La vida eterna es creencia central en
muchas religiones. A menudo se la asocia a un Valhalla espiritual, una
existencia sin dolor, muerte, preocupaciones o males, un mundo distinto
de la realidad física. Pero existe otra clas de vida eterna que
anhelamos, una en el reino temporal. Escribía Charles Darwin en el
epílogo de su libro Sobre el origen de las especies: "Puesto que todas
las formas de vida presentes son descendientes por línea directa de las
que vivieron antes del período cámbrico, podemos estar seguros de que la
sucesión ordinaria por generación no se ha cortado nunca... Por tanto,
podemos contemplar con alguna confianza la seguridad de un dilatado
futuro."
El Sol acabará por agotar su reserva de hidrógeno. La vida tal como la conocemos en nuestro planeta terminará. Pero la raza humana se amolda. Nuestra descendencia buscará nuevos hogares, propagándose por todos los rincones del universo de la misma suerte que los organismos han colonizado todos los nichos posibles en la Tierra. La muerte y el mal se cobrarán su tributo; quizá persistan dolor y angustia, aunque nuestra progenie sabrá sobrellevarlos.
O tal vez no. Los científicos andan lejos de entender las bases físicas de la vida y el devenir del universo; pese a ello, pueden aventurar algunas hipótesis razonables sobre el destino de los seres vivos. Las observaciones cosmológicas actuales indican que el universo continuará expandiéndose por siempre, en vez de crecer hasta un tamaño máximo para luego contraerse, según se pensaba antes.
Por tanto, no estamos condenados a perecer en una violenta "gran implosión" en la que se borrara cualquier vestigio de nuestra civilización actual o futura. A primera vista, la expansión perpetua es motivo de optimismo. ¿Qué podría impedir que una civilización avanzada explotara recursos sin término para sobrevivir indefinidamente?
Krauss, Lawrence M. y Starkman, Glenn D para IyC
El Sol acabará por agotar su reserva de hidrógeno. La vida tal como la conocemos en nuestro planeta terminará. Pero la raza humana se amolda. Nuestra descendencia buscará nuevos hogares, propagándose por todos los rincones del universo de la misma suerte que los organismos han colonizado todos los nichos posibles en la Tierra. La muerte y el mal se cobrarán su tributo; quizá persistan dolor y angustia, aunque nuestra progenie sabrá sobrellevarlos.
O tal vez no. Los científicos andan lejos de entender las bases físicas de la vida y el devenir del universo; pese a ello, pueden aventurar algunas hipótesis razonables sobre el destino de los seres vivos. Las observaciones cosmológicas actuales indican que el universo continuará expandiéndose por siempre, en vez de crecer hasta un tamaño máximo para luego contraerse, según se pensaba antes.
Por tanto, no estamos condenados a perecer en una violenta "gran implosión" en la que se borrara cualquier vestigio de nuestra civilización actual o futura. A primera vista, la expansión perpetua es motivo de optimismo. ¿Qué podría impedir que una civilización avanzada explotara recursos sin término para sobrevivir indefinidamente?
Krauss, Lawrence M. y Starkman, Glenn D para IyC
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