La luminosidad que nos llega desde los astros es muy débil, incluso la de los vecinos. Por ejemplo, contemplar Antares –situada a solo 550 años luz–, una de las estrellas más brillantes del firmamento nocturno, equivale a ver una vela encendida a un kilómetro de distancia. Es el efecto de multiplicación lo que nos induce a creer que asistimos a una especie de espectáculo pirotécnico: sin ayuda de instrumental óptico, podemos ver unos pocos miles de puntos luminosos en un cielo despejado, mientras que si echamos mano de un telescopio modesto, la cantidad ya asciende a millones.
De todas formas, la luz de buena parte del inimaginable número de soles que pueblan el universo no ha llegado aún a nuestro planeta, debido a la descomunal distancia a la que se encuentran. En muchos casos, además, la radiación electromagnética constituida por fotones jamás nos alcanzará, ya que las galaxias se están alejando a mayor velocidad que la que alcanzan esas partículas, las responsables del resplandor que vemos cada noche en el cielo.
Pablo Colado para Muy Interesante
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