El genotipo, junto con factores ambientales que actúan sobre el ADN, determina las características del organismo, es decir, su fenotipo. Por consiguiente, si el genotipo puede definirse como el conjunto de genes de un organismo, el fenotipo es el conjunto de rasgos de un organismo.
Por otro lado, la capacidad del cuerpo para ajustar su fenotipo en respuesta a presiones ambientales se conoce formalmente como plasticidad fenotípica. Vamos a ver algunos ejemplos.
Un rasgo universal
Todos los organismos requieren de plasticidad fenotípica, así que hay ejemplos de ella por doquier. Por eso, nuestro cuerpo puede desarrollar más glándulas sudoríparas si vamos a vivir en un ambiente muy caluroso, o huesos más gruesos si tenemos mayor probabilidad de rompernos un brazo o una pierna, y también piel más oscura durante el verano, cuando es más probable que nos quememos por el sol.
Con todo, la plasticidad fenotípica, si bien tiene sus ventajas, también tiene aparejadas algunas desventajas, como explica Daniel E. Lieberman en su libro Cómo funciona el cuerpo humano:
Sin embargo, depender de estas interacciones tiene desventajas que pueden conducir a desajustes cuando algunas señales ambientales quedan reducidas, modificadas o faltan. A medida que la primavera avanza hacia el verano, suelo coger color en la piel, lo que impide que esta se queme, pero si me meto en un avión durante el invierno y vuelo hacia el ecuador, mi piel clara se quemará en muy poco tiempo si no la protejo con ropa o una crema solar. Una perspectiva evolutiva del cuerpo nos lleva a pensar que ahora estos desajustes son más comunes que nunca porque durante las últimas generaciones hemos cambiado las condiciones en las que nos desarrollamos.
Otro sorprendente ejemplo de plastificidad fenotípica es el caso de los moken: los niños que son capaces de ver bajo el mar sin usar gafas de buceo.
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