Cada cierto tiempo, los científicos descubren fósiles tan extrañosque desafían cualquier posible clasificación, con patrones corporales que no se asemejan a ningún otro animal o planta existente. Es el caso del Tullimonstrum (conocido como el monstruo de Tully), un fósil de 300 millones de años de antigüedad hallado en el depósito fósil de Mazon Creek en Illinois (Estados Unidos).
A simple vista, el monstruo de Tully presentaría un aspecto parecido al de una babosa. Sin embargo, donde cualquiera esperaría encontrar una boca, esta criatura poseería un alargado apéndice rematado por lo que parece ser un par de afiladas garras. En cuanto a los ojos, las cuencas sobresaldrían de su cuerpo en forma de antenas coronadas por sendos globos oculares.
Este ser era tan peculiar que nadie en la comunidad científica ha sido capaz de discernir si se trataba de un animal vertebrado, es decir, con una columna vertebral (como los mamíferos, las aves, los reptiles y los peces), o invertebrado (como los insectos, los crustáceos, los pulpos y demás animales). En 2016, un equipo de científicos aseguró haber descifrado el enigma: sus pruebas, las más exhaustivas hasta el momento, demostraban que era un animal vertebrado. No obstante, mis compañeros y yo hemos desarrollado un nuevo estudio que pone en duda dicha conclusión. La criatura es más misteriosa que nunca.
El monstruo de Tully fue descubierto en la década de los 50 del siglo pasado por un coleccionista de fósiles llamado Francis Tully. Desde entonces, los investigadores han tratado de resolver un rompecabezas que les lleve a averiguar a qué grupo de especies modernas pertenece. La incógnita de las conexiones evolutivas del monstruo le ha granjeado una gran popularidad, hasta el punto de que se ha convertido en el fósil oficial del estado de Illinois.
Se han llevado a cabo numerosos esfuerzos para clasificar al monstruo de Tully. La mayoría de los estudios elaborados se han centrado en la apariencia de los rasgos más prominentes del animal, entre los que se encuentran un característico trazo lineal interpretado como la prueba de que el monstruo tenía intestinos, las bandas de colores claros y oscuros que presenta el fósil y las singulares garras de su boca. El patrón corporal del monstruo de Tully es tan poco común en su totalidad que, sin duda, supondrá la expansión del grupo al que pertenece y cambiará la concepción que tenemos sobre el mismo.
En la investigación que vio la luz en 2016 se argumentaba que el animal debería ser clasificado dentro de los vertebrados porque sus ojos contienen unos gránulos pigmentados llamados melanosomas, los cuales se disponen en base a su forma y tamaño de la misma manera que los de los ojos de los vertebrados. Sin embargo, nuestro trabajo demuestra que los ojos de algunos invertebrados, como los pulpos o los calamares, también contienen melanosomas divididos en forma y tamaño de una manera similar a la de los ojos del monstruo de Tully, y también se conservan en fósiles.
Investigación con un acelerador de partículas
Para desarrollar nuestro estudio utilizamos un acelerador de partículas llamado Synchrotron Radiation Lightsource (fuente de luz de radiación sincrotrón), situado en la Universidad de Stanford (California). El acelerador nos permitió explorar la composición química de diferentes muestras de fósiles y animales aún hoy vivos. El sincrotrón bombardea a los sujetos de estudio con intensas ráfagas de radiación para “agitar” los elementos que albergan en su interior. Cuando absorben la radiación, cada elemento libera rayos X con marcas específicas. Al detectar las marcas emitidas, podemos averiguar qué elementos fueron estimulados y, en última instancia, de qué está compuesto el espécimen en cuestión.
El primer hallazgo que llevamos a cabo fue que los ojos de los vertebrados modernos poseen una mayor proporción de zinc respecto al cobre que los invertebrados modernos que estudiamos. Para nuestra sorpresa, posteriormente descubrimos que se podía apreciar el mismo patrón en los vertebrados e invertebrados fosilizados encontrados en Mazon Creek.
Después, analizamos la composición química de los ojos del monstruo de Tully y comprobamos que la proporción de zinc y cobre era más cercana a la de los animales invertebrados, lo cual apunta a que esta criatura pudo no ser vertebrada, en contradicción con las aproximaciones previas para clasificarlo.
También descubrimos que los ojos del monstruo contienen un tipo de cobre distinto al encontrado en los ojos de animales vertebrados. Sin embargo, tampoco era idéntico al de los invertebrados que estudiamos. Por lo tanto, aunque nuestros avances inclinen la balanza hacia la idea de que no estamos hablando de una especie vertebrada, tampoco permiten identificarla de manera clara como lo contrario.
Y ahora ¿qué podemos hacer? No cabe duda de que realizar un análisis más exhaustivo de la química de los melanosomas y de otros pigmentos de los ojos de un número más amplio de invertebrados sería dar un paso en la dirección correcta, ya que contribuiría a acotar los posibles grupos de animales a los que el monstruo de Tully podría pertenecer.
El misterio, pues, continúa sin resolverse. Dicho esto, nuestra investigación demuestra que el estudio de los fósiles a nivel químico y molecular puede ser fundamental en el descubrimiento de la identidad de esta y otras criaturas enigmáticas.
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