La especie de gusano que muestra Gonzalo Giribet en su
laboratorio se llama Onychophora. Representa un grupo de animales
que viven escondidos en el interior de troncos podridos de bosques
húmedos, y han pasado los últimos 400 millones de años escupiendo
pegajosas babas para atrapar a sus presas. / SINC
Hace unos
meses, Gonzalo Giribet (Burgos, 1970) pasó tres
semanas recolectando insectos en medio de la selva amazónica. El punto más
remoto lo alcanzó tras dos días enteros de viaje en barca, río arriba. Después,
le tocó analizar los especímenes en el laboratorio de biología evolutiva que
dirige en la Universidad de Harvard. Hablamos con él y nos enseña una sorpresa:
Ha viajado
por Australia, Panamá, Sudáfrica, el Yucatán en México y el Amazonas brasileño,
siempre buscando invertebrados
Este
burgalés llegó a EE UU en 1997 como posdoc en el Museo de Historia Natural de
Nueva York. En el año 2000, fichó como profesor asistente en Harvard. Ahora es
catedrático y conservador de invertebrados en el Museo de Zoología Comparada de
Harvard. Su contribución científica más importante la ha hecho dibujando las
ramas que componen el árbol de la vida animal. Es joven, emprendedor y exitoso.
Giribet
ha viajado por Australia, Panamá, Sudáfrica, el Yucatán en México y el Amazonas
brasileño, siempre buscando invertebrados, tanto terrestres como marinos. En la
expedición amazónica, su objetivo eran los arácnidos. “Eso incluye arañas, pero
también opiliones o escorpiones”, aclara. “Este viaje lo financiaba National
Geographic, porque querían encontrar varias especies descritas hace más de
cuatro décadas a partir de dos o tres ejemplares, pero que no se habían visto
de nuevo desde entonces”.
Y los
encontraron. “Pudimos estudiar varias especies más, como una araña con unos
pedipalpos enormes para transferir semen”. Los pedipalpos, explica el
científico, “son los apéndices que salen en la frente de las arañas. Cambian
muchísimo entre especies y tienen funciones muy diversas: actúan como defensa,
pinzas, o aparato copulador, con el que el macho introduce una bolsita de semen
en el cuerpo de la hembra”.
El
Amazonas, un universo fascinante e inexplorado
En un
momento de la conversación, Giribet muestra una imagen sobrecogedora. Es un
mapa del Amazonas con los puntos donde hay estaciones de investigación. Para
poder acceder a ellas, todas están pegadas al río, y los biólogos exploran un
radio máximo de 5 a 10 kilómetros selva adentro alrededor de cada estación
El mapa
pone en evidencia que solo hemos explorado la biodiversidad de algunos rincones
alrededor del río. Y, a pesar de eso, en cada expedición encuentran nuevas
especies: “De aquella, me llevé dos onicóforos que creo que eran desconocidos”,
confirma el biólogo. Eso significa que hay miles de kilómetros cuadrados de
selva inexplorada con sorpresas que no podemos imaginar. Probablemente, si el
Amazonas estuviera en EE UU y contara con el gabinete de prensa de la NASA, en
los medios habría más noticias sobre biodiversidad y nuevas especies que sobre
galaxias colisionando dentro de 4.000 millones de años.
Giribet
es una referencia mundial en el estudio de los onicóforos, gusanos
evolutivamente ‘hermanos’ de los artrópodos, pero que han cambiado poquísimo
desde el Cámbrico, hace 400 millones de años. Resultan muy peculiares por sus
intensos colores y su técnica de caza, que consiste en escupir tejido pegajoso.
Cuando él y sus colegas de profesión encuentran estos
especímenes tan peculiares… los matan. “Bueno, nosotros lo llamamos
‘preservarlos’. Pero sí, claro. Tenemos que extraer ADN, estudiar su
morfología, etc.”, aclara. Lo hacen para conocer, catalogar y describir la
biodiversidad que existe en la naturaleza, pero no solo eso: “También para
estudiar la evolución de los organismos, entender el funcionamiento de los
ecosistemas, y llevar a cabo estudios de geofísica o biogeografía; por ejemplo,
ver cómo afecta el aislamiento o cambian las especies cuando las islas se
separan”.
"Intentamos
concienciar a las comunidades de la riqueza que tienen en su entorno”, dice
Giribet
Aun así,
suena extraño que, si algunas especies de onicóforos están desapareciendo,
estos biólogos exploradores se lleven el ejemplar único que encuentran. Giribet
responde: “Tranquilo, que la extinción no vendrá de un par de ejemplares que
los científicos recolecten. El bosque es descomunal. Las grandes amenazas son
la deforestación, la fragmentación del bosque y la biopiratería”.
La
riqueza de las comunidades locales
Los investigadores
de las grandes universidades y centros de EE UU y Europa que exploran los
países en desarrollo de Asia, Latinoamérica o África sacan buen partido
intelectual y práctico de su riqueza natural. Pagan sus cuotas, pero no está
claro que eso genere un retorno suficiente en las sociedades locales. Giribet
asegura que la situación ha mejorado: “Sí, esto está mucho más regulado ahora,
no es como en la época de colonización, cuando se iba a destajo. Primero,
cualquier espécimen que nos llevemos continúa siendo propiedad de las
instituciones locales. Y además del desembolso económico, siempre trabajamos
con centros del país que se benefician de esta colaboración. Impartimos cursos
e intentamos concienciar a las comunidades de la riqueza que tienen en su entorno”.
Las
sociedades indígenas, explica el biólogo, pueden aprovechar esta riqueza
directamente con el ecoturismo, “pero también beneficia a sus centros de
investigación, que están mejorando mucho. Algunos, como el Instituto Nacional
de Pesquisas de Amazónia (INPA) están a la altura de las universidades
estadounidenses, desarrollando verdadero talento científico con el que explorar
los misterios que todavía oculta la selva”.
Una selva
donde Giribet ha tenido sensación de peligro, allí en medio del Amazonas. “A
veces ves pisadas recientes de jaguares, o estás caminando dentro del agua
opaca y piensas: ‘¡Pero si aquí hay cocodrilos y serpientes de varios metros!’.
De todas maneras, los grandes riesgos son virus o parásitos como el que provoca
la leishmaniosis”.
Análisis
de ADN sin perder el romanticismo
Lo que le
ha convertido en un científico reconocido es su trabajo de análisis filogenético
para establecer relaciones evolutivas entre especies animales. En el estudio de
la evolución, hay quienes creen que el ADN está desplazando al análisis
morfológico de fósiles. “En cierta manera, sí, porque es mucho más fácil. Ahora
cualquiera puede reconstruir toda la clasificación evolutiva de las serpientes
sin saber nada de ellas. Sin ni siquiera haberlas visto”. ¿Cómo es posible?
“Basta con comparar pequeños cambios en genes muy conservados. Cuando más
parecidos son esos genes, más cercanas evolutivamente están las especies,
aunque morfológicamente parezcan más lejanas”.
"Estamos
viendo muchos casos de organismos que se simplificaron con la evolución”,
asegura el biólogo
Giribet
reconoce que vista así, la biología evolutiva pierde un poco de romanticismo.
“¡Claro! Estos análisis de ADN no te dan ninguna información sobre las
características del organismo. Para relaciones filogenéticas son perfectos,
pero continúas necesitando los análisis morfológicos para entender funciones y
comportamientos”. Entonces, si queremos saber qué ocurrió en el pasado, ¿mejor
genes que fósiles? “Depende. Hay rasgos como la aparición de plumas, o tejido
mamario o de piel, que son muy obvios. Pero cuando no hay manera de distinguir
rasgos morfológicamente, los genes pueden ser muy importantes. Incluso darnos
sorpresas”.
Gonzalo
Giribet publicó en Nature en el año 2008 que los
tenóforos, antepasados de las medusas, son el grupo animal más antiguo que
existió sobre la Tierra y no las esponjas marinas, como se creía. “Todavía está
en discusión. Por morfología parece que las esponjas eran más simples, pero los
datos genéticos dicen que los tenóforos fueron anteriores. Puede parecer
trivial, pero estamos viendo muchos casos de organismos que se simplificaron
con la evolución”. Es decir, que no siempre avanzamos a mayor complejidad. De
hecho, según él, “si sigue esta serie de descubrimientos, deberemos concluir
que en el proceso evolutivo la simplificación es una adaptación mucho más
habitual de lo que pensábamos. Y eso solo lo podemos constatar con análisis de
ADN”.
Llega el
fin de la conversación y es el momento de pedirle que muestre su tesoro: es un
pene del que se siente orgulloso. En su despacho de Harvard, abre una imagen
tridimensional en la pantalla de ordenador, señalando un apéndice en el abdomen
de un arácnido. “Aquí está. Es un fósil de opilión de 310 millones de años, el
pene terrestre más antiguo que conocemos. Tenemos opiliones anteriores, pero
este debió de morir estando en faena”. Asegura que es un fósil relevante,
aunque aún no lo ha hecho público en un artículo científico: “Al compararlo con
los de otros grupos animales, este pene dará muchas pistas sobre el origen del
órgano reproductor. No es como encontrar las primeras plumas en dinosaurios,
pero casi”.
Fuente: SINC
La especie de gusano que muestra Gonzalo Giribet en su
laboratorio se llama Onychophora. Representa un grupo de animales
que viven escondidos en el interior de troncos podridos de bosques
húmedos, y han pasado los últimos 400 millones de años escupiendo
pegajosas babas para atrapar a sus presas. / SINC
Hace unos
meses, Gonzalo Giribet (Burgos, 1970) pasó tres
semanas recolectando insectos en medio de la selva amazónica. El punto más
remoto lo alcanzó tras dos días enteros de viaje en barca, río arriba. Después,
le tocó analizar los especímenes en el laboratorio de biología evolutiva que
dirige en la Universidad de Harvard. Hablamos con él y nos enseña una sorpresa:
Ha viajado
por Australia, Panamá, Sudáfrica, el Yucatán en México y el Amazonas brasileño,
siempre buscando invertebrados
Este
burgalés llegó a EE UU en 1997 como posdoc en el Museo de Historia Natural de
Nueva York. En el año 2000, fichó como profesor asistente en Harvard. Ahora es
catedrático y conservador de invertebrados en el Museo de Zoología Comparada de
Harvard. Su contribución científica más importante la ha hecho dibujando las
ramas que componen el árbol de la vida animal. Es joven, emprendedor y exitoso.
Giribet
ha viajado por Australia, Panamá, Sudáfrica, el Yucatán en México y el Amazonas
brasileño, siempre buscando invertebrados, tanto terrestres como marinos. En la
expedición amazónica, su objetivo eran los arácnidos. “Eso incluye arañas, pero
también opiliones o escorpiones”, aclara. “Este viaje lo financiaba National
Geographic, porque querían encontrar varias especies descritas hace más de
cuatro décadas a partir de dos o tres ejemplares, pero que no se habían visto
de nuevo desde entonces”.
Y los
encontraron. “Pudimos estudiar varias especies más, como una araña con unos
pedipalpos enormes para transferir semen”. Los pedipalpos, explica el
científico, “son los apéndices que salen en la frente de las arañas. Cambian
muchísimo entre especies y tienen funciones muy diversas: actúan como defensa,
pinzas, o aparato copulador, con el que el macho introduce una bolsita de semen
en el cuerpo de la hembra”.
El
Amazonas, un universo fascinante e inexplorado
En un
momento de la conversación, Giribet muestra una imagen sobrecogedora. Es un
mapa del Amazonas con los puntos donde hay estaciones de investigación. Para
poder acceder a ellas, todas están pegadas al río, y los biólogos exploran un
radio máximo de 5 a 10 kilómetros selva adentro alrededor de cada estación
El mapa
pone en evidencia que solo hemos explorado la biodiversidad de algunos rincones
alrededor del río. Y, a pesar de eso, en cada expedición encuentran nuevas
especies: “De aquella, me llevé dos onicóforos que creo que eran desconocidos”,
confirma el biólogo. Eso significa que hay miles de kilómetros cuadrados de
selva inexplorada con sorpresas que no podemos imaginar. Probablemente, si el
Amazonas estuviera en EE UU y contara con el gabinete de prensa de la NASA, en
los medios habría más noticias sobre biodiversidad y nuevas especies que sobre
galaxias colisionando dentro de 4.000 millones de años.
Giribet
es una referencia mundial en el estudio de los onicóforos, gusanos
evolutivamente ‘hermanos’ de los artrópodos, pero que han cambiado poquísimo
desde el Cámbrico, hace 400 millones de años. Resultan muy peculiares por sus
intensos colores y su técnica de caza, que consiste en escupir tejido pegajoso.
Cuando él y sus colegas de profesión encuentran estos
especímenes tan peculiares… los matan. “Bueno, nosotros lo llamamos
‘preservarlos’. Pero sí, claro. Tenemos que extraer ADN, estudiar su
morfología, etc.”, aclara. Lo hacen para conocer, catalogar y describir la
biodiversidad que existe en la naturaleza, pero no solo eso: “También para
estudiar la evolución de los organismos, entender el funcionamiento de los
ecosistemas, y llevar a cabo estudios de geofísica o biogeografía; por ejemplo,
ver cómo afecta el aislamiento o cambian las especies cuando las islas se
separan”.
"Intentamos
concienciar a las comunidades de la riqueza que tienen en su entorno”, dice
Giribet
Aun así,
suena extraño que, si algunas especies de onicóforos están desapareciendo,
estos biólogos exploradores se lleven el ejemplar único que encuentran. Giribet
responde: “Tranquilo, que la extinción no vendrá de un par de ejemplares que
los científicos recolecten. El bosque es descomunal. Las grandes amenazas son
la deforestación, la fragmentación del bosque y la biopiratería”.
La
riqueza de las comunidades locales
Los investigadores
de las grandes universidades y centros de EE UU y Europa que exploran los
países en desarrollo de Asia, Latinoamérica o África sacan buen partido
intelectual y práctico de su riqueza natural. Pagan sus cuotas, pero no está
claro que eso genere un retorno suficiente en las sociedades locales. Giribet
asegura que la situación ha mejorado: “Sí, esto está mucho más regulado ahora,
no es como en la época de colonización, cuando se iba a destajo. Primero,
cualquier espécimen que nos llevemos continúa siendo propiedad de las
instituciones locales. Y además del desembolso económico, siempre trabajamos
con centros del país que se benefician de esta colaboración. Impartimos cursos
e intentamos concienciar a las comunidades de la riqueza que tienen en su entorno”.
Las
sociedades indígenas, explica el biólogo, pueden aprovechar esta riqueza
directamente con el ecoturismo, “pero también beneficia a sus centros de
investigación, que están mejorando mucho. Algunos, como el Instituto Nacional
de Pesquisas de Amazónia (INPA) están a la altura de las universidades
estadounidenses, desarrollando verdadero talento científico con el que explorar
los misterios que todavía oculta la selva”.
Una selva
donde Giribet ha tenido sensación de peligro, allí en medio del Amazonas. “A
veces ves pisadas recientes de jaguares, o estás caminando dentro del agua
opaca y piensas: ‘¡Pero si aquí hay cocodrilos y serpientes de varios metros!’.
De todas maneras, los grandes riesgos son virus o parásitos como el que provoca
la leishmaniosis”.
Análisis
de ADN sin perder el romanticismo
Lo que le
ha convertido en un científico reconocido es su trabajo de análisis filogenético
para establecer relaciones evolutivas entre especies animales. En el estudio de
la evolución, hay quienes creen que el ADN está desplazando al análisis
morfológico de fósiles. “En cierta manera, sí, porque es mucho más fácil. Ahora
cualquiera puede reconstruir toda la clasificación evolutiva de las serpientes
sin saber nada de ellas. Sin ni siquiera haberlas visto”. ¿Cómo es posible?
“Basta con comparar pequeños cambios en genes muy conservados. Cuando más
parecidos son esos genes, más cercanas evolutivamente están las especies,
aunque morfológicamente parezcan más lejanas”.
"Estamos
viendo muchos casos de organismos que se simplificaron con la evolución”,
asegura el biólogo
Giribet
reconoce que vista así, la biología evolutiva pierde un poco de romanticismo.
“¡Claro! Estos análisis de ADN no te dan ninguna información sobre las
características del organismo. Para relaciones filogenéticas son perfectos,
pero continúas necesitando los análisis morfológicos para entender funciones y
comportamientos”. Entonces, si queremos saber qué ocurrió en el pasado, ¿mejor
genes que fósiles? “Depende. Hay rasgos como la aparición de plumas, o tejido
mamario o de piel, que son muy obvios. Pero cuando no hay manera de distinguir
rasgos morfológicamente, los genes pueden ser muy importantes. Incluso darnos
sorpresas”.
Gonzalo
Giribet publicó en Nature en el año 2008 que los
tenóforos, antepasados de las medusas, son el grupo animal más antiguo que
existió sobre la Tierra y no las esponjas marinas, como se creía. “Todavía está
en discusión. Por morfología parece que las esponjas eran más simples, pero los
datos genéticos dicen que los tenóforos fueron anteriores. Puede parecer
trivial, pero estamos viendo muchos casos de organismos que se simplificaron
con la evolución”. Es decir, que no siempre avanzamos a mayor complejidad. De
hecho, según él, “si sigue esta serie de descubrimientos, deberemos concluir
que en el proceso evolutivo la simplificación es una adaptación mucho más
habitual de lo que pensábamos. Y eso solo lo podemos constatar con análisis de
ADN”.
Llega el
fin de la conversación y es el momento de pedirle que muestre su tesoro: es un
pene del que se siente orgulloso. En su despacho de Harvard, abre una imagen
tridimensional en la pantalla de ordenador, señalando un apéndice en el abdomen
de un arácnido. “Aquí está. Es un fósil de opilión de 310 millones de años, el
pene terrestre más antiguo que conocemos. Tenemos opiliones anteriores, pero
este debió de morir estando en faena”. Asegura que es un fósil relevante,
aunque aún no lo ha hecho público en un artículo científico: “Al compararlo con
los de otros grupos animales, este pene dará muchas pistas sobre el origen del
órgano reproductor. No es como encontrar las primeras plumas en dinosaurios,
pero casi”.
Fuente: SINC
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