¿Cómo ha llegado a leer este artículo? ¿Cómo hemos llegado nosotros a escribirlo? ¿Puede una mariposa aletear en Australia y provocar un huracán en el Atlántico? Si lo que se conoce como el efecto mariposa les parece increíble o les fascina, ¿cómo debemos reaccionar ante el conocido como Principio Antrópico?
La causa y el origen de todo (cuando decimos todo nos referimos a todo lo que conoce, todo lo que ve, incluso todo lo que le pasa y siente, sumado a todo lo que se le escapa o nadie conoce) se puede encontrar en lo que ocurrió hace mucho, mucho tiempo, no en una galaxia muy lejana (porque no existían) sino “aquí” mismo, porque no existía nada “lejos”. Hagamos un poco de historia. Nos remontamos al año 13813 millones antes de nuestra era (según los cálculos del “historiador” Planck Space Observatory). Todo, pero lo que se dice todo, está en una calma tensa. El ambiente está muy muy caliente, en torno a 1.000 cuatrillones de grados, quizás 100 veces más, quizás 100 veces menos, tampoco nos vamos a poner quisquillosos. Al menos en una “pequeña zona” del universo, quizás en todo el cosmos, o eso queremos creer los que seguimos, aunque no nos creemos completamente, el Principio Cosmológico, algo está a punto de ocurrir. Solo fue un instante, pero un instante maravilloso y perfecto. Al menos es perfecto para nosotros, porque sin ese pequeño evento no existiríamos ni usted ni nosotros, nosotros no estaríamos escribiendo esto, usted no estaría leyéndolo. Quizás habría otros seres haciéndose las mismas preguntas, quizás no habría nada vivo, quizás todo se hubiera quedado igual de caliente y pequeño si no nos hubiera pasado “eso”. Fue una chispa entre usted y nosotros, entre Madrid y Barcelona, entre israelíes y palestinos, entre, en realidad, todo lo que sabemos que existe y en medio de lo que existe y no conocemos.
Fue más rápido que un abrir y cerrar de ojos, que dura unas décimas de segundo. Duró menos que las milmillonésimas de segundo que hoy podemos medir con relojes atómicos. Sucedió más rápido que lo más rápido que hemos logrado medir hoy, lo que tarda un fotón en pasar a lo largo (o a través) de una única molécula de hidrógeno, 247 zeptosegundos (¡nombre creado en 1991, la ciencia también crea lenguaje!), cero punto, dieciocho ceros seguidos de un 247, en segundos. Fue, en realidad, 100 billones de veces más rápido que eso, del orden de un cero, treinta y un ceros y un uno, medido en segundos (0.00000000000000000000000000000001 s). Bueno, quizás fue 10 veces más corto, aún no tenemos datos fiables para comprobarlo. Aun así fue una eternidad, 10000 veces más largo que todo lo que había ocurrido hasta entonces cuando quizás no existía ninguna partícula.
Ahí estaba todo: la energía necesaria para que nuestros átomos empezarán a existir, la materia oscura, la energía oscura, lo que conocemos y no conocemos del universo observable, y quizás más que eso
Fue corto, sí, pero ¡afectó a tantas cosas! Vale, solo debió vivirlo todo lo que estaba en un espacio cerca de un trillón de veces más pequeño que el tamaño de un protón. Pero ahí estaba todo: la energía necesaria para que nuestros átomos empezarán a existir, la materia oscura, la energía oscura, lo que conocemos y no conocemos del universo observable, y quizás más que eso. Y en solo ese instante, algo hizo clic (metafóricamente) y todo, t-o-d-o, creció cerca de un cuatrillón de veces y se plantó la semilla para que las cosas sean como son.
La duración de ese instante, y el cuándo y dónde ocurrió ese punto de no retorno de nuestra existencia, no es baladí. Si hubiera sido más larga, la expansión del Universo podría haber sido más rápida, afectando directamente a la capacidad para la materia para atraerse y formar galaxias, estrellas y planetas. Un evento catastrófico para nosotros. Si la duración hubiera sido más corta, quizás la fuerza que une los quarks hubiera resultado ser algo menos intensa; solo se hubiera necesitado “quedarse corto” por un 5% para que los protones y neutrones no tiendan a juntarse para formar átomos como los de oxígeno, carbono o fósforo de los que estamos formados. Ese instante quizás también determinó cómo se comporta la gravedad. Si esta fuera más intensa, si la constante de gravitación universal fuera 100 veces más grande, el Universo nunca se hubiera expandido tanto y durante tanto tiempo como para que hubiera surgido una estrella como el Sol, un planeta como la Tierra, la aparición de ARN, ADN, vida, mamíferos y la humanidad.
Algo pudo ocurrir hace mucho, mucho tiempo, cuando ni siquiera existía el tiempo como lo conocemos hoy, que eventualmente ha dado lugar a todo lo que vemos y no vemos
Algo pudo ocurrir hace mucho, mucho tiempo, cuando ni siquiera existía el tiempo como lo conocemos hoy, que eventualmente ha dado lugar a todo lo que vemos y no vemos, a galaxias, estrellas y planetas, a plantas y animales, a la mariposa y su efecto, al que escribe este artículo y al que lo lee, a toda la raza humana. Ese algo es solo una teoría, llamada de inflación, algo que todavía no está comprobado. ¿Pudo ocurrir de otra manera? Pudo, pero al final se materializó (nunca mejor dicho) una gran casualidad cósmica en la que vivimos, lo que no quita que otros sitios del universo (o de una parte del universo que no podemos conocer) no hayan tenido “tanta suerte” o la hayan tenido “mejor”. Tampoco es que sea fácil demostrar ni la inflación ni su influencia en nuestra existencia. Respecto a lo último, por ahora podemos creérnoslo, sabiendo que puede ser mentira, considerarlo un axioma o principio, antrópico llamarlo porque explicaría nuestra existencia, o filosófico porque explicaría la existencia de lo que podemos conocer que existe, y analizar sus consecuencias e implicaciones. El universo o nuestro universo, pudiendo haber otros, solo es como es porque si fuera de otra manera no existiríamos en la forma que existimos.
Pablo G. Pérez González es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)
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