La primera referencia sobre la estacionalidad de las enfermedades respiratorias infecciosas se registró alrededor del año 400 a.C., cuando el renombrado médico griego Hipócrates escribió el primer relato de una epidemia invernal de ese tipo de enfermedades. Desde entonces, hemos evaluado el efecto del cambio de estaciones en la prevalencia de las enfermedades respiratorias. Y con razón, porque incluso antes de la COVID-19, las enfermedades respiratorias tenían un profundo impacto en la salud mundial. Solo en los Estados Unidos la gripe ha causado hasta 61.000 muertes anuales desde 2010, según los Centros para el Control de Enfermedades de ese país, y la Organización Mundial de la Salud señala que en todo el mundo se producen 650.000 fallecimientos anuales asociados a la gripe estacional.
Hasta ahora, los científicos han identificado al menos nueve virus que pueden causar infección de las vías respiratorias y que, en las regiones templadas, muestran una estacionalidad en los brotes. Tres de ellos, la gripe, el coronavirus humano y el virus respiratorio sincitial humano, alcanzan claramente su punto álgido en los meses de invierno.
Una posibilidad obvia es que los cambios estacionales en el clima causen en sí mismos el pico en las enfermedades respiratorias. Sin embargo, la realidad puede ser mucho más compleja. De hecho, es más probable que la respuesta a la aparición estacional de enfermedades esté más vinculada a nuestros ambientes interiores que a los exteriores.
Hoy en día, la mayoría de nosotros pasamos hasta el 90 por ciento de nuestro tiempo en espacios cerrados. Se trata de una cuestión relevante, porque durante el último siglo nuestros edificios se han vuelto más sofisticados, con la introducción de sistemas de calefacción central y el desarrollo de cubiertas de edificios cada vez más herméticas y aisladas. El resultado es que estamos cada vez más desconectados de las fluctuaciones climáticas diarias y estacionales del exterior, especialmente en invierno. Las investigaciones, incluidas las nuestras, están empezando a demostrar que existe una relación entre la transmisión aérea de enfermedades y la temperatura y la humedad, las cuales varían tanto en los ambientes interiores como en los exteriores.
Es obvio que en invierno la calefacción causa una diferencia entre la temperatura interior y la exterior. Pero lo que estamos observando cada vez más es que al calentar nuestros edificios estamos causando una reducción en el nivel de humedad relativa interior, lo que tiene un impacto significativo en la propagación de las enfermedades. Por ejemplo, las mediciones de la humedad interior de 40 apartamentos residenciales de Nueva York y de seis edificios comerciales de alta calidad del Medio Oeste de EE.UU. demostraron que la humedad relativa interior se redujo a menos del 24 por ciento en invierno. En otras palabras, los datos indican que cuando el aire frío y con poca humedad del exterior se lleva al interior y se calienta a una temperatura de entre 20 y 24 grados centígrados, la humedad relativa interior cae en picado.
Este aire más seco facilita el camino a los virus que se transmiten a través del aire, como el SARS-CoV-2, el patógeno responsable de la COVID-19. El aire cálido y seco también reduce la capacidad de los cilios (proyecciones similares al vello) de las células que recubren nuestras vías respiratorias para eliminar las partículas víricas e impedir que lleguen a los pulmones. Y, por último, nuestras investigaciones indican que la capacidad del sistema inmunitario para responder a los patógenos disminuye en los ambientes más secos.
Llamada a la acción
Mientras la pandemia de COVID-19 continúa en primavera y verano, estas investigaciones podrían desempeñar un papel vital en la forma en que manejamos y finalmente superamos la enfermedad. Por ello, junto con otros especialistas en inmunobiología y control de infecciones estamos instando a la comunidad científica a que apoye nuestra petición a la OMS para que tenga en cuenta en el debate sobre la salud mundial el vínculo entre la humedad del aire interior y la transmisión de los virus, incluido el SARS-CoV-2. Pedimos que la OMS elabore directrices claras sobre el límite inferior mínimo de humedad del aire en los edificios.
Esperamos que con esta medida se reduzca la propagación de los virus transmitidos por el aire y se proteja a los residentes, estudiantes, pacientes y empleados, lo que resulta crucial en los edificios públicos, como las residencias de ancianos, los hospitales, las escuelas y las oficinas. No se trata solo de hacer que Estados Unidos y el mundo vuelvan al trabajo. También se trata de ofrecer protección a los trabajadores de la salud, 8945 de los cuales ya han contraído el virus solo en EE.UU. Aunque por supuesto en la transmisión del virus interviene un complejo conjunto de condiciones, ahora sabemos lo suficiente sobre el impacto de la humedad relativa interior para que se la considere un factor importante. El control del aire interior es la próxima frontera para mejorar la salud humana y reducir la transmisión vírica. Puedes expresar tu apoyo a la petición a la Organización Mundial de la Salud aquí.
Akiko Iwasaki
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