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¿Tienen emociones los animales?
¿Siente pena un elefante que ha perdido a sus crías ¿Siente vergüenza un chimpancé que se ha caído de una rama frente al líder del grupo? Hasta qué punto podría decirse que una cría está disfrutando del momento cuando está jugando con sus congéneres. En otras palabras, ¿pueden los animales experimentar emociones parecidas a las que sentimos los humanos? ¿Qué sienten, si es que sienten algo? La respuesta sencilla es sí, aunque una explicación más rigurosa obliga a matizar algunas cuestiones.
¿QUÉ SE ENTIENDE POR EMOCIÓN?
Según el diccionario de la RAE, emoción es una ‘alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática”. Partiendo de esta acepción, podríamos concluir que los animales sienten emociones, igual que lo hacen las personas. El propio Darwin sostenía que existe una continuidad entre la vida emocional de los seres humanos y la de otros animales, y que en cuestión de emociones las diferencias entre muchos animales son de grado más que de especie. Sin embargo, determinar qué emociones experimentan los animales y hasta qué punto son distintas de las de los humanos no es una tarea fácil, especialmente en especies salvajes.
PELIGRO DE ANTROPOMORFISMO
Uno de los mayores problemas a la hora de estudiar las emociones en animales es la imposibilidad de conocer de cerca su casuística. Un vídeo subido a la plataforma TikTok que se hizo viral mostraba una vaca que parecía dar saltos de alegría cuando alguien le dio una galleta. ¿Estaba realmente feliz? Difícil saberlo, habida cuenta que para conocer la vida emocional de los animales, según explica el experto etólogo Mark Bekoff en este estudio, publicado en Bioscience, es dedicarles tiempo considerable, realizar investigaciones tanto etológicas como neurobiológicas y endocrinológicas. Pero eso no significa que los animales no puedan tener emociones. “Afirmar que no conocemos a los elefantes, los delfines u otros animales porque no somos uno de ellos no nos lleva a ninguna parte”, concluye el experto.
Xavier Manteca. catedrático del departamento de Ciencia Animal y de los Alimentos de la UAB, llega a una conclusión parecida. Explica a National Geographic España que documentar las emociones en animales es una tarea compleja, pues " no tenemos la posibilidad de una comunicación verbal directa", lo que dificulta sobremanera la analogía con el equivalente a las emociones humanas, "pero eso no quiere decir que no puedan demostrar estas emociones. Solo significa que es más difícil identificarlas".
ALGUNOS TIPOS DE EMOCIONES DEL MUNDO ANIMAL
Algunos de los estados emocionales de los animales pueden reconocerse fácilmente observando sus rasgos físicos. La cara, los ojos y la forma de comportarse permiten deducir con certeza qué están sintiendo en determinados momentos. Incluso alguien con poca experiencia en observar estos estados anímicos podría saber qué está estar sintiendo un animal en concreto. Cualquiera que observe una vaca dando saltos después de recibir una galleta o un perro que mueve la cola deducirá que están contentos, mientras que una oca que hunde sus ojos en sus órbitas después de perder a su pareja puede deducir que experimenta tristeza.
Así, las emociones primarias, consideradas emociones innatas básicas, incluyen respuestas generalizadas, rápidas y actos reflejos, que pueden ser automáticas o programadas. Es algo innato, relacionado con la supervivencia, y son consecuencia de la actividad del sistema límbico, en el que participan distintas partes del cerebro, entre ellas la amígdala. Podríamos deducir, pues, que los animales sí que experimentas emociones primarias como la alegría, la tristeza, el miedo, la sorpresa.
Una de las propuestas científicas existentes identifica una serie de emociones básicas controladas por circuitos neuronales presentes en todos los mamíferos, y probablemente todos los vertebrados, entre las que se encuentran las 7 emociones primarias (curiosidad, juego, temor, ira, deseo sexual, angustia). Lo cual no quiere decir que las experimenten del mismo modo que nosotros, sino que su cerebro está equipado con la maquinaria celular que les permitiría sentirlas.
"Podemos deducir que se trata de una emoción similar a la nuestra, pero no podemos ir más lejos". Xavier Manteca, catedrático del departamento de Ciencia Animal y de los Alimentos de la UAB
El problema reside en las emociones secundarias. ¿Hasta qué punto un animal puede sentir vergüenza, culpa, placer, orgullo o incluso celos? Estas emociones están intrínsecamente ligadas al comportamiento humano, pero son difícilmente encajables en la etología. El problema de partida es que no podemos ‘leer la mente’ de un animal con la simple observación, pero, aunque pudiéramos hacerlo, eso no significa que podamos establecer una correlación directa entre una reacción y un comportamiento.
“Incluso si investigaciones futuras demuestran, por ejemplo, que en los perros o los chimpancés se activan las mismas regiones cerebrales que en los humanos cuando están contentos o tristes, ello no significa que estén experimentando esas mismas emociones”, apunta Bekoff en su estudio.
"Con los animales no tenemos la posibilidad de una comunicación verbal directa, y la analogía es tanto más difícil cuanto más diferentes son de nosotros. Podemos deducir que se trata de una emoción similar a la nuestra, pero no podemos ir más lejos", argumenta Manteca.
ALEGRÍA
La experiencia nos dice que un perro que mueve la cola es feliz, mientras que un gato que ronronea está contento. Pero esto no significa que estos comportamientos siempre denoten la misma emoción. Existen casos de perros que han mordido a sus dueños mientras están moviendo la cola, mientras que los gatos también ronronean cuando sufren alguna herida. Pero existe un comportamiento que sí que podemos asociar a la felicidad: el juego. “Una vez observé a un alce joven en el Parque Nacional de las Montañas Rocosas corriendo por un campo nevado, saltando en el aire y girándose, deteniéndose y recuperando el aliento. Había mucha hierba alrededor, pero él eligió el campo nevado”, recuerda Bekoff, quien sostiene que sería difícil negar que estos animales se estaban divirtiendo y disfrutaban de lo que hacían.
El juego es una de las emociones positivas más documentadas por los etólogos.
Los estudios químicos apoyan la idea de que el juego es placentero, y han demostrado que libera dopamina, un neurotransmisor asociado con la felicidad. Se sabe, por ejemplo, que las ratas muestran un aumento de la actividad dopaminérgica cuando anticipan la oportunidad de jugar. Aunque la felicidad es un término propiamente humano, podríamos deducir que algunos animales experimentan una emoción similar en determinadas situaciones, como, por ejemplo, cuando están jugando. "Los animales experimentan estas emociones positivas cuando juegan, cuando exploran, cuando tienen una relación social agradable con otro animal, o con una persona, si es doméstico", apunta Xavier Manteca, quien explica que este tipo de emociones positivas se empezaron a estudiar más tarde, pero que fueron clave para definir lo que hoy se entiende como bienestar animal.
MIEDO
En ocasiones oímos decir que “el miedo es humano”. En realidad, el miedo no es solo humano, sino que es una de las emociones básicas que compartimos con la mayoría de los animales. Y tiene una explicación evolutiva: se trata de una respuesta casi automática ante un posible peligro que hemos adquirido como consecuencia de la evolución. Lo curioso es que muchos animales sienten miedo de forma innata ante determinados objetos o estímulos, incluso sin reconocerlos. Por ejemplos, ciertos sonidos, olores determinan la presencia de un peligro potencial para muchas especies, que reaccionan de forma innata. Uno de los argumentos de quienes defienden las emociones animales es, precisamente, su función evolutiva. El hecho de que los animales experimenten una emoción positiva cuando cuidan de sus crías significa que aumentará su éxito reproductivo", explica Montalbán.
DUELO
En febrero de 2024, Natalia, un chimpancé de 21 años del Bioparc de Valencia, perdió a su cría de forma inesperada. Tres meses después, era incapaz de desprenderse del cuerpo inerte. Este comportamiento lo interpretaron los etólogos como una emoción similar al duelo de los humanos cuando pierden a uno de sus seres queridos. ¿Estaba experimentando un duelo propiamente dicho? Lo curioso de este caso es que no solo la hembra expresaba este sentimiento. También sus familiares cercanos (su padre, su hermana y su sobrina) se abrazaban a la madre durante las primeras semanas después del fallecimiento de la cría. El caso de Natalia no es el único documentado entre los chimpancés.
La propia Jane Goodall observó un comportamiento similar entre varios miembros de esta especie durante sus investigaciones en Gombe. Flint, un chimpancé de ocho años y medio de edad, alejó de su grupo, dejó de alimentarse y finalmente murió después de fallecer su madre. Abundan otros ejemplos, por ejemplo, en elefantes, en los que se han documentado que montan guardia frente a sus crías muertas. También los delfines y las orcas muestran comportamientos de duelo. En 2018, una noticia sobrecogedora recogía el caso de una orca que había viajado más de 1.600 kilómetros durante dos semanas arrastrando a su cría muerta, el comportamiento de duelo más largo documentado en esta especie.
Una hembra de chimpancé del BIOPARC de Valencia estuvo meses sin separarse de su cría en un comportamiento similar al duelo. En la imagen, una hembra de la familia junto a otra cría.
"Si estos cambios son similares a los que experimenta una persona, suceden en el mismo contexto y los animales tienen la maquinaria neuronal necesaria para tener emociones, la conclusión más razonable es que con toda probabilidad, algunos animales pueden experimentar algo similar a lo que experimentamos los humanos en el duelo", afirma Xavier Manteca. Ejemplos como estos demuestran que no somos tan distintos en cuanto a emociones se refiere.
Así es como la tercera forma de vida en el planeta convierte hidrógeno en energía
Durante siglos, los seres humanos han explorado formas de transformar hidrógeno en energía. Los organismos unicelulares pertenecientes al grupo de las Arqueas han estado realizando este proceso durante millones de años. Una reciente investigación sobre éstas, clasificadas como la tercera forma de vida en el planeta, reveló el mecanismo mediante el cual generan energía a partir del gas presente en la atmósfera. Los científicos responsables de este estudio esperan que sus hallazgos inspiren a otros colegas a descubrir nuevos métodos de generación de energía verde.
Según el sistema de clasificación biológica de los tres dominios, el árbol de la vida se divide en seres que pertenecen a las ramas Eucarya, Bacteria y Arquea. La naturaleza de las células que componen un organismo es el criterio principal para determinar su ubicación en los dominios. Por ejemplo, animales, plantas y hongos tienen células con núcleo definido (células eucariotas) y se clasifican en el dominio Eucarya. En contraste, los organismos (generalmente microscópicos) con células sin núcleo o con unidades sin núcleo pertenecen a las ramas Bacteria o Arquea.
Transformar hidrógeno en energía con enzimas
Las arqueas son microorganismos unicelulares procariotas con una estructura fundamentalmente diferente a la de cualquier otra bacteria. Son las formas de vida más antiguas del planeta y, según algunas teorías, los organismos eucariotas complejos podrían haber surgido a partir de fusiones entre arqueas y células bacterianas.
Dichos seres tienen la capacidad de producir la energía necesaria para su supervivencia utilizando el hidrógeno presente en su entorno. Esta habilidad es poco común en la naturaleza. La mayoría de los organismos simples han evolucionado para convertir la luz en alimento. El aprovechamiento del hidrógeno, conocido como proceso de la quimiosíntesis, se observa en entornos extremos y desafiantes para la vida convencional, como los respiraderos geotérmicos.
Investigadores del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Monash, Australia, lograron identificar el mecanismo biológico mediante el cual las arqueas producen energía. Estos microorganismos primitivos consumen y producen hidrógeno a través de enzimas hidrogenasas de acción rápida (FeFe). Hasta ahora, se creía que estos componentes eran exclusivos de bacterias y eucariotas.
Para lograr este avance, los científicos buscaron el gen que codifica la hidrogenasa (FeFe) en un mapa de genomas de arqueas. Descubrieron que había 2,300 grupos de especies que contenían el gen relacionado con el consumo de hidrógeno. Luego utilizaron la herramienta de inteligencia artificial AlphaFold2 de Google para predecir la estructura de las enzimas codificadas. Finalmente, expresaron la hidrogenasa en una bacteria E. coli para probar su funcionalidad.
“Algunas arqueas tienen las enzimas productoras de hidrógeno más pequeñas de cualquier forma de vida en la Tierra. Esto podría ofrecer soluciones optimizadas para la producción de hidrógeno biológico en entornos industriales”, afirma la Universidad de Monash.
El científico Chris Greening piensa que el descubrimiento de las hidrogenasas en organismos ultrarresistentes tiene aplicaciones importantes para la transición hacia una economía verde. “La industria utiliza valiosos catalizadores químicos para aprovechar el hidrógeno. Sin embargo, sabemos por la naturaleza que los catalizadores biológicos pueden ser muy eficientes y resistentes. ¿Podremos utilizarlos para mejorar nuestra forma de utilizar el hidrógeno?”.
Hay un extraño silencio en la cara oculta de la Luna
Sobrecoge pensar en la soledad que impera en la cara oculta de la Luna. Quien la habitara podría pasar toda la vida sin saber que muy cerca hay un planeta azul y vivo, acuático y brillante, porque desde allí la Tierra no se ve.
Todos los objetos observables nos muestran sus dos lados, excepto la Luna. A su cara oscura no llegan nuestras señales radioeléctricas y su silencio y aislamiento son una extraña singularidad.
Ninguna de nuestras emisiones de radio o televisión la tocan, porque la masa lunar las bloquea. En toda la esfera de decenas de años luz por la que se están difundiendo hacia la galaxia las noticias de que la Tierra alberga una civilización tecnológica, solo hay un lugar en el que resultaría imposible enterarse de semejante maravilla: la mitad que la Luna oculta, la mitad del astro que, paradójicamente, tenemos más cerca.
Cada misión estadounidense Apolo ponía a dos varones blancos en la cara visible y dejaba a un tercero dando vueltas a la Luna dentro de la nave. Estos últimos astronautas se quedaban aislados del resto de la humanidad durante casi 30 minutos en cada órbita: Collins, Gordon, Roosa, Worden, Mattingly, Evans… robinsones transitorios, las únicas personas de la historia que pueden decir, ellos sí, que han estado solos.
El silencio radioeléctrico que hay en la cara oculta de la Luna convierte ese lugar en un buen candidato para instalar radiotelescopios libres de interferencias. Pero nadie consideró en el pasado la posibilidad de aterrizar allí. Desde luego, no ha ido ningún astronauta, pero incluso enviar una sonda automática sería inútil porque resultaría imposible enviar datos o comunicarse con la Tierra desde esos lugares.
Bandera china
Todo cambió cuando China envió las misiones espaciales Cháng'é 4 y 6 a la cara oculta de la Luna. La primera aterrizó allí en enero de 2019 y desplegó un todoterreno, mientras que la segunda, que acaba de llegar, será capaz de traer de vuelta a la tierra muestras del suelo de la misteriosa cuenca Polo-Sur Aitken.
La agencia espacial china tuvo que situar antes de la llegada de Cháng'é 6 unos satélites repetidores que permitieran la comunicación, ubicados algo más allá de la Luna, los relés Quèquiáo 1 y 2. La asombrosa solución ha hecho que la cara oculta de la Luna deje de ser un sitio libre de ondas artificiales. La humanidad ya ha llevado el ruido. Pronto le seguirá la basura.
La Luna, en la mitad que vemos, lleva pintada una cara, esas manchas oscuras que dibujan los mares. Su otra mitad… ¿cómo será la otra mitad?
La lejana Luna, la Luna oscura, se convirtió en un enigma cuando el telescopio reveló que todo gira en el cosmos. Si todo da vueltas, ¿cómo es posible que el balón plateado de la Luna no lo haga también? Si nuestro satélite natural girara, visto desde la Tierra, el panorama de su disco iría cambiando con el paso del tiempo, y no lo hace. Algo muy extraño estaba ocurriendo.
La razón de su cara oculta
La explicación la aportó la mecánica celeste. Así como la Luna ejerce sobre la Tierra mareas que levantan los mares, nuestro planeta actúa sobre la esfera lunar, y lo hace con mareas mucho más intensas. Tanto que, con el tiempo, las mareas terrestres han alargado la Luna en dirección hacia la Tierra y la han forzado a rotar alrededor de su eje en el mismo tiempo que invierte en completar una órbita en torno a nuestro planeta. No es que la Luna no rote, sí que rota, lo que pasa es que lo hace al mismo compás de su giro orbital. Como resultado de esta rotacion sincrónica, desde la Tierra solo vemos una cara de la Luna, congelada, sin giro aparente. En justa correspondencia, al otro lado hay todo un hemisferio invisible, la cara oculta de la Luna.
Todos los objetos del cosmos observable, sin excepción, nos van mostrando sus dos lados con el paso del tiempo. Desde el asteroide más minúsculo hasta el Sol, desde la galaxia más remota a un planeta extrasolar en torno a Próxima Centauri, todo yira, yira de manera que, si se espera el tiempo suficiente y se dispone de un telescopio lo bastante potente, en principio se tendría acceso a todos sus lados. Pero la indiferencia del mundo lunar, que es sordo y es mudo, nos ha gastado esta broma pesada, gentileza de la mecánica celeste: el astro más cercano del cosmos es, a la vez, el único, pero el único de verdad, que nos esconde la mitad de sus secretos.
En principio no tendría por qué haber nada especial en ese lugar. Se supone que los procesos cósmicos han sido semejantes y, durante siglos, se consideró que el lado lunar oculto debería parecerse al visible. Pero ¿qué mayor muestra de progreso que volar más allá de la Luna y descubrir lo que le ocultó a toda la humanidad a lo largo de la historia? Eso se propuso la Unión Soviética en el año 1959 cuando envió un prodigio tecnológico, la sonda espacial Luna 3, a cartografiar lo nunca visto.
La Tierra tiene la culpa
Cundió la consternación: el hemisferio oculto de la Luna resultó muy distinto al visible y carece casi por completo de mares oscuros. No hay una cara pintada al otro lado. Eso sí, desde octubre de 1959 la ciudad de Moscú tiene mar, el Mare Moscoviense, en la cara opuesta de la Luna, y varios de los rasgos más llamativos de ese lado lucen aún nombres soviéticos, como el gran cráter oscuro Tsiolkovski.
No termina de estar claro por qué el otro lado de la Luna es tan distinto al que vemos, pero todas las explicaciones que se manejan se lo achacan a la influencia de la Tierra, un insólito planeta habitado que no se escucha ni se ve desde el lado oscuro de la Luna.