El 19 de mayo de 1845 zarpó hacia el Polo Norte el explorador británico John Franklin con dos barcos, el Terror y el Erebus, y una tripulación de unas 130 personas. Su intención era buscar y surcar el legendario Paso del Noroeste. Salvo cuatro marinos, que habían abandonado la expedición antes, no sobrevivió nadie. El motivo de la muerte de aquellos hombres era hasta ahora desconocido; solo a unos pocos miembros de la tripulación se les enterró o se les pudo encontrar. Muchos murieron de agotamiento o congelación. El análisis de las uñas de uno de los cadáveres podría aclarar, al menos, el fallecimiento de una buena parte de los marineros e investigadores. Jennie Christensen, de TrichAnalytics, en North Saanich, y su equipo han publicado los resultados en Journal of Archaelogical Science Reports.
Se ha sospechado a menudo que el envenenamiento con plomo fue una de las causas principales de las muertes: los hombres habrían ingerido el plomo procedente de sus latas de alimentos o del agua de beber. Esta corría por tuberías de plomo, adecuadas para los barcos. Ese metal pesado causa dolencias neurológicas severas que, por ejemplo, dificultan el caminar y el pensamiento, con lo que los hombres, aun sin el plomo ya debilitados, estarían todavía más impedidos o confusos. Los nuevos datos extraídos de la uña de John Hartell, sin embargo, establecen que el plomo no parece que fuera en especial un problema. El marinero murió durante la primera invernada de la expedición en la isla Beechey del archipiélago ártico canadiense, donde le enterraron. En una uña del cadáver han podido Christensen y sus colaboradores constatar cómo fue evolucionando el cuerpo de aquel hombre semana a semana.
«Se puede ver cuánto plomo fue acumulando John Hartnell mientras era parte de la expedición», dice Keith Millar, de la Universidad de Glasgow, en Nature. Este investigador había ya intentado analizar el estado de salud de la tripulación basándose en los datos históricos. El plomo es solo uno de los elementos que el equipo de Christensen ha investigado. Con la ayuda de un acelerador de partículas y otros instrumentos de medida rastrearon también el contenido de cobre y zinc en los restos de Hartnell: las modestas concentraciones dan a entender que hubo deficiencias en las provisiones de carne o pescado, y señalan, en cualquier caso, dificultades de salud.
Al menos Hartnell mostraba una extrema deficiencia de zinc en su uña. Por lo tanto, hubo algo que debilitó el sistema inmunitario sensiblemente. Un mal aporte de zinc hizo que los hombres fuesen más propensos a las enfermedades infecciosas, como la tuberculosis o la neumonía, que en las duras condiciones árticas podían conducir rápidamente a la muerte. Solo unas semanas antes de la muerte de Hartnell subieron claramente los valores de plomo en su uña. Para Christensen es una señal de que su cuerpo, en su lucha contra la muerte, movilizó sus últimas reservas, con lo que el plomo almacenado en los huesos entró en el flujo sanguíneo y finalmente llegó a las uñas.
Estudios precedentes de los huesos de Hartnell y de otros miembros de la expedición mostraron que habían estado acumulando plomo desde hacía mucho, pero que durante la expedición no hubo un gran aumento de la concentración. «La teoría del plomo queda bastante desmontada con este trabajo», dice Ron Martin, de la Universidad del Oeste de Londres, que realizó uno de los análisis de los huesos. En los últimos años, unos arqueólogos han dado, tras una larga búsqueda, con los dos barcos de la desafortunada expedición de Franklin. Su investigación aportó además indicios de que los hombres no sufrieron una intoxicación aguda con plomo. A bordo del Terror y del Erebus se guardaron con todo cuidado distintos bienes, lo que indica que la tripulación, en su gran mayoría, tenía clara la mente y no sufría alucinaciones por efecto del plomo.
Por desgracia, no existe ninguna otra uña aparte de las de John Hartnell. Por lo tanto, no son posibles más estudios de este tipo. No obstante, la carencia de zinc podría dar una explicación de por qué tantas expediciones árticas o antárticas se quebraron bajo enormes problemas de salud, afirma Christensen. Sin ese elemento de traza, el sistema inmunitario sufre: los expedicionarios enfermarían levemente, lo cual, en las condiciones severas de ambos polos, podía terminar rápidamente en la muerte.
Más información en Journal of Archeological Science Reports
Fuente: spektrum.de/Daniel Lingenhöhl
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