El sexo es un proceso muy costoso (en términos biológicos). Encontrar una compañía adecuada exige tiempo y energía, y los hijos suponen un inmenso gasto de recursos. Pero el sexo también ofrece una posible recompensa, la de tener hijos que sean biológicamente superiores a sus padres gracias al establecimiento de nuevas y “mejores” combinaciones genéticas. De ahí que el propio Darwin ya detectara que los ejemplares de muchas especies animales elegían cuidadosamente a sus parejas.
Sin embargo, la desigualdad biológica es algo innato a los seres vivos. Los óvulos son relativamente poco numerosos, y por tanto implican una inversión de recursos grande e intensa, mientras que los espermatozoides son más pequeños y mucho más abundantes. Los embriones, por su parte, con frecuencia exigen esfuerzos suplementarios, tanto si se sitúan dentro del cuerpo como fuera de él. En la medida en que la mayor parte de los esfuerzos tiende a recaer sobre las hembras, con frecuencia son ellas el sexo que elige (mientras que los machos compiten entre sí por resultar elegidos).
Sin embargo, según una nueva investigación publicada en la revista Science, la visión del mundo patriarcal de Charles Darwin hizo que le negara a las mujeres tanto el libre albedrío como la capacidad de elegir a sus compañeros.
Darwin también minimizó la capacidad de selección femenina en otras especies animales. Dio por sentado que se trataba de comportamientos uniformes, que las hembras tomaban siempre las mismas decisiones. Sin embargo, en su opinión existían grandes diferencias en los modos en que los machos luchaban entre sí por la atención femenina, realizando grandes despliegues de habilidad y belleza. Esto hizo que se pusiera el foco en las dinámicas que regían las jerarquías de dominio de los machos, en la diversidad y en la ornamentación sexual como motores de la selección sexual, aunque en ocasiones las hembras también pudieran elegir.Pero las ideas de Darwin sobre la selección sexual, ¿se siguen sosteniendo hoy?
Decisiones complejas
Cuando los animales eligen una pareja, factores como su apariencia, su olor o los sonidos que emite pueden resultar pautas precisas que indiquen su capacidad de supervivencia. Por ejemplo, en lo que respecta a los ciervos, la presencia de grandes astas apuntan a buenas aptitudes para la lucha, capacidad de dominio y un buen estado físico general. Pero hay muchos otros elementos que, a pesar de no ser indicadores fieles de la calidad genética del animal, o que incluso puedan resultar engañosos en este sentido, pueden llamar la atención y resultar atractivos, y de este modo guiar la elección.
Las hembras pueden evolucionar para elegir compañeros con los que su progenie tenga menos posibilidades de sobrevivir a cambio de que dicha progenie sea más numerosa. Por ejemplo, en algunas especies de peces poecílidos, el atractivo de los machos está ligado a la presencia de genes que pueden reducir su supervivencia. En este caso, las hembras deben afrontar un dilema: o bien elegir a un compañero que sea más atractivo y que engendre hijos altamente atractivos, aunque sean menos vigorosos, o bien decantarse por un compañero que sea menos atractivo, pero que maximice las posibilidades de supervivencia de su progenie. ¿Qué estrategia producirá un mayor número de nietos?
Las hembras, por tanto, pueden decidirse en función de rasgos de los machos que aparentemente no están relacionados con una mayor capacidad de supervivencia. Así, la cola del pavo real sirve para atraer a las hembras, pero supone un obstáculo en el resto de aspectos de su vida, ya que es un estorbo para volar o para escapar de los depredadores. Sin embargo, también podría ser cierto que la capacidad de un macho para gestionar esta desventaja supone ya de por sí un marcador fiable de su calidad genética general.
Pero la hembra no siempre es la que elige. En las especies de peces pipa el macho realiza un gran esfuerzo al transportar los huevos fertilizados hasta que eclosionan, y son por tanto las hembras las que compiten entre sí para lograr la atención de los machos.
La elección de un compañero óptimo es diferente para cada ejemplar, y no siempre se desarrolla de la misma forma. Por ejemplo, a las hembras jóvenes de pergoleros satinados les asustan los despliegues de los machos más vigorosos, mientras que para las hembras mayores estos machos son los que les resultan más atractivos. Y muchas especies de peces son hermafroditas secuenciales, es decir, cambian de sexo (y por tanto, cambian sus criterios de elección de compañero) a medida que envejecen.
De este modo, las investigaciones posteriores a Darwin revelan que la elección de compañía es un proceso mucho más complejo de lo que el científico inglés supuso, pues dicho proceso está condicionado por variaciones que afectan a ambos sexos.
¿Darwin era sexista?
Por todo ello, ¿tendría sentido acusar a Darwin de sexismo, y de este modo sembrar la duda sobre la validez de sus investigaciones? Realmente hay pruebas de que Darwin subestimó la importancia que las variaciones, las estrategias e incluso la promiscuidad pueden tener en el comportamiento de la mayoría de hembras del reino animal.
Por ejemplo, Darwin (posiblemente como consecuencia de la gran influencia del puritanismo en su tiempo) no prestó demasiada atención a los mecanismos de selección sexual que funcionan después de que dicha selección se hubiera producido. Y es que las hembras de ciertas especies de aves y de mamíferos pueden elegir emparejarse con múltiples machos, cuyos espermas tienen de este modo que competir para fertilizar uno o más óvulos en el tracto reproductivo.
Los gatos, los perros y otras especies animales pueden tener camadas de varios padres (se trata de proceso que tiene la gloriosa denominación de “seperfecundación heteropaternal”, un sintagma atroz). Hay evidencias, incluso, que apuntan a que el pene humano, a pesar de ser más grueso que el de nuestros parientes primates más cercanos, es fruto de un proceso de adaptación para desplazar físicamente el esperma de otros machos que competirían por la hembra. Este tipo de hipótesis tan sencillas, sin embargo, habrían sido anatema para Darwin.
Las hembras de herrerillo común con frecuencia se emparejan con varios machos para asegurarse protección y apoyo, lo que de alguna manera supone una estrategia de manipulación cuando la paternidad de la camada es incierta. Todos estos factores contradicen las premisas de Darwin acerca de las hembras como seres relativamente pasivos e incapaces de desplegar estrategias.
En las especies en las que los machos realizan un mayor esfuerzo en lo referente a la perpetuación son en las que más activos se muestran en la elección de compañera. Así, en las ranas flecha verde y negra (Dendrobates auratus) son los machos (y no las hembras) los que protegen a los ejemplares más jóvenes. Con ello consiguen atraer a las hembras, que de este modo compiten entre sí para depositar sus huevos para que él los fertilice. Y en muchas especies de aves se da un cuidado biparental de las crías, lo que por tanto implica una mayor diversidad de los sistemas de selección de pareja.
La concepción del mundo de Darwin estaba inevitablemente influida por la cultura de su tiempo, y el contenido de sus escritos hace que sea difícil defenderle más allá de cierto punto. En una carta fechada en 1882 escribió: “Estoy convencido de que las mujeres, a pesar de que son superiores a los hombres en lo que respecta a sus cualidades morales, son inferiores desde un punto de vista intelectual; y de ahí que me parezca que, en virtud de las leyes de la herencia, vaya a ser muy difícil (…) que puedan llegar a ser pares intelectuales de los hombres”.
También reflexionó sobre las discutibles ventajas del matrimonio, del que realizó estos famosos apuntes: “Un hogar, y alguien que se ocupe de la casa; el encanto de la música y del parloteo femenino. Son cosas buenas para la salud de un hombre… Pero una terrible pérdida de tiempo”.
No debe sorprendernos que hubiera muchas cosas que Darwin no entendiera por completo. Él (como Albert Einstein, H. G. Wells o Edgar Allan Poe) se casó con su prima carnal, Emma Wedgwood. Resulta irónico que no tuviera ni idea de las razones genéticas en virtud de las cuales los parientes cercanos son mucho más propensos a tener una descendencia con ciertas enfermedades genéticas. Curiosamente, nuestros parientes más cercanos en el árbol de la evolución, los chimpancés, evitan este problema de forma natural debido a que las hembras eligen a los machos con los que tienen un parentesco más lejano con respecto a la media de los machos disponibles.
Sin embargo, y a pesar de estos fallos, las tesis de Darwin eran infinitamente más avanzadas que cualquiera de las que las precedieron. Podría decirse que, combinadas con los conocimientos superiores sobre herencia y genética, las tesis de Darwin siguen siendo la base de toda la biología evolutiva moderna.
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