jueves, 5 de abril de 2018

Experimentar con embriones humanos

EXPERIMENTS IN DEMOCRACY
HUMAN EMBRYO RESEARCH AND POLITICS OF BIOETHICS
J. Benjamin Hurlbut
Columbia University Press, 2017
El 25 de julio de 1978, el nacimiento de una niña ocupó la portada de los principales periódicos del todo el mundo. Nacida en un hospital provincial, hija de un matrimonio inglés de ingresos modestos, había sido concebida de manera singular. Aquel producto de laboratorio constituía la prueba de que se había iniciado una revolución en la reproducción humana. Louise Brown era el primer bebé de la historia de la humanidad concebido fuera del seno materno, después de algunos intentos menos exitosos en años anteriores. De ese modo, el embrión in vitro pasó a ser objeto de debate público, ambición científica y consideración ética [véase «La fertilización humana externa», por Clifford Grobstein; Investigación y Ciencia, agosto de 1979].
Desde aquel episodio hasta la derivación de células madre embrionarias humanas, pasando por la clonación, la investigación sobre el embrión ha traído una profunda transformación de las ciencias de la vida, la legislación y la opinión pública en muchos países. El libro de J. Benjamin Hurlbut se centra en los Estados Unidos y sigue un orden cronológico para detenerse en los momentos clave y resumir las controversias surgidas.
Desde mediados de los años sesenta hasta los ochenta, se produjeron avances técnicos en lo que se refiere a la fecundación in vitro en humanos y al cultivo de embriones. Tales progresos indujeron la creación de los primeros comités estadounidenses de bioética; en particular, el Consejo de Asesoramiento Ético, constituido en 1978 para revisar caso por caso las propuestas de investigación y su valoración atendiendo a la pluralidad de opiniones en torno a su moralidad. Un tema central fue la consideración del estatuto moral del embrión, de enorme repercusión en aspectos jurídicos del individuo y de la sociedad. Se estableció entonces la norma de los 14 días como fecha límite para el mantenimiento in vitro del embrión. El Consejo de Asesoramiento Ético fue disuelto en 1980, coincidiendo con la reclamación de una moratoria sobre la investigación en ese ámbito, la cual duró hasta 1993.
En los años ochenta se pasó del laboratorio a la praxis clínica. A finales del decenio, había en Estados Unidos cientos de clínicas de fecundación in vitro con miles de pacientes anuales. En respuesta a esa industria lucrativa y sin regular, la Sociedad Americana de Fertilidad estableció un comité de ética en 1985. Adoptó un enfoque tecnocrático de la deliberación sobre el estatuto moral del embrión, introduciendo un nuevo término, preembrión, en un intento de disciplinar el debate político. Pero se produjo el efecto contrario: lo enconó, al no aportar base científica suficiente para tal acotación, habida cuenta de la continuidad del desarrollo embrionario.
El Congreso de los Estados Unidos puso fin a la moratoria en 1994. Se instituyó el Grupo de Expertos sobre Investigación con Embriones Humanos, un organismo cuya creación parecía obligada para respaldar la financiación pública de la investigación in vitro. Desde mediados de los noventa hasta finales del mandato de Bill Clinton, en 2001, se registraron dos episodios determinantes: la clonación de mamíferos y el cultivo de células madre embrionarias humanas. Con ellos apareció una nueva institución, la Comisión Nacional de Asesoramiento en Bioética (NBAC, por sus siglas en inglés), creada por Clinton en 1996 para secularizar una moral religiosa en términos aceptables por una sociedad plural. La NBAC se erigió en órgano autorizado de la razón pública, al margen del fragor de la política.
Alcanzada la presidencia en 2001, George W. Bush instituyó a finales de ese año el Consejo Presidencial de Bioética, que se propuso encontrar un lenguaje común en el debate. Las expresiones impropias, como «clonación humana», se sustituyeron por otras menos confusas y más ajustadas a la realidad, como «transferencia nuclear para producir células madre pluripotentes». Junto a estas iniciativas federales surgieron otras en diferentes estados, la más famosa de las cuales fue una propuesta en California para financiar con 3000 millones de dólares la investigación sobre células madre embrionarias humanas. De manera paulatina, se fue intensificando la atención sobre la necesidad de implicar al poder político en aspectos de la ciencia que repercutieran en el bienestar de los ciudadanos.
Hoy el problema es la edición génica del embrión. En abril de 2015 se informó de un trabajo, realizado en la Universidad Sun Yat-sen de Guangzhou, sobre modificación genética de embriones humanos. Los investigadores aplicaron el sistema CRISPR-Cas9 para modificar el ADN con la introducción de nuevas secuencias. En un intento deliberado por obviar objeciones éticas, los autores emplearon embriones no viables procedentes de una clínica de reproducción asistida: los óvulos habían sido fecundados por dos espermatozoides, de suerte que el desarrollo embrionario no llegara a término. El artículo promovió un movimiento de reacción en la comunidad científica que solicitaba una moratoria en esa nueva línea de trabajo de consecuencias imprevisibles [véase «La cumbre sobre edición génica en humanos concluye con opiniones divergentes», por Sara Reardon; Investigación y Ciencia, febrero de 2016].
Pese a tales preocupaciones, asistimos a una auténtica fiebre por aplicar la técnica CRISPR-Cas al genoma de niños futuros. De hecho, contamos con un amplio repertorio de posibilidades ofrecidas por la edición génica para el estudio del desarrollo en los embriones. Recientemente, la Autoridad Británica de Fecundación y Embriología Humanas ha aprobado ya esa línea de investigación, propiciada además por el advenimiento de nuevas técnicas para el cultivo in vitro hasta el umbral de la gastrulación.

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