martes, 8 de diciembre de 2020

Maradona, Dios y la ciencia

 

Diego Maradona usa la mano para meter el primer gol de Argentina contra Inglaterra durante el famoso partido de la FIFA de 1986, en el estadio Azteca de México DF.
Diego Maradona usa la mano para meter el primer gol de Argentina contra Inglaterra durante el famoso partido de la FIFA de 1986, en el estadio Azteca de México DF.EL GRAFICO/GETTY IMAGES

Maradona no necesitaba saber explicar las leyes físicas enunciadas por Newton, y menos aún el efecto combinado de rotación y traslación denominado efecto Magnus en honor al físico alemán Heinrich Gustav Magnus (1802-1870).

Pero Maradona sí sabía lo más importante, es decir, aplicar la física a su juego. Por eso fue el mejor; un futbolista que intuía la ciencia física en cada chute, poniendo el principio de inercia en marcha, transformando a su antojo el reposo del balón, a sabiendas de que la fuerza que actúa sobre un cuerpo es directamente proporcional a su aceleración.

Como no podía ser menos, Maradona sabía por experiencia que, a toda acción, le sigue una reacción; una respuesta de igual fuerza y de sentido opuesto. Por esto último, cada vez que veía un balón por los aires, para alcanzarlo, Maradona apretaba sus botas a la cancha y doblaba las rodillas con el fin de impulsarse, así, de un salto, y cazar el vuelo del esférico. Aunque no supiese quién era Newton, fue el jugador más completo a la hora de interpretar las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos, además de combinarlas con el efecto Magnus a la hora de “doblar la pelota”.

Aunque no supiese quién era Newton, fue el jugador más completo a la hora de interpretar las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos, además de combinarlas con el efecto Magnus a la hora de “doblar la pelota”

Para quien no lo sepa, se denomina efecto Magnus al efecto que se consigue haciendo girar la pelota sobre su eje; una vez golpeada, genera un flujo rotacional a su alrededor que se viene a manifestar en dos aspectos inversos. Por un lado, en su movimiento de rotación, la pelota avanza a favor del sentido de la corriente de aire a la que está expuesta, acelerando su velocidad, mientras que, por el otro lado, su velocidad decrece, pues su movimiento de rotación se produce en el sentido opuesto al fluido de aire. Es lo que se conoce en lenguaje futbolero como un tiro con efecto o “doblar la pelota”. Lejos de saber intelectualizar estas cosas, Maradona las ponía en práctica, como si supiera visualizar la caricia que media entre la incertidumbre y la vivencia.

Sin salirnos de la cancha, otro futbolista argentino al que muchos llaman el tercero por ir después de Maradona y Messi en la clasificación de los mejores, pensó la ciencia física aplicada al fútbol. Se trata de Daniel Passarella, quien siendo director técnico de la selección argentina, y después de que en 1996, durante las eliminatorias al Mundial, sus jugadores perdiesen contra Ecuador a 2.800 metros de altura sobre el nivel del mar, buscó razones a la derrota más allá del azar.

Fue cuando Passarella soltó la célebre frase “En la altura, la pelota no dobla”. De esta manera, Passarella negaba el efecto Magnus en una altura considerable sobre el nivel del mar, algo imposible científicamente, pues dicho efecto nunca se pierde. Lo que sucede es que, a mayor altura, dicho efecto disminuye, por ser el fluido del aire más ligero; el aire pesa menos, ejerce menor presión, y el efecto es menor. Por eso resulta tan difícil jugar al fútbol en campos extremadamente elevados sobre el nivel del mar.

Lo más probable es que a Maradona le diesen igual estas cosas tan sesudas, pero no por ello dejaba de ser un científico del fútbol. Con su muerte, el laboratorio de la cancha se ha quedado sin uno de sus mejores científicos, un sabio que, lejos de expresar leyes, encontraba mecanismos para hacer del fútbol una fiesta de la imaginación.

Porque la ciencia, al igual que la mentira, requiere imaginación para hacerse creer. Ya puestos, sin imaginación no hubiese tenido validez su gol más polémico, aquel que marcó un poco con la cabeza y otro poco con la mano de Dios. Ocurrió en el partido entre Argentina e Inglaterra por los cuartos de final de la Copa Mundial de Fútbol de 1986. Irrepetible.


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