sábado, 23 de abril de 2016

experimento con humo


Nosotros lo hicimos en el Club de Ciencias y funcionó espectcularmente.

Nacho Padró

III Premi Leonardo


Obrim aquesta tercera edició del Premi Leonardo amb una proposta capaç de resistir les càrregues més fortes, un repte en el que la enginyeria civil de tots els temps ha posat tota la seva energia i que ha permès unir civilitzacions, escurçar camins i arribar als llocs més insospitats del planeta, com sempre una proposta inspirada en els dissenys i creacions de Leonardo Da Vinci.

Un pont és una estructura construïda per a salvar un obstacle físic, un riu, una vall, una carretera,etc. Tot passant-hi per damunt, els ponts normalment estan fets de formigó, maçoneria o acer tot i que també n’hi ha de fets amb altres metalls, fusta, cordes, canyes de bambú o materials compostos moderns. Els ponts més antics foren  segurament construïts amb canyes, troncs i taulons i usant eventualment també pedres, els arcs es van usar a l’imperi Romà en nombroses construccions

1.          Els grups participants hauran de construir un pont capaç de resistir la màxima  càrrega possible en el seu punt central, per fer-ho només es poden utilitzar dos materials exclusivament que podeu aconseguir de forma fàcil i econòmica : 500g d’espaguetis i cola blanca. (Els espaguetis poden  ser fins o normals)
2.         El pont ha de superar una llum de 40 cm, i el dia de la prova s’anirà incorporant càrrega fins que es trenqui.

El dia 21 d'abril ens vam juntar per tal de fer la prova i es van presentar uns quants models:





Pero una vegada fetes les proves de càrrega ens ens van sortir dos guanyadors: al millor diseny (que va soportar més de 7 kg d'aigua)


I el més resistent, que va arribar a soportar 9 kg d'aigua sense trencar-se:




A tots els participants, moltes gràcies pel bon moment que vam passar i als guanyadors moltes felicitats.


Nacho Padró




jueves, 21 de abril de 2016

El origen astroquímico de los sistemas planetarios y la vida

El Sol y su sistema planetario nacieron hace 4600 millones de años como consecuencia del colapso gravitatorio de una nube interestelar de gas y polvo. Hoy, nuestro planeta y otros cuerpos del sistema solar exhiben una riqueza química extraordinaria, con especies moleculares complejas que incluso han propiciado la aparición de vida en la Tierra. ¿De dónde surgió esa variedad molecular? ¿Es común en el universo, o constituye nuestro entorno cósmico más bien una excepción?
Aunque no podemos dar marcha atrás en el tiempo para observar la formación del Sol, desde hace unos años hemos comenzado a reconstruir su historia fisicoquímica por otros medios. La puesta en marcha de grandes observatorios infrarrojos, milimétricos y submilimétricos nos ha brindado la ocasión de analizar con un detalle sin precedentes numerosas protoestrellas y sistemas protoplanetarios de nuestra galaxia. Muchos de ellos se asemejan al sistema solar primitivo, por lo que nos ofrecen una instantánea del Sol y su entorno en distintos momentos de su pasado. Tomadas en conjunto, esas observaciones nos están permitiendo hilvanar la secuencia de procesos fisicos y químicos que tuvieron lugar durante el nacimiento y la infancia del sistema solar.
La composición de las nubes interestelares distantes puede además cotejarse con la de los cometas y meteoritos de nuestro entorno, ya que estos conservan muchas de las propiedades químicas de la nebulosa presolar. Otra valiosa fuente de información procede del estudio de exoplanetas, cuyas características químicas, incluida la composición de algunas de sus atmósferas, ya han comenzado a medirse con cierto detalle.
Todas esas investigaciones no solo han demostrado que las nubes interestelares presentan una enorme diversidad de moléculas, sino que la complejidad química del medio aumenta progresivamente a medida que avanza el proceso de formación estelar. Hoy sabemos que los discos protoplanetarios contienen moléculas complejas en una variedad y abundancia suficientes para permitir la formación de aminoácidos, las piezas básicas de la vida. Poseen además grandes cantidades de agua; en algunos casos, la suficiente para dotar de ella a todos los cuerpos de un sistema planetario como el nuestro. Tenemos, pues, los ingredientes básicos para permitir la aparición de formas de vida simples en un medio acuoso. Si a ello sumamos la universalidad de los procesos químicos observados, la abundancia de planetas en la galaxia y la robustez de la vida, que en la Tierra se ha demostrado capaz de resistir enormes cataclismos, nos vemos conducidos a concluir que la vida debería constituir un fenómeno muy común en el cosmos.


En síntesis

Gracias a nuevos telescopios y experimentos de laboratorio, los astrónomos están comenzando a trazar los procesos químicos que median entre el colapso de las nubes interestelares y la formación de los sistemas planetarios.
En el medio interestelar se han detectado más de 180 especies moleculares, de las que medio centenar contienen 6 átomos o más. Esa riqueza química se incrementa aún más durante la formación de protoestrellas y discos protoplanetarios.
Varios estudios han revelado que las moléculas orgánicas complejas constituyen un ingrediente común en la gestación de los sistemas planetarios. Ello apunta a que la vida podría tener raíces interes­telares y ser muy común en el universo.

Rafael Bachiller para IyC

(In)trascendencia cósmica

Vivimos en un pequeño planeta que orbita alrededor de una estrella solitaria y de mediana edad: una más de los 200.000 millones de estrellas que pueblan el descomunal remolino de materia de la Vía Láctea. A su vez, nuestra galaxia no es más que una de entre los cientos de miles de millones de estructuras similares que se calcula que existen en el universo observable, el cual se extiende 430.000.000.000.000.000.000.000 (4,3·1023) kilómetros en todas las direcciones del espacio.
Desde nuestro irrisorio punto de vista, hablamos de una cantidad inconcebible de materia y de espacio. En lo que respecta al tiempo, la especie humana surgió de la noche a la mañana en el último instante de la vasta historia cósmica. Y todo indica que el universo tiene por delante un futuro mucho más amplio, del que podremos formar parte o no. Ante semejante perspectiva, el afán por hallar nuestro lugar en el cosmos puede parecer una broma colosal. Hemos de ser muy estúpidos para pensar que algún día encontraremos algo que nos haga importantes.
Y, sin embargo, eso es lo que intentamos hacer, a pesar de nuestra aparente mediocridad. Esta se hizo evidente hace 500 años, cuando Copérnico expulsó la Tierra del centro del sistema solar. La idea dio lugar a uno de los principios rectores de la ciencia de los últimos siglos y, hasta hoy, representa una guía fundamental en nuestro camino para discernir la estructura subyacente del cosmos y la naturaleza de la realidad.
A la hora de tasar nuestra importancia, nos enfrentamos a un dilema: algunos hallazgos y teorías parecen indicar que la vida constituye un fenómeno ordinario; otros, sin embargo, sugieren justo lo contrario. ¿Cómo organizar lo que sabemos sobre el cosmos —desde las bacterias hasta la gran explosión— para esclarecer si somos o no especiales? A medida que aprendemos más sobre nuestro lugar en el universo, ¿qué implicaciones surgen en nuestra búsqueda de vida más allá de la Tierra? ¿Qué pasos debemos dar?

En síntesis
La Tierra orbita alrededor de una de los cientos de miles de millones de estrellas de la Vía Láctea, una galaxia de tantas. Esta circunstancia encaja con el principio copernicano, según el cual ocupamos un lugar mediocre en el cosmos.
Sin embargo, nuestro planeta parece reunir un conjunto de características orbitales privilegiadas. Además, algunas constantes fundamentales de la naturaleza parecen ajustadas para permitir la existencia de los planetas y de la vida.
Para entender nuestra importancia o insignificancia cósmica, así como para evaluar la posibilidad de que en el universo existan otras formas de vida, los expertos habrán de reconciliar estas dos ideas aparentemente contradictorias.

Caleb Schaf para IyC

El color de las plantas extraterrestres

La posibilidad de hallar vida extraterrestre ya no pertenece sólo al ámbito de la fantasía científica o de los cazadores de ovnis. En lugar de esperar a que vengan los alienígenas, somos nosotros quienes los estamos buscando. Puede que no descubramos civilizaciones técnicamente avanzadas, pero podemos rastrear "bioseñales", señales físicas y químicas de procesos biológicos fundamentales. Allende el sistema solar, los astrónomos han descubierto más de 200 mundos que orbitan alrededor de otras estrellas. Nos referimos a los planetas extrasolares. Aunque no sabemos todavía si esos planetas albergan vida, descubrirlo es sólo cuestión de tiempo. En julio de 2007, se confirmó la presencia de vapor de agua en un planeta extrasolar, al observar el paso de la luz de las estrellas a través de la atmósfera del planeta. En la actualidad, las agencias espaciales están desarrollando telescopios para buscar, mediante la observación de espectros lumínicos, signos de vida en planetas del tamaño de la Tierra.
La fotosíntesis, por ejemplo, produciría bioseñales conspicuas. ¿Cuál es la probabilidad de que opere la fotosíntesis en otro planeta? Muy elevada. En la Tierra, el proceso resulta tan eficaz, que constituye el fundamento de casi toda forma de vida. Aunque ciertos organismos viven gracias al calor y el metano que arrojan los humeros hidrotermales oceánicos, los ricos ecosistemas de la superficie del planeta dependen de la luz solar.

¿Dónde están?

¿Habrá otras civilizaciones en el universo? La pregunta ha fascinado durante siglos a la humanidad y, aunque todavía no se le pueda dar una respuesta definitiva, hay datos recientes que han vuelto a ponerla de actualidad. El principal de ellos es la confirmación de que existen planetas fuera de nuestro sistema solar, lo que requirió muchos esfuerzos y varias salidas en falso.
En los últimos cinco años se ha descubierto que son más de tres docenas las estrellas parecidas al Sol que tienen planetas de tamaño semejante al de Júpiter. Aunque todavía no haya aparecido ninguno como la Tierra, se confía en que su número sea cuantioso. Dado que los planetas son necesarios para el origen y la evolución de la vida, estos notables descubrimientos refuerzan ciertamente la generalizada opinión de que la vida se extiende por todo el universo. Los progresos logrados en la comprensión de la historia de la biosfera terrestre respaldan tal creencia, al revelar el ritmo con que aquí se fue asentando la vida. Unas bacterias fosilizadas, descubiertas en 1993 por J. William Schopf en rocas del oeste de Australia de hace 3500 millones de años, son las pruebas directas de vida más antiguas de que se dispone. Estos organismos ya eran bastante avanzados y tendrían que haber pasado por un largo período evolutivo previo. Si el fenómeno vital fuese autóctono de la Tierra, su inicio se produciría hace unos cuatro mil millones de años.

Ian Crawford para IyC

El sino de la vida en el universo

La vida eterna es creencia central en muchas religiones. A menudo se la asocia a un Valhalla espiritual, una existencia sin dolor, muerte, preocupaciones o males, un mundo distinto de la realidad física. Pero existe otra clas de vida eterna que anhelamos, una en el reino temporal. Escribía Charles Darwin en el epílogo de su libro Sobre el origen de las especies: "Puesto que todas las formas de vida presentes son descendientes por línea directa de las que vivieron antes del período cámbrico, podemos estar seguros de que la sucesión ordinaria por generación no se ha cortado nunca... Por tanto, podemos contemplar con alguna confianza la seguridad de un dilatado futuro."
El Sol acabará por agotar su reserva de hidrógeno. La vida tal como la conocemos en nuestro planeta terminará. Pero la raza humana se amolda. Nuestra descendencia buscará nuevos hogares, propagándose por todos los rincones del universo de la misma suerte que los organismos han colonizado todos los nichos posibles en la Tierra. La muerte y el mal se cobrarán su tributo; quizá persistan dolor y angustia, aunque nuestra progenie sabrá sobrellevarlos.
O tal vez no. Los científicos andan lejos de entender las bases físicas de la vida y el devenir del universo; pese a ello, pueden aventurar algunas hipótesis razonables sobre el destino de los seres vivos. Las observaciones cosmológicas actuales indican que el universo continuará expandiéndose por siempre, en vez de crecer hasta un tamaño máximo para luego contraerse, según se pensaba antes.
Por tanto, no estamos condenados a perecer en una violenta "gran implosión" en la que se borrara cualquier vestigio de nuestra civilización actual o futura. A primera vista, la expansión perpetua es motivo de optimismo. ¿Qué podría impedir que una civilización avanzada explotara recursos sin término para sobrevivir indefinidamente?

 Krauss, Lawrence M. y Starkman, Glenn D para IyC

La búsqueda de vida extraterrestre

En los últimos decenios el hombre ha comenzado, de forma rigurosa y sistemática, la búsqueda de señales de vida en otros lugares. No se ha encontrado todavía ningún organismo a extramuros de la Tierra, pero hay motivos para mantener la fe. Sondas espaciales han identificado mundos donde la vida pudo otrora haber hallado un asidero, a pesar de que en nuestros días ya no florezca allí. La nave Galileo detectó signos claros de vida al pasar cerca de la Tierra, lo que nos reafirma en que somos capaces de olfatear ciertas formas de vida, cuando menos. Y se siguen acumulando indicios que inducen a pensar que en el universo abundan los sistemas planetarios parecidos al nuestro.
Hasta ahora, la inquisición sobre la búsqueda de vida en otros lugares del sistema solar se ha limitado a abordar el problema desde el punto de vista químico. Los seres humanos, y cualquier otro organismo de la Tierra, constan de agua líquida y moléculas orgánicas. (Las moléculas orgánicas son compuestos que contienen carbono, descontados el dióxido y el monóxido de carbono.) Una estrategia de exploración poco ambiciosa, que buscase condiciones necesarias, ya que no suficientes, podría comenzar por el rastreo de agua líquida y moléculas orgánicas. Tal estrategia pasaría por alto formas de vida que ignoramos, pero eso no significa que seamos incapaces de detectarlas por otros medios. Si una jirafa de bioquímica silícea se hubiera acercado a los Viking posados en Marte, se habría registrado su imagen.

Carl Sagan para IyC

La vida en el universo

Lo cuenta el escritor norteamericano del siglo pasado Walt Whitman en un poema famoso. El vate, cansado y aburrido con los mapas y diagramas del sabio, les da carpetazo y sale a mirar por su cuenta, "en perfecto silencio, a las estrellas". Conducta ésta que siempre dejó amargo regusto en cuantos astrónomos leyeron el poema. El sentido de la belleza y la admiración por lo grandioso no se atrofian con el trabajo. Un cielo estrellado conmueve, por igual, a poetas y físicos. A la par que se adentra en la naturaleza, el científico refina su sensibilidad, atraído cada vez más por los misterios que se le resisten.
Las estrellas cercanas que Whitman contemplaba sin ayuda del telescopio han perdido buena parte de su misterio. Enormes programas de ordenador simulan las reacciones nucleares de los interiores estelares y remedan el flujo de energía por convección y radiación hasta la superficie visible, para explicar su aspecto actual y la evolución que sufrieron. La observación de los rayos gamma y los neutrinos provenientes de la supernova de la Gran Nube de Magallanes, en 1987, supuso una confirmación espectacular de la teoría sobre la estructura y evolución de las estrellas.

Steven Weinberg para IyC

domingo, 17 de abril de 2016

Los anillos de un supersaturno


Gran parte de la astronomía se hace en los despachos y observatorios de los científicos. Pero las teorías más apasionantes las encontraremos donde se baja la guardia y las ideas más atrevidas campan a sus anchas. No es casualidad que, para dar con uno de los mejores bares de Tucson —el 1702, por el número que ocupa en su calle—, haya que ir no muy lejos del Observatorio Steward de la Universidad de Arizona. Fue allí donde mi colega Eric Mamajek, de la Universidad de Rochester, me mostró algo que nos llevó a embarcarnos en la búsqueda del primer planeta anillado fuera de nuestro sistema solar; una búsqueda que se realizaría tanto con los telescopios más modernos del mundo como mediante observaciones astronómicas ya centenarias. Como resultado de nuestra investigación, no solo encontramos un sistema de anillos mucho mayor que el de Saturno, sino también lo que parece ser una luna recién nacida.
El descubrimiento de los anillos
La historia comienza en 2011, año en que Mamajek y Marcos Pécaut, que por entonces era estudiante de doctorado suyo, elaboraban en Rochester un catálogo de estrellas muy jóvenes cercanas a la Tierra. Para calcular las edades de las estrellas candidatas, Mamajek y Pécaut se basaban en sus velocidades de rotación. Las estrellas más jóvenes giran más rápido que las de mayor edad; la rotación se cronometra observando cómo aparecen y desaparecen de nuestra vista las manchas estelares (regiones más oscuras y frías en la superficie del astro).
Una de las candidatas a figurar en el catálogo no tenía nombre, solo un código formado a partir de los instrumentos que la habían observado y de su posición en el cielo (en la constelación del Centauro): 1SWASP J140747.93-394542.6. Ahora, para abreviar, la llamamos J1407. Al igual que las demás estrellas del estudio, estaba demasiado lejos como para poder ver sus manchas directamente; por eso, Mamajek y Pécaut buscaron en su curva de luz (la gráfica de su brillo a lo largo del tiempo) las pequeñas caídas de luminosidad que se producen cuando las manchas aparecen en nuestro campo de visión y reducen la luz de la estrella. También los planetas pueden causar tales caídas de brillo cuando, vistos desde la Tierra, transitan por delante de su estrella anfitriona. Mamajek y Pécaut encontraron la curva de J1407 en la base de datos del proyecto SuperWASP, una búsqueda de planetas por medio de cámaras que hasta la fecha ha encontrado más de 100 planetas en tránsito mediante la observación de unos 31 millones de estrellas.
La curva de luz indicaba que, en efecto, J1407 era una estrella joven que giraba rápidamente. Pero también reveló algo más. Una ojeada rápida a la curva de luz obtenida por SuperWASP mostró que, en 2007, esta estrella —por lo demás bastante corriente— parpadeó muchas noches siguiendo una pauta impredecible y luego se oscureció repetidas veces, llegando a ser casi invisible durante una semana, antes de recuperar finalmente su brillo habitual. Los datos de otros años no exhibían una variación semejante en el brillo de la estrella. Ese extraño suceso no llamó demasiado la atención en 2007, de modo que la curva permaneció relegada en los archivos. Pero, tras verla en 2011, Mamajek no pudo olvidarse de ella.
«Colgué una copia de la curva de luz en la pared de mi despacho y estuve mirándola durante semanas», rememoraba a mi lado en el bar de Tucson. «La estructura y esos detalles tan extraños eran únicos. ¿Qué podía haber provocado esos rápidos cambios en el brillo de la estrella?»
Poco después de aquella conversación empezamos a trabajar juntos para resolver el misterio. Descartamos rápidamente las explicaciones más simples, como algún problema en las cámaras de SuperWASP o unas malas condiciones de observación. Fuera lo que fuese lo que había provocado el misterioso oscurecimiento de J1407, no se encontraba en la Tierra.

IyC

¿Materia Oscura Supermasiva?

La mayoría de los modelos que intentan explicar la naturaleza de la materia oscura postulan que sus partículas deberían tener una masa no muy lejana de la de bosón de Higgs. En parte, ello se debe a que, de ser así, la materia oscura ayudaría a resolver uno de los grandes problemas conceptuales del modelo estándar: el llamado «problema de las jerarquías», o por qué la masa del bosón de Higgs (125 gigaelectronvoltios, o GeV) se encuentra tan alejada de la escala de Planck (1019 GeV). Este problema aparece porque, en general, los efectos cuánticos deberían «engordar» el bosón de Higgs y hacer que su masa se acercase a la escala a la que comenzasen a aparecer nuevos fenómenos físicos. Pero, si estos no surgen hasta la escala de Planck (la energía a la cual deberían empezar a observarse los efectos cuánticos de la gravedad), ¿por qué la masa del bosón de Higgs es casi un trillón de veces menor?
Así pues, los modelos tradicionales de materia oscura hacen encajar todas las piezas: por un lado, se sabe que el modelo estándar no puede proporcionar una descripción completa de la naturaleza porque, entre otras cosas, no explica la materia oscura; y, por otro, una partícula de materia oscura con una masa cercana a la del bosón de Higgs ayudaría a entender el propio modelo estándar. Dichos modelos cuentan además con otra gran ventaja: si las partículas de materia oscura no fuesen mucho más pesadas que el bosón de Higgs, tal vez podrían aparecer pronto en los grandes aceleradores de partículas, como el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) del CERN.
Sin embargo, a pesar de todas las expectativas teóricas y de todos los argumentos basados en la «naturalidad» del modelo estándar, nada obliga a que la naturaleza funcione así. ¿Y si las partículas de materia oscura tuviesen una masa cercana a la escala de Planck? Hasta ahora, esta posibilidad ha sido poco explorada por los investigadores porque, de ser el caso, sería imposible producir partículas de materia oscura en el LHC o en cualquier otro acelerador futuro. Es decir, se trataría de modelos extraordinariamente difíciles de confirmar o refutar por medio de cualquier experimento.
En un artículo publicado hace unos días en Physical Review Letters, Mathias Garny, físico del CERN, y otros investigadores señalan que ese no tendría por qué ser necesariamente el caso. Los autores consideran un modelo muy sencillo en el que la materia oscura se compone de partículas con una masa muy cercana a la escala de Planck y que solo interaccionan con la materia ordinaria por medio de la gravedad. Aunque a primera vista parece que algo así sería imposible de contrastar por medio de las observaciones, Garny y sus colaboradores apuntan una interesante consecuencia: la producción de partículas tan masivas en el universo primitivo tendría que haber generado una gran cantidad de ondas gravitacionales. Y estas, a su vez, habrían dejado una impronta medible en el fondo cósmico de microondas.

Filamentos de materia oscura: Los astrónomos saben desde hace décadas que cerca del 85 por ciento de toda la materia existente en el cosmos no se compone de partículas ordinarias. Un nuevo trabajo ha argumentado que cierto modelo de materia oscura supermasiva, una posibilidad poco explorada hasta ahora por los investigadores, podría ser confirmado o refutado mediante un estudio detallado del fondo cósmico de microondas. [Stefan Gottloeber, Instituto Leibniz de Astrofísica de Potsdam; Chris Henze, NASA/Ames.]

Dicha huella sería del mismo tipo que la que hace dos años creyeron haber detectado los investigadores del experimento BICEP2, en la Antártida. Meses después de aquel famoso anuncio, la mayor parte de la señal observada por BICEP2 se demostró consecuencia de las emisiones del polvo galáctico, no de las ondas gravitacionales primigenias. Sin embargo, los expertos aún no han descartado por completo que en el fondo de microondas pueda subsistir una pequeña huella asociada a dichas ondas. En su artículo, Garny y sus colaboradores deducen que, si la materia oscura se compusiese de partículas con una masa cercana a la escala de Planck, la correspondiente señal debería aparecer muy pronto en los datos del fondo de microondas.
Más información en Physical Review Letters (el artículo técnico es de acceso libre) y Physics.
—IyC

¿Y si una civilización alienígena estuviese estudiando nuestro planeta?

Desde 2009, el telescopio espacial Kepler, de la NASA, ha descubierto más de mil planetas al cazarlos en el momento en que, vistos desde la Tierra, pasan por delante de su estrella. Ahora, un estudio ha propuesto darle la vuelta a la idea para buscar civilizaciones alienígenas y, en su caso, comunicarse con ellas.
René Heller, astrónomo del Instituto Max Planck para la Investigación del Sistema Solar de Gotinga, cree que la búsqueda de vida extraterrestre inteligente debería dirigirse hacia aquellos planetas desde los cuales la Tierra pueda verse pasando por delante del Sol. Al estudiar esos eclipses, conocidos en jerga técnica como tránsitos planetarios, otras civilizaciones podrían haber descubierto que nuestro planeta tiene una atmósfera cuya composición química ha sido alterada por la presencia de vida. «Tendrían buenas razones para querer contactar con nosotros, ya que nos identificarían con un planeta habitado», razona Heller.
En un trabajo que aparecerá publicado en el número de abril de la revista Astrobiology, Heller y Ralph Pudritz, astrónomo de la Universidad McMaster en Hamilton, calculan que, en una distancia de 1000 pársecs (3260 años luz), debería de haber unas 10.000 estrellas con capacidad para albergar mundos con tales características. Los investigadores abogan por que las futuras búsquedas de vida inteligente, como el proyecto Breakthrough Listen (un programa de 100 millones de dólares anunciado hace poco por el filántropo ruso Yuri Milner), se centren en tales estrellas, situadas en la región que resulta de extender el plano del sistema solar hacia nuestro entorno galáctico. Por ahora, el proyecto Breakthrough Listen no tiene previsto estudiar esa región del espacio, sino el centro y el plano galácticos, así como en otras franjas del cielo.
La idea de fijarse en aquellos mundos desde los que la Tierra pueda verse transitando por delante del Sol se remonta al menos a los años ochenta del pasado siglo. Ahora, sin embargo, los hallazgos del telescopio Kepler permiten reconsiderar la idea con más detalle, apunta Heller.
Más poblada de lo que parece
La zona del espacio desde la que la que la Tierra podría verse transitando por delante del Sol conforma un disco relativamente estrecho. Dicho disco resulta más fino aún si se restringe a aquellas posiciones desde las que nuestro planeta se vería pasar por delante del Sol a una distancia de su centro inferior a la mitad del radio aparente de la estrella. Tales condiciones deberían asegurar un tránsito fácil de estudiar para una civilización extraterrestre que dispusiera de un instrumento como Kepler.
En dicha zona, y a una distancia de 1000 pársecs o menos, Heller y Pudritz han hallado por el momento un total de 82 estrellas similares al Sol. La cifra procede de los datos obtenidos en su día por el satélite Hipparcos, un antiguo proyecto de la ESA. Sin embargo, los astrónomos aún no han descubierto todas las estrellas localizadas en la región. Al extrapolar los datos disponibles, Heller y Pudritz auguran que esta debería contener unas 10.000 estrellas. Heller sostiene que, si esos astros albergasen planetas y si en alguno de ellos habitase una civilización extraterrestre, hace tiempo que esta podría habernos localizado y comenzado a enviarnos señales.
De los astros conocidos en esa zona del espacio, uno de los más cercanos es la estrella de Van Maanen, una enana blanca (una estrella muerta) situada a tan solo 4 pársecs de distancia. Dicho astro podría tener o no planetas orbitando a su alrededor; pero, en caso de tenerlos, serían sin duda un lugar de primera fila para estudiar la Tierra. «Si una civilización hubiese sobrevivido a la muerte de la estrella, podrían vernos transitando nuestro propio Sol», apunta Heller.
En 2010, la Batería de Telescopios Allen, en Carolina del Norte, estuvo buscando durante cuatro días señales procedentes de la zona del espacio directamente opuesta al Sol, explica Seth Shostak, astrónomo del instituto SETI, un centro de Mountain View dedicado a la búsqueda de inteligencia extraterrestre. El objetivo de aquel rastreo era comprobar si una civilización alienígena podría estar enviando señales que llegasen a nuestro planeta en los momentos en que, para sus habitantes, la Tierra cruzase por delante del Sol. Pero aquella búsqueda resultó infructuosa, y por ahora no hay planes de retomarla. «Por desgracia, hay más buenas ideas para los experimentos de SETI que investigadores disponibles para llevarlas a cabo», comenta Andrew Siemion, astrónomo de la Universidad de California en Berkeley.
Heller calcula que, de aquí a unos cinco años, el satélite Gaia, de la ESA, debería haber localizado la mayor parte de las estrellas situadas en la zona en cuestión. Hasta entonces, él y Pudritz planean usar los datos de la misión K2, la prórroga de la misión Kepler, para buscar planetas en esa región del espacio y, con ello, posibles civilizaciones alienígenas que nos estén observando.
El artículo técnico ha sido aceptado para su publicación en la revista Astrobiology. Una versión preliminar se encuentra disponible en el repositorio arXiv.
—Alexandra Witze / Nature News para IyC