miércoles, 11 de septiembre de 2019

El día que se perdió el 75% de la vida del planeta (dinosaurios incluidos)

Imagen artística del impacto del asteroide. NASA/DON DAVIS.
La ciencia ficción nos recuerda continuamente en películas y novelas que nuestra vida pende de un hilo, que la tierra puede sufrir el impacto catastrófico de un meteorito que nos borre de la faz de la tierra. Una perspectiva aterradora pero que ya ocurrió. Fue cuando, hace 65 millones de años, un meteorito dejó un cráter de 200 kilómetros: hoy lo conocemos como Chicxulub y acabó con el 75% de la vida existente entonces en el planeta.
El cráter Chicxulub, que está enterrado bajo capas y capas de sedimentos, guarda en su interior la información de qué pasó cuando el meteorito impactó en la Tierra. Un grupo de investigadores liderado por el Instituto de Geofísica de la Universidad de Texas (Estados Unidos) y con la participación del Centro de Astrobiología, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha confirmado el que hasta ahora era un escenario hipotético planteado por los científicos.
Los científicos encontraron rocas fundidas y fragmentadas como areniscas, calizas y granitos, pero no minerales que contuvieran azufre, a pesar de la alta concentración rocas ricas en azufre de la zona. OCEAN DISCOVERY PROGRAM
Cuando el asteroide chocó contra la Tierra, el impacto provocó incendios forestales, desencadenó un tsunami y expulsó tanto azufre a la atmósfera que bloqueó la luz del Sol, lo que causó un enfriamiento global que condujo finalmente a la extinción de los dinosaurios.
Se han analizado muestras de rocas extraídas de la zona central del cráter y se han hallado sólidas evidencias en las decenas de metros de rocas que rellenaron el cráter en las primeras 24 horas después del impacto. “Las evidencias incluyen fragmentos de carbón vegetal, una mezcolanza de rocas arrastradas por el contraflujo del tsunami y una notoria ausencia de azufre. Todas ellas pertenecen a unas muestras de roca que ofrecen los datos más detallados hasta ahora de las secuelas de la catástrofe que terminó con la era de los dinosaurios”, señala Sean Gulick, profesor de investigación en el Instituto de Geofísica de la Universidad de Texas y autor principal del estudio.
El estudio The First Day of the Cenozoic, El primer día del Cenozóico ha sido publicado hoy en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) https://www.pnas.org/ y se basa en trabajos anteriores que permitieron describir cómo se formó el cráter y cómo la vida se recuperó relativamente rápido en el lugar del impacto.

Proceso de sedimentación

Los análisis indican que la mayor parte del material que rellenó el cráter en las horas posteriores al impacto se originó en el mismo lugar del impacto o fue arrastrado por el agua del océano que fluyó de nuevo hacia el cráter desde el Golfo de México circundante. En un solo día se depositaron alrededor de 130 metros de material, una tasa que se encuentra entre las más altas jamás encontradas en el registro geológico. Esta tasa vertiginosa de acumulación ha quedado registrada en las rocas, y ha permitido reconstruir los sucesos acaecidos en el medioambiente dentro y fuera del cráter en los minutos y horas después del impacto y hacerse una idea sobre los efectos
a largo plazo del impacto, que, según los datos, acabó con el 75% de la vida presente entonces en el planeta.
Gulick lo describe como un infierno de corta duración a nivel local, seguido de un largo período de enfriamiento global, “se achicharraron y luego se congelaron”. “Aunque no todos, muchos dinosaurios murieron ese día”, concluye.
Una porción de los núcleos perforados de las rocas que llenaron el cráter de impacto del asteroide que aniquiló a los dinosaurios OCEAN DISCOVERY PROGRAM.

Diez mil millones de bombas atómicas

Los investigadores estiman que el asteroide impactó con una potencia equivalente a la de diez mil millones de bombas atómicas como la de Hiroshima. La explosión carbonizó toda la vegetación situada a miles de kilómetros a la redonda del impacto y desencadenó un enorme tsunami que llegó hasta el interior de Norteamérica, a más de 2.000 kilómetros de distancia. Dentro del cráter, los investigadores encontraron carbón vegetal y también un biomarcador químico de la presencia de hongos del suelo dentro o justo encima de capas de arena, lo que sería signo de haber sido depositado por un reflujo de aguas. Estos hallazgos sugieren que el paisaje carbonizado fue arrastrado hacia el cráter por el retroceso de las aguas del tsunami.
Sin embargo, uno de los resultados más importantes de la investigación ha sido la ausencia de azufre en algunas de las muestras de roca. El área que rodea el cráter de impacto está llena de rocas ricas en azufre, pero no había azufre en el núcleo. ¿Dónde estaba el azufre? Este importante hallazgo apoya la teoría de que el impacto del asteroide vaporizó los minerales ricos en azufre presentes en el lugar del impacto y lo liberó a la atmósfera, que se volvió opaca a la luz solar.
Esto causó profundos cambios en el clima de la Tierra, que sufrió un enfriamiento global. Los investigadores estiman que al menos 325 mil millones de toneladas métricas habrían sido liberadas a la atmósfera por el impacto. Esa cantidad es alrededor de diez mil veces superior a todo el azufre que fue expulsado a la atmósfera durante la erupción del volcán Krakatoa (Indonesia) en 1883, que provocó un descenso promedio de 2,2 grados en la temperatura global durante cinco años.
Aunque el impacto del asteroide provocó una destrucción masiva a nivel regional, fue precisamente este cambio climático global el que causó la extinción masiva de especies en la Tierra, no solo de los dinosaurios, sino también de la mayoría de la otra vida que habitaba el planeta en ese momento. “El verdadero asesino tiene que ser atmosférico”, señala Gulick. “La única manera de conseguir una extinción masiva global como esta es un efecto atmosférico”. Para Örmo, “todo lo que se puede deducir de los sedimentos depositados en esos primeros instantes nos permite saber cómo fue el primer día del Cenozoico, el primer día de una nueva era dominada por los mamíferos y eventualmente por nuestra propia especie. Una especie que ahora, por otras causas como la contaminación masiva de los océanos y de la atmósfera, ha iniciado la sexta y última de las extinciones masivas. Tal vez todavía estamos a tiempo de aprender algo del pasado”.

Tras las huellas de nuestro origen

Ilustración de 'Yilingia spiciformis'.
Ilustración de 'Yilingia spiciformis'. ZHE CHEN
Lee en Materia las últimas noticias sobre nuestro origen. Se trata de un conjunto de huellas que dejaron unos gusanos segmentados hace 550 millones de años, en tiempos de la llamada fauna de Ediacara. En el caso más interesante, el gusano y su huella han fosilizado juntos, en lo que supone una evidencia elocuente del origen animal de esos rastros. Y la fecha de datación es importante, porque 550 millones de años atrás es claramente antes de la explosión cámbrica, que empezó hace 540 millones de años y produjo, en un singular rapto de creatividad evolutiva, casi toda la variedad exuberante de planes de diseño animal que vemos a nuestro alrededor. Incluido el nuestro, que es diseño de los cordados, precursores de los vertebrados.
¿Son auténticos precursores de los animales de la explosión cámbrica, es decir, de nosotros? ¿O fueron una especie de experimento evolutivo inicial que no tuvo continuidad?
El periodo de Ediacara (635-541 millones de años atrás) recibe el nombre de las colinas de Ediacara en el sur de Australia, donde aparecieron en 1946 los primeros fósiles del periodo, pero el mismo tipo de organismos dejaron muestras fosilizadas en otros lugares del mundo, como el depósito de China publicado ahora. La interpretación de estos fósiles, sin embargo, tiene dividida a la comunidad paleontológica. ¿Son auténticos precursores de los animales de la explosión cámbrica, es decir, de nosotros? ¿O fueron una especie de experimento evolutivo inicial que no tuvo continuidad? Aunque hay paleontólogos como Simon Conway-Morris, un especialista en la explosión cámbrica, que llevan 20 años sosteniendo lo primero, la segunda opción se apoya en las formas extrañas que revelan los fósiles de Ediacara: discos con radios o estructuras concéntricas, cosas vagamente parecidas a hojas de helechos, morfologías fractales, organismos con brazos que recuerdan a galaxias espirales y masas más bien amorfas e inclasificables. Realmente, no parecen las morfologías precursoras de los animales de la explosión cámbrica.
Pero el nuevo gusano, Yilingia spiciformis, sí que podría serlo perfectamente. Está segmentado, como nosotros, tiene simetría bilateral, como nosotros, y es obvio que era capaz de moverse por el fondo marino. Si Yilingia es realmente un precursor de los animales propiamente dichos, puede aportar un notable respiro gradualista a las aparentes brusquedades de la explosión cámbrica. Diez millones de años para que evolucionaran todos esos planes de diseño de la explosión puede parecer poco, pero la geología del planeta estaba experimentando cambios notables en la época, y tal vez un incremento relativamente rápido de la concentración de oxígeno. En esas condiciones, la evolución puede generar novedades en tiempos bastante cortos, bajo el lema “cambia o muere”. Esta es la importancia de los nuevos fósiles

Encuentran Exoplaneta con Agua

Agua, cercano y potencialmente habitable: encuentra el planeta que podría ser nuestra segunda residencia
ESA/Hubble, M. Kornmesser
Las incógnitas que aún envuelven a la Tierra (¿es única?), empujan a los investigadores a buscar planetas fuera del sistema solar (más conocidos como exoplanetas) para tratar de comprender mejor todas las dudas que todavía nos quedan por resolver. Por eso, un hallazgo como el presentado este miércoles en Nature Astronomy son tan importantes.
Investigadores de la University College London (UCL) han hallado por primera vez vapor de agua en la atmósfera de un planeta extrasolar, K2-18b, que se encuentra en la zona habitable de su estrella. Se trata del único planeta fuera del sistema solar que tiene agua y una temperatura que podrían soportar la vida. Los resultados revelaron la firma molecular no solo del vapor de agua sino también indica la presencia de hidrógeno y helio en la atmósfera del planeta. Es más, los investigadores apunta a que también podría haber metano y nitrógenos, pero para poder afirmarlo serán necesarios más estudios de K2-18b ya que con las observaciones actuales es imposible saberlo con certeza. Por otra parte, es importante señalar que este exoplaneta es una supertierra, es decir, con una masa entre la Tierra y Neptuno, en este caso ocho veces más que nuestro planeta.
"Encontrar agua en un mundo potencialmente habitable que no sea la Tierra es increíblemente emocionante. K2-18b no es la Tierra 2.0, ya que es significativamente más pesado y tiene una composición atmosférica diferente", explica en un comunicado de prensa el doctor Angelos Tsiaras, del Centro UCL para Datos de Exoquímica Espacial (CSED) y primer autor de esta investigación. Sin embargo, K2-18b nos acerca un poco más a responder a la pregunta ¿es la Tierra única?
"Con tantas nuevas supertierras que se espera encontrar en las próximas dos décadas, es probable que este sea el primer descubrimiento de muchos planetas potencialmente habitables", señala el doctor Ingo Waldmann, coautor de este estudio y también investigador de la UCL. No se debe solo a que los planetas como K2-18b sean los más comunes en nuestra galaxia sino que "las enanas rojas -estrellas más pequeñas que nuestro Sol- son las más comunes", añade.
"Este estudio contribuye a nuestra comprensión de los mundos habitables más allá de nuestro sistema solar y marca una nueva era en la investigación de exoplanetas, crucial para finalmente colocar la Tierra, nuestro único hogar, en la imagen más amplia del cosmos", dijo Tsiaras.

Zona habitable

Las agencias espaciales rastrean el cielo en busca de planetas extrasolares como este para resolver de una vez por todas si hay otros como la Tierra. Por eso, misiones como CHEOPS, que será lanzada entre el 15 de octubre y el 14 de noviembre de este mismo año, o Ariel, son tan importantes para responder a las preguntas de los investigadores.
K2-18b es un exoplaneta que se encuentra a 111 años luz de la Tierra, en la constelación de Leo, y que orbita alrededor de una estrella enana roja (K2-18) cada 33 días. Dado el alto nivel de actividad de su estrella, este exoplaneta puede ser más hostil que la Tierra y es probable que esté expuesto a más radiación que a la que nos enfrentamos nosotros. Aún así, este planeta extrasolar se encuentra en la zona habitable de su estrella, es decir, está a la distancia perfecta para que el agua se encuentre en estado líquido.
K2-18b fue descubierto en 2015 y es uno de los cientos de supertierras encontradas por la nave espacial Kepler de la NASA. Se espera que la misión TESS de la NASA detecte cientos más de este tipo de exoplanetas en los próximos años. Esta misión de la NASA ya ha empezado a funcionar, pero en los próximos años se enviarán al espacio otras nuevas.
El equipo utilizó datos de archivo de 2016 y 2017 capturados por el telescopio espacial Hubble, una misión conjunta de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) y la NASA, y desarrolló algoritmos de código abierto para analizar la luz estelar filtrada a través de la atmósfera de K2-18b, explican en el comunicado de prensa.

En búsqueda de exoplanetas habitables

james webb
Crédito: NASA.
La próxima generación de telescopios espaciales, incluido el telescopio espacial James Webb y la misión ARIEL, de la ESA, podrán caracterizar atmósferas con más detalle debido a que tendrán instrumentos más avanzados. Se espera que Ariel se lance en 2028, y observará 1.000 planetas en detalle para obtener una imagen verdaderamente representativa de cómo son.
“Nuestro descubrimiento hace que K2-18b sea uno de los objetivos más interesantes para futuros estudios. Se han detectado más de 4.000 exoplanetas, pero no sabemos mucho sobre su composición y naturaleza. Al observar una gran muestra de planetas, esperamos revelar secretos sobre su química, formación y evolución ", explica en el comunicado Giovanna Tinetti, coautora del estudio e investigadora principal de Ariel.

jueves, 29 de agosto de 2019

Microbiologia Artica

Fiordo Markham

Fiordo Markham

Vista aérea del fiordo Markham, en la isla de ellesmere, captada por David Velázquez mietras sobrevolaba la zona en helicóptero. Ellesmere es uno de los cuatro puntos del Ártico canadiense donde el microbiólogo ha desarrollado su estudio.
Foto: David Velázquez. 
El microbiólogo español David Velázquez, experto en zonas polares e investigador del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid, está llevando a cabo un proyecto becado por National Geographic cuyo objetivo es desvelar los secretos de la ecología microbiana en las zonas polares.

En concreto, Velázquez estudia la dinámica de esos microorganismos en varias localizaciones del Ártico canadiense, tres de ellas ubicadas en el territorio de Nunavut (islas de Ward Hunt, Ellesmere y Cornwallis) y una en las inmediaciones de Kuujjuarapik, en el norte de Quebec. Uno de los aspectos de la investigación es conocer cómo los parámetros ambientales de estos ecosistemas extremadamente fríos influyen en la vida de estos organismos, y saber de qué forma interactúan entre ellos.

De todo el conjunto de bacterias que el microbiólogo ha podido estudiar y secuenciar genéticamente destacan sobre todo las cianobacterias, "las más importantes para el mantenimiento del sistema porque realizan la fotosíntesis y fijan el nitrógeno de la atmósfera en sus estructuras –explica–. Es decir, acumulan carbono y nitrógeno que luego irá a parar a toda la red trófica que conforma ese ecosistema".
Además, las cianobacterias aportan estructura física, lo que significa que constituyen una especie de andamiaje donde el resto de los microorganismos puede establecerse y desarrollar comunidades enteras.

«En pocas palabras, forman algo así como los bosques de las regiones polares, bosques diminutos, comprimidos en unos pocos centímetros o, incluso, milímetros», añade.

La ecología microbiana es bastante desconocida, especialmente la de las zonas polares. "Los microorganismos tienen la capacidad de vivir y establecerse en cualquier parte de la Tierra, pero son las características ambientales propias de cada lugar las que los selecciona en función de sus capacidades metabólicas", dice el científico.

En el Ártico, por ejemplo, están apareciendo áreas de terreno libres de hielo, un aspecto de gran interés para este investigador, quien in­daga de qué manera los microorganismos son capaces de colonizar las nuevas zonas que quedan al descubierto a causa del cambio climático y el calentamiento global.
En relación a este fenómeno, Velázquez obtuvo un dato de interés de una forma de lo más original: en la isla de Ellesmere, él y otros dos investigadores canadiensesencontraron una botella en un montículo de piedras de señalización (o cairn) cerca de un glaciar. En el interior de aquella botella había una nota escrita el 10 de julio de 1959 por Paul Walker, un joven geólogo de la Universidad Estatal de Ohio, que había anotado la distancia a la que el túmulo se hallaba del glaciar: 4 pies, es decir, casi 1,22 metros. La medición actual realizada por los científicos arrojó la cifra de 330 pies, más de 100 metros, lo que da buena muestra del actual grado de retroceso de los glaciares.

En paralelo al proyecto becado por National Geographic, David Velázquez lleva a cabo otras iniciativas en ambos polos, todas ellas dirigidas a estudiar la vida de estos seres microscópicos esenciales para la vida en el planeta.

El profeta es un impostor: ciencia, seudociencia y protociencia

O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
que chega a fingir que é dor
a dor que deveras sente.
Fernando Pessoa
Los profetas bíblicos eran supuestos mensajeros de Dios, intermediarios entre lo divino y lo humano («profeta» significa literalmente emisario o vocero), por lo que cabría pensar ingenuamente que han desaparecido, barridos por el racionalismo ilustrado junto con las brujas, los chamanes y el arca de Noé. Sin embargo, siguen vivitos y coleantes en nuestra cultura supuestamente laica y racionalista, aunque hayan cambiado de nombre; ahora se llaman, genéricamente, «intelectuales»; pero el término es tan amplio y ambiguo, tan perverso y polimorfo —pervertido y deformado— que conviene manejarlo con suma cautela —cogiéndolo con las pinzas simbólicas de unas comillas— y desmontarlo en todos los sentidos de la palabra (de la palabra «intelectual» y de la palabra «desmontar»).
El término «intelectual», en su acepción moderna, fue introducido por Georges Clemenceau en 1898 para aludir al grupo de escritores, científicos, profesores y artistas que firmaron un manifiesto en apoyo de Émile Zola tras su famosa carta abierta al presidente de la República Francesa, Yo acuso, a propósito del caso Dreyfus. En un memorable artículo publicado en el diario L’Aurore, Clemenceau se refirió a los firmantes del manifiesto como «esos intelectuales que se agrupan alrededor de una idea y se mantienen inquebrantables», y desde entonces el adjetivo sustantivado se utiliza para designar a quienes se supone que emplean las herramientas de la cultura de forma crítica y creativa. Lo cual es mucho suponer, pues, hoy por hoy, la mayoría de los supuestos intelectuales, lejos de ejercer una crítica creativa y transformadora, ponen sus herramientas al servicio de un poder al que le resulta más fácil —y le sale mucho más barato— comprarlos que reprimirlos.
En cualquier caso, los «intelectuales» cumplen —o incumplen— la función de los antiguos profetas: son los supuestos intermediarios entre el conocimiento y la ignorancia, entre la Cultura con mayúscula y el común de los mortales. Y hoy como entonces hay profetas mayores y menores. Entre los profetas mayores (y que además cumplen —o incumplen— sistemáticamente la función paradigmática del profeta, que es vaticinar el porvenir) ocupan un lugar destacado los grandes economistas, capaces de provocar cataclismos bursátiles e incluso de hacer que se tambalee algún gobierno. Les siguen —o les preceden, según los casos— los filósofos de moda, los «creadores de opinión» de los grandes medios y los políticos de oficio y beneficio, que compensan su escasa talla intelectual con su abusiva presencia mediática. Y entre los profetas menores hay que destacar a los tertulianos, los críticos (de literatura, arte, cine…) y los periodistas en general.
Hay dos formas de asomarse al futuro, es decir, a la vida que sigue: mediante la poesía —y la creación artística en general— y mediante la profecía: la especulación más o menos racional, la extrapolación más o menos rigurosa. Y si el poeta es un fingidor, el profeta es un impostor. La única diferencia entre los antiguos profetas y los modernos «intelectuales» es que los primeros realmente se creían depositarios de la verdad, mientras que los segundos son conscientes de su impostura. El mismísimo Galbraith decía que la principal función de los economistas es hacer que los astrólogos parezcan respetables, y alguien los definió (a los economistas) como «esos expertos que hoy nos dicen lo que pasará mañana y mañana nos explicarán por qué no ha pasado».
Los únicos profetas que no son impostores son los que callan («los sabios no tienen labios», le oí decir a un supuesto loco); pero los «intelectuales» hablan sin parar, son consustancialmente verborrágicos, pues se «realizan» generando un flujo continuo de palabras, y no de palabras cualesquiera, sino de palabras capaces de sorprender, de burlar las expectativas del oyente, como diría Jakobson. Y su única honradez posible pasa por reconocer su impostura.
En este sentido, los menos tramposos son los científicos (aunque no todos). Son los gestores del saber más sólido y operativo, los más fidedignos escrutadores de lo ignoto, y sin embargo admiten abiertamente la parcialidad y provisionalidad de sus conocimientos; es más, dicha admisión explícita constituye una parte sustancial del discurso científico (aunque no siempre: el cientificismo ingenuo y/o abusivo es un riesgo permanente).
En consecuencia, los profetas más tramposos, los peores impostores, son los que se apropian indebidamente del discurso científico para intentar dar apariencia de solidez a un relato falaz o inconsistente. La seudociencia no solo es la peor enemiga de la ciencia (después de la religión, que constituye un capítulo aparte), sino de la racionalidad misma y de la cultura en su conjunto; baste pensar en los estragos causados por algunas terapias seudocientíficas.
Pero no es fácil demarcar con precisión el ámbito de la ciencia, ni distinguir entre la lícita —e incluso loable— aspiración a utilizarar el método científico y la pretensión de estar haciéndolo. El marxismo y el psicoanálisis, las dos corrientes de pensamiento más influyentes del siglo XX, que algunos incluso han querido hacer confluir en la gran novela-río, el gran metarrelato de nuestro tiempo, ¿son seudociencias? Algunos prestigiosos epistemólogos y filósofos de la ciencia creen que sí. Otros pensamos que sería más prudente decir que tanto en el marxismo como en el psicoanálisis hay actitudes —incluso instituciones enteras— seudocientíficas, pero que eso no significa que haya que descartar sus logros ni descalificar cualquier forma de aplicación o desarrollo de las ideas de Marx o de Freud. Para que haya seudociencia, tiene que haber pretensión de cintifismo. Si alguien afirma como un hecho establecido que el inconsciente está estructurado como un lenguaje (o tan siquiera que existe «el» inconsciente), o que los sueños son realizaciones disfrazadas de deseos reprimidos, o que el capitalismo se autodestruirá para dar paso al paraíso comunista, merece el calificativo de seudocientífico; pero se puede —y se debe— explorar sin prejuicios los caminos abiertos por Marx y Freud, así como sus profusas huellas en el pensamiento contemporáneo. Seguramente, si no fuera por ciertos marxistas y ciertos psicoanalistas, el marxismo y el psicoanálisis se considerarían protociencias, en vez de seudociencias. No en vano dijo Marx, textualmente, «Yo no soy marxista», y es más que probable que si Freud levantara la cabeza dijera «Yo no soy freudiano». Sobre todo después de leer a Lacan.

Hallan un cráneo de 3,8 millones años que aporta nuevos datos sobre la evolución humana

Un grupo de investigadores internacionales, entre ellos el profesor de Geología de la Universidad de Barcelona Lluís Gibert, han hallado en Etiopía el fósil de un cráneo de la especie Australopithecus anamensis, de 3,8 millones de años de antigüedad, que aporta nuevos datos sobre la evolución humana.
Según ha explicado a Efe Gibert, el fósil, hallado en la región de Afar de Etiopía, “representa el único cráneo de la especia A. anamensis, lo que permite caracterizar mejor esta especie”.
(Dale Omori / AP)

El proyecto de investigación comenzó en 2004 y,ya ha proporcionado a los investigadores más de 12.600 especímenes fósiles de unas 85 especies de mamíferos

“La datación del fósil en 3,8 millones de años nos indica que Australopithecus afarensis convivió en el tiempo con A. anamesis como mínimo durante 100.000 años, por lo que A. afarensis no es un descendiente directo de A. anamensis como se creía”, ha agregado.
En este hallazgo, que publica este miércoles la revista científica ‘Nature’, Gibert, segundo autor del trabajo, ha contribuido en “situar en un contexto estratigráfico y sedimentológico el fósil y recoger muestras para hacer dataciones por paleomagnetismo”.
La investigación en la que ha participado Gibert, que estos días se encuentra de Berkeley en California (EEUU), donde trabajó como investigador en el Berkeley Geochronology Center, ha sido dirigida por el doctor Yohannes Haile-Selassie, conservador del Museo de Historia Natural de Cleveland y profesor adjunto de la Universidad Case Western Reserve.
(Dale Omori / AP)
Australopithecus anamensis es una especie de homínido de entre 4,2 y 3,9 millones de años de antigüedad hallada en Kenia y descrita en 1995 por Meave Leakey y hasta ahora se creía que era descendiente de A. afarensis, pero esta investigación demuestra que coexistieron al menos durante 100.000 años.
El hallazgo se ha hecho dentro del proyecto WORMILL (Woranso-Mille), liderado por Haile-Selassie, que tiene como objetivo “recuperar fósiles de nuestros antepasados, situarlos en el tiempo y entender el contexto geológico en el que evolucionaron”, ha detallado Gibert.
El proyecto de investigación comenzó en 2004 y, tras 15 años de trabajo, ha proporcionado a los investigadores más de 12.600 especímenes fósiles que representan unas 85 especies de mamíferos.

El cráneo se conservó en muy buen estado porque estaba cubierto de sedimentos

Este descubrimiento y los demás fósiles encontrados por el grupo de investigadores “ayudarán a entender mejor cómo ha sido el complejo proceso de la evolución humana”, ha afirmado el geólogo de la Universidad de Barcelona, quien se incorporó al proyecto en 2010.
El cráneo, denominado “MRD” y datado ahora, fue hallado en febrero del 2016 en el área de estudio del Proyecto paleontológico ubicado en el Distrito de Mille del Estado Regional Afar de Etiopía.
El primer fragmento de MRD, la mandíbula superior, fue encontrado por un trabajador en la localidad Miro Dora, y una investigación adicional del área permitió recuperar el resto del cráneo.
“No podía creerlo cuando vi el resto del cráneo en tan buen estado, fue un momento eureka y un sueño hecho realidad”, ha expresado el líder de la investigación, Haile-Selassie. En años posteriores, los paleoantropólogos analizaron el fósil y los geólogos determinaron la edad y el contexto de la muestra.
“Es muy importante descubrir un cráneo de homínido tan completo, pero este descubrimiento solo es relevante si se sitúa en un contexto geológico y cronológico, sin esta información el hallazgo carece de valor”, ha especificado Gibert, especialista en petrología sedimentaria.
Los investigadores determinaron la edad del fósil en 3,8 millones de años fechando minerales en capas de rocas volcánicas cercanas.
El cráneo se conservó a lo largo de los años porque estaba “en los sedimentos de un pequeño delta que desembocaba en un lago de unos 6-8 metros de profundidad y este ambiente facilitó su conservación porque lo cubrió rápidamente con sedimentos”, ha explicado Gibert.
“La datación sitúa al cráneo en un período de tiempo con un registro fósil muy pobre y es una pieza clave para completar el complejo puzle de la evolución”, ha agregado el geólogo.

Una pieza clave para completar el puzle de la evolución

El cráneo, que se conservará en el Museo Nacional de Addis Abeba, también aporta nueva información sobre la morfología craneofacial general de la especie A. anamensis que permitirá caracterizarla mejor y demuestra que la especie de Lucy (A.afarensis) no es un descendiente directo de A. anamensis como se creía, sino que ambas especies coexistieron durante aproximadamente 100.00 años.
Según Gibert, en los últimos 15 años esta región de Etiopía ha proporcionado unos 230 fósiles de homínidos, algunos relevantes como un esqueleto parcial de A. afarensis, restos de un pie de una especie que no es A. afarensis, fósiles que han permitido definir una nueva especie bípeda (A. deriyemeda) que fue contemporánea a A. afarensis.
“El área de estudio tiene sedimentos fosilíferos con edades de entre 3 y 5 millones de años, y aportará fósiles de esas edades que ayudarán a entender mejor cómo ha sido el complejo proceso de la evolución humana”, ha concluido el geólogo barcelonés. 
(Matt Crow / AP)