Hasta ahora se pensaba que los humanos envejecían más lentamente que otros animales. Investigadores norteamericanos y africanos han comparado por primera vez los patrones de envejecimiento de humanos, chimpancés, gorilas y otros primates, y han concluido en un estudio, publicado esta semana en Science, que el ritmo de envejecimiento humano no es “tan exclusivo”.
“Había un buen motivo para pensar que el envejecimiento humano era único”, explica Anne Bronikowski, coautora del estudio e investigadora en la Universidad Estatal de Iowa (EE UU). Los humanos viven más que la mayoría de los animales, aunque hay excepciones: loros, aves marinas, ciertas almejas y tortugas son capaces de superar la esperanza de vida humana.
“Los humanos vivimos muchos años más una vez finalizado nuestro período fértil reproductivo. Si nos pareciésemos a otros animales, empezaríamos a morirnos bastante más rápidamente tras alcanzar la mediana edad. Pero no es así”, indica Bronikowski.
Según Susan Alberts, coautora y directora asociada del Centro de Síntesis Evolucionaria Nacional de Durham y bióloga de la Universidad de Duke (EE UU), “la literatura científica ha defendido durante largo tiempo la idea de que el proceso de envejecimiento humano era único, pero hasta hace poco no contábamos con datos sobre el envejecimiento de los primates salvajes, con la excepción de los chimpancés”.
El estudio, que se publica ahora en Science, ha permitido combinar datos de estudios a largo plazo sobre siete especies de primates salvajes: monos capuchinos de Costa Rica, monos muriqui de Brasil, babuínos y monos azules de Kenia, chimpancés de Tanzania, gorilas de Ruanda y lémures sifaka de Madagascar.
El equipo centró su atención en el riesgo de morir de cada especie. Al comparar las tasas de envejecimiento de los humanos (calculadas como el índice de incremento del riesgo de mortalidad con la edad) con datos similares correspondientes a 3.000 monos, simios y lémures, los datos de los humanos encajaban perfectamente dentro del continuo de los primates.
“Los patrones humanos no presentan ninguna diferencia chocante, incluso a pesar de que los primates salvajes están expuestos a causas de mortalidad de las que los humanos sí pueden protegerse”, exponen los autores.
Los resultados demuestran también que a medida que humanos y otros animales envejecen, los machos mueren antes que sus compañeras. En los primates, la brecha de la mortalidad entre machos y hembras es más estrecha para las especies con menor agresividad entre machos, como es el caso del mono muriqui.
“Los muriquis son la única especie incluida en el estudio cuyos machos no compiten abiertamente entre sí para lograr el apareamiento con sus compañeras”, destaca Karen Strier, también coautora y antropóloga en la Universidad de Wisconsin (EE UU), dedica al estudio de los muriquis desde 1982.
Uno de los motivos de la temprana y veloz mortalidad de los machos de otras especies respecto a las hembras son las presiones a las que están sometidos por la competición. De todas las especies contempladas en el estudio, los lémures sifaka presentan la máxima diferencia entre el índice de envejecimiento masculino y femenino.
“Los machos y las hembras de los sifaka presentan una masa corporal equivalente y cuentan con índices de mortalidad similares en la edad adulta, pero los machos envejecen el doble de rápido que las hembras, probablemente por los comportamientos de riesgo, como las competiciones por el apareamiento en la época de cría, y las agresiones para controlar el grupo”, manifiesta Diane Brockman, coautora y antropóloga de la Universidad de Charlotte de Carolina del Norte (EE UU).
Según la experta que ha dedicado 26 años de su vida a estudiar a estos primates, las hembras de sifaka se quedan en sus grupos natales, con sus parientes maternos, durante la mayoría de sus vidas. “No presentan una competitividad tan acusada en los machos, aunque están expuestas a las mismas causas de mortalidad extrínsecas que ellos, incluidas la depredación y las caídas de los árboles”, añade Brockman.
Respecto a los humanos, los investigadores subrayan que la medicina moderna ayuda ahora a vivir más que nunca. “Pero seguimos sin saber qué mecanismo controla la duración máxima de la vida. Algunos estudios sobre humanos apuntan que podríamos vivir muchos más años de los que vivimos ahora”, asevera Alberts.
Marga Parra