En su Trilogía del bosque oscuro, que ha sido el más espectacular de los éxitos recientes de la ciencia ficción, el escritor chino Cixin Liu plantea las relaciones del planeta Tierra y el sistema solar con otras civilizaciones a lo largo de muchos milenios.
Es ciencia ficción futurista, es verdad, y por tanto tiene licencia para inventar todo lo que quiera, vaya a ocurrir de verdad o no. Pero el éxito de las novelas de Cixin Liu se debe (además del hecho de haber sido recomendadas por Obama o Zuckerberg) a sus ideas originales y plausibles.
Tiene esa virtud de la buena ciencia ficción (la de Matheson, la de Asimov o la de Black Mirror, por ejemplo), que consiste en hablar de lo que somos ahora a partir de distorsiones futuristas, más o menos optimistas, más o menos apocalípticas.
Hay un momento en la Trilogía del bosque oscuro, al inicio de las relaciones entre los terrícolas y la civilización trisolariana, que habita un sistema regido por la física de un sistema caótico, en que los trisolarianos deciden impedir que los habitantes del sistema solar puedan defenderse de un eventual ataque suyo.
Las diferencias tecnológicas entre ambas civilizaciones son inmensas, pero también lo es la distancia que las separa, de modo que en el intervalo que los trisolarianos emplearán en llegar al sistema solar, los terrícolas tienen la oportunidad de desarrollar la tecnología necesaria para escaparse o huir. Es una lucha contra el tiempo tanto como una lucha táctica; es una carrera por desarrollar el potencial de toda la humanidad para un objetivo común y muy concreto.
Las alternativas (defenderse o huir) tienen unas implicaciones éticas que nunca están separadas del desarrollo tecnológico y que Liu no obvia en su novela. ¿A quién salvamos?, ¿qué criterios seguimos para una evacuación que no podrá ser exhaustiva?
Pero al fin ambas alternativas implican un esfuerzo coordinado para un desarrollo tecnológico imprevisible, como lo es todo desarrollo auténtico. Y entonces los trisolarianos deciden ejecutar una acción al alcance de sus avanzados medios tecnológicos, que les da una ventaja que tendrán que leer las novelas para saber si es decisiva o no: deciden sabotear la ciencia básica terrestre.
Para vencernos, los extraterrestres deciden sabotear la ciencia, impedirnos el desarrollo de la ciencia básica, esa que no es directamente aplicada en el sentido de resolver alguno de los problemas concretos que ya tenemos. La ciencia básica resolverá los problemas que aún no sabemos que vamos a tener. Por eso la ciencia del futuro es, sobre todo, la ciencia básica.
Cuando leí esa jugada de los trisolarianos cerré por un rato el libro, golpeado por una sensación amarga. Me gustó que el novelista viera la importancia de la ciencia cuando se trata del futuro de la humanidad. Pero inmediatamente me hizo daño pensar si no nos estamos saboteando a nosotros mismos. Si esa eterna cantinela del «¿esto para qué sirve?» con la que se escruta permanentemente cualquier investigación científica no será un preludio de canto fúnebre.
Escuece pensar si no estamos clavando clavos en nuestra tumba cada vez que se cierra un centro de investigación, cada vez que algún científico o alguna científica tiene que dejarlo porque la ciencia básica no está entre las prioridades, no hay dinero para esto y «tendrías que dedicarte a algo más aplicado».
Mejor vivir en un mundo en el que el sabotaje a la ciencia tenga que venir de algún lugar a varios años luz de nosotros y no de nuestra propia obstinación, porque los «retos del futuro» son por definición desconocidos y solo explorando a ciegas estamos preparándonos para enfrentarlos.
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