el que vive. Y a su vez está influida por la imagen de la ciencia que tiene el conjunto de la sociedad.
Lo mismo ocurre con la percepción y la imagen del calentamiento global y la crisis climática y ecológica. Esta imagen puede ser perfilada o condicionada por fenómenos ambientales. Pero también por acontecimientos políticos y sociales, y por su cobertura mediática.
¿Qué opina la ciudadanía española?
Entre los distintos aspectos estudiados se encuentra la percepción de las consecuencias de la actividad humana sobre la naturaleza, de la crisis ecológica y del papel de la ciencia para hacer frente a los problemas medioambientales.
Cinco de las preguntas incluidas en el cuestionario presentaban afirmaciones sobre estos temas. Las personas encuestadas debían señalar su grado de acuerdo con ellas (de 0 nada de acuerdo a 10 totalmente de acuerdo).
Los resultados indican que la ciudadanía española muestra un elevado grado de acuerdo con que “el impacto de nuestras acciones sobre la naturaleza tiene consecuencias desastrosas” y “los impactos de la industria ponen en peligro el equilibrio de la naturaleza”. Y están poco de acuerdo con que “la crisis ecológica se ha exagerado”.
Estas opiniones enlazan con una percepción positiva de la ciencia. La mayoría de las personas encuestadas creen que “descubre leyes que representan exactamente lo que ocurre en la naturaleza” y que “proporcionará soluciones para hacer frente a los problemas del medio ambiente”.
Relación con nuestra ideología
Hemos explorado en qué medida esta percepción está relacionada con variables individuales, sociodemográficas e ideológicas. Para ello, hemos identificado cinco perfiles poblacionales de percepción de la ciencia y la crisis ecológica.
El resultado más relevante es que la lente con la que cada cual miramos e interpretamos la ciencia, el entorno que nos rodea y los efectos de nuestras acciones sobre él, está relacionada con la ideología, concretamente política y religiosa. Más que con la edad, el género, el nivel y área de estudios, o el número de habitantes de la población de residencia.
Los detalles de esta relación pueden consultarse en el capítulo 6 del libro Pensar la ciencia. Una mirada desde diferentes prismas. En él se muestran y discuten los resultados del estudio y sus implicaciones.
Niveles de reflexión y actuación
Conocer las opiniones, imágenes, representaciones y creencias que los ciudadanos tienen sobre la ciencia y la crisis ecológica tiene un doble ámbito de importancia: ético y político, individual y colectivo.
Las actuaciones políticas en defensa y promoción de la ciencia y en relación con el equilibrio entre la explotación del planeta y su conservación, discurren por el ámbito de lo colectivo. Están orientadas, o al menos así debería ser, al bien común.
La ética apela al individuo, al igual que la espiritualidad y la religión, y por tanto a sus actitudes, acciones y responsabilidades. En los sistemas plenamente democráticos, además, la agregación de lo individual tiene un efecto más o menos intenso en la configuración de lo político-colectivo a través de los mecanismos de participación.
Así pues, conocer esas opiniones, imágenes, representaciones y creencias puede ayudar a informar y configurar la acción colectiva frente a la crisis ecológica, ya sea en uno u otro sentido. Al igual que, no seamos ingenuos, puede contribuir a desinformarla y manipularla.
Las posturas frente al calentamiento global y la crisis ecológica no deberían guiarse por la ideología o los intereses políticos o económicos. O al menos no preferentemente, por más que las posturas más negacionistas, recalcitrantes y reaccionarias se empeñen en mantenerse.
Los datos disponibles y las evidencias proporcionadas por la ciencia son cada vez más abundantes, indiscutibles e incontestables. Y por tanto, inexcusablemente deben tenerse en cuenta en un diálogo equilibrado. Los intereses políticos y económicos no deberían determinar qué conocimiento puede o no hacerse público, y qué acciones deben o no acometerse para prevenir y mitigar la crisis ecológica y la degradación de las condiciones de vida en el planeta.
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