Nuestro sistema inmunitario está formado por millones de células organizadas a modo de ejército para protegernos frente a agresiones externas como virus, bacterias y parásitos. Además, este batallón le planta cara a las células propias cuando se transforman en tumorales y se convierten en un peligro para nuestra salud.
Como corresponde a un verdadero ejército, contamos con diferentes grupos de soldados, cada uno con una función esencial. Y se necesita que actúen de manera coordinada para que todo funcione correctamente. Entre todos los soldados destacan los linfocitos T, que juegan un papel clave en lo que conocemos como inmunidad celular (y que tanto han dado que hablar durante la pandemia).
Los linfocitos T no saben trabajar solos
Los linfocitos T no son capaces de reconocer por si solos a los elementos extraños. Para detectarlos y actuar contra ellos necesitan la ayuda de otras células que se encargan de localizar a estos agentes patógenos, procesarlos y presentarlos en su superficie en forma de pequeños fragmentos llamados antígenos.
Para exponer estos antígenos en su superficie y hacerlos reconocibles por los linfocitos T, las células se valen de unas moléculas que usan a modo de expositor. Estas moléculas son conocidas como [complejo mayor de histocompatibilidad (MHC)]. Gracias a ellas el antígeno puede ser reconocido por los linfocitos T, que desencadenarán una serie de acciones dirigidas a eliminar la amenaza.
Para madurar hay que ir a la escuela
Como el resto de células que forman nuestro sistema inmunitario, los linfocitos T tienen su origen en la médula ósea, localizada en la cavidad interna de algunos de nuestros huesos. Ya desde antes del nacimiento, esta es la principal fábrica de células sanguíneas, entre las que se encuentran las que conforman el sistema inmunitario.
Sin embargo, la médula ósea fabrica una versión muy inmadura de los linfocitos T. Una versión que aún no está lista para llevar a cabo su función como células de defensa. Antes de convertirse en verdaderos linfocitos T y poder salir a luchar como feroces soldados, han de pasar por un proceso de maduración y aprendizaje denominado educación tímica.
Durante este proceso nuestro organismo llevará a cabo una cuidadosa selección en la que solo se quedará con aquellas células que demuestren estar preparadas para la batalla. El resto de las células serán eliminadas mediante un proceso de muerte celular programada conocido como apoptosis.
Para demostrar su valía y estar entre los “elegidos”, los linfocitos T deben ser capaces de reconocer y distinguir lo propio de lo ajeno. Deben aprender a detectar al “enemigo”, además de tolerar y no atacar al propio organismo (autotolerancia). Todo este complejo proceso tiene lugar en el timo, una pequeña glándula ubicada en el tórax, a la altura del corazón. Allí, los futuros linfocitos T recorrerán un largo camino durante el cual serán sometidos a “examen”.
“Tú sí que vales”
La primera prueba consiste en una selección positiva. Se trata de que los linfocitos, aún inmaduros, se encuentren con células del propio organismo que contienen en su superficie moléculas del MHC. Aquellos linfocitos que sean capaces de reconocer estas moléculas e interaccionar con ellas serán seleccionados para seguir adelante.
Por otro lado, los linfocitos también se someten a una selección negativa. Esto significa que se les presenta toda una colección de antígenos propios, es decir, de fragmentos de proteínas propias del individuo, esas a las que los linfocitos T deben aprender a respetar y no atacar. En esta fase se elimina a todos los linfocitos que reaccionen con mucha afinidad frente a los antígenos propios. Y sólo aquellos que reconozcan estos complejos con una afinidad baja o moderada podrán continuar su camino.
Huelga decir que este paso es fundamental para evitar problemas de autoinmunidad. Es decir, para impedir que los linfocitos T desencadenen una respuesta inmunitaria frente a nuestro propio organismo.
Sólo los mejores sobreviven
La mayoría de las células inmaduras que llegan al timo mueren en el recorrido que acabamos de describir. Solo un pequeño porcentaje de ellas sobrevive hasta el final convirtiéndose en linfocitos T maduros que alcanzan la inmunocompetencia. A partir de ese momento estarán listos para abandonar el timo a través de la circulación sanguínea.
Desde allí pasarán a otros lugares, como los ganglios linfáticos, el bazo u otras regiones especializadas. Y es en estos enclaves donde se encuentra el principal campo de batalla. Donde, por fin, los linfocitos T maduros se enfrentarán a todos esos pequeños enemigos que día a día tratan de invadir nuestro organismo.
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