Publicado por Rubén Díaz Caviedes
En noviembre de 2019, durante la premiere de The Mandalorian en un cine de Los Ángeles, una periodista se acercó al cineasta y actor alemán Werner Herzog (que interpreta al Cliente, el gran villano de la primera temporada) y le preguntó si había tenido ocasión de ver a Baby Yoda con sus propios ojos.
Ojalá pudiera decirle que Herzog se revolvió, como hacían antiguamente los intelectuales cuando les decían paridas. Ojalá pudiera decirle que el hombre que escribió y dirigió Fitzcarraldo y Aguirre, la cólera de Dios soltó una traca de consonantes en alemán y mandó a la mierda a la reportera por preguntarle si conocía a un muñeco en persona. A Herzog, por el contrario, se le dibujó una sonrisa tontorrona en la cara, como a los abuelos cuando hablan de sus nietos, y respondió que sí, que había visto a Baby Yoda, y en menos de cincuenta segundos dijo que era todas estas cosas: «heartbreaking», «heartbreakingly beautiful», «phenomenal technical achievement», «heartbreaking» otra vez, «absolutely convincing» y, por último, «it make you cry when you see it».
Poco después de aquello, durante la rueda de prensa celebrada tras la proyección, el productor ejecutivo de la serie, Dave Filoni, reveló que tanto él como el showrunner, Jon Favreau, sí habían sufrido la furia teutona de Herzog. Ocurrió cuando decidieron grabar dos versiones de una misma escena, una con el muñeco robótico de Baby Yoda y otra sin él. La segunda toma era por seguridad, por si acaso la marioneta no estaba quedando bien bajo la iluminación concreta de aquel set y al final había que recrearla digitalmente durante la postproducción de la serie. A Herzog aquello le pareció inaceptable, montó en cólera y les dijo:
—You are cowards. Leave it.
Es decir: que les llamó cobardes en toda su jeta y les dijo que dejaran la marioneta, que no crearan el personaje con CGI. Al día siguiente de revelar aquello, las cabeceras de medio mundo, incluyendo muchas prestigiosas, salieron con titulares que decían que Herzog había salvado (sic) a Baby Yoda de Disney y que el actor y cineasta había llorado al ver la marioneta, así era de mágica y heartbreaking. Ninguna de las afirmaciones era cierta y la segunda ni siquiera lo era remotamente, pero estamos en 2020, a fin de cuentas. La verdad es lo de menos.
Perros, lobos, cerdos y jabalíes
Los perros y los lobos comenzaron a divergir anatómicamente hace solo treinta mil años, pero los perros ya han adquirido un músculo del que carecen sus parientes más cercanos: el levator anguli oculi medialis o músculo elevador del ángulo medial del ojo. Se trata de un resorte que mueve la parte interior de la ceja y consigue dos efectos: uno, que los ojos adquieran un tamaño aparente mayor, con una forma menos almendrada y más redondeada, confiriendo a la expresión del perro un aspecto infantilizado; y dos, que el animal exprese tristeza tal y como lo hacemos las personas, dibujando un ángulo descendente sobre el ojo.
El año pasado, un estudio científico dirigido por Juliane Kaminski, de la Universidad de Porstmouth, Reino Unido, logró demostrar que, además, este músculo está más hipertrofiado cuanto más reciente sea la raza del perro y que las razas más antiguas, como los husky siberianos, apenas lo tienen desarrollado. Eso parece indicar que los perros con un mayor levator anguli oculi medialis han tenido más éxito reproduciéndose o, por expresarlo con exactitud, siendo criados por nosotros, los seres humanos. Es pertinente reseñar que, en otro estudio científico publicado en 2013, estos mismos investigadores probaron que los perros capacitados para ejecutar expresiones faciales puramente humanas tienen más probabilidades de ser adoptados en las perreras y gozan, en general, de mucha más aceptación entre las personas.
La neotenia (la retención de rasgos juveniles durante la edad adulta) de los perros es algo bien documentado desde hace tiempo. El primero que se dedicó a hacerlo exhaustivamente fue Konrad Lorenz, etólogo austríaco y ganador del Premio Nobel de Medicina, que escribió sobre ello en su clásico Cuando el hombre encontró al perro(1950) y en su prólogo para Los cánidos salvajes (Michael W. Fox, 1974). Hoy tenemos claro que esta clase de transformación evolutiva no está ligada necesariamente a la convivencia con el hombre (de hecho, existen multitud de ejemplos de neotenia entre los anfibios, los insectos y los crustáceos), pero sí que la domesticación es el factor que desencadena esta metamorfosis anatómica con mayor rapidez. También que, entre los mamíferos domesticados por el ser humano, la neotenia conduce a un cierto grado de convergencia evolutiva, haciendo que todos adquieran rasgos parecidos entre sí y, a su vez, a los las personas.
Y eso constituye un enigma. Pongámonos como ejemplo los cambios sufridos por el perro respecto al lobo y por el cerdo respecto al jabalí. Ambos han adquirido ojos más expresivos y redondeados, orejas mayores y menos firmes y hocicos más achatados que sus predecesores. Ahora bien, ¿por qué los seres humanos habríamos premiado estas mismas características a la hora de seleccionarlos para la cría, si ejercen roles sumamente distintos? Los perros han servido históricamente como pastores y cazadores. La necesidad de comunicarnos con ellos podría explicar que hayamos favorecido la aparición de atributos faciales parecidos a las nuestros, a lo que también contribuiría nuestra estrecha relación emocional con ellos. Pero, ¿los cerdos? Se crían solamente como alimento, ni siquiera como ganado de ordeño. Además, ambas especies han adquirido complexiones corporales que se ajustan claramente a los roles que desempeñan. Entonces, ¿por qué han sufrido ambos la misma transformación en lo concerniente a la cara?
La respuesta la dio, en parte, el famoso programa de domesticación de zorros puesto en marcha por el soviético científico soviético Dmitri Beliáyev en 1959. Aunque Beliáyev y su equipo seleccionaron a los ejemplares para la cría únicamente en función de su mansedumbre, los descendientes empezaron a sufrir progresivamente las mismas transformaciones fisiológicas adicionales que vemos en los animales domésticos: hocicos chatos, orejas caídas, pelaje más claro, colas más cortas… Beliáyev solo tuvo que completar el silogismo: si nos proponemos cambiar la conducta de los animales y al hacerlo cambia su fisionomía irremediablemente, incluso cuando no nos proponemos que ocurra, entonces estamos alterando algo que interfiere con ambas cosas, conducta y fisonomía. Y ese algo, por supuesto, son las hormonas.
Hoy conocemos las hormonas mejor que en los tiempos de Beliáyev y podemos tener claro algo que él solamente intuyó: que cada clase de hormona cumple distintos propósitos, a veces muy distintos entre sí, y que aquellas asociadas a la agresividad y la mansedumbre (como la endorfina, la adrenalina y varias otras) también intervienen en el crecimiento y desarrollo anatómico y sexual. Al inhibirse una cosa, se inhibe la otra. Al domesticar animales hemos seleccionado en ellos las características que más nos interesaban y de ese modo hemos interferido con su constitución genética, obtenido cerdos más gordos que los jabalís y perros de carreras más rápidos y esbeltos que los lobos; pero hay algo que se premia indistintamente en todas las especies domesticadas, sean perros, cerdos, zorros o abejas melíferas: la docilidad. Y, al modularla, hemos interferido con su crecimiento, haciendo que todas las especies experimenten un cambio físico menor entre su estado juvenil y su estado adulto. Por eso los animales domésticos sufren cambios corporales cada cual en un sentido, pero todos han adquirido, en mayor o menor medida, rasgos faciales que recuerdan a los humanos.
La fábrica de sueños neotenia
En 1980, el biólogo y paleontólogo Stephen Jay Gould incluyó un capítulo dedicado a Mickey Mouse en su libro El pulgar del panda. Puede leerse aquí. Su tesis era que el personaje, creado por Walt Disney en 1928, había sufrido un proceso neoténico a lo largo de su vida. Había empezado siendo más mamporrero y gamberro, pero, a medida que el siglo progresaba, el personaje se había ido volviendo más calmado y más amable. Al hacerlo, también se había ido transformando físicamente. Sus ojos se agrandaron poco a poco, su cabeza adquirió progresivamente mayor volumen y más redondez, su hocico se fue achatando…
Gould, que incluso pormenorizó con un gráfico la transformación del cráneo del ratón, llamaba la atención sobre la rigurosidad con la que este proceso se ajustaba al modelo de neotenia propuesto por Lorenz unas décadas antes, aunque aportaba algunas conclusiones más modernas que las del austríaco. La primera y más evidente, que debemos pensar en la neotenia como algo que los seres humanos sencillamente desencadenamos a nuestro alrededor, que no es algo que tenga efecto solamente en el contexto de biología. Y la segunda, que las criaturas neoténicas, hablando estrictamente, no adquieren aspecto humano. Adquieren aspecto infantil. Y si los seres humanos asociamos ese aspecto con nosotros mismos es porque nosotros mismos somos una especie neoténica. El ser humano, ya lo sabrá usted, es la primera especie domesticada de todas.
Stephen Jay Gould murió en 2002, el mismo año en el que se estrenó Star Wars: Episodio II – El ataque de los clones. Es una lástima. Eso que había descrito en Mickey Mouse y que más tarde se contrastó con multitud de ejemplos más (las muñecas Barbie, las princesas de Disney, Los Simpson… la lista es interminable) todavía no había empezado a ocurrir en la saga creada por George Lucas. Eso empezó después, a partir de 2012, cuando Disney compró Lucasfilm y se propuso amortizar su precio desorbitado haciendo una película al año. Desde entonces, las nuevas criaturas de la Star Wars, tanto droides como seres vivos, tienden presentar estas mismas características: ojos cada vez más grandes, cabezas cada vez más redondeadas y voluminosas y cuerpos cada vez más empequeñecidos. Están sufriendo neotenia. Cada vez se parecen más y más a los bebés.
Quizá recuerde usted lo que pasó en noviembre de 2019, cuando el mundo tenía menos problemas que ahora, y Baby Yoda apareció por sorpresa en el primer capítulo de la primera temporada de The Mandalorian. Quizá esté de acuerdo con nosotros en que aquello no puede calificarse como éxito, porque fue más que eso. Fue un auténtico delirio. Y quizá este pequeño vistazo al asunto de la neotenia le ayude a comprender que eso, a fin de cuentas, no debe extrañar tanto. Baby Yoda no es, siquiera, lo que ocurre después de sufrir un proceso de neoténico; es lo que se obtiene de aplicarlo a un bebé, de rascar con denuedo el fondo del barril. Orejas inmensas, ojos gigantescos y un cuerpecito chiquitín, chiquitín, envuelto invariablemente en un hábito que tiene aspecto de mantita. Hasta vive en un huevo. Abra Instagram, busque un filtro de esos que confieren rasgos de niño a los adultos y utilícelo para hacer una foto a un bebé disfrazado de abeja emergiendo de un repollo en una fotografía de Anne Geddes. Eso es Baby Yoda.
Si todo esto es bueno o malo, eso ya usted dirá. Nosotros vamos a esperar un poco más antes de poner el Funko en la estantería. Preferimos esperar a que progrese The Mandalorian (que es una serie estupenda, pero todavía no ha eclosionado) y descubrir si Baby Yoda deja de ser un instrumento de extorsión emocional y se convierte en un auténtico personaje. Usted es libre de trazar ya sus propias conclusiones, solo faltaba, y si son al favor del muñeco, un consejo: no se culpe demasiado. Tiene de su parte a la etología, a la antropología y, más importante todavía, a Werner Herzog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Quin és el teu Super-Comentari?