Para formar un planeta habitable se requieren una estrella de larga vida, una órbita estable, una ubicación a la distancia correcta del astro, de suerte que el planeta no se encuentre demasiado caliente ni demasiado frío, así como agua y carbono en la superficie. Esas vendrían a ser las condiciones necesarias. Para el advenimiento de Homo sapiens se exigieron, además, numerosas transiciones clave que terminarían por entregarle el dominio del planeta entero.
La primera fue la transición de lo inerte a lo vivo. Mark Maslin recuerda el testimonio de estructuras celulares procedentes de la formación australiana de Strelley Pool, de hace unos 3460 millones de años. Con posterioridad a la publicación del libro se han descubierto microfósiles más antiguos, de hace entre 4280 y 3770 millones de años, en una formación rocosa de Quebec. Se trata de tubos y filamentos de hematites que apuntarían a restos de bacterias que medraron en chimeneas hidrotermales submarinas.
Hace 2400 millones de años se produjo el episodio de la Gran Oxidación. Hasta entonces solo hubo en la Tierra organismos procariotas. Aquellos dotados de núcleo diferenciado, los eucariotas, emergieron hace entre 2100 y 1600 millones de años, tras la fusión de dos tipos de procariotas, de acuerdo con la tesis esbozada por Lynn Margulis sobre la simbiosis. Constituyen la base de todos los organismos multicelulares.
Se supone que los especímenes animales más simples se abrieron paso hace 600 millones de años. Sin embargo, los grandes phyla aparecieron durante el período de rápida diversificación en la explosión del Cámbrico, el cual comenzó hace unos 541 millones de años —inicio de lo que se conoce como eón Fanerozoico— y duró unos 40 millones de años. Algunas de las formas extraordinarias que existieron durante ese tiempo quedaron registradas en las comunidades de Burgess Shale y en las de Chengjiang. Esa asamblea de organismos incluía una rama, los vertebrados, que adquirieron médula ósea.
Transición determinante también fue la extinción de los dinosaurios, hace unos 66 millones de años. Durante un período de intensa actividad volcánica se arrojaron cantidades ingentes de lava; estas produjeron los traps del Decán y, combinado con el impacto meteorítico en Chicxulub, causaron una mortandad generalizada. Con todo, la extinción permitió la evolución y proliferación de mamíferos y la emergencia de los primeros antepasados de los primates. Rasgos exclusivos de los mamíferos son las glándulas mamarias, productoras de leche, y poseer pelo o cuero, así como tres huesos en el oído interno —los cuales evolucionaron a partir de la mandíbula de los reptiles— y neocorteza. Esta constituye una región del cerebro que controla las funciones superiores, como la percepción sensorial, la generación de órdenes motoras, el razonamiento espacial y, en los humanos, el pensamiento consciente y el lenguaje.
Unos diez millones de años después de la extinción de los dinosaurios, durante un período de un notable calentamiento global, comenzaron a aparecer los antropoides (primates y monos). Empezaron a vivir en grupos extensos, lo que significaba que cada animal tenía que negociar redes complejas de amistad, jerarquía y rivalidad. Se supone que eso tuvo una incidencia crucial en la adquisición de un cerebro más poderoso en los homininos, nuestros antepasados (Ardipithecus, Australopithecus, Homo).
La tectónica causa cambios significativos en el clima, hidrología y cubierta vegetal, global y regionalmente. El cambio climático a largo plazo ocurrido en África oriental estaba controlado por la formación progresiva del valle del Rift, que condujo a una aridez creciente, una fragmentación de la vegetación y el desarrollo consiguiente de cuencas lagunares. Hubo períodos de variabilidad climática extrema cada 400.000 u 800.000 años. Los cambios ambientales afectarían de manera diferente a las especies especialistas y a las generalistas. Durante los períodos secos, las tasas de extinción de los organismos especialistas aumentarían a medida que tuvieran que luchar por el alimento, tras perder su nicho ecológico y su ventaja competitiva. Por el contrario, las especies generalistas sufrirían una tasa menor de extinción porque estarían más adaptadas a la búsqueda de alimentos en períodos estresantes [véase «Cambios climáticos y evolución humana», por Peter B. deMenocal; Investigación y Ciencia, noviembre de 2014].
El origen exacto de los homininos es objeto de controversia. Entre hace diez y cinco millones de años adquirieron capacidad de deambular. Contemporáneamente, chimpancés y gorilas se desenvolvían mejor trepando por los árboles y apoyándose en los nudillos cuando estaban en el suelo. El bipedalismo permitió a nuestros antepasados salir de su enclave en el oriente africano. Algunos de estos primeros homininos utilizaban ya herramientas de piedras hace, al menos, unos 3,3 millones de años. Hace unos dos millones de años aparecieron nuevas especies de homininos cuyo cerebro había crecido un 8 por ciento con respecto al de sus antepasados. Por vez primera, se aventuraron fuera de África. Ese mayor cerebro vino acompañado por otros cambios que afectaron a la historia vital (acortamiento del intervalo entre nacimientos), tamaño corporal, forma de la pelvis y una morfología de los hombros que propiciaría el uso de proyectiles. Estas especies se adaptaron a largas caminatas, adquirieron flexibilidad ecológica y conducta social, incluido el procesamiento de la alimentación [véase «A golpe de suerte», por Ian Tattersall; Investigación y Ciencia, noviembre de 2014].
Los descubrimientos de los últimos decenios han incrementado de manera notable el registro fósil de homininos. Desde 1987 se ha sugerido la incorporación de 13 especies y cuatro géneros nuevos. Sobresalen los hallazgos de Atapuerca, Dmanisi (Georgia), Hadar (Etiopía) y Rising Star (Sudáfrica). Merced al refinamiento de nuevas técnicas de datación se ha ido alcanzando una mayor precisión cronológica que vincula fenotipos con el entorno. Agreguemos que el análisis genético ha sacado a la luz la existencia de un fluido intercambio sexual entre especies de homininos, lo que ha supuesto el cuarteamiento de los rígidos árboles filogenéticos [véase «Híbridos humanos», por Michael F. Hammer; Investigación y Ciencia, julio de 2013].
Tras la aparición de los protohomininos, representados por Sahelanthropus, Orrorin y Ardipithecus, hace entre cuatro y siete millones de años, llegaría el género Australopithecus, hace unos cuatro millones de años. Emergerían luego los géneros Homo y Paranthropus, en torno a la frontera Plioceno-Pleistoceno, hace entre 2,8 y 2,5 millones de años. Homo erectus entraría en escena hace 1,8 millones de años y Homo heidelbergensis, hace unos 800.000 años.
Por fin, hace unos 200.000 años, emergió Homo sapiens en África oriental. Se dispersó luego por Eurasia. Hasta hace 100.000 años no afloran indicios de creatividad, que comienzan a consolidarse desde hace 50.000 años en manifestaciones de arte, ornamentación y pensamiento simbólico, expresiones que van ganando en complejidad y frecuencia. Demuestran que se generaba conocimiento que se transmitía a la generación siguiente. La cultura se estaba haciendo acumulativa y crecía con cada nueva generación. Y empezó la agricultura, luego la urbanización y, por fin, la ciencia.
Luís Alonso para IyC