El físico José Manuel Sánchez Ron, el único científico que ocupa un sillón en la Real Academia Española, nos ‘pasea’ en su último libro, ‘El país de los sueños perdidos’ (Taurus), por 15 siglos de historia de la investigación en el país de las frustraciones científicas. “Espero que interese a todos los que se preguntan qué ha pasado en este país” para que hayamos dejado tan de lado a la ciencia.
“Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe”. La frase es de Miguel de Cervantes, pero cuadra a la perfección con el objetivo de la ambiciosa obra que durante años ha tenido ocupado al académico José Manuel Sánchez Ron. Una historia, la de la ciencia en España, que ha dejado en el camino muchas, quizás demasiadas, esperanzas truncadas, frustraciones, exilios y algunos éxitos que no han llegado, hasta ahora, a cambiar nuestro rumbo. Es El país de los sueños perdidos, título bajo el que el autor, físico teórico, nos lleva de la mano por 15 siglos de un pasado que va de Isidoro de Sevilla a los años 80.
En su despacho en la Real Academia Española (de la Lengua), el único ocupado por un científico, va desgranando a lo largo de la entrevista “la larga, cambiante y más agria que dulce historia de la ciencia en España”, justo en un momento en el que gran parte de la Humanidad parece haber descubierto lo mucho que depende la vida en la Tierra, incluida la nuestra, de lo que nos proporciona el trabajo de un pequeño grupo de personas que rara vez son famosas, pero ejercen de Pepito Grillo con los datos en la mano. “Con la pandemia de la covid-19, debiera haberse reforzado la conciencia de la necesidad que tenemos de ciencia; si hay paciencia suficiente para mantener esa conciencia, se podrán recuperar esos sueños perdidos y hacerlos realidad, pero que nadie piense que será inmediatamente, eso no es posible”, afirma Sánchez Ron, tras haber analizado y desmenuzado las causas de nuestros anteriores fracasos.
Su acercamiento a esta parte de nuestro pasado le vino por afición personal. “Me interesó porque quería comprender mejor mi país. Cuando obtuve la cátedra de Historia de la Ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid, tuve la oportunidad de acceder a muchos documentos y adentrarme en las causas sociales, políticas y económicas que hay detrás de este devenir. Este libro es el compendio, la visión general que faltaba por tener y que espero que interese a todos los que se preguntan qué ha pasado en este país”.
Con este físico teórico y académico nos adentramos en sus páginas como si fuera una de las puertas del Ministerio del Tiempo, para detenernos en un siglo XVI en el que aún el panorama científico español conservaba el brillo que antes tuvo durante la invasión árabe y que había recuperado tras la oscuridad medieval. “En el XVI, España logró un Imperio y vivió una época dorada en las ciencias naturales, el estudio del cielo o las técnicas de navegación, aunque era una ciencia muy ligada a la conquista de América. Luego, en el siglo XVII, el de Newton y Galileo, tendríamos que haber ido más allá de esa ciencia aplicada, a la búsqueda de las leyes que gobiernan la naturaleza, pero España tenía otros intereses. Con las expediciones descubrimos un nuevo mundo vegetal y animal, pero no aprovechamos la riqueza que conseguimos en las colonias. Lo que venía por un lado se iba por otro a guerras para mantener los territorios”. Y apostilla: “España se acostumbró a que hubiera esa riqueza sin necesidad de conocimiento científico u otro tipo de esfuerzos; a medio y largo plazo fue un mal camino”.
Podría decirse que aquel fue el comienzo de la pérdida de esos sueños, pese a que algunos en el siglo XVIII, el de la Ilustración, intentaron alzar la bandera de la ciencia en un país que, además, seguía abotargado por la religión: “Y el panorama político español era horrible, con la invasión francesa, el rey de las tinieblas Fernando VII y los continuos cambios políticos posteriores, hasta llegar a la pérdida de las colonias”. Así, mientras, en el resto de Europa “es un siglo maravilloso de avances en la investigación”, porque son los tiempos del electromagnetismo, Darwin y la revolución industrial, aquí prácticamente ni siquiera tenemos quien pueda dedicarse a la ciencia. “Hasta bien entrado el siglo XIX, sólo eran científicos quienes tenían recursos para dedicarse a ello, como la aristocracia, pero en España los nobles siempre estuvieron más interesados en mantener sus armas que en el conocimiento”. Y recuerda: “Tampoco había una potente clase media. Una prueba del retraso histórico es que la Royal Society británica se crea en 1660 y la Real Academia Española de Ciencias Físicas y Exactas no lo hará hasta 1847, dos siglos después”.
El gran destacado es el Nobel Santiago Ramón y Cajal, un médico, pero también para su extraordinario despuntar encuentra explicación: “Fue una excepción, pero también es verdad que tuvo maestros, porque un país como era España podía vivir sin investigar en Matemáticas, Física o Química, pero no sin Medicina. Era una cuestión de salud pública, necesaria para mantener los ejércitos. Sin embargo, José Echegaray, que fue el mejor matemático de su tiempo, reconocía que si hubiera sido rico se habría dedicado a las Matemáticas, pero que lo hizo a la literatura por ganarse la vida. Y consiguió ahí su Nobel”.
En este paseo histórico no hay puertas en las que entrar y encontrar sueños que son realidades. Sí encontramos aislados personajes destacables, como Odón de Buen, Enrique Moles, Julio Rey o Blas Cabrera, entre otros. Prácticamente ni una mujer, por cierto. Ellas estuvieron al margen durante casi todo el siglo XX. Tampoco ayudó a cumplirlos el régimen franquista. “Durante la dictadura, el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) hizo bastante ciencia orientada hacia la tecnología, pero era la autarquía y estaba influido por un espíritu nacional-católico”, señala el historiador. El camino para muchos fue el exilio.
Con tan frágil equipaje a cuestas, y con sabios como Severo Ochoa reconocidos en el extranjero, pero no en su tierra, el vacío entre la sociedad y los investigadores se hizo inmenso. ¿Se llenará algún día? “Aún hoy en España tenemos una falta de cultura científica muy grande, muchas personas no saben nada de Cajal y hablar de otros científicos les suena a chino. Casi todo el mundo conoce a Carlos V o Goya, pero la ciencia no forma parte de nuestra cultura. Falta promoción de ese conocimiento porque cuando se hace, a la gente sí le interesa. Hace unos años fui comisario de una exposición sobre ciencia en la Biblioteca Nacional y me dijeron que fue la cuarta más visitada de su historia”.
Para Sánchez Ron, es inconcebible que haya jóvenes que puedan terminar el Bachillerato sin haber estudiado Matemáticas, Física, Química o Biología. “Si eso ocurre, serán personas con limitaciones en un mundo penetrado por la tecnología y la ciencia”, asegura. También defiende que un país irá por mal camino “si no apuesta por la ciencia básica”, los ladrillos sobre los que se construyen los avances a los que luego sacamos tanto provecho en nuestro día a día.
Y así, llevados por su magnífica prosa, con la que nos explica conceptos científicos complejos con un lenguaje sencillo, llegamos hasta 1986, la puerta que abre la que será la primera Ley de la Ciencia y punto final de su obra, aunque no de la historia. “Tenía que tener un final y elegí esa fecha. La ley fue un intento de ordenarlo todo, pero la realidad es que no ha cambiado nada, los investigadores seguimos quejándonos de falta de financiación y de burocracia”, reconoce.
En resumen, una llamada de atención clamorosa: “Esa es mi pretensión. No podemos seguir siendo un país de servicios, como ha puesto de manifiesto la pandemia actual. En España el adiós al turismo es el adiós a la prosperidad, mientras que países que generan riqueza del conocimiento no sufren tanto estas crisis. El libro quiere ayudar a comprender las causas políticas y sociales que hay detrás. Es verdad que ahora más gente se da cuenta de la importancia de la ciencia, pero no se trata de la Medicina, porque ésta depende de la Química, la Física, las Ciencias Ambientales. Tenemos que comprender que para hacer un mundo mejor es imprescindible mejorar nuestra relación con la ciencia y que ésta necesita estabilidad, que es una apuesta a medio y largo plazo”.
Otra cuestión es para cuándo los científicos serán escuchados por los políticos. Y responde: “Deberían hacerlo, pero hay que sospechar que no es así. Ahora mismamente, muchos investigadores han reclamado una evaluación independiente sobre la covid-19 y han obtenido la callada por respuesta. Es un comportamiento anti-científico, porque la ciencia se basa en el conocimiento evaluable y comprobable. Una evaluación para detectar debilidades y fortalezas es necesaria”.
La crisis económica que se avecina, la inmediatez del calendario político, las tediosas tramitaciones administrativas.… Son, dice, trabas que se confabulan contra esos sueños de quienes imaginan un país distinto, superadas ya las zancadillas del pasado. “Hoy tenemos retos a nivel global en los que serán fundamentales las ciencias de la naturaleza, todo lo relacionado con el cambio climático, la adecuación de los modos de vida, la sanidad, la conservación de los mares. A la vez, estamos penetrando en el universo de la robótica y la inteligencia artificial y hay que ver cómo nos adaptamos para ser sujetos pasivos en un mundo demasiado tecnificado. Todo ello requiere tener conciencia y hacer esfuerzos”.
Sí que hay algo en lo que no ve vuelta atrás: el papel que las mujeres van a jugar en todo ello, un protagonismo que no tuvieron en la historia que nos cuenta de este país de sueños perdidos. Ellas, lentamente, los van encontrando.
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