El intestino hierve. Billones de inquilinos se alojan en su interior. Juntos alcanzan hasta dos kilogramos de peso. A pesar de esta considerable cifra, el tamaño de cada uno de estos habitantes es tan minúsculo que solo se dejan ver bajo un microscopio. Además, esta comunidad microbiana exhibe una extraordinaria variedad: solo en el intestino grueso se alojan más de 400 especies bacterianas. Hasta la fecha, sin embargo, los investigadores creen conocer solo una fracción de todos los inquilinos intestinales que habitan en nosotros.
En épocas pasadas, se consideraba que los microorganismos del intestino constituían un motivo de enfermedad. Robert Koch (1843-1910) demostró en 1876 que las bacterias pueden causar patologías infecciosas. Este supuesto mal lo denominó «toxemia intestinal», es decir, «intoxicación de las entrañas». Más de un médico llegó incluso a aconsejar a sus pacientes la extirpación del intestino grueso.
Las bifidobacterias y los lactobacilos de la alimentación refuerzan la resistencia de los roedores al estrés. Es muy probable que este tipo de acciones ocurra también en la especie humana.
La «flora» intestinal envía señales al cerebro a través del nervio vago y modifica, de esta manera, el estado de ánimo.
Los estudios preliminares confirman la eficacia antidepresiva de los alimentos probióticos para la especie humana.
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