Cuando Newton falleció en 1727 dejó multitud de manuscritos en latín y en inglés que se han mantenido inéditos hasta nuestra época, debido a que sus sucesivos herederos infravaloraron la importancia de estos textos. Esto ha provocado que, a lo largo de los siglos, la sociedad haya conocido una sola faceta de Isaac Newton: la de científico. La realidad, sin embargo, es mucho más compleja.
Uno de estos manuscritos se llama Prolegomena ad Lexici Prophetici partem secundam, aunque se le conoce en castellano simplemente como “El Templo de Salomón” (CSIC, 2009, traducido por Ciriaca Morano). En este manuscrito intenta Newton establecer las verdaderas medidas del Templo de Salomón según las palabras de Ezequiel, quien profetizó la reconstrucción del templo una vez que el original fue destruido por los babilonios en 587-586 a.C. El interés de Newton al escribir “El Templo de Salomón” puede no resultar evidente, pero entre cálculos y tecnicismos se encuentra subyacente la idea de que el Dios que da a los hombres las medidas del templo es también el arquitecto del universo.
Miguel Palomo es investigador en departamento de Filosofía, Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sevilla. Artículo escrito en colaboración con la UCC+i de la Universidad de Sevilla.
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