jueves, 21 de abril de 2016

(In)trascendencia cósmica

Vivimos en un pequeño planeta que orbita alrededor de una estrella solitaria y de mediana edad: una más de los 200.000 millones de estrellas que pueblan el descomunal remolino de materia de la Vía Láctea. A su vez, nuestra galaxia no es más que una de entre los cientos de miles de millones de estructuras similares que se calcula que existen en el universo observable, el cual se extiende 430.000.000.000.000.000.000.000 (4,3·1023) kilómetros en todas las direcciones del espacio.
Desde nuestro irrisorio punto de vista, hablamos de una cantidad inconcebible de materia y de espacio. En lo que respecta al tiempo, la especie humana surgió de la noche a la mañana en el último instante de la vasta historia cósmica. Y todo indica que el universo tiene por delante un futuro mucho más amplio, del que podremos formar parte o no. Ante semejante perspectiva, el afán por hallar nuestro lugar en el cosmos puede parecer una broma colosal. Hemos de ser muy estúpidos para pensar que algún día encontraremos algo que nos haga importantes.
Y, sin embargo, eso es lo que intentamos hacer, a pesar de nuestra aparente mediocridad. Esta se hizo evidente hace 500 años, cuando Copérnico expulsó la Tierra del centro del sistema solar. La idea dio lugar a uno de los principios rectores de la ciencia de los últimos siglos y, hasta hoy, representa una guía fundamental en nuestro camino para discernir la estructura subyacente del cosmos y la naturaleza de la realidad.
A la hora de tasar nuestra importancia, nos enfrentamos a un dilema: algunos hallazgos y teorías parecen indicar que la vida constituye un fenómeno ordinario; otros, sin embargo, sugieren justo lo contrario. ¿Cómo organizar lo que sabemos sobre el cosmos —desde las bacterias hasta la gran explosión— para esclarecer si somos o no especiales? A medida que aprendemos más sobre nuestro lugar en el universo, ¿qué implicaciones surgen en nuestra búsqueda de vida más allá de la Tierra? ¿Qué pasos debemos dar?

En síntesis
La Tierra orbita alrededor de una de los cientos de miles de millones de estrellas de la Vía Láctea, una galaxia de tantas. Esta circunstancia encaja con el principio copernicano, según el cual ocupamos un lugar mediocre en el cosmos.
Sin embargo, nuestro planeta parece reunir un conjunto de características orbitales privilegiadas. Además, algunas constantes fundamentales de la naturaleza parecen ajustadas para permitir la existencia de los planetas y de la vida.
Para entender nuestra importancia o insignificancia cósmica, así como para evaluar la posibilidad de que en el universo existan otras formas de vida, los expertos habrán de reconciliar estas dos ideas aparentemente contradictorias.

Caleb Schaf para IyC

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