Una vez el escritor colombiano Gabriel García Márquez dijo o escribió en alguna parte una de las muchas frases célebres que circulan por la red: «Lo importante que es encontrar a alguien que, a estas alturas de la vida, te regale primeras veces». Aunque es difícil saber con certeza si realmente estas palabras pertenecen al autor de Cien años de soledad, lo que sí es cierto es que las primeras veces siempre son especiales e irrepetibles. La arqueología, la ciencia que estudia nuestro pasado y los cambios en las sociedades a través de los restos, es también la ciencia que estudia nuestras primeras veces. Hace casi once mil años, el yacimiento neolítico precerámico de Kharaysin, situado en las riberas del río Zarqa al norte de Jordania, fue testigo de una serie de acontecimientos extraordinarios que cambiaron por completo el curso de la historia. Allí, entre otras muchas cosas, construimos nuestra primera casa.
Los arqueólogos Juan José Ibáñez, investigador de la Institución Milá i Fontanals del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y Juan R. Muñiz, profesor de la Pontificia Facultad de San Esteban de Salamanca, codirigen un grupo multidisciplinar de investigadores españoles que desde 2014 excavan este yacimiento para reconstruir el universo que subyace bajo nuestros pies y que explica las claves de la mayor revolución de la historia de la humanidad. Y no es para menos. Lo que, en definitiva, estudian es cómo se construyeron las bases sobre las que se levantan las sociedades que conocemos hoy en día. En el Neolítico, por primera vez, el ser humano deja la vida nómada para vivir de manera sedentaria en un lugar fijo. Es también en este momento cuando el alimento ya no solo se consigue a través de la actividad de grupos de cazadores-recolectores, sino que proviene de los frutos de la domesticación de plantas y animales. Este es el comienzo de la agricultura y de la ganadería, y la semilla que más tarde se esparciría para germinaren lugares como Mesopotamia, Egipto, Grecia o Roma, cunas de las grandes civilizaciones de la Antigüedad. «Jordania, Siria, Palestina y todos los territorios que ocupaban la región histórica del Creciente Fértil fueron, en aquel momento, la luz del mundo», explica Juan José Ibáñez.
Tras mes y medio de trabajo otoñal, este 2022 ha supuesto su octava campaña casi consecutiva en Kharaysin, con la excepción del 2020 por causa de la pandemia. Un proceso que se completa con meses previos de preparación logística minuciosa y un largo periodo posterior de análisis intelectual en laboratorio. Con la satisfacción de la labor bien hecha, llega el momento de repasar los hallazgos más importantes. Las piezas que componen el puzle de nuestros orígenes y que nos sitúan cara a cara con nuestras primeras veces. Para que sea posible el encaje, el material maleable del que están hechas cada una de ellas no se elabora únicamente a partir de datos rigurosos sino también de historias, producto de la interpretación de un observador experto. Así las piezas de las esquinas, las que podemos colocar con mayor facilidad en el tablero, nos hablan de una sociedad que no discrimina a los muertos de los vivos. «Acostumbraban a enterrar a sus muertos en el interior de las casas, en el suelo y a veces en las paredes, porque sentían que todos formaban parte de la misma historia», aclara Ibáñez. La separación entre muertos y vivos tardaría todavía muchos siglos en llegar.
Por otro lado, una serie de piezas centrales del puzle y bien encajadas entre sí nos cuentan cómo fueron las primeras casas, subterráneas y con muros de refuerzo, y su transición desde formas ovales a disposiciones más cuadradas y espaciosas. La aparición de la esquina como elemento arquitectónico transgresor es un hecho fundamental. Esta transición entre casas ovales y cuadradas no había sido vista en Jordania hasta ahora. «En Jericó, por ejemplo, tenemos un horizonte de casas ovales y un horizonte de casas cuadradas, pero esta arquitectura intermedia no se conocía, lo que indica que en este yacimiento hubo un nivel de dinamismo cultural muy fuerte», subrayan los arqueólogos.
La pieza de la molinera es una de las más llamativas. Con una forma más irregular, presenta un reto tan complejo como apasionante a la hora de encontrar su lugar exacto en el conjunto. «Hemos encontrado una estructura monumental que tiene más de diez mil ochocientos años, es sin duda una de las primeras casas de la humanidad. La llamamos la casa de la molinera», resaltan. ¿Por qué? ¿Cómo habrá sido la vida de aquella afanosa molinera? El equipo de investigadores españoles tiene algunas pistas. En la casa hallaron la tumba de una mujer que contenía en su interior un mortero para moler el trigo, que había sido roto de manera voluntaria antes de depositarlo junto a los restos de su propietaria. «Seguramente se hizo así en señal de duelo. Es una muestra de los sentimientos que experimentaban aquellas personas, y que no son tan diferentes a los nuestros», comenta Muñiz.
Otro sector importante del puzle está hecho completamente de obsidiana, una roca volcánica de color negro que procede de Capadocia o de Anatolia Oriental, la actual Turquía. En Kharaysin se han encontrado herramientas cortantes hechas con este material que provenía de más de ochocientos kilómetros de distancia. Este es un hecho sorprendente, ya que el sílex, un material que podía ser empleado para fabricar útiles similares, era muy abundante en los alrededores del yacimiento. El uso de la obsidiana en esta zona es un indicio claro de que la actividad comercial entre grupos distantes empezaba a ser una realidad. Pero ¿cómo se traía la obsidiana? ¿Había poblados especializados en su comercialización? ¿Por qué era un material tan apreciado? Cada respuesta que obtenemos del pasado trae aparejado consigo un ramillete de nuevas preguntas, nuevas líneas de investigación que seguir estudiando para que darle forma al rompecabezas.
Con la unión de las primeras piezas, el puzle del Neolítico nos deja entrever importantes escenas de los primeros pasos de la agricultura y la ganadería. Aunque han aparecido huesos de jabalí o de uro, el antepasado extinto del toro, la cabra parece ser uno de los primeros animales en ser domesticados. Lo sabemos mirando a través del microscopio las diferentes hipótesis que plantean los investigadores: huesos de cabra que aparecen en las tumbas y que implican una relación cercana entre la persona y el animal; huesos de la pata con protuberancias causadas por una lesión resultado de que la cabra ha estado atada por un largo tiempo; microrestos fecales depositados en el sedimento; o el desgaste de la dentadura, diferente en el animal doméstico que come lo que le dan y el animal salvaje que escoge a su gusto el alimento.
El estudio de las leguminosas ofrece también mucha información sobre cómo el ser humano aprendió a domesticar las plantas y a cultivar su propio sustento. Las semillas carbonizadas de habas, guisantes, garbanzos, lentejas y otras variantes que no han llegado a nuestros días encierran en su interior las claves de las primeras sociedades agrarias. La agricultura dio lugar a un excedente de alimento que tenía que ser conservado y esto, a su vez, nos lleva a otro descubrimiento: «Se pensaba que el gato había sido domesticado por primera vez en el antiguo Egipto, pero fue en el Neolítico, para proteger los excedentes de las cosechas del acecho de los roedores que también comienzan a multiplicarse en esta época», apuntilla el profesor Ibáñez.
Todos estos cambios, y en esto Kharaysin ha abierto una ventana llena de claridad, no provenían del norte, del medio Éufrates o del sur de Turquía como se creía, sino que se dieron de forma simultánea en diferentes puntos y a gran distancia. ¿Cómo es posible que la gente cambiase al mismo tiempo de manera local y global? La respuesta es porque estamos ante un modelo de cambio cultural innovador. «Siempre se había planteado que las innovaciones surgen en un lugar y se extienden como una mancha de aceite hacia los pueblos vecinos, pero aquí lo que estamos viendo es que las cosas están sucediendo en una suerte de red compleja que comparte información, materiales y objetos». El Neolítico hizo aparecer un nuevo tipo de conectividad y de relaciones sociales que provocaron en pocos años un gran salto cultural a nivel multiregional y global. Es, como decíamos, la mayor revolución que ha protagonizado nuestra especie.
Pero si algo nos ha enseñado el pasado es que todo lo que empieza, acaba. En torno al 6800 a. C., concuerdan los expertos, los grandes poblados del Neolítico colapsan y se abandonan. Un desequilibrio entre población y recursos, cambios drásticos económicos y sociales, conflictos entre diferentes poblaciones, quizás una combinación de varios factores. No lo sabemos. Esas partes del puzle siguen todavía vacías. Otras las seguimos perfilando en nuestro 2022 actual para que, en un remoto mañana, los arqueólogos del futuro hagan conjeturas sobre los cambios que la pandemia del COVID-19 introdujo en nuestras sociedades posmodernas y estudien si quizás el confinamiento nos volvió todavía más sedentarios o si, por el contrario, de aquello salimos más bien nómadas digitales.
El último eslabón de la cadena
Kharaysin fue descubierto en 1986 por un equipo australiano que recorría las riberas del río Zarqa a la búsqueda de restos arqueológicos. Tiempo después el arqueólogo español Juan A. Fernández-Tresguerres hizo una prospección para identificar indicios de ocupación humana en la misma zona y recabar más información. Sobre esta base, ya en 2014, el equipo coordinado por Juanjo y Juan recogió el testigo para iniciar un estudio sostenido del yacimiento que llega hasta la actualidad. Hoy, son el eslabón más reciente de una larga cadena de relaciones entre España y Jordania en torno a la arqueología que dura ya sesenta y dos años, cuando en 1955 se crease la Casa de Santiago en Jerusalén y se iniciasen las primeras investigaciones alrededor de la arqueología bíblica. Desde entonces se han ido desarrollando numerosos proyectos, entre los que destacan los trabajos de excavación y la reconstrucción de la ciudadela de Amán que integra los periodos romano, abasida y omeya, una de las grandes joyas de la corona del patrimonio cultural jordano; o las excavaciones en las ruinas de Gerasa, antigua ciudad de la Decápolis del Imperio romano de Oriente.
Esta larga hilera de eslabones conectados entre sí está compuesta por muchas personas que han hecho el viaje de ida y vuelta entre España y Jordania a lo largo de las décadas. Pero también numerosas instituciones ofrecen su apoyo y su infraestructura para forjar la cadena y hacerla más fuerte para evitar que se rompa. En el caso concreto de la última campaña en Kharaysin ha contado con la financiación de la Fundación Palarq, del Ministerio de Cultura y Deporte y del Ministerio de Ciencia e Innovación de España. Además, han aunado esfuerzos un buen número de universidades y centros de investigación facilitando la participación de expertos en las múltiples disciplinas necesarias para el desarrollo del trabajo coral que implican las intervenciones arqueológicas. Entre ellas están el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad de Las Palmas (ULPGC), La Universidad de Cantabria (UC), la Universidad de Burgos (UBU), la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) o la Pontificia Facultad de San Esteban de Salamanca. A las que habría que añadir también el apoyo puntual de centros extranjeros, a través de la cesión de algunos especialistas, como el CNRS francés.
Los guardianes entre los olivos
El equipo de Ibáñez y Muñiz no está compuesto solamente por los más de veinte investigadores españoles, antropólogos físicos, especialistas en el estudio de los restos de semillas carbonizadas, topógrafos o científicos expertos en datación por carbono 14. También un grupo de obreros locales, algunos con décadas de experiencia a sus espaldas, comparten el día a día de las madrugadoras jornadas de trabajo en el yacimiento. Es el caso de Adnan Sgrigat, que lleva treinta y cinco de sus cincuenta años trabajando en misiones arqueológicas de distintos países que investigan los restos de las épocas y las culturas que dejaron su huella marcada en suelo jordano. Sus manos curtidas en mil batallas han removido los cimientos de las ruinas romanas de Jerash, en dónde se asomó por primera vez al mundo de la arqueología; de Qasr al-Bint (también conocido como el Palacio de la Hija del Faraón) en Petra, o del castillo omeya de Qasr al-Hallabat. Toda una vida dedicada a recomponer las piezas del pasado. «Lo llevo en la sangre», dice con la mirada entornada y una amplia sonrisa bajo su kufiya ajedrezada, mientras muestra orgulloso el proyectil de una flecha, ras zene en árabe, que acaba de encontrar en la esquina de una de las primeras casas de la historia.
Pero Adnan no es el único. Junto a él trabajan también jóvenes como Amer, Abdel Aziz y Wadah, todos ellos en la veintena, primos entre sí y vecinos del municipio de Quneya, el más cercano al yacimiento. A algunos como Amer les viene por línea paterna. Su padre y su abuelo trabajaron muchos años en las excavaciones españolas. Durante la mayor parte del año, cuando el equipo de arqueólogos trabaja desde España en el análisis y en la interpretación de los hallazgos encontrados, acompaña muchas veces a su padre, Omar, para comprobar las vallas y vigilar que nadie haya entrado en la zona de trabajo. «Hay gente que piensa que puede haber oro o algún tesoro escondido», explica con una actitud más seria de lo que, a priori, admitiría la anécdota.
Tras un mes de intenso trabajo, cuando la campaña toca a su fin, los tres regresan a sus ocupaciones habituales en el campo, como temporeros en la recogida de la aceituna o, en el caso de Wadah, como mecánico en un taller de reparación de neumáticos. «Somos todo terrenos, auténticos multiusos», dice Abdel Aziz, mientras criba la tierra con un tamiz en busca de un diente, un trozo de sílex tallado o una laja de obsidiana que pudo haber sido parte de un cuchillo o algún utensilio. En la próxima campaña volverán a trabajar en el yacimiento porque es una fuente de ingresos importante para ellos, porque forma parte de sus vidas y porque en él están también enterradas sus raíces, a la sombra de los olivos que pueblan la pendiente de la que cuelga Kharaysin.
Futuro imperfecto inclinado
El yacimiento se sitúa en una ladera del promontorio de Mutawwaq que además conserva en su cima otro yacimiento importante de la Edad de Bronce que recibe el nombre de Jabel Al-Mutawwaq, y que excavan en colaboración equipos españoles e italianos. Desde el terreno inclinado, Kharaysin lleva milenios divisando en silencio como va menguando el caudal del río Zarqa, que en el pasado atrajo a los hombres y a las mujeres del Neolítico a la vida sedentaria, y el lento paso de las horas en el horizonte ¿Qué ocurrirá con el yacimiento? ¿Cómo conjugar su futuro?
Lo cierto es que, por el momento, el terreno en el que se encuentran nuestras primeras veces está en manos privadas. El Ministerio de Turismo y Antigüedades de Jordania ha iniciado un proceso de negociación para que el yacimiento pase a ser propiedad pública, pero el camino que queda por delante promete ser largo e igual de sinuoso que el mismísimo río Zarqa que discurre por el valle. Lo que si podemos predecir es que el gran valor histórico de Kharaysin reúne todas las condiciones para conjugarse en futuro. El grupo de arqueólogos español coincide en qué, con el apoyo institucional y financiero suficiente, el sitio arqueológico podría, algún día, albergar un museo o un centro de interpretación que nos explicase cómo una vez, hace miles de años, dejamos la vida nómada para tener domicilio fijo y echar raíces.
Este reportaje nace fruto de las intensas relaciones entre España y Jordania en materia de arqueología que toman un gran impulso, gracias a la colaboración del Departamento de Antigüedades de Jordania, a partir de la década de los 70 del siglo pasado, aunque las primeras excavaciones de la Misión Arqueológica Española se inician ya en 1961. Una gran parte de las investigaciones y del trabajo de campo desarrollado hasta la fecha ha contado con el apoyo de la Cooperación Española, que ha mantenido, desde los comienzos de su presencia en el país y en la región de Oriente Próximo, la preservación y el cuidado del patrimonio cultural como una de sus principales líneas de acción. La redacción de este texto ha sido posible gracias a la ayuda de la Oficina Técnica de Cooperación de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) en Jordania; a la disponibilidad y generosidad del equipo de arqueólogos e investigadores españoles, dirigido por Juan José Ibáñez y Juan R. Muñiz; a los obreros locales, sin cuyo trabajo la excavación de Kharaysin no saldría adelante, que se prestaron amablemente a participar en las entrevistas realizadas; y a la inestimable colaboración del profesor y traductor Moayad Shurrab en la interpretación.
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