Las hembras de mantis religiosa devoran a sus parejas. [LWA/Getty Images]
Desde las amebas que se fagocitan unas a otras hasta los osos polares que devoran oseznos, el canibalismo está extendido por todo el reino animal, aunque sea una práctica no exenta de riesgos. Los animales pertenecientes a la misma especie suelen poseer defensas parecidas y el contagio de enfermedades es fácil y, por si eso fuera poco, devorar a tu prole va en detrimento de tu éxito genético. Así que, ¿qué empuja a algunos a traspasar ese límite?
«Casi todos los depredadores optan por el canibalismo cuando las condiciones devienen funestas», asegura Jay Rosenheim, entomólogo de la Universidad de California en Davis. Hasta algunos herbívoros famélicos acaban entregándose a él, añade. Después de ver en algodonales de California a chinches insectívoras del género Geocoris comenzar a engullir sus propios huevos pese a la multitud de presas a su alcance, Rosenheim decidió investigar qué impulsa a los animales a convertirse en caníbales.
«La densidad demográfica suele ser el desencadenante», señala. En un estudio publicado en Ecology, su equipo condensó más de tres decenios de investigaciones en un modelo matemático que vincula la densidad con el canibalismo.
«Parece absurdo, pero en muchísimos modelos no se había tenido en cuenta la dependencia de la densidad», afirma Chloe Fouilloux, investigadora en la Universidad de Jyväskylä en Finlandia y estudiosa de las ranas caníbales, ajena al estudio. Aunque otros modelos contemplan la densidad como un elemento secundario, este se centra principalmente en las variables vinculadas con la densidad, como la frecuencia con que un animal se encuentra con otro y la probabilidad de que esos encuentros acaben en agresión.
Los autores también clasificaron los distintos modos en que la densidad demográfica deriva en canibalismo. No es de extrañar que la escasez de recursos sea un factor esencial: «El hambre probablemente sea lo más cercano a un detonante universal», señala Rosenheim. El estudio pone de relieve las investigaciones que indican que el hambre activa ciertas neurohormonas que fomentan la agresividad y, posiblemente, el comportamiento caníbal.
«Me entusiasmaba saber que en los últimos trabajos se están contemplando los mecanismos [fisiológicos] que sustentan el canibalismo», aclara Fouilloux.
La propagación de enfermedades, impulsada por la densificación de las poblaciones, también contribuiría a los hábitos caníbales. A un animal enfermo le puede atenazar el hambre lo suficiente como para comerse su piel. O uno sano puede devorar a sus vecinos enfermos aprovechándose de su debilidad.
«Las interrelaciones entre la densidad, la enfermedad y el canibalismo son muy, pero que muy complicadas», advierte Rosenheim, y añade que este campo de investigación está en un momento propicio para los descubrimientos.
En algunas especies, la llegada de un gran número de congéneres puede desatar el canibalismo aunque abunde el alimento. Así sucede con las chinches hembras de Geocoris: en condiciones de superpoblación, comienzan a comportarse como si su puesta pudiera ser la de otra hembra. Al basar su modelo en condiciones biológicas reales, como la escasez de alimento, el riesgo de enfermedades y las posibilidades crecientes de un encuentro, los autores han demostrado que la densidad es «ese factor regulador sorprendente que ayuda a explicar y a contextualizar el papel del canibalismo en la estabilización de la dinámica poblacional», concluye Fouilloux.
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