miércoles, 12 de junio de 2019

La científica poetisa

Ada Lovelace.
Ada Lovelace.
Poca gente sabe que el poeta inglés Lord Byron tuvo una hija con la matemática y astrónoma Anna Isabella Milbanke. Tal y como cuentan, fue una hija no deseada por el poeta que, llevado por sus impulsos de calavera literario, rogaba al diablo que la hija naciera muerta.
Chismorreos aparte, la hija de Byron con el tiempo se convirtió en pionera de la programación informática, llegando a bautizar un lenguaje de computadora con su nombre. Vamos a contar su historia, tan electrizante como desastrosa, esto último debido a su afición por las apuestas hípicas.
Nacida en Londres, a principios de diciembre de 1815, Ada Augusta Lovelaceheredó el carácter aventurero del padre y la capacidad numérica de la madre. Decía ser científica poetisa y su rebeldía e inconformismo, a la hora de no aceptar las pautas victorianas de los tiempos, llevaría a Ada a enfrentarse con uno de sus profesores, el matemático Augustus De Morgan; toda una eminencia de la época y primer presidente de la Sociedad Matemática londinense, al que Ada provocaba con sus preguntas; interrogantes que conseguían dejarlo en evidencia ante los demás alumnos. La incomodidad del reconocido matemático se hizo manifiesta cuando fue a ver a Lady Byron para llevar sus quejas acerca del comportamiento de su hija en las clases “Piensa como un hombre”, le dijo, lamentando con actitud machista la capacidad intelectual de Ada.
Así estaban las cosas entonces.
Retrato de Ada Lovelace.
Retrato de Ada Lovelace.
La pasión que Ada manifestaba por las matemáticas, abstrayendo los datos relevantes hasta dar con la resolución de un problema, desafiaba todo umbral que se le pusiese por delante, tal es así que, cuando Ada era muy joven, conoció a Charles Babbage, un excéntrico científico de 44 años. Entre otras cosas, este hombre, llevado por su obsesión a la hora de experimentar sin límites, fue capaz de introducirse en un horno encendido para saber qué era lo que le pasaba a un cuerpo humano sometido a altas temperaturas.
Con tal asunto, sostenía que era capaz de soportar el calor del cráter del Vesubio. En el momento de conocer a Ada, estaba obsesionado por construir una máquina calculadora que funcionase de manera mecánica, es decir, sin la ayuda humana, llamada la máquina diferencial. Ante el invento, Ada quedó sorprendida y con su estímulo y aporte intelectual, Babbage concebiría su cacharrito. Entre otras cosas, Ada exploró el uso de tarjetas perforadas para programar la máquina .
Con todo, los dimes y diretes de la época señalaron a Ada como la culpable de haber arrastrado a Babbage al vicio de las apuestas hípicas. El científico Charles Babbage -según lenguas victorianas- abandonó sus inventos para darse al estudio de estadísticas, velocidades y cálculos, con el fin de ganar en el hipódromo. Por lo visto, el machismo reinante en la época sólo permitía repartir las culpas, siempre inclinando más la balanza hacia la mujer, asunto por lo que la aportación científica de Ada Lovelace fue ignorada durante largo tiempo.
Tardaría mucho en verse reconocida su labor. Hoy en día, sabemos que los hallazgos de esta mujer hicieron posible la creación de un primer modelo que serviría de base para la actual computadora. De ahí que el lenguaje de programación desarrollado durante los años 1970 por el Departamento de Defensa de Estados Unidos, y que se aplica para la gestión del tráfico aéreo, lleve el nombre de Ada.
Por decir no quede que todos los años, el segundo martes de octubre, se rinde tributo a esta mujer visionaria que profetizó las posibilidades de las máquinas programables, capaces de “actuar sobre otras cosas más allá de los números, si encontráramos objetos cuyas propiedades pudieran ser expresadas mediante la abstracta ciencia de las operaciones” tal y como dejó escrito.
Por eso el “Ada Lovelace Day” está dedicado a impulsar la participación de las mujeres en la ciencia. Para que no sean ignoradas ni marginadas a la manera victoriana que las excluía de toda participación debido al acomplejado parecer de algunos -como el citado Augustus De Morgan- que sostenían que una mujer nunca podrá pensar como un hombre.

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