En el siglo XIX únicamente los moscovitas podían estudiar en la Universidad de Moscú, la entrada a sus aulas estaba vetada para el resto de los rusos. Esta fue la razón por la que un joven siberiano llamado Dimitri Mendeleyev (1834-1907) no tuvo más remedio que iniciar sus estudios de química en la Universidad de San Petersburgo.
Nadie podía intuir en aquellos momentos que Mendeleyev se convertiría en uno de los químicos más reputados de la centuria y que escribiría su nombre con letras doradas en los anales de la Historia de la Química. En 1869 publicó su célebre libro «Principios de la Química», en donde desarrolló la teoría de la tabla periódica, ordenando todos los elementos químicos según su masa atómica. En la actualidad, en el jardín delantero del Instituto de Investigaciones en Metrología de San Petersburgo, hay una enorme estatua del científico ruso con un enorme mosaico de la tabla periódica, recordando su importante labor.
Algunas curiosidades que esconde la tabla
Cuando Mendeleyev dio por concluida su «tabla» tan sólo había 63 de los 118 elementos actuales, de los cuales tan sólo tres han sido descubiertos por investigadores españoles (platino, wolframio y vanadio).
Si nos entretenemos en examinar los elementos descubriremos todo un universo de nombres y excentricidades, por una parte hay algunos relacionados con continentes (europio y americio), con países (galio, germanio, niponio), con científicos (einstenio, copernicio) e incluso con dioses de la mitología (uranio, neptunio y plutonio). Llama la atención que en la tabla periódica aparezcan todas las letras del abecedario excepto la «j» y la «ñ», esto se debe a que los nombres se tomaron del latín y en esa lengua no existían ambas letras.
Se cuenta que cuando el féretro que llevaba los restos mortales de Mendeleyev avanzaba hacia el cementerio de Vólkovo, delante de la procesión dispusieron una enorme tabla periódica, símbolo de su inmortalidad.
Elementos químicos del Séptimo Arte
Si dejáramos que el Séptimo Arte incluyese sus «elementos químicos», en la tabla periódica debería aparecer toda una pléyade de nombres que harían las delicias de los más cinéfilos. Seguramente el primero en ser incluido sería la kriptonita, el mineral que apareció en los cómics de Superman y cuya principal característica es la de ser el único material capaz de anular los poderes del superhéroe.
El dilitio también tendría un lugar reservado, por tratarse de un elemento empleado en los motores de curvatura de la mítica nave Enterprise. Sus propiedades en nada se parecen a las del energón, el combustible preferido por los Transformers.
El nombre de adamantio procede del latín «adamantius», que significa «duro como el acero». Fue precisamente por esta propiedad por la que, junto con el vibranium, se utilizó en la fabricación del escudo del capitán América.
Seguramente que los seguidores de la saga de Star Wars no olvidarán que Han Solo fue congelado con carbonita por orden de Darth Vader, para probar si un humano podía sobrevivir atrapado en esa situación. Indudablemente la carbonita sería incluida en un grupo diferente al unobtainium, la razón por la cual los humanos de «Avatar» decidieron invadir Pandora –el hogar de los na’vi-.
No podíamos dejar este singular recorrido sin incluir el mithril, un elemento que forma parte del universo creado por J.R.R. Tolkien. Se cuenta que es el más duro de los metales y que a pesar de que su apariencia recuerda a la plata o al platino, ni se oxida ni ennegrece.
Si el colérico de Mendeleyev levantara la cabeza y viese la aberración que acabamos de proponer seguro que se moriría de un infarto.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación
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