En una fecha tan próxima como el siglo XVIII, la gente no creía en la existencia de meteoritos. Los científicos ingleses y franceses, tampoco lo hacían.
Para ellos, los meteoritos eran hipótesis tan exóticas como las son hoy las de abducciones extraterrestres. Pero el 13 de septiembre de 1768, esta idea empezó a cambiar ante la clara evidencia.
El meteorito francés
Muchas personas fueron testigos, en la fecha citada, de la caída de un meteorito grande de tres kilogramos y medio de masa en Lucé, País del Loira, Francia.
También tres miembros de la Academia Real de Ciencias, entre ellos el joven químico, biólogo y economista francés Antoine Lavoisier, fueron enviados a investigar el evento.
Los científicos estaban tan cerrados a la idea de que material extraterrestre pudiera llegar del cielo que teorizaron que lo allí ocurrido había sido la caída de un rayo que había desprendido un pedazo de arenisca sobre el suelo
El 16 de junio de 1794, otro gran meteorito explotó sobre el Siena. Muchos nobles y académicos ingleses fueron testigos del evento. Y, de hecho, esta fue la primera caída de meteorito en ser aceptada, en cierto sentido, como genuina, tal y como explica David Wooton en el libro La invención de la ciencia:
Ayudó a ello que había muchos testigos, y que eran cultos y ricos. Ayudó el que los testimonios se publicaran. Pero también ayudó el que horas antes de que cayera el meteorito, el Vesubio, situado a 320 kilómetros de distancia, había entrado en erupción; de mood que fue posible imaginar que las rocas habían salido disparadas de Vesubio, aunque cayeron del cielo septentrional, no del meridional. Esto era claramente preferible a imaginar que habían caído desde el espacio exterior.
Hoy día ya sabemos que los meteoritos son reales. Es más: la Tierra recibe alrededor de 100 toneladas de materia extraterrestre en forma de granos de polvo al día. El 99 % de esos granos tienen un tamaño aproximado de entre 0,05 y 0,5 milímetros.
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