Las fracturas similares
registradas en Marte, señalaron, podrían haber dado al agua que en su
superficie un modo de penetrar bajo tierra, donde quizá permanezca aún.
"Marte podría haber
tenido un antiguo océano, y todos nos estamos preguntando a dónde fue.
Bueno, ese océano bien podría estar bajo tierra", dijo a al prensa la
experta en planetas Maria Zuber, del Instituto
de Tecnología de Massachusetts (MIT, en sus siglas en inglés), en una
conferencia en San Francisco de la Conferencia de la Unión Geofísica de
EEUU.
El descubrimiento de
que la corteza lunar está profundamente fracturada viene de un par de
pequeñas sondas que forman la misión Laboratorio de Interior y
Recuperación de Gravedad de la NASA, o GRAIL. Las dos
naves gemelas llevan casi un año siguiéndose una a otra en torno a la
Luna.
Los científicos han
estado monitorizando la distancia entre ambas, que cambia ligeramente
cuando vuelan sobre zonas más densas del satélite.
Los datos resultantes
han dado lugar al primer mapa detallado de la gravedad en la Luna, y
revelan que asteroides y cometas golpearon la superficie y fracturaron
la corteza, posiblemente hasta llegar al manto.
Las pruebas de ese
fenómeno en la Tierra se han visto borradas por los movimientos de las
placas tectónicas, la erosión y otros fenómenos naturales.
"Si queremos estudiar
ese periodo primitivo, tenemos que ir a otro sitio para hacerlo y la
Luna es el ejemplo más cercano y accesible", explicó Zuber, científica
jefe del proyecto GRAIL.
En el caso de Marte,
descubrir que la corteza de un planeta puede estar fracturada a tanta
profundidad tiene implicaciones en la búsqueda de vida extraterrestre.
Las fracturas ofrecen
un camino para que el agua pase del interior del planeta a la
superficie, y viceversa. Los expertos creen que Marte fue en su día más
cálido y húmedo que el desierto frío y húmedo que es
hoy.
"Si existieron
microbios sobre la superficie que tuvieron que ir a otro sitio en busca
de un entorno mejor, podrían haber llegado a mucha profundidad en la
corteza de Marte", dijo Zuber.
La investigación se publica en la edición de esta semana de la revista Science.
/Por Irene Klotz/
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