Las semillas son los órganos de diseminación de los
vegetales. Cada simiente contiene el embrión de la futura planta,
sustancias de reserva y una o más cubiertas protectoras. Las semillas se
forman después de que se produzca la fecundación en las flores y estas
se transformen para dar origen a los frutos. Se denomina diáspora a la
unidad funcional de diseminación, sean cuales sean las partes que la
integren: una o más semillas, bien acompañadas del fruto (o de una parte
de él), o bien unidas a otras estructuras de las flores o
inflorescencias.
Existe una gran diversidad morfológica en lo que se refiere a las diásporas, tanto en el tamaño como en la forma y ornamentación de sus cubiertas. Las más pequeñas son las de las orquídeas, con simientes ligeras como partículas de polvo; en el otro extremo hallamos las de algunas palmeras, que pueden pesar hasta 25 kilogramos. Además, una gran variedad de complementos proporcionan ingeniosos mecanismos para desplazar las diásporas a distancias que pueden llegar a ser kilométricas. Especies no relacionadas filogenéticamente pueden presentar la misma estrategia de dispersión, por lo que estas adaptaciones se interpretan como una convergencia evolutiva.
La anemocoria consiste en aprovechar la fuerza del viento para la diseminación. Permite recorrer grandes distancias, pero el resultado es aleatorio y por el camino se pierden numerosas semillas, que caen en ambientes hostiles donde no podrán germinar. Existe una gran variedad de apéndices, como aristas, coronas de pelos y coronas membranáceas, que facilitan la suspensión en el aire y alargan así la distancia recorrida.
La dispersión facilitada por los animales, o zoocoria, es una alternativa más segura que la anterior; como consecuencia, las plantas suelen formar menos diásporas y de mayor tamaño. Los frutos carnosos constituyen la adaptación más conocida en este tipo de diseminación. Los animales los ingieren junto a las semillas, que atraviesan el tubo digestivo sin verse alteradas y son liberadas con los excrementos, lejos de las plantas progenitoras.
Por último, hay un tipo de diseminación que se produce gracias a mecanismos de la propia planta, la autocoria, en la que las semillas son proyectadas como consecuencia de fuerzas internas. El proceso suele guardar relación con las tensiones que genera la desecación de las cubiertas de los frutos y que proporcionan la energía necesaria para lanzar las semillas hacia el exterior.
Roser Guardia
Investigación y Ciencia
Existe una gran diversidad morfológica en lo que se refiere a las diásporas, tanto en el tamaño como en la forma y ornamentación de sus cubiertas. Las más pequeñas son las de las orquídeas, con simientes ligeras como partículas de polvo; en el otro extremo hallamos las de algunas palmeras, que pueden pesar hasta 25 kilogramos. Además, una gran variedad de complementos proporcionan ingeniosos mecanismos para desplazar las diásporas a distancias que pueden llegar a ser kilométricas. Especies no relacionadas filogenéticamente pueden presentar la misma estrategia de dispersión, por lo que estas adaptaciones se interpretan como una convergencia evolutiva.
La anemocoria consiste en aprovechar la fuerza del viento para la diseminación. Permite recorrer grandes distancias, pero el resultado es aleatorio y por el camino se pierden numerosas semillas, que caen en ambientes hostiles donde no podrán germinar. Existe una gran variedad de apéndices, como aristas, coronas de pelos y coronas membranáceas, que facilitan la suspensión en el aire y alargan así la distancia recorrida.
La dispersión facilitada por los animales, o zoocoria, es una alternativa más segura que la anterior; como consecuencia, las plantas suelen formar menos diásporas y de mayor tamaño. Los frutos carnosos constituyen la adaptación más conocida en este tipo de diseminación. Los animales los ingieren junto a las semillas, que atraviesan el tubo digestivo sin verse alteradas y son liberadas con los excrementos, lejos de las plantas progenitoras.
Por último, hay un tipo de diseminación que se produce gracias a mecanismos de la propia planta, la autocoria, en la que las semillas son proyectadas como consecuencia de fuerzas internas. El proceso suele guardar relación con las tensiones que genera la desecación de las cubiertas de los frutos y que proporcionan la energía necesaria para lanzar las semillas hacia el exterior.
Roser Guardia
Investigación y Ciencia
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