domingo, 17 de abril de 2016

Los anillos de un supersaturno


Gran parte de la astronomía se hace en los despachos y observatorios de los científicos. Pero las teorías más apasionantes las encontraremos donde se baja la guardia y las ideas más atrevidas campan a sus anchas. No es casualidad que, para dar con uno de los mejores bares de Tucson —el 1702, por el número que ocupa en su calle—, haya que ir no muy lejos del Observatorio Steward de la Universidad de Arizona. Fue allí donde mi colega Eric Mamajek, de la Universidad de Rochester, me mostró algo que nos llevó a embarcarnos en la búsqueda del primer planeta anillado fuera de nuestro sistema solar; una búsqueda que se realizaría tanto con los telescopios más modernos del mundo como mediante observaciones astronómicas ya centenarias. Como resultado de nuestra investigación, no solo encontramos un sistema de anillos mucho mayor que el de Saturno, sino también lo que parece ser una luna recién nacida.
El descubrimiento de los anillos
La historia comienza en 2011, año en que Mamajek y Marcos Pécaut, que por entonces era estudiante de doctorado suyo, elaboraban en Rochester un catálogo de estrellas muy jóvenes cercanas a la Tierra. Para calcular las edades de las estrellas candidatas, Mamajek y Pécaut se basaban en sus velocidades de rotación. Las estrellas más jóvenes giran más rápido que las de mayor edad; la rotación se cronometra observando cómo aparecen y desaparecen de nuestra vista las manchas estelares (regiones más oscuras y frías en la superficie del astro).
Una de las candidatas a figurar en el catálogo no tenía nombre, solo un código formado a partir de los instrumentos que la habían observado y de su posición en el cielo (en la constelación del Centauro): 1SWASP J140747.93-394542.6. Ahora, para abreviar, la llamamos J1407. Al igual que las demás estrellas del estudio, estaba demasiado lejos como para poder ver sus manchas directamente; por eso, Mamajek y Pécaut buscaron en su curva de luz (la gráfica de su brillo a lo largo del tiempo) las pequeñas caídas de luminosidad que se producen cuando las manchas aparecen en nuestro campo de visión y reducen la luz de la estrella. También los planetas pueden causar tales caídas de brillo cuando, vistos desde la Tierra, transitan por delante de su estrella anfitriona. Mamajek y Pécaut encontraron la curva de J1407 en la base de datos del proyecto SuperWASP, una búsqueda de planetas por medio de cámaras que hasta la fecha ha encontrado más de 100 planetas en tránsito mediante la observación de unos 31 millones de estrellas.
La curva de luz indicaba que, en efecto, J1407 era una estrella joven que giraba rápidamente. Pero también reveló algo más. Una ojeada rápida a la curva de luz obtenida por SuperWASP mostró que, en 2007, esta estrella —por lo demás bastante corriente— parpadeó muchas noches siguiendo una pauta impredecible y luego se oscureció repetidas veces, llegando a ser casi invisible durante una semana, antes de recuperar finalmente su brillo habitual. Los datos de otros años no exhibían una variación semejante en el brillo de la estrella. Ese extraño suceso no llamó demasiado la atención en 2007, de modo que la curva permaneció relegada en los archivos. Pero, tras verla en 2011, Mamajek no pudo olvidarse de ella.
«Colgué una copia de la curva de luz en la pared de mi despacho y estuve mirándola durante semanas», rememoraba a mi lado en el bar de Tucson. «La estructura y esos detalles tan extraños eran únicos. ¿Qué podía haber provocado esos rápidos cambios en el brillo de la estrella?»
Poco después de aquella conversación empezamos a trabajar juntos para resolver el misterio. Descartamos rápidamente las explicaciones más simples, como algún problema en las cámaras de SuperWASP o unas malas condiciones de observación. Fuera lo que fuese lo que había provocado el misterioso oscurecimiento de J1407, no se encontraba en la Tierra.

IyC

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