Ocurre de vez en cuando que la ciencia nos regala estampas dignas del mejor de los lienzos surrealistas de Dalí. Un ejemplo claro lo dejó hace ya algunos años una pareja de investigadores del Centro Médico de la Universidad de Leiden (LUMC), en los Países Bajos, que un buen día decidieron lanzar un experimento peculiar: instalaron al aire libre dos ruedas giratorias como las que se utilizan habitualmente en las jaulas de los hámsteres. Una acabó en una duna remota. Otra en una zona llena de maleza y próxima a un área urbana, medio oculta entre ramas y arbustos.
Tras semejante despliegue se sentaron a ver qué pasaba y si aquellas ruedas llamaban la atención de la fauna silvestre. El resultado les sorprendió. A ellos y al resto de sus colegas.
¿En qué consistió el experimento? En colocar en mitad del campo dos pequeñas jaulas con las puertas abiertas, un platito con comida y un par de ruedas giratorias de 24 centímetros de diámetro para luego, sencillamente, sentarse a ver qué pasaba. Como no querían que se les escapase ningún detalle del experimento, los investigadores incluyeron cámaras con visión nocturna y un sensor de movimiento infrarrojo que les permitió recabar una buena colección de tomas entre 2009 y 2013. Acabaron analizando 12.000 fragmentos de vídeo de más de 200.000 grabaciones.
Los lugares en los que se colocaron las ruedas, claro está, tampoco se escogieron al azar. Los investigadores del LUMC, Johnanna H. Meijer y Yuri Robbers, optaron por colocarlas en una duna sin presencia de humanos y un claro con arbustos en las que sabían que habitaban roedores.
Y todo eso, ¿para qué? Para responder una pregunta muy sencilla. Y relevante. Meijer, Robbers y muchos otros científicos habían visto que los roedores encerrados en las jaulas de sus laboratorios usaban las ruedas para correr. Pero… ¿Lo harían también en libertad? ¿Cuándo vemos una rata de laboratorio corretear en su rueda, quemando energía sin ninguna razón aparente, lo hace movida por el estrés que le provoca el cautiverio? ¿Les gusta a los roedores correr en ese tipo de mecanismos? ¿Lo hacen de forma voluntaria? ¿Lo haría, pongamos el caso, un ratón silvestre que se encontrara una rueda en mitad de su duna? ¿Correría incluso cuando no hay ninguna recompensa?
¿Qué observaron los investigadores? Que a los roedores —¡Sorpresa!— parecía gustarles lo de corretear en las ruedas. Al menos eso es lo que sugieren las observaciones de los investigadores, en las que puede verse un despliegue de fauna que las utilizaba incluso cuando en los alrededores no había platillos con comida. Veamos: durante los primeros 24 meses de experimento en la zona más urbana los científicos registraron 1.011 observaciones. En las dunas, 254 en 20 meses. En cada uno de esos casos comprobaron cómo la rueda se movía con musarañas, caracoles, babosas, ranas… pero sobre todo ratones, que protagonizaban más del 70% de los registros. Para su análisis excluyeron cuando la rueda se movía por azar o se activaba desde el exterior.
¿Alguien ha dicho correr? “Las observaciones mostraron que los ratones salvajes corrían en las ruedas durante todo el año, aumentando constantemente a finales de la primavera y alcanzando su punto máximo en verano en el área urbana verde”, zanja el estudio de Meijer y Robbers, que incluso va más allá: “Algunos animales parecían usar la rueda sin querer, pero se vio que ratones y algunas musarañas, ratas y ranas salían de la rueda y luego volvían a entrar al cabo de minutos para que siguiera funcionando”. Su conclusión es que el uso en esos casos era intencionado.
¿Qué más dicen los datos? En el 20% de los casos observados los ratones corrían más de 60 segundos. Incluso hubo un roedor que trotó durante 18 minutos. Otro dato curioso es que de media su velocidad era sensiblemente más baja que la alcanzada en el laboratorio —1,3 km/h frente a 2,3—, aunque con marcas máximas más elevadas. La observación más interesante sin embargo es la que se asocia con la comida: llegado cierto punto del experimento los investigadores retiraron los platos con comida para comprobar si los ratones seguían visitando las ruedas.
Las incursiones en la zona descendieron, pero una parte importante de los que iban seguían usando el artilugio para correr. Su “popularidad” aumentó de hecho entre los visitantes. Lo más curioso es que muchos de ellos eran jóvenes que no podían tener el recuerdo de que allí hubo alimento.
¿Y qué nos dice todo esto? Las conclusiones se publicaron hace algunos años en la revista Proceeding of the Royal Society B, y son mucho más que una simple colección de observaciones curiosas. La clave, como explicaba Gene D. Block, rector de la Universidad de California, a The New York Times, es que el estudio muestra que correr en la rueda es “algún tipo de comportamiento gratificante” para los animales y “probablemente no está motivado por el estrés o la ansiedad”.
El matiz no es menor. En los laboratorios se recurre a menudo a este tipo de ruedas para estudiar cómo influyen los niveles de actividad en el organismo y sus estímulos, pero existe la duda de si su uso es fruto de la estereotipia o neurosis, un comportamiento repetitivo fruto del cautiverio. El estudio sugiere todo lo contrario, que puede ser voluntario. En un contexto en el que la investigación sobre la actividad física es cada vez mayor y en el que se utiliza con frecuencia ruedas, manejar más claves sobre su funcionamiento y qué mueve exactamente a los roedores resulta fundamental.
Pero… ¿Por qué los ratones usan las ruedas? He ahí una de las grandes claves del estudio. Y también una de las cuestiones que dejan botando los autores. “Las explicaciones existentes son que correr en una rueda es un comportamiento consumatorio que satisface una motivación como jugar o escapar o que está vinculado al sistema metabólico […] como una respuesta motora al hambre o la búsqueda de alimento”, detallan los investigadores. Su análisis sugiere que el uso de la rueda “puede experimentarse como una recompensa” incluso cuando no hay comida en juego: “Correr en las ruedas puede ser un comportamiento voluntario para los animales salvajes en la naturaleza”.
Imagen de portada: Matt Bero (Unsplash)
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