Mostrando entradas con la etiqueta neurologia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta neurologia. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de julio de 2022

Con este calor, ¿se nos derriten las neuronas?

 El verano tiene muchos beneficios para nuestro organismo. También para nuestro cerebro. A más horas de sol, mayor producción de serotonina, lo que afecta positivamente a nuestro estado de ánimo. La luz solar estimula la producción de la conocida como “vitamina del sol”, la vitamina D, con múltiples beneficios para la salud. Pero no todo son alegrías: hay un límite de calor a partir del cual nuestro cerebro no funciona correctamente: los 40 ℃.

Los seres humanos somos homeotermos. Es decir, gracias a nuestro hipotálamo –región del cerebro que regula la temperatura– somos capaces de mantener una temperatura constante de unos 37 ℃, independientemente de la temperatura ambiental. Pero cuando nuestro cuerpo alcanza temperaturas por encima de los 40 ℃, el hipotálamo deja de funcionar correctamente y no controla nuestro sistema natural de enfriamiento, la transpiración (el sudor). Es entonces cuando podemos sufrir un golpe de calor.

La atención, el equilibrio o el sueño, desatendidos en las olas de calor

En esta situación, el sistema nervioso es especialmente vulnerable. Como el hipotálamo tiene que trabajar en exceso para mantener una temperatura corporal adecuada, deja en un segundo plano otras funciones vitales como la atención, que se ve ralentizada.

Algo similar pasa con el sistema de comunicación cerebral. Los impulsos nerviosos tardan más en propagarse y por tanto nuestra capacidad de respuesta es mucho más lenta. Estamos, por tanto, más cansados y apáticos. Todo esto afecta a nuestro estado de ánimo, causando irritabilidad y confusión.

Con el calor las proteínas se desnaturalizan –pierden su estructura, se derriten– lo cual afecta y mucho a las neuronas. Todo este proceso, además, desencadena una respuesta inflamatoria que modifica la homeostasis(equilibrio) del tejido nervioso. La razón es que las altas temperaturas afectan a labarrera hematoencefálica que protege a nuestro sistema nervioso central, alterando ese equilibrio. En concreto, hay un tipo específico de neuronas especialmente sensible al daño, las células de Purkinje. Estas neuronas se encuentran en el cerebelo, y son responsables de la función motora. De ahí que uno de los síntomas característicos de un golpe de calor sea la debilidad motora con afectación grave de la coordinación y el equilibrio.

Las altas temperaturas también hacen que descansemos peor. Otra de las funciones del hipotálamo es regular los ciclos de sueño y vigilia. Para ello, se guía por la información que le llega del exterior como la cantidad de luz o la temperatura, que indican al cerebro cuándo debe inducirse el sueño. 

Las altas temperaturas confunden al hipotálamo, y se produce una hiperexcitación del cerebro, por lo que nos cuesta más conciliar el sueño. No olvidemos que nuestro sistema nervioso aprovecha las horas de sueño para realizar funciones de mantenimientonecesarias para su correcto funcionamiento. Es lo que llamamos “un sueño reparador”.

Otro de los problemas asociados a las altas temperaturas es la deshidratación. Cuando está por encima del 2 % del peso corporal puede conducir a alteraciones graves como pérdida de memoria a corto plazo, somnolencia o fatiga muscular. Además, favorece que las toxinas no se eliminen correctamente y se acumulen en nuestro organismo.

¿Se nos congela el cerebro con las bebidas frías?

Si llegados a este punto usted está pensando que una posible solución al calor sería tomar una bebida bien fría, ¡cuidado! porque a nuestro cerebro no le gustan nada los cambios bruscos de temperatura. Al beberla, puede sufrir una cefalea por crioestímulo o, dicho de otra manera, una sensación fuerte de dolor de cabeza al tomar algo frío. Se nos congela el cerebro. La respuesta a este efecto es sencilla. Estamos confundiendo al sistema circulatorio, el cual a su vez vuelve loco al cerebro. Y el cerebro responde con un toque de atención en forma de dolor.

Ya hemos visto que nuestro organismo es capaz de regular nuestra temperatura corporal. Cuando hace frío nuestros vasos sanguíneos periféricos se contraen (se encogen). Es lo que llamamos vasoconstricción. Así la sangre circula lejos de la piel y se puede mantener mejor el calor corporal.

Cuando hace calor, los vasos periféricos se dilatan (se expanden). Esto es la vasodilatación. Así, al expandirse y estar más cerca de la piel se favorece la transferencia de calor fuera del cuerpo. ¡Sudamos! y así controlamos nuestra temperatura corporal.

En verano los capilares tienden a estar dilatados para expulsar el calor del cuerpo. Pero si de repente tomamos algo frío, los vasos sanguíneos pasan rápidamente de su dilatación normal para eliminar calor, a la contracción por el frío de lo que estamos tomando. El resultado final es que el sistema circulatorio no sabe cómo actuar con tanto trajín de calor y frío.

Estos cambios en el flujo sanguíneo son detectados por los receptores del dolor que hay en el paladar y la garganta, que comunican con el cerebro a través del nervio trigémino, que envía información sensorial de lo que ocurre en la cabeza. Una porción del trigémino se extiende por la parte media de la cara y la frente, por eso el cerebro interpreta que hay un problema y se produce esa sensación de dolor punzante. Es lo que llamamos un “dolor referido”: se produce en el paladar o la garganta pero lo notas en el cerebro.

Pero que no cunda el pánico. Realmente el cerebro no siente dolor, es solo una sensación que se pasa enseguida. Para evitarlo, hay que comer o beber despacio para acostumbrar al paladar a ese cambio de temperatura.

Aunque todo el mundo tiene un nervio trigémino, no todo el mundo experimenta esa congelación cerebral. Es posible que los nervios de algunas personas sean más sensibles que los de otras. De hecho, quienes experimentan congelación cerebral también pueden ser más propensos a sufrir migrañas.

En conclusión, protege tu cerebro del calor, pero cuidado con el método que empleas. Aunque una bebida fría o un helado bien merecen unos segundos de dolor.


La versión original de este artículo fue publicada en la web de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid.

lunes, 30 de mayo de 2022

¿Quién dijo que solo usamos un 10 % de nuestro cerebro?

 Seguro que ha escuchado alguna vez la célebre frase de que solo usamos el 10 % de nuestro cerebro. De hecho, un tercio de mis alumnos de Psicobiología lo cree, y otro gran porcentaje “no sabe, no contesta”. Es uno de los bulos más extendidos en el ámbito de la neuropsicología. Y cuando nos topamos con él, pensamos: “¿Y qué pasaría si usásemos el 100 %? ¿Seríamos entonces como Einstein?”.

La trama de la película Lucy (2014), protagonizada por Scarlett Johansson y Morgan Freeman, se basa precisamente en esta idea: si de alguna manera se pudiera aprovechar el 90 % restante de nuestra capacidad, se desbloquearían poderes sobrehumanos. No continúo para no hacer spoiler.

En este artículo me propongo desmentir este neuromito e infundir tranquilidad: usamos todo nuestro cerebro, pero obviamente no todo a la vez.

Porque, efectivamente, empleamos el 100 % de un órgano que supone solo 2 % del peso corporal y que precisa el 20 % de la energía consumida. Sería algo así como decir que, para correr, alguien utiliza solo el 10 % de los músculos de sus piernas. Usa absolutamente todos, aunque no a su máxima capacidad.

No consuma noticias, entiéndalas.

Un órgano misterioso

Sería más acertado afirmar que, en realidad, conocemos una décima parte de nuestro órgano pensante; o, más bien, de cómo funciona. Desde el ámbito de las neurociencias solemos decir que hablamos de un cerebro desde otro cerebro, lo que inevitablemente propiciará fallos de interpretación.

Además, si usáramos solo el 10 % del cerebro, ¿el otro 90 % qué haría? ¿Estaría congelado? Gracias a la evolución, la mayoría de nuestras funciones están muy bien desarrolladas, y esa eficiencia nos permite realizarlas la mayoría del tiempo.

Este mito es, pues, una falacia sin base científica apoyada en ciertas doctrinas esotéricas como la cienciología, que dan cabida a supuestos poderes psíquicos aún latentes o a una inteligencia desmedida.

Entre otros, los investigadores Scott O. Lilienfeld, Steven Jay Lynn, John Ruscio, Barry Beyerstein y Josep Sarreten Grau, en su libro 50 grandes mitos de la psicología popular: las ideas falsas más comunes sobre la conducta humana (2009), lo han echado por tierra.

Falsas afirmaciones y malas interpretaciones

Entonces, ¿de dónde salió ese bulo? Muchos creen que fue Albert Einstein quien lo propuso. Sin embargo, sorprendentemente, no existe ni un solo registro de tal afirmación. 

También se ha asignado la autoría al filósofo y psicólogo estadounidense William James, al interpretarse de manera tergiversada un fragmento de su artículo The energies of men (Las energías del hombre, 1907). Allí, James decía que “hacemos uso solamente de una pequeña parte de nuestros posibles recursos mentales y físicos”. 

Más tarde, Dale Carnegie, autor de uno de los primeros grandes best-sellers de autoayuda, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas (1936), menciona explícitamente el porcentaje en el prólogo. 

Arsenal de pruebas en contra

Otra posible explicación al malentendido puede buscarse en la propia configuración de nuestro cerebro. Las neuronas componen aproximadamente el 10 % de células nerviosas, mientras que el resto son células gliales que les dan soporte. Por eso se pensó que solo usaríamos una décima parte de nuestra capacidad cerebral.

Sin embargo, hay claras evidencias que contradicen esta suposición. Veamos algunas de ellas:

  • Estudios de daños cerebrales nos demuestran que si solo usáramos el 10 %, entonces dichas lesiones no afectarían al rendimiento del órgano.

  • La evolución ha propiciado que cada vez consumamos más energía a nivel cerebral, por lo que no podemos usar solo una décima parte de su capacidad.

  • Pruebas de tomografía por emisión de positrones e imágenes por resonancia magnética funcional han revelado que, mientras dormimos, sigue funcionando nuestro cerebro .

  • Mediante técnicas de mapeo se ha descubierto que el órgano tiene diferentes regiones para ejecutar distintas funciones. El porcentaje de uso suma, por tanto, el 100 %.

  • Si el 90 % estuviera apagado, los estudios metabólicos que permiten visualizar las zonas activas del cerebro obtendrían imágenes en blanco, algo que no ocurre. 

  • En los afectados por ciertas enfermedades neuronales, las células no funcionales no deberían regenerarse. Por lo tanto, al hacer la autopsia de los fallecidos, según el falso argumento deberíamos comprobar que no habría degeneración, pues la gran mayoría del órgano se mantendría inactivo. 

Albert Camus dijo que “los mitos tienen más poder que la realidad”. Debemos tener cuidado con los neuromitos, que nos alejan de la realidad y de la ciencia, la cual aún tiene mucho que aportar.

martes, 30 de marzo de 2021

Descubren células zombis que aumentan su actividad cerebral después de la muerte

 cerebro

Debido a una extraña peculiaridad de la biología, existen cosas como los muertos vivientes: algunas células del cerebro humano aumentan su actividad después de la muerte, tal y como demuestra una reciente investigación. 

Cuando morimos el cuerpo cesa toda su actividad, pero algunas células cerebrales aumentan su expresión genética e incrementan su actividad, tratando de seguir haciendo sus tareas vitales. El neurólogo Jeffrey Loeb de la Universidad de Illinois y su equipo han comprobado en un reciente estudiocómo de estas células obstinadamente brotaban nuevos tentáculos y se ocupaban de seguir llevando a cabo sus funciones durante horas después de la muerte.

“La mayoría de los estudios asumen que todo en el cerebro se detiene cuando el corazón deja de latir, pero no es así”, explica Loeb, apuntando que gran parte de los datos disponibles acerca de trastornos cerebrales como el autismo, el Alzheimer y la esquizofrenia, proviene de experimentos realizados en tejidos cerebrales después de la muerte, un enfoque clave en la búsqueda de nuevos tratamientos. 

Por lo general, este trabajo se realiza en tejidos de personas que murieron hace más de 12 horas. Al comparar la expresión génica en tejidos cerebrales frescos -sacados extraídos como parte de una cirugía de epilepsia de 20 pacientes- con las muestras de cerebro mencionadas anteriormente de personas fallecidas, Loeb y su equipo encontraron diferencias sorprendentes que no eran específicas de la edad ni de la enfermedad.

Los investigadores utilizaron datos sobre la expresión génica para comprender los cambios en la actividad específica de las células a lo largo del tiempo desde la muerte, a temperatura ambiente. Aunque la mayoría de la actividad genética permaneció estable durante las 24 horas después de la muerte, las células neuronales y su actividad genética se agotaron rápidamente. Sin embargo, lo más notable es que las células gliales aumentaron la expresión y los procesos génicos.

Las células cobran vida después de la muerte del cerebro humano. (Dr. Jeffrey Loeb / UIC)

Las células cobran vida después de la muerte del cerebro humano. (Dr. Jeffrey Loeb / UIC)

¿Qué son estas células gliales? Son células del tejido nervioso, donde actúan en funciones auxiliares, complementando a las células somáticas, que son las principales responsables de la función nerviosa. De forma principal, sirven de soporte a las neuronas y también intervienen de forma activa en el procesamiento cerebral de la información en el organismo.

La proporción de neuronas y de células gliales en el cerebro varía entre las diferentes especies (aprox. 10:1 en la mosca doméstica, 1:1 en el cocodrilo y 1:10-50 en el hombre). “Que las células gliales se agranden después de la muerte no es demasiado sorprendente dado que son inflamatorias y su trabajo es limpiar las cosas después de lesiones cerebrales como la falta de oxígeno o un derrame cerebral”, apunta el resppnsable de.l estudio.

También demostraron que el ARN expresado por los genes no cambia en sí mismo dentro de las 24 horas posteriores a la muerte, por lo que cualquier cambio en su cantidad debe deberse a la continuación de los procesos biológicos. “La expresión génica completa de muestras de cerebro humano recién aisladas permite una visión sin precedentes de la complejidad genómica del cerebro humano, debido a la preservación de tantas transcripciones diferentes que ya no están presentes en los tejidos post mórtem”, reza el artículo.

Se trata de un descubrimiento clave a la hora de explorar el tejido cerebral para comprender enfermedades que involucran respuestas inmunes, como estas células gliales ‘zombis’ que se hinchan mientras devoran inútilmente los fragmentos circundantes de cerebros moribundos.

Pasadas 24 horas, estas células también sucumbieron y ya no se podían distinguir del tejido degradado que las rodeaba. La conclusión es que ahora los estudios cerebrales post mórtem podrán entenderse mejor. Será importante reducir el intervalo para que no sea tan grande la magnitud de los cambios genéticos y celulares. 

Esta investigación fue publicada en Scientific Reports.

Fuente | Science Alert

martes, 4 de agosto de 2020

Neuronas convertidas en componentes bioelectrónicos

Nuevas investigaciones podrían convertir el elemento básico de la biología, la célula, en una pieza para la construcción de materiales y estructuras en el interior de los seres vivos. Publicado en marzo en Science, un estudio a cargo de Karl Deisseroth, psiquiatra y bioingeniero de la Universidad Stanford, describe un método para que ciertas células sinteticen en su superficie polímeros que conduzcan (o aíslen) la electricidad. El trabajo podría algún día permitir la fabricación de estructuras a gran escala en el interior del cuerpo o mejorar las interconexiones cerebrales con las extremidades protésicas.

 A medio plazo, la técnica podría emplearse en la medicina bioeléctrica, que se basa en la generación de impulsos eléctricos con fines terapéuticos. A los investigadores de esta disciplina hace tiempo que les interesaba incorporar polímeros que condujesen o inhibieran la electricidad sin dañar los tejidos circundantes. La estimulación de neuronas concretas (para intervenir en una crisis epiléptica, por ejemplo) es mucho más precisa que inundar el cuerpo con fármacos, que pueden traer consigo amplios efectos secundarios. Pero los actuales métodos bioeléctricos, como los basados en el uso de electrodos, todavía afectan de forma indiscriminada a una gran cantidad de neuronas.

La nueva técnica se sirve de un virus para introducir genes en el tipo de neuronas deseado, a las que les indica que produzcan una enzima (Apex2) en la superficie celular. La enzima cataliza una reacción química entre las moléculas precursoras y el peróxido de hidrógeno, estos últimos infundidos en el espacio intercelular; la reacción provoca que los precursores se fusionen en un polímero en las células deseadas. «La novedad reside en la amalgama de varios campos emergentes en una aplicación», afirma el ingeniero biomédico de la Universidad de Florida Kevin Otto, que no ha participado en la investigación pero sí en el comentario adjunto de Science. «El uso de polímeros conductores, ensamblados [en el seno de un tejido vivo] por medio de la biología sintética, como interconectores de células específicas representa una gran novedad.»

Los investigadores ensayaron el proceso y supervisaron el funcionamiento en neuronas de ratón, modelos de cerebro humano cultivados artificialmente y gusanos vivos. También inyectaron los ingredientes en cerebros de ratones vivos para descartar toda toxicidad.

Los autores del comentario afirman que el trabajo podría abrir el camino a la mejora de los tratamientos contra la depresión o la enfermedad de Parkinson al aumentar la precisión del tipo de neurona que es estimulada. También permitiría actuar con precisión sobre las células transmisoras de la información al cerebro, por ejemplo, para que los portadores de extremidades protésicas recuperen la sensibilidad.

Deisseroth vislumbra aplicaciones aún más amplias para la investigación. «Hemos logrado construir estructuras nuevas en células de interés que modificamos genéticamente, así que solo estas construyen lo que les indicamos; resulta bastante atrayente y muy muy general», explica. «Es una exploración de la ciencia básica: ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos construir en el seno de estructuras biológicas aprovechando su complejidad estructural?»

Con todo, persisten algunos obstáculos. «La aplicación de la terapia génica en los humanos tropieza con escollos legales», aclara Otto. También habrá que demostrar que los cambios son duraderos y que la técnica es viable en las especies superiores, concluye.

martes, 16 de junio de 2020

Las neuronas que te permiten entender a las personas

Publicado por 
Imagen de Andre Mouton,
La canción «The Hall of Mirrors» reflexiona sobre cómo incluso las grandes estrellas cuando se enfrentan a ellos mismos rara vez encuentran agradable lo que ven. Lo interesante es que la herramienta que libera toda esta reflexión, que provoca el entendimiento de uno mismo y el enfrentamiento contra nuestros propios demonios, es un mero espejo. Un elemento que de entrada únicamente vale para reflejar imágenes. Sin embargo, los espejos, al igual que las neuronas que llevan como apellido su nombre, sirven para mucho más.
Es curioso que muchos descubrimientos científicos estén mediados por la casualidad: las neuronas espejo se descubrieron en parte gracias a que a un estudiante de doctorado le apetecía tomarse un helado. Este estudiante formaba parte del laboratorio de Giácomo Rizzolatti, un científico que a principios de los noventa estaba investigando las neuronas motoras (las neuronas relacionadas con el movimiento). En el laboratorio de Rizzolatti, en Parma, tenían colocados unos electrodos a varios macacos con el objetivo ver qué neuronas se activaban en sus cerebros cuando estos realizaban ciertas acciones. Curiosamente observaron que algunas de las neuronas motoras se activaban aunque el mono estuviera quieto. Eso sí, aunque quieto, esta activación también se producía cuando el macaco estaba observando a otro macaco o incluso a un humano (que también es un mono) comer cacahuetes. Como los humanos somos a veces un poco lentos en darnos cuenta de ciertas cosas, no se dio mucha importancia a la anécdota de los cacahuetes hasta que se volvió a repetir. Un caluroso día de verano, el estudiante sofocado y hambriento se fue a por un helado sin apagar los electrodos que registraban la actividad neuronal del macaco que estaba estudiando. Cuando volvió con el helado y se lo llevó a los labios, los aparatos registraron la activación en algunas neuronas motoras del cerebro del macaco, pese a que este estaba completamente quieto. Solo hacía una cosa: observar al doctorando y su helado.
Así fue como gracias a unos cacahuetes, un helado, un doctorando hambriento, un vasto conocimiento neurocientífico previo y muchas horas de trabajo se publicaron entre 1992 y 1996 los primeros artículos que describían a las neuronas espejo. Un modo general de definir a las neuronas con propiedades espejo (comúnmente llamadas neuronas espejo) sería como todas aquellas neuronas que se activan tanto si el sujeto realiza una acción como si observa a otros individuos realizando esa acción. Esto es importante porque no todas las neuronas que activamos al hacer una tarea se activan cuando vemos a alguien hacerla. Así que las neuronas con capacidades espejo son un grupo muy concreto y, además, de entrada resulta un poco extraño que, por ejemplo, unas neuronas que usamos al saltar puedan activarse también si estamos quietos. Parece un gasto de energía innecesario. Pero ahora sabemos que las neuronas espejo son muy importantes en nuestra vida, y están especialmente asociadas con la empatía, que en muchos casos se define como la capacidad de sentir lo que siente otra persona, de ponerte en su lugar, entenderla… Esto ha creado la idea de que estas neuronas lo que hacen es reflejar en nuestro cerebro la imagen emocional que observamos, pero por lo que sabemos esto es una simplificación: estas redes neuronales no se limitan a permitirnos descriptivamente percibir qué está haciendo una persona o como se siente. No, estas células también nos ayudan a entender por qué alguien está ejecutando una acción, cuáles son sus posibles objetivos e intenciones.
La importancia de las pinzas inversas en la neurociencia
Pensemos en esas pinzas largas de metal que usamos para mover las piezas de comida al fuego en una barbacoa. Al igual que ocurre con las tijeras, las pinzas están diseñadas para que si abrimos la mano separando los dedos que la manejan la pinza se abra. Y al juntar los dedos la pinza se cierra. Una pinza inversa hace lo mismo pero funcionando revés: al separar los dedos se cierra y al cerrarlos se abre. El movimiento es el contrario pero la función es la misma, coger cosas.
Uno de los motivos por los cuales sabemos que las neuronas espejo están relacionadas con la intención detrás de las acciones es gracias a estas pinzas. Cuando un mono usa una pinza normal o una pinza inversa para coger comida y comérsela, en ambos casos hay algunas neuronas espejo que se activan tanto en una acción como en otra pese a que se basan en movimientos de la mano opuestos. Eso sí, en las dos situaciones la intención del primate es la misma: pillar el alimento para zampárselo. Lo mismo ocurre cuando el mono coge directamente el alimento para comérselo: hay neuronas espejo que se activan aunque lo coja con la mano izquierda, con la derecha o con la boca. Y resultados similares se han obtenido en distintas pruebas donde se han analizado las neuronas de un simio observando a otro simio haciendo acciones distintas pero todas con el mismo objetivo.
Así pues, al parecer las neuronas con capacidades espejo están relacionadas, al menos en parte, con las intenciones. Esto las coloca en un lugar central en las interacciones sociales, donde es tan importante la acción como la intención, y explica por qué algunas investigaciones están explorando una posible relación entre las neuronas espejo y algunos de los síntomas de los trastornos del espectro autista. Pero sea como sea, es importante aclarar que el propio Giácomo Rizzolatti señala que las redes cerebrales de neuronas espejo no son el único mecanismo implicado en entender las acciones, y en sus entrevistas suele mencionar situaciones que ilustran esto, como por ejemplo una ocasión donde vemos a un amigo coger un vaso con líquido trasparente. Aquí las neuronas espejo nos pueden decir si probablemente la intención de esa persona es beberse el contenido del vaso, en vez de quizás tirárnoslo a la cara, pero… ¿por qué va a beberse el líquido? Averiguar el porqué requiere una serie de información previa y procesamiento racional que trabaja en paralelo a las neuronas espejo. Podría ser que el líquido sea vodka y esa persona beba porque es alcohólica, o que sea agua y beba porque es verano y hace calor, o porque estamos hablando con ella y quiera beber para hacer una pausa y ganar tiempo antes de contestarnos…
Sea como sea, es sorprendente que tengamos dentro de la cabeza un conjunto de células en las que una de sus funciones sea entender a los demás y a nosotros mismos. Y es más, que también existan neuronas espejo en otros primates significa que estas capacidades se han conservado evolutivamente a lo largo de milenios. En la naturaleza no todo es fuerza; las relaciones sociales han sido y son piezas esenciales en nuestra evolución

Referencias:
  • Bonini, L. (2017). The Extended Mirror Neuron Network: Anatomy, Origin, and Functions. Neuroscientist23(1), 56–67.
  • Ferrari, P. F., Gerbella, M., Coudé, G., & Rozzi, S. (2017). Two different mirror neuron networks: The sensorimotor (hand) and limbic (face) pathways. Neuroscience358, 300–315
  • Marshall, J. (2014). Mirror neurons. Proceedings of the National Academy of Sciences111(18), 6531–6531.
  • Principles of Neural Science, Fifth Edition (2012). Editorial McGraw-Hill Education.
  • Rizzolatti, G., & Fogassi, L. (2014). The mirror mechanism: recent findings and perspectives. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences369(1644), 20130420–20130420.