Son
muchas las causas de que no durmamos lo suficiente: lo temprano de la escuela o
el trabajo, la duración de los desplazamientos o los alimentos y bebidas con
cafeína. Pero a menudo pasa inadvertida la primordial, a saber, la luz
eléctrica. Sin ella, casi nadie tomaría cafeína para mantenerse despierto por
la noche. Y afecta a nuestros ritmos circadianos más poderosamente que ninguna
droga.
El ojo desempeña varias funciones (como el oído, que cumple dos, la audición y
el equilibrio). Sus bastones y conos hacen posible la visión; sus células
ganglionares retinianas intrínsecamente fotosensibles (CGRif), dotadas del
fotopigmento melanopsina, son responsables de la respuesta de la pupila a la
luz, de reponer fóticamente el reloj circadiano y de otras respuestas de
«visión ciega» [véase «Ciegos con
visión», por Beatrice De Gelder; Investigación y Ciencia, julio de 2010]. La luz artificial que incide
en la retina entre la caída de la noche y el amanecer siguiente ejerce, por
visión ciega, diferentes efectos fisiológicos. Inhibe las neuronas inductoras
del sueño, activa en el hipotálamo las orexínicas, que promueven la vigilia, y
suprime la liberación nocturna de melatonina, una hormona soporífera. Estos
factores reducen la somnolencia, nos mantienen alerta y trastornan nuestro
dormir.
Paradójicamente,
el máximo diario de energía para la vigilia, regida desde el reloj circadiano
central, ubicado en el núcleo supraquiasmático (NSQ) del hipotálamo, no se
alcanza al comenzar la vigilia, sino cerca de su final; ello proporciona un
«segundo aliento» que nos mantiene activos al avanzar el día. Es probable que
antes del uso generalizado de la luz eléctrica, este segundo aliento se
experimentase a media tarde y mantuviera activo al individuo hasta caer la
noche. Pero la exposición a la luz tras la puesta de sol informa al NSQ que «es
de día», reponiendo «en hora» el reloj circadiano, posponiendo el «segundo
aliento» y retrasando el comienzo de la secreción de melatonina. En
consecuencia, son muchos los que siguen a medianoche pendientes de mensajes
electrónicos, estudiando, haciendo tareas domésticas o viendo la tele, sin
apenas caer en la cuenta de que están a mitad de la noche solar. La tecnología
nos ha desacoplado del día natural de 24 horas hacia el que evolucionó nuestro
organismo, y ha hecho que nos acostemos más tarde. Y por la mañana, recurrimos
a la cafeína para empezar el día tan tempranamente como siempre hicimos, a
costa del sueño.
Investigación & Ciencia
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